– Sí, don Ceferino, lo que usted guste.

Carocha es cazador, Carocha sacia su sed en otros abrevaderos.

– Fina.

– Mande, don Celestino.

– Te traigo un conejo para que nos lo comamos mañana noche.

– Es que le estoy con el mes, don Celestino.

– Tanto tiene, ya sabes que no te soy muy mirado.

Fina es viuda, morenita y cimbreña; Fina tiene treinta o treinta y dos años y es pontevedresa, divertida y libidinosa, vino hasta aquí hace algún tiempo y se quedó, de apodo le llaman la Pontevedresa y también Porca Marina, nadie sabe por qué.

– Oiga, ¿eso de libidinosa no queda un poco fuerte?

– Puede.

Dicen que Fina mató al marido a disgustos pero no es verdad, los cornudos resisten como leones. Fina mostró siempre mucha inclinación por el clero, se conoce que era su natural, en cuanto veía un cura que no fuese muy viejo, se le alegraban las pajarillas.

– Son muy hombres y además, como no tienen agobios, montan muy a lo bravo, da gusto con ellos.

Fina no es tan respetuosa con don Celestino como lo fuera Benicia con don Ceferino, también lo trata de usted pero a veces, en medio de la refriega, se olvida.

– ¡Pero qué cachonda me pones, cabrón…! Dispense, don Celestino, que Dios me perdone, es que me quita el aliento.

Nadie sabría repetir la canción que rechina en el eje del carro de bueyes que va por la corredoira avisando a la muerte para que escape, el lobo aúlla y el jabalí rebudia pero la silveira no se asusta jamás, se ve que es de carne brava y montesina.

– ¿Disfrutó?

Orvalla con fe, esperanza y caridad sobre el maíz y el centeno, sobre la virtud y el vicio en compañía, también el vicio a solas, sobre la vaca mansa y el raposo montes, a lo mejor orvalla sin fe, ni esperanza, ni caridad y no lo sabe nadie, tampoco atiende nadie, orvalla con devoción mientras el mundo sigue su rodar: un hombre presta a usura, una mujer se frota la conacha con un conejo muerto, un niño se muere de un entripado de ciruelas claudias, Robín Lebozán regala chocolatinas a Rosicler quien se empeña en seguir meneándosela al mono Jeremías, una niña se muere coceada por un caballo, Arquímedes dijo aquello de dadme un punto de apoyo, etc. Orvalla con equilibrio, también con aburrimiento sobre el mundo, más allá de la raya del monte ya no queda nada, todo lo borró Nuestro Señor cuando mataron a Lázaro Codesal en tierra de moros. El difunto marido de Fina se llamaba Antón Guntimil y anduvo siempre mal de salud, era enfermizo y delicado y además tatexo, le costaba mucho trabajo arrancar a hablar. Fina lo trataba desconsideradamente y se reía de sus debilidades, en esto no se portaba bien.

– Y para que lo sepas, que pareces papón: al franciscano de las misiones se le ponía más gorda que a ti, lo menos el doble. Sabía poco, bueno, eso es verdad, nadie nace sabiendo, pero tenía con qué aprender.

A Antón se le subió la sangre a la cabeza y le pegó un palo a la mujer, le pegó en las costillas; a él le dieron un sartenazo en mitad de la cara.

– ¿Tienes bastante, cornelas do demo?

Fina se marchó levantando una cacha como si fuera a ventosear, pisando fuerte y dando un portazo. ¡Qué modales!

– Ya me vendrás a buscar, si quieres.

La casa de la señorita Ramona está fuera de la aldea de Mesós do Reino, según se viene de Lalín a mano izquierda. Mesós do Reino es caserío de población reciente. Antes, a este grupo de casas le decían Mesós de Moire porque, cuando fuera de construir la carretera general Zamora-Santiago, la N-525, los primeros en poner algunos establecimientos y posadas eran del vecino lugar de Moire, también en término de Piñor, que queda a mano derecha, yendo hacia Castilla. El nombre de Mesós do Reino -y aun Mesones del Reino- le vino después y no guarda relación ni con el Reino de los Cielos, ni con el de Galicia, ni con el de España. El nombre se le puso porque el comerciante más fuerte del contorno se llamaba José Blanco García, de apodo Don José do Reino. La casa de la señorita Ramona no es muy antigua, no tendrá más de doscientos años, pero encierra mucha nobleza y misterio, muchas historias de pasiones, enfermedades y calamidades. La familia de la señorita Ramona es importante, por lo menos para el país, y en las familias importantes siempre están pasando desgracias. La madre de la señorita Ramona se ahogó en el río Asneiros, que tampoco lleva tanta agua, nunca se supo si queriendo o sin querer. El jardín de la señorita Ramona, con sus laureles y sus hortensias, llega hasta el río, en el que se puede resbalar y perder pie; a veces, Rómulo y Remo, los dos cisnes del estanque, se llegan hasta el río, la gente dice que arrastran la mala suerte. A Antón, el marido de Fina, lo mató el tren delante de todo el mundo en la estación de Orense.

– ¿Cómo no se apartó?

– ¿Y yo qué sé? El pobre no discurrió nunca mucho.

Fina ya le guisaba conejos a don Celestino en vida del marido. Fina siempre procuró complacer a los sacerdotes y ser amable con ellos. La casa de mi madre, bueno, ahora es la casa de mis tíos, está en Albarona, en la parroquia de San Xoan de Barran. Tío Cleto, cuando no duerme, toca la batería y bebe coñac de barril, lo compra, casi siempre al fiado y en espera de mejores tiempos, en la taberna de Rauco. Tía Jesusa y tía Emilita, cuando no rezan, murmuran.

– ¿Y orinan?

– ¡Uf, un horror! Tía Jesusa y tía Emilita llevan lo menos veinte años orinándose por ellas.

A mí me parece que tía Lourdes tuvo suerte quedándose enterrada en París, la verdad es que esto nunca se sabe; a los abuelos les hubiera gustado que muriese en Galicia, es la costumbre.

– Era poquita cosa, salta a la vista, pero otras que tampoco valen demasiado, aguantan más. ¡Vaya usted a saber los ataúdes que gastan los franceses! ¡A lo mejor son de cartón piedra!

Tía Jesusa y tía Emilita no le dirigen la palabra al hermano más que para preguntarle si cumplió con el precepto.

– ¡Iros a la mierda! ¡Yo baso mi conducta en el libre albedrío!

– ¡Jesús, qué modales!

Tía Jesusa y tía Emilita, cuando se cruzan con él, miran para otro lado y entonces tío Cleto silba para darles rabia.

– ¡Ay, santo Dios, santo Dios! ¿Qué habremos hecho nosotras para tener que cargar con semejante cruz?

Mis tíos no se hablan, se enzarzaron en una discusión sobre el sitio que habría de ocupar cada cual en el cementerio y acabaron insultándose gravemente, en voz baja, eso sí, pero gravemente. Tío Cleto, cuando ya las tenía muy nerviosas, les soltó un pedo descomunal, un cuesco demoníaco y retumbador, y entonces tía Jesusa y tía Emilita rompieron a llorar con desconsuelo.

– ¿Como si fuera el fin del mundo?

– Pues, sí, una cosa así.

Tío Cleto toca la batería de oído, lo hace bastante bien, y se anima silbando y canturreando, tío Cleto no teme a la soledad porque la espanta con el bombo y los platillos. Tía Jesusa y tía Emilita meriendan cascarilla con bollito maimón, que es barato pero de muy fino paladar. Fabián Minguela, Moucho, no puede entrar en estas casas: ni en la de los tíos, ni en la de la señorita Ramona, ni en la de Raimundo, ni en la de ningún Guxinde; aunque no hubiera pasado nada -y pasaron muchas cosas-, es mejor que se quede fuera. Y no es porque sea forastero, que más lo es el que le mandó poner los cuartos encima de la mesa cuando perdió la partida de chamelo, y nadie le mandó callar ni lo echó fuera; aquí no se tiene nada contra los forasteros. La séptima señal del hijoputa es la voz de flauta, Fabián Minguela tiene la voz atiplada de las esposas del Cordero que cantan en el coro de la catequesis. Don Jesús Manzanedo fue un asesino famoso, a pesar de tener el don; ahora lo más probable es que esté ardiendo en los infiernos para toda la eternidad y por los siglos de los siglos, amén. Don Jesús murió en la cama, sí, eso es verdad, pero con el cuerpo podrido y oliendo a muerto, los hijos se apartaban porque no podían con el olor y se ponían agua de colonia en el pañuelo, también murió con muchos dolores en la carne, tantos como remordimientos en el alma. Dios castiga sin palo y sin piedra y del Moucho, ¡no haberse metido!, no quedan ni los restos mortales, tampoco los guardaron bien.