Изменить стиль страницы

En ese momento la cara y la figura que hacía tiempo había rechazado parecían una bendición, un instrumento maravilloso de placer en manos del marqués. Y esa parte más femenina de ella, su corazón, la dominaba por encima del cerebro. Descubrió que a pesar de la formidable capacidad de su cabeza, la meditación no le sirvió de nada; con un suspiro de entrega, dejó que ese órgano errático la condujera al Pump Room para encontrarse con el hombre que se lo iba a robar.

No tuvo que buscarlo mucho rato. La noticia de su gran presencia en el edificio llegó a sus oídos en cuanto entró. Se abrió paso entre la gente, aunque a menudo se detuvo a escuchar conversaciones aisladas, como era su costumbre. Sin embargo, en esa ocasión no se sintió complacida con lo que oyó, pues todos hablaban de Ashdowne… y de su cuñada.

¿Su cuñada? No le había mencionado nada de su inminente llegada aquella mañana cuando jugaba con sus dedos. Entonces, ¿por qué había quedado con ella cuando estaba comprometido con su cuñada? Los rumores que le llegaron no ayudaron en nada a tranquilizarla. Una y otra vez oyó a las mujeres mayores decir la pareja tan estupenda que formaban Ashdowne y la viuda de su hermano.

Cuando los vio, su corazón recién descubierto latió consternado, ya que su cuñada era hermosa. Alta y esbelta, con un pelo negro sedoso recogido con elegancia y unos movimientos delicados y gráciles que hicieron que se sintiera como una mujer muy torpe. La súbita percepción de sus deficiencias solo ayudaron a incrementar su torpeza y tropezar con una silla, a punto de quitarle la peluca a su ocupante.

Mientras intentaba enderezar la peluca del caballero, vio que Ashdowne se inclinaba para susurrar algo que provocó una sonrisa tímida en los labios de la dama. La boca de Georgiana tembló peligrosamente al luchar contra el absurdo impulso de llorar. ¡Jamás lloraba!

Era evidente que esa mujer no perseguía su título y que no soltaba risitas tontas. Exhibía una conducta tan serena y refinada que Georgiana se sintió demasiado estridente, vulgar e incómoda en su cuerpo de mujer. Y esa dama no solo parecía poseer todo lo que a ella le faltaba, ¡además era pariente de Ashdowne! Tenía un pasado en común que ella no podía reclamar, un vínculo familiar que nunca podría cortarse.

Por ello, en vez de avanzar hacia el marqués y su adorable cuñada, se desvió para marcharse del salón. No quería verlos, permitir que Ashdowne observara a la criatura horrenda y retorcida en que se había convertido, o extender un saludo cordial a la esposa de su hermano cuando la mujer solo le inspiraba antipatía.

Enderezó los hombros y partió en busca del señor Jeffries. Ya era hora de dejar que su corazón la guiara y centrar su atención donde debía, es decir, en el caso. Para deshacerse de todas esas debilidades lo que necesitaba era un buen misterio, y el detective de Bow Street quizá dispusiera de nueva información. Si unían sus cerebros, ¡sin duda que podrían resolver el caso sin la ayuda de su ayudante!

Al fin y al cabo, después de enviar una nota a los apartamentos del señor Jeffries pensó que había iniciado la investigación sin Ashdowne. ¡Ni siquiera había querido aceptarlo, ya que era uno de sus sospechosos! Eso le recordó que, al quedar descartados Whalsey y el vicario, el único nombre que permanecía en su lista original era el del marqués.

La idea le resultaba un poco inquietante. Pero, desde luego, la noción de que él fuera el ladrón resultaba demasiado ridícula, por lo que sencillamente debía comenzar otra vez, desde cero. A pesar de lo mucho que odiaba reconocerlo, se hallaba sin pistas.

No tuvo que esperar mucho, ya que el detective de Bow Street respondió en persona a su petición, y Georgiana, que aguardaba en el exterior del Pump Room, se sintió animada al ver al desarreglado investigador. Lo saludó con gesto feliz y él le respondió con un movimiento de la cabeza y ojos curiosos.

– ¿Quería verme, señorita? -preguntó.

– Sí. Me temo que tengo noticias desalentadoras.

– ¿Oh? -Jeffries se mostró sorprendido.

– Sí -corroboró con un suspiro-. Me parece que el señor Hawkins es inocente… del robo quiero decir -se apresuró a corregir. Al vicario, con sus extrañas inclinaciones, bajo ningún concepto se le podía considerar puro en ningún otro sentido.

– Creo, señorita, que probablemente esté en lo cierto en eso -se frotó el mentón pensativo-. Envié a alguien a investigar en el último sitio donde ejerció, y no me parece que descubra más que un poco de… indiscreción -añadió con un carraspeo. Ella asintió desanimada.

– Bueno, él afirma que estuvo en el armario de la ropa de cama con la señora Howard durante el hurto, y tal vez usted quiera verificarlo.

Jeffries la miró con una mezcla de asombro y renuente admiración.

– Lo haré, señorita. Y me cercioraré de que alguien lo vigile, aunque con sinceridad no creo que él tenga el collar. Es raro, de acuerdo, pero no el tipo capaz de planificar un robo tan osado.

– Está demasiado ocupado. Entre sus servicios con feligreses en potencia y sus otras… actividades, ¡no veo cómo podría disponer de tiempo!

– Señorita, usted ha encontrado a algunos sujetos culpables -rió Jeffries-, aunque no los adecuados.

– Pero, si no es el vicario, ¿quién ha sido? -frunció el ceño.

– No lo sé -el investigador meneó la cabeza-. No me importa reconocer que me encuentro desconcertado. He hablado con todos los criados y ninguno parece saber nada. Afirman que el que vigilaba ante la puerta en ningún momento abandonó su puesto o se quedó dormido. Y aunque dispongo de una lista de todos los invitados, la mayoría tiene coartada, salvo algunos que jamás podrían haberlo hecho.

– A menos que viniera alguien que no estaba invitado -musitó ella en voz alta.

– Y que nadie vio -Jeffries asintió y volvió a frotarse la barbilla-. El cuarto cerrado representa un acertijo, ¿verdad? Casi me recuerda a… -calló y sacudió la cabeza-. No. Ha pasado mucho tiempo y Bath está demasiado lejos.

Georgiana estuvo a punto de preguntarle de qué hablaba cuando vio al señor Savonierre entrar en una de las residencias más elegantes del Royal Crescent, la zona más exclusiva de Bath. Tembló, a pesar del calor del día, al ver al caballero enfundado todo de negro. Al recordar la conversación mantenida el día anterior en el Pump Room, se volvió hacia Jeffries.

– Creo que el señor Savonierre empieza a impacientarse -comentó-. Ashdowne me ha dicho que es muy poderoso. No hará que lamente haber aceptado el caso, ¿verdad? -aunque llevaba una vida protegida, Georgiana sabía que los ricos a menudo abusaban de su autoridad con pocas contemplaciones a los demás.

– Su aspecto oscuro y su lengua cáustica ya hacen que empiece a lamentarlo -sonrió con gesto sombrío-, pero no creo que me reprenda por intentar cumplir con mi trabajo. Es un hombre peculiar, pero creo que es justo.

Georgiana contempló la casa en la que había entrado, un lugar elegante que, según había oído, le servía de residencia.

– Si está tan entregado a lady Culpepper, me sorprende que no se quede con ella.

– Oh, creo que al principio lo hizo, pero después del hurto, alquiló su propia casa aquí -con la cabeza indicó la fachada de piedra.

Georgiana parpadeó, insegura durante un momento de haber oído correctamente a Jeffries.

– Pero ayer dijo que había venido de inmediato después de enterarse del robo. Pensé que había arribado después, trayéndolo a usted con él.

– Oh, no, señorita -Jeffries meneó la cabeza-. Aquella noche se hallaba aquí. Eso confirman los criados, ya que cerró la habitación después del robo y se ocupó de la situación.

– ¡Pero yo no lo vi! En ningún momento apareció por el salón, de eso estoy segura. Me pregunté cómo se había enterado tan pronto del robo. Si estaba allí, ¿por qué no se presentó? ¿Y por qué ha hecho saber por la ciudad que no había llegado hasta después del acto?