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Hago votos por vuestra buena salud.

Vale.

Rode salió del agua. Sobre su cuerpo, llevaba una túnica blanca, empapada completamente porque, tan sólo un momento antes, había sido sumergida por completo en aquella corriente que simbolizaba una nueva vida.

Contempló con una sonrisa al grupo de personas que la miraba. En todos los rostros, le pareció contemplar el reflejo del aprecio, del cariño, del amor. A decir verdad, sentía que todos la contemplaban como siempre hubiera deseado ser contemplada, aunque no lo hubiera sabido hasta poco antes. Ya no era una esclava, ya no era una meretrix, ya no pertenecía a un amo que disponía de ella con la misma soltura con que hubiera dispuesto de una gallina o de un odre de vino. Era libre y lo era en todos los sentidos. Porque habían pagado el precio de su emancipación, porque le habían enseñado la Verdad -sí, la Verdad existía- y porque esa Verdad la había liberado.

Buscó entre los participantes en aquella reunión a Valerio. Sí, allí estaba. También él sonreía e incluso hubiera dicho que sus ojos brillaban por las lágrimas. Sin embargo, no eran lágrimas de pesar ni de pena, sino de gozo y gratitud.

Pronto, serían marido y mujer. Muy pronto, porque ahora el pueblo de él era su pueblo y su Dios, el único Dios verdadero, también era el Dios de ella. Es verdad que no contaban con una sola moneda, que todo había ido a parar a las manos codiciosas de su amo, que Valerio ni siquiera disponía de la posibilidad de regresar al ejército en el que había servido durante tantos años. Pero nada de aquello le importaba lo más mínimo. Por primera vez en su vida era feliz, sentía paz, abrigaba una dicha en su interior que hubiera sido incapaz de describir. Todo ello se lo debía a Aquel que había enviado, de la manera más inesperada y prodigiosa, el fuego del cielo.

NOTA DE AUTOR

El relato que acaba de concluir el lector contiene -no me cabe duda- no pocas cosas chocantes para una mentalidad de inicios del siglo XXI. Debo decir que todos los detalles referentes a la vida religiosa de los romanos, a su sistema de sacrificios, a la vida en la capital del imperio, a los baños, a las comidas, a la presencia de extranjeros -y los sentimientos que provocaban- y a las legiones son meticulosamente exactos.

También corresponden a la documentación histórica -y de qué manera- las referencias al abandono -expositio- de niños no deseados, a la práctica de la prostitución, al abandono de Roma por los médicos cuando se producía una plaga y a la acción de los cristianos para atender a enfermos que eran arrojados en el arroyo por sus propias familias. A pesar de la enorme distancia, casi dos mil años, entre nuestra época y la de Marco Aurelio, lo cierto es que los mortales se planteaban cuestiones muy parecidas a las que hoy requieren nuestra atención. También para ellos la seguridad internacional, la inmigración, la estabilidad de las instituciones o el consumo eran realidades cotidianas, por no hablar de pulsiones como el placer, el deseo de poder, el temor a la enfermedad, la realidad de la muerte o el ansia de disfrute.

Histórico como esas circunstancias es el episodio del fuego caído del cielo que permitió salvarse a una legión -la vexillatio de la XII- y, a la vez, ocasionó una terrible derrota a los bárbaros en una fecha cercana al 173 d. de C. El hecho aparece narrado en diversas fuentes antiguas como, por ejemplo, la Historia Augusta (Marco Aurelio 23, 3-4), Dion Casio (71, 10, 3-5), Orosio (VII, 15, 10), o Eusebio (Hist. Eccl. V, 5, 3). De la misma manera -y resulta bastante revelador- se encuentra reflejado en los relieves de la columna de Marco Aurelio en Roma, donde se narran las victorias obtenidas por el emperador filósofo sobre los bárbaros.

Por sorprendente que pueda resultar para muchos en la actualidad, tanto paganos como cristianos estaban convencidos de que había sido un prodigio sobrenatural que arrancaba de una divinidad. Una divinidad, sí, pero ¿cuál? Para los cristianos, obviamente, se trataba del único Dios verdadero que había escuchado las plegarias de algunos legionarios cristianos que servían en la unidad que había participado en la batalla. Para los paganos, debía ser una de sus divinidades aunque no lograron ponerse de acuerdo sobre su identidad concreta. La propia columna aureliana no nos ayuda a saber qué pensaba el propio césar al respecto más allá de que también estaba seguro del carácter sobrenatural de lo sucedido. Entre las tesis paganas más difundidas circuló la que atribuía lo sucedido a un mago egipcio llamado Arnufis. De él sabemos por una inscripción encontrada en Aquileya -la misma que se reproduce en esta novela- que era un adorador de Isis. Resultaba obligado, por lo tanto, convertirlo en uno de los protagonistas de estas páginas.

Sin embargo, a pesar de sus ideas religiosas, los paganos no lograron librarse de la creencia en que el Dios de los cristianos podía haber sido el artífice del milagro.

Como han señalado varios historiadores, aquel hecho llevó al propio Marco Aurelio a pensar más a fondo en los cristianos, por los que no sentía ningún aprecio, pero a los que tampoco podía pasar ahora por alto. Hasta entonces habían sido una pequeña molestia; a partir de ahora constituían una alternativa espiritual bien tangible. Es muy posible que alguna medida legal que suavizaba su situación en el imperio y que partió del propio emperador filósofo arrancara del impacto causado por el prodigio del fuego caído del cielo. En ese sentido, el testimonio de las fuentes antiguas es también repetitivo.

A finales del siglo u después de Cristo, tanto cristianos como paganos eran conscientes de que vivían en un mundo rebosante de problemas -«era de ansiedad» ha denominado algún historiador británico precisamente a esta época- y también estaban convencidos de que su solución se encontraba no en este mundo, sino en alguna instancia de carácter sobrenatural. Por supuesto -como el episodio del fuego caído del cielo-, las interpretaciones eran diversas. Nosotros, a diferencia de ellos, contamos con una ventaja. A casi dos milenios de distancia, sabemos cuál de las dos respuestas ha prevalecido y, sobre todo, las consecuencias que ha tenido sobre los débiles y los bárbaros, sobre los esclavos y las mujeres, sobre los enfermos y los necesitados.

Biografía

El Fuego Del Cielo pic_2.jpg

CÉSAR VIDAL (1958) es doctor en Historia (premio extraordinario de fin de carrera), en Teología y en Filosofía, y licenciado en Derecho. Ha ejercido la docencia en distintas universidades de Europa y América. En la actualidad, dirige los programas La Linterna de la Cope -por el que ha recibido entre otros los premios Antena de oro 2005, Micrófono de plata 2005 y Hazte oír 2005- y Camino del Sur de Cadena-100, y colabora en medios como La Razón, Libertad Digital, Antena 3 o Muy interesante. Defensor infatigable de los derechos humanos, ha sido distinguido con el Premio Humanismo de la Fundación Hebraica (1996) y ha recibido el reconocimiento de organizaciones como Yad-Vashem, Supervivientes del Holocausto (Venezuela), ORT (México) o Jóvenes Contra la Intolerancia. Entre otros premios literarios ha recibido el de la Crítica a la mejor novela histórica (2000) por La mandrágora de las doce lunas, el Premio Las Luces de Biografía (2002) por Lincoln, el Premio de Espiritualidad 2004 por El testamento del pescador, el Premio Jaén de Literatura Juvenil 2004 y el del CCEI 2004 por El último tren a Zúrich y el Premio de Novela Ciudad de Torrevieja 2005 por Los hijos de la luz. Entre sus últimas obras destacan España frente al islam (2004), "Paracuellos-Katyn" (2005), Los masones (2005), El médico del sultán (2005), Bienvenidos a la Linterna (2005) y Jesús y los documentos del mar Muerto (2006).