No le costó mucho. Respiró hondo y tendió la mano al cálamo que dormitaba sobre su escritorio de soldado. Probó con la yema del dedo índice su textura y concedió que estaba magníficamente afilado. Lo mojó en el tintero y comenzó a escribir. En griego, por supuesto. Podía justificar el empleo de esa lengua refiriéndose al destinatario, pero la verdad era que la utilizaba porque le parecía muy superior al latín, porque era la de los grandes filósofos y, sobre todo, porque la amaba de una manera más entrañable de lo que había querido nunca a una mujer. Bien, adelante…
Autokrátor Kaisar Márkos Aurélios Antoninos Sebastós, Armenios, arjiereus méguistos… Sí, el inicio no estaba mal. El emperador y césar, Marco Aurelio Antonio, Augusto, arménico, sumo pontífice… Ya tenía el encabezamiento. Había que proseguir. ¿Qué venía después? Sí, ya, sí, eso era.
… sumo pontífice, tribuno por decimoquinta vez, cónsul por tercera vez, al concilio de Asia, saludos. Sé que los dioses también se ocupan de que tales hombres no pasen desapercibidos, porque lo cierto es que se ocupan de castigar a aquellos que no desean adorarlos como vosotros lo hacéis. Pero vosotros actuáis de manera tumultuosa y de esa manera los confirmáis en la creencia que tienen al acusarlos de ateos, y de esa manera, cuando se les acusa, prefieren la muerte aparente a la vida, todo ello por causa de su dios. Por lo tanto, acaban siendo vencedores porque sacrifican sus vidas antes que obedecer y hacer lo que les ordenáis…
Sin soltar el cálamo, Marco Aurelio repasó el texto dos veces antes de continuar la redacción. Sí, de momento, parecía que iba bien. Primero, había mencionado la voluntad de los dioses de castigar a los que se negaban a adorarlos; luego, la disposición de los cristianos a morir antes que doblegarse y, finalmente, la manera en que esa conducta los colocaba en una excelente situación filosófica. Había que remachar ese aspecto, pero ¿cómo?
De esa manera, los cristianos logran… No, los cristianos no lograban nada salvo que los ejecutaran. ¿O quizá sí?
Mientras que vosotros descuidáis a los dioses y la adoración de los inmortales, ellos cada vez confían más en su dios. Y entonces, cuando los cristianos lo adoran, os irritáis y los perseguís a muerte. Sí, de esta manera quedaba mejor. No eran piadosos y encima la tomaban con los cristianos por serlo. Bien, sigamos.
Y muchos de los gobernadores provinciales escribieron a nuestro divino padre en el pasado en favor de esa gente, y les respondió que no debían verse molestados a menos que pareciera que estaban conspirando contra el gobierno de Roma. También a mí me enviaron informes sobre esos hombres, y les respondí de acuerdo con la opinión de mi padre. Pero si alguien persiste en adoptar alguna acción contra cualquiera de esas personas, sobre la base de que es cristiano, que el acusado quede liberado del cargo…
Marco Aurelio volvió a detenerse. Sabía de sobra que acababa de introducir una modificación sustancial en las acciones de los emperadores anteriores y, sin embargo, no estaba seguro de que hubiera quedado garantizada la aplicación jurídica del cambio. Quede liberado del cargo… pero… pero ¿cómo si seguía vigente lo que había decidido Trajano o el mismo Adriano? Volvió a tirarse de la barba, pero esta vez lo hizo con suavidad, con sosiego, casi con delectación. De repente, un brillo fugaz se reflejó en las pupilas del emperador. Fue un instante, un suspiro, un abrir y cerrar de ojos, pero dejó de manifiesto que aquel espíritu interior en el que tanto creía el emperador no le había fallado en esta ocasión.
Quede liberado del cargo, incluso si parece que es culpable, pero el acusador sea castigado.
Depositó ahora el cálamo sobre la mesa y volvió a releer el texto. Tuvo la sensación entonces de que había conseguido lo que pretendía aunado con todo lo que amaba y respetaba. La autoridad del imperio se reafirmaba, el ejemplo de los mayores era objeto de consideración, los cristianos eran protegidos de los abusos, los delatores eran amenazados con la pena que merecían y… y, sí, aquel centurión llamado optio era librado de cualquier peligro. Descargarlo de servicio sería todavía más fácil.
Volvió a mojar el cálamo en el tintero y escribió:
El emperador y césar, Marco Aurelio Antonio, Augusto, arménico, sumo pontífice, al tribuno Cornelio, saludos. Tal y como le habías ordenado, compareció ante mí el centurión Valerio. Examiné con diligencia su declaración así como el estado en que se encuentra por la especial condición que me referiste en tu última misiva. Tras sopesar todos los hechos, he llegado a la decisión de que se proceda a su licenciamiento inmediato a pesar de no haber cumplido con el tiempo reglamentario de servicio. La razón para ello es que, conforme a las leyes de nuestros mayores, ha sido objeto de tres menciones honoríficas. Dos se produjeron en el pasado y la tercera se la otorgo yo ahora con ocasión de su valor en esta campaña. Ordeno también que, con carácter inmediato, se le entreguen las cantidades que le adeuda el ejército. Todo ello deberá ser cumplimentado antes de que concluya el próximo mes.
Vale.
Sí, de esta manera quedaba solucionado todo. Con justicia, porque el que perpetra una injusticia la comete, en primer lugar, contra sí mismo.
Depositó el cálamo sobre la mesa y entonces, inesperadamente, le asaltó una pregunta: ¿en qué se gastaría el centurión tanto dinero?
9
Te gusta, kyrie? -preguntó el artesano con una mezcla de satisfacción y de temor. No era para menos. Estaba convencido de que había conseguido un trabajo perfecto, pero nunca se podía saber con aquellos nuevos ricos.
El hombre que le había encargado la obra pasó la diestra por la estela de piedra. Sí, era suave, pulida, majestuosa. Se sentía satisfecho. El texto tampoco estaba mal:
Arnufis, perito en lo sagrado de Egipto, y Terencio Prisco a la Diosa manifiesta.
La diosa Isis podría darse por satisfecha. No sólo la honraba. Es que además uno de sus adoradores más preclaros -en otras palabras, él- había, al fin y a la postre, triunfado. Desde luego, aquel bendito episodio de la lluvia y los rayos había significado un cambio definitivo en su vida. Definitivo e irreversible. La prueba estaba en cómo aquel tonto de Terencio Prisco había aceptado pagar la estela y que su nombre figurara, sin embargo, detrás del suyo. Se había asido de la mano de la For tuna y no estaba dispuesto ya a soltarla. No, jamás, para eso había descendido hasta él montada en aquel fuego del cielo.
Cornelio manda saludos muy cordiales a su padre y dominus. Pido sobre todo que te encuentres sano y bien; y que todo te vaya bien a ti y a mi madre y a mis dos hermanos menores. Doy gracias al dios óptimo y máximo por conservarme la vida cuando estuve en peligro en la tierra de los bárbaros.
Te pido, querido padre, que me envíes unas líneas, lo primero, para saber cómo te encuentras tú y mi madre y mis hermanos; y, en segundo lugar, para que bese tu mano por haberme educado bien.
Quiero que sepas, amado padre, que nada más llegar al castra de Carnuntum, el césar me recibió con grandes muestras de afecto e incluso me entregó una recompensa en oro y todo me va bien. De la misma manera, me ha honrado con un ascenso y pienso que, por su benevolencia, me espera una carrera gloriosa en nuestras legiones. Todo eso lo debo al fuego que cayó del cielo, pero de eso te hablaré cumplidamente en otra ocasión.
Te adjunto un retrato que me ha pintado un griego.
Todos dicen que es bueno.