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Tenía razón y, al correr hacía el norte sobre la carretera, me golpeó al fin el impacto pleno de mi propia locura insospechada. Empecé a recapacitar en lo que mi elección implicaba. Yo dejaba un mundo mágico de renovación continua por mi vida blanda y tediosa en Los Ángeles. Me puse a recordar mis días vacíos. Rememoré un domingo en particular. Todo aquel día me sentí inquieto, sin nada que hacer. Ningún amigo llegaba a visitarme. Nadie me había invitado a una fiesta. La gente que deseaba ver no estaba en casa y, lo peor de todo, yo había visto todas las películas que se exhibían en la ciudad. Al caer la tarde, desesperado en extremo, hurgué de nuevo en la lista de películas y hallé una que jamás había querido ver. La pasaban en un pueblo a sesenta kilómetros de distancia. Fui a verla, y la detesté, pero hasta eso era mejor que no tener nada que hacer.

Bajo el impacto del mundo de don Juan, yo había cambiado. Por principio de cuentas, desde que lo conocí no había tenido tiempo de aburrirme. Eso en sí era suficiente para mí; en verdad, don Juan se había asegurado de que yo eligiera el mundo del guerrero. Di la vuelta y regresé a su casa.

– ¿Qué habría ocurrido si decido volver a Los Ángeles? -pregunté.

– Eso habría sido una imposibilidad -repuso-. Esa decisión no existía. Todo cuanto se requería de ti era que dejaras que tu tonal se diera cuenta de haber decidido unirse al mundo de los brujos. El tonal no sabe que las decisiones están en el terreno del nagual. Cuando creemos decidir, no hacemos más que reconocer que algo más allá de nuestra comprensión ha puesto el marco de nuestra dizque decisión, y todo lo que nosotros hacemos es consentir.

"En la vida del guerrero sólo hay una cosa, un único asunto que en realidad no está decidido: qué tan lejos puede uno avanzar en la senda del conocimiento y el poder. Ése es un asunto abierto y nadie puede predecir el resultado. Una vez te dije que la libertad que un guerrero tiene, es actuar impecablemente, o bien actuar como un imbécil. La impecabilidad es de verdad el único acto que es libre y, por ello, la verdadera medida del espíritu de un guerrero."

Don Juan dijo que, una vez que el aprendiz hacía su decisión de unirse al mundo de los brujos, el maestro le daba una labor pragmática, una tarea que cumplir en su vida cotidiana. Explicó que la tarea, planeada de acuerdo a la personalidad del aprendiz, suele ser una especie de situación vital traída de los cabellos, en la cual el aprendiz debe meterse como medio de afectar permanentemente su visión del mundo. En mi propio caso, yo había entendido la tarea más como un divertido chiste que como una situación vital seria. Con el paso del tiempo, sin embargo, llegué a comprender que debía encararla con fervor.

– Una vez que el aprendiz ha recibido su tarea de brujería, está listo para otra clase de instrucción -prosiguió-. Es entonces un guerrero. En tu caso, como ya no eras aprendiz, te enseñé las tres técnicas que ayudan a soñar: romper las rutinas de la vida, la marcha de poder, y no-hacer. Tú, como siempre, eras persistente, tonto como aprendiz y tonto como guerrero. Escribías muy meticulosamente lo que yo decía y todo lo que te pasaba, pero no hacías exactamente lo que yo te decía que hicieras. De modo que todavía tuve que reventarte con plantas de poder.

Don Juan detalló entonces, paso a paso, cómo había apartado mi atención del "soñar", haciéndome creer que el problema importante era una actividad muy difícil que él llamaba no-hacer, juego perceptual que consistía en enfocar la atención en partes del mundo comúnmente pasadas por alto, como las sombras de las cosas. Don Juan dijo que su estrategia había sido la de destacar el no-hacer imponiendo un estricto secreto a ese respecto.

– No-hacer es, como todo lo demás, una técnica muy importante, pero no era el asunto principal -dijo-. Te embaucó el secreto. ¡Tú, el hablador, obligado a guardar un secreto!

Riendo, dijo que se imaginaba los problemas que yo habría atravesado para mantener la boca cerrada.

Explicó que romper las rutinas, el paso de poder y no-hacer eran avenidas para aprender nuevas maneras de percibir, el mundo; maneras que daban al guerrero un anticipo de posibilidades increíbles de acción. La opinión de don Juan era que el tener conciencia de que el mundo del "soñar" era independiente y pragmático, se hacía posible por el uso de aquellas tres técnicas.

– Soñar es una ayuda práctica que los brujos inventaron -dijo-. No eran tontos; sabían lo que estaban haciendo y buscaron la utilidad del nagual entrenando a su tonal para que se dejara ir por un momento, por así decirlo, y luego volviera a agarrarse. Esta frase no tiene sentido para ti. Pero eso es lo que has estado haciendo hasta ahora: entrenándote para dejarte ir sin perder la chaveta. Soñar es, por supuesto, la corona del esfuerzo de los brujos, el uso máximo del nagual.

Repasó todos los ejercicios de no-hacer que me había puesto a ejecutar, las rutinas de mi vida diaria que él había aislado para su rompimiento, y todas las ocasiones en que me había forzado a adoptar el paso de poder.

– Vamos llegando al fin de mi recapitulación -dijo-. Ahora tenemos que hablar de Genaro.

Don Juan dijo que hubo un augurio muy importante el día en que conocí a don Genaro. Le dije que no recordaba nada fuera de lo común. Me recordó que ese día estábamos sentados en una banca en un parque. Él había mencionado que esperaba a un amigo que yo no conocía, y luego, cuando el amigo apareció, lo señalé sin titubear entre una gran multitud. Ésa fue la indicación que los hizo darse cuenta de que don Genaro era mi benefactor.

Me acordé, cuando él lo mencionó, que mientras charlábamos volví la cara y vi a un hombre pequeño y delgado que irradiaba extraordinaria vitalidad, o gracia, o simple alegría; acababa de dar la vuelta a una esquina y entraba en el parque. En vena de guasa, dije a don Juan que su amigo se acercaba, y que sin duda era un brujo a juzgar por su apariencia.

– Desde ese día, Genaro recomendó lo que se tenía que hacer contigo -continuó don Juan-. Como tu guía para entrar en el nagual, te dio demostraciones impecables, y cada vez que ejecutaba un acto como nagual, te dejaba un conocimiento que desafiaba y pasaba por alto a tu razón. Desarmó tu visión del mundo, aunque todavía tú no te das cuenta de eso. Nuevamente, en, este caso, te comportaste igual que en el caso de las plantas de poder: necesitabas más de lo necesario. Unas cuantas embestidas del nagual debieran bastar para desmantelar la visión de uno; pero hasta el día de hoy, después de todos los ataques del nagual, tu visión parece invulnerable. Y aunque parezca mentira, ése es tu mejor detalle.

"En general, entonces, el trabajo de Genaro ha sido guiarte al nagual. Pero aquí tenemos una pregunta extraña. ¿Qué cosa era guiada hacia el nagual?"

Con un movimiento de los ojos, me instó a responder.

– ¿Mi razón? -pregunté.

– No, la razón no tiene ningún sentido aquí -repuso-. La razón se raja apenas sale de sus límites estrechos y seguros.

– Entonces era mi tonal -dije.

– No, el tonal y el nagual son las dos partes natas de nosotros mismos -replicó con sequedad-. No pueden llevarse el uno al otro.

– ¿Mi percepción? -pregunté.

– Exacto -gritó como si yo fuera un niño dando la respuesta correcta-. Ahora llegamos a la explicación de los brujos. Ya te advertí que no explicaría nada, y sin embargo…

Hizo una pausa y me miró con ojos brillantes.

– Ésta es otra de las tretas de los brujos -dijo.

– ¿A qué se refiere usted? ¿Cuál es la treta? -pregunté con un matiz de alarma.

– La explicación de los brujos, por supuesto -repuso-. Ya lo verás por ti mismo. Pero sigamos adelante. Los brujos dicen que estamos dentro de una burbuja. En una burbuja en la que somos colocados en el instante de nuestro nacimiento. Al principio está abierta, pero luego empieza a cerrarse hasta que nos ha sellado en su interior. Esa burbuja es nuestra percepción. Vivimos dentro de esa burbuja toda la vida. Y lo que presenciamos en sus paredes redondas es nuestro propio reflejo.