La siguiente cosa de que me apercibí fue que don Genaro manipulaba mi cuerpo. Tuve entonces una sensación física, una vibración tan intensa que me hizo perder de vista todo cuanto me rodeaba.
Una vez más sentí que alguien me ayudaba a enderezarme. Vi de nuevo a don Genaro acuclillado frente a mí. Me empujó de los sobacos y me ayudó a caminar. Yo no podía determinar dónde estaba. Tenía la sensación de estar en un sueño, pero asimismo tenía un sentido completo de secuencia temporal. Me hallaba agudamente consciente de que acababa de estar con don Genaro y don Juan en la ramada de la casa del segundo.
Don Genaro caminaba conmigo; me apoyaba sosteniendo mi sobaco izquierdo. El paisaje que yo contemplaba cambiaba de continuo. Yo no podía, sin embargo, determinar la naturaleza de lo que observaba. Lo que había frente¡ a mis ojos era más bien un sentimiento o un estado de ánimo, y el centro de donde irradiaban todos esos cambios estaba definitivamente en mi estómago. Establecí esa relación no como una idea o un darme cuenta, sino como una sensación corpórea que de pronto se hizo fija y predominante. Las fluctuaciones en torno mío salían de mi estómago. Yo creaba un mundo, una corriente interminable de sentimientos e imágenes. Todo cuanto conocía estaba allí. Eso mismo era una sensación, no un pensamiento ni una evaluación consciente.
Traté de llevar la cuenta durante un momento, a causa de mi hábito casi invencible de evaluarlo todo, pero en determinado instante mis procesos de contaduría cesaron y un algo sin nombre me envolvió, sentimientos e imágenes de todo tipo.
En cierto punto, algo en mí inició de nuevo la tabulación y noté que una imagen se repetía constantemente: don Juan y don Genaro que trataban de alcanzarme. La imagen era fugaz; pasaba rápida frente a mí. Era algo comparable a verlos desde la ventana de un vehículo en marcha veloz. Parecían tratar de agarrarme a la pasada. A fuerza de recurrir, la imagen se hizo más clara y perdurable. En algún momento tuve conciencia de estarla aislando deliberadamente de toda una miríada de imágenes. Pasaba las otras por alto para llegar a esa escena particular. Finalmente pude sostenerla pensando en ella. Una vez que empecé a pensar, mis procesos ordinarios tomaron las riendas. No eran tan definidos como en mis actividades ordinarias, pero sí lo bastante claros para saber que había aislado la escena o sentimiento de que don Juan y don Genaro estaban en la ramada de la casa del segundo y me detenían por los sobacos. Quise seguir huyendo a través de otras imágenes y sensaciones, pero ellos no me dejaron. Me debatí un instante. Me sentía ágil y contento. Sabía que ambos me caían muy bien, y también que no les tenía miedo. Quería bromear con ellos; no sabía cómo, y reía y les daba palmadas en los hombros. Tuve otra peculiar toma de conciencia, la certidumbre de que estaba "soñando". Cuando enfocaba los ojos en alguna cosa, inmediatamente se deshacía.
Don Juan y don Genaro me hablaban. Yo no podía seguir el hilo de sus palabras ni distinguir quién de ellos las decía. Entonces don Juan dio vuelta a mi cuerpo y señaló un bulto en el piso. Don Genaro me acercó al objeto y me hizo circundarlo. Era un hombre y yacía bocabajo, el rostro vuelto a la derecha. Al hablarme, señalaban al hombre. Me jalaban y me torean en torno a él. Yo no podía enfocarlo con los ojos, pero finalmente tuve una sensación de quietud y sobriedad y miré al hombre. Desperté con lentitud en la conciencia de que el hombre tirado en el suelo era yo. El reconocimiento no produjo terror ni sufrimiento. Simplemente lo acepté sin emoción. En ese instante no me hallaba totalmente dormido, pero tampoco totalmente despierto y sereno. También empecé a sentir más a don Juan y don Genaro, y podía distinguirlos cuando me hablaban. Don Juan dijo que íbamos a ir al sitio redondo de poder en el chaparral. Apenas pronunció las palabras, la imagen del sitio brotó en mi mente. Vi las masas oscuras de los arbustos en torno. Me volví a la derecha; don Juan y don Genaro estaban también allí. Experimenté una sacudida y la sensación de tenerles miedo. Acaso porque parecían dos sombras amenazantes. Se acercaron. Al mirar sus facciones, mis temores desaparecieron.
Mi efecto retornó. Era como si me hallase borracho y no tuviera asidero firme en ninguna parte. Me agarraron por los hombros y me sacudieron al unísono. Me ordenaban despertar. Yo oía sus voces clara y separadamente. Tuve entonces un momento único. Mi mente contenía dos imágenes, dos sueños. Sentí que algo de mi ser estaba profundamente dormido y empezaba a despertar y me hallé en el piso de la ramada, con don Juan y don Genaro que me sacudían. Pero también me encontraba en el sitio de poder y don Juan y don Genaro seguían sacudiéndome. Durante un instante crucial, no estuve en un lugar ni en el otro, sino más bien en ambos, como un observador que ve dos escenas al mismo tiempo. Tuve la increíble sensación de que en dicho instante habría podido tomar cualquier derrotero. Todo cuanto tenía que hacer en ese momento era cambiar de perspectiva y, más que observar cualquiera de ambas escenas desde el exterior, sentirla desde el punto de vista del sujeto.
Había algo muy cálido en la casa de don Juan. De modo que preferí esa escena.
Tuve entonces un ataque aterrador, tan brusco que recobré de golpe toda mi conciencia ordinaria. Don Juan y don Genaro me vertían encima baldes de agua. Estábamos en la ramada de la casa de don Juan.
Horas más tarde, tomamos asiento en la cocina. Don Juan insistía en que yo procediera como si nada hubiese ocurrido. Me dio comida y dijo que debía comer mucho para compensar mi gasto de energía.
Pasaban de las nueve de la noche cuando miré mi reloj después de que nos sentamos a comer. Mi experiencia había durado varias horas. Sin embargo, desde mi perspectiva de recuerdo, parecía que sólo me había dormido un corto rato.
Aunque ya era totalmente el de siempre, seguía atontado. No recobré mi conciencia habitual hasta que empecé a escribir en mi cuaderno. Me sorprendió que el tomar notas pudiera producir sobriedad instantánea. Apenas me recobré, un torrente de pensamientos razonables se desató en mi mente; me proponía explicar el fenómeno que había experimentado. "Supe" en el acto que don Genaro me había hipnotizado en el momento en que me detuvo contra el piso, pero no intenté figurarme cómo lo había hecho.
Ambos rieron histéricamente cuando expresé mis ideas. Don Genaro examinó mi lápiz y dijo que ésa era la llave que me daba cuerda. Me puse belicoso. Estaba cansado e irritable. Me descubrí prácticamente gritándoles, mientras sus cuerpos se sacudían de risa.
Don Juan dijo que estaba bien el caerse al dar un salto, pero que no estaba bien el saltar de cara contra la pared, y que don Genaro había venido exclusivamente para ayudarme y enseñarme el misterio del Soñador y el soñado.
Mi irritabilidad culminó. Don Juan hizo a don Genaro una seña con la cabeza. Ambos se levantaron y me llevaron a un lado de la casa. Allí don Genaro demostró su gran repertorio de gruñidos y gritos animales. Me sugirió que eligiera el rebuzno de un burro y luego me enseñó a reproducirlo.
Tras horas de práctica, llegué al punto de poderlo imitar bastante bien. El resultado final fue que ellos habían disfrutado mis torpes intentos y reído hasta lloras, y yo había liberado mi tensión reproduciendo ese clamor. Les dije que había algo aterrador en mi imitación. El relajamiento de mi cuerpo era incomparable. Don Juan dijo que, si perfeccionaba yo el rebuzno, podía convertirlo en cosa de poder, o simplemente usarlo para aliviar mi tensión cuando fuera necesario. Me sugirió dormir. Pero yo temía dormirme. Me senté con ellos un largo rato, ante el fuego de la cocina, y después, sin querer, caí en un hondo sueño.
Desperté al amanecer. Don Genaro dormía junto a la puerta. Pareció despertar al mismo tiempo que yo. Me habían tapado y pusieron mi chaqueta doblada a modo de almohada. Me sentía muy tranquilo y descansado. Le comenté a don Genaro que había estado exhausto la noche anterior. Dijo que él también. Susurró, como si me hiciera una confidencia, que don Juan estaba todavía más cansado por ser más viejo.