EL SECRETO DE LOS SERES LUMINOSOS
Don Genaro me deleitó durante horas con algunas instrucciones absurdas para manejar mi mundo cotidiano. Don Juan dijo que yo debía tener mucho cuidado y seriedad con las recomendaciones de don Genaro, pues aunque eran chistosas no eran un chiste.
A eso del mediodía, don Genaro se puso en pie y sin decir palabra se metió al matorral. Yo iba también a levantarme, pero don Juan me retuvo gentilmente y, en tono solemne, anunció que don Genaro iba a hacer otra prueba conmigo.
– ¿Qué se trae? -pregunté-. ¿Qué me va a hacer?
Don Juan me aseguró que no necesitaba preocuparme.
– Te acercas a una encrucijada -dijo-. Cierta encrucijada a la que todo guerrero llega.
Tuve la idea de que hablaba de mi muerte. Pareció anticipar mi pregunta y me hizo seña de callar.
– No vamos a discutir este asunto -dijo-. Basta decir que la encrucijada a la cual me refiero es la explicación de los brujos. Genaro cree que ya estás listo para recibirla.
– ¿Cuándo me la va usted a dar?
– No sé cuándo. Tú eres el que la va a recibir; por lo tanto, depende de ti. Tú decidirás cuándo.
– ¿Qué tal ahora mismo?
– Decidir no significa escoger un momento arbitrario -dijo-. Decidir significa que has puesto tu espíritu en orden impecable, y que has hecho todo lo posible por ser digno del conocimiento y el poder.
"Pero hoy debes resolverle a Genaro una adivinanza que te va a altar Se nos ha adelantado y nos va a esperar por ahí en el matorral. Nadie sabe el sitio donde estará, ni la hora específica de ir a verlo. Si eres capaz de determinar la hora correcta para salir de la casa, también podrás llegar al sitio donde está."
Dije a don Juan que no imaginaba a nadie capaz de resolver tal acertijo.
– ¿Cómo puede el hecho de salir de la casa a fina hora especifica, guiarme a donde está don Genaro? -pregunté.
Don Juan sonrió y se puso a tararear una melodía. Parecía disfrutar mi agitación.
– Ése es et problema que Genaro te ha puesto -dijo-. Si tienes bastante poder personal, decidirás con certeza absoluta la hora justa para salir de la casa. Cómo te guiará el salir a la hora precisa es algo que nadie sabe. Y sin embargo, si tienes poder suficiente, tú mismo atestiguarás que, es así.
– ¿Pero cómo voy a ser guiado, don Juan?
– Nadie sabe eso tampoco.
– Yo creo que don Genaro me está tomando el pelo.
– Entonces ten cuidado -dijo-. Si Genaro te toma el pelo, lo más probable es que te lo arranque.
Don Juan rió de su propio chiste. No pude secundarlo. Mi temor al peligro inherente en las manipulaciones de don Genaro era demasiado real.
– ¿Puede usted darme alguna pista? -pregunté.
– ¡No hay pistas! -dijo, cortante.
– ¿Por qué quiere hacer esto don Genaro?
– Quiere probarte -repuso-. Digamos que le importa mucho saber si ya estás listo para recibir la explicación de los brujos. Si resuelves la adivinanza, querrá decir que has juntado suficiente poder personal y estás listo. Pero si lo echas a perder, será porque no tienes poder suficiente, y en ese caso la explicación de los brujos no tendría sentido para ti. Yo pienso que deberíamos darte la explicación sin cuidarnos de que la entiendas o no; ésa es mi idea. Genaro es un guerrero más conservador; quiere las cosas en el orden debido y no cederá hasta pensar que estás listo.
– ¿Por qué usted no me habla por su cuenta de la explicación de los brujos?
– Porque Genaro debe ser quien te ayude.
– ¿Por qué es así, don Juan?
– Genaro no quiere que te diga por qué -dijo-. Todavía no.
– ¿Me perjudicaría conocer la explicación de los brujos? -pregunté.
– Yo creo que no.
– Entonces, don Juan, dígamela, por favor.
– ¡No le hagas! Genaro tiene ideas precisas sobre este asunto, y debemos observarlas y respetarlas.
Hizo un gesto imperativo para callarme.
Tras una pausa larga y desesperante, aventuré una pregunta:
– ¿Pero cómo puedo resolver esta adivinanza, don Juan?
– De veras no lo sé, por eso no puedo aconsejarte -dijo-. Genaro es muy eficaz. Planeó la adivinanza nada más para ti. Puesto que lo está haciendo para beneficiarte, él está entonado sólo contigo; por lo tanto, sólo tú puedes escoger la hora justa para salir de la casa. Él mismo te llamará y te guiará por me dio de su llamada.
– ¿Cómo será su llamada?
– Eso yo no lo sé. Su llamada es para ti, no para mí. Te topará directamente en tu voluntad. En otras palabras, debes usar tu voluntad para saber cuál es su llamada.
"Genaro siente la necesidad de asegurarse de que el poder personal que has juntado hasta hoy en día es lo suficiente para convertir tu voluntad en una unidad que funcione."
"Voluntad" era otro concepto que don Juan había delineado con gran cuidado, pero sin aclararlo. Yo había entendido a través de sus explicaciones que la "voluntad" era una fuerza emanada de la región umbilical a través de una abertura invisible debajo del ombligo, abertura a la cual llamaba "boquete". Se alegaba que sólo los brujos cultivaban la "voluntad". Les llegaba envuelta en el misterio y les daba la capacidad de realizar prodigios extraordinarios.
Comenté a don Juan que no había posibilidad de que algo tan vago pudiera ser una unidad funcional en mi vida.
– Allí es donde te equivocas -dijo-. La voluntad se desarrolla en un guerrero pese a toda la oposición de la razón.
– ¿No puede acaso don Genaro, siendo brujo, saber, sin ponerme a prueba, si estoy listo o no? -pregunté.
– Por supuesto que puede -dijo-. Pero ese conocimiento no te será de valor ni consecuencia alguna, porque nada tiene que ver contigo. Tú, y no Genaro, eres el que está aprendiendo; y por lo tanto, tú mismo debes reclamar el conocimiento como poder. A Genaro no le interesa un comino saber que él sabe, pero sí le interesa saber que tú sabes. Tú debes descubrir si tu voluntad trabaja o no. Éste es un asunto muy difícil de aclarar. Pese a lo que Genaro o yo sepamos de ti, tú debes comprobar por ti mismo que estás en la posición de reclamar el conocimiento como poder. En otras palabras, tú mismo debes convencerte de que puedes ejercer tu voluntad. Si no estás convencido, hoy te convencerás. Pero si no puedes llevar a cabo esta tarea, Genaro sabrá que a pesar de todo lo que él ve en ti, tú no estás listo todavía.
Experimenté una aprensión abrumadora.
– ¿Es necesario todo esto? -pregunté.
– Esto es lo que Genaro pide, y esto es lo que se debe obedecer -dijo en tono firme pero amistoso.
– ¿Pero qué tiene don Genaro que ver conmigo?
– Puede que a lo mejor hoy lo sepas -dijo sonriendo.
Imploré a don Juan sacarme de esa situación intolerable y explicar toda la misteriosa conversación. Riendo, me dio palmadas en el pecho e hizo un chiste sobre un levantador de pesas mexicano que tenía enormes músculos pectorales pero no podía hacer trabajos físicos pesados porque tenía la espalda débil.
– Cuida esos músculos -dijo-. No deben ser nada más para lucir.
– Mis músculos no tienen nada que ver con lo que estaba usted diciendo -respondí, belicoso.
– Cómo no -dijo-. El cuerpo tiene que estar perfecto antes de que la voluntad funcione como una unidad.
Don Juan había desviado una vez más la dirección de mis averiguaciones. Me sentí inquieto y frustrado.
Me levanté y fui a la cocina a beber agua. Don Juan me siguió y sugirió que practicase el rebuzno que don Genaro me había enseñado. Fuimos a un lado de la casa; me senté en una pila de leña y me di a reproducirlo. Don Juan hizo algunas correcciones y me dio instrucciones sobre mi respiración: el resultado fue una relajación física completa.
Regresamos a la ramada y tomamos asiento nuevamente. Le dije que a veces me irritaba conmigo mismo por ser tan indefenso.
– No hay nada malo en sentirse indefenso -dijo-. Todos nosotros nos sentimos así. Acuérdate que hemos pasado una eternidad como niños indefensos. Como ya te lo he dicho, en estos momentos eres como un niño que no puede salirse solo de la cuna, y mucho menos actuar por su cuenta. Genaro te saca de tu cuna, pues digamos, levantándote de los sobacos. Un niño quiere actuar y, como no puede, se queja. No hay nada malo en eso; pero darse por entero a lamentos y protestas es otro asunto.