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"La siguiente me tocó en la casa de mi benefactor. Yo lo estaba ayudando con el trabajo de casa. Me había acostado a descansar y, como de costumbre, me dormí profundamente. Su casa era definitivamente un sitio de poder para mí, y me ayudó. Un gran ruido me sacudió de pronto y me despertó. La casa de mi benefactor era grande. Era un hombre muy rico y mucha gente trabajaba para él. El ruido parecía ser el de una pala cavando grava. Me senté a escuchar y luego me levanté. El ruido me inquietaba mucho, pero yo no sabía la causa. Pensaba si salir a ver cuando me di cuenta de que estaba dormido en el piso. Esta vez sabía qué esperar y qué hacer, y seguí el ruido. Caminé por toda la casa hasta llegar a la parte de atrás. Allí no había nadie. El ruido parecía venir de más lejos. Yo lo fui siguiendo. Mientras más lo seguía, más rápido podía moverme. Fui a dar muy lejos y vi cosas increíbles."

Explicó que en la época de esos eventos se hallaba aún en las etapas iniciales de su aprendizaje y había incursionado muy poco en "soñar", pero tenía una facilidad extraña para soñar que se miraba a sí mismo.

– ¿A dónde fue usted a dar, don Genaro? -pregunté.

– Esa era realmente la primera vez que me movía al soñar -dijo-. Pero ya sabía lo suficiente para portarme correctamente. No fijé la vista directamente en nada y fui a parar a una cañada muy honda donde mi benefactor tenía sus plantas de poder.

– ¿Cree usted que es mejor si uno casi no sabe nada de soñar? -pregunté.

– ¡No! -intervino don Juan-. Cada uno de nosotros tiene facilidad para algo en particular. La facilidad de Genaro es para soñar.

– ¿Qué vio usted en las cañada, don Genaro? -pregunté.

– Vi a mi benefactor haciendo maniobras peligrosas con unas gentes. Pensé que yo estaba allí para ayudarlo y me escondí detrás de unos árboles. Pero así como yo andaba en ese entonces no habría podido ayudar a nadie. De todos modos, yo no era tonto, y me di cuenta de que la escena esa era para mirarla de lejos y no para actuar en ella.

– ¿Cuándo y cómo y dónde despertó usted?

– No sé cuándo desperté. Han de haber pasado horas enteras. Lo único que sé es que seguí a mi benefactor y los otros hombres, y cuando iban llegando a la casa de mi benefactor el ruido que hacían, porque andaban peleándose casi a puños, me despertó. Estaba en el sitio donde me vi dormido.

"Al despertar, me di cuenta de que todo eso que había visto y hecho no era un sueño. En verdad me había ido bastante lejos, guiado por el sonido."

– ¿Estaba su benefactor al tanto de lo que usted hacía?

– Seguro. Él fue el que estuvo haciendo ruido con la pala para ayudarme a cumplir mi tarea. Cuando entró en la casa me regañó de mentira por haberme dormido y por eso supe que me había visto. Después, cuando se fueron sus amigos, me dijo que había notado mi brillo oculto entre los árboles.

Don Genaro dijo que esos tres casos lo pusieron en el camino de "soñar", y que tardó quince años en recibir la oportunidad siguiente.

– La cuarta vez fue una visión más rara y más completa -dijo-. Me hallé dormido enmedio de un sembrado. Me vi echado de costado, profundamente dormido. Supe de inmediato que eso era soñar, porque me había propuesto hacerlo cada noche que me iba a dormir. Por lo general, todas las veces que yo me había visto a mí mismo dormido, estaba en el sitio donde me había echado a dormir. Esta vez no estaba en mi cama, y sabia que me había acostado en mi cama esa noche. En este soñar era de día. Así que me puse a explorar. Me alejé del sitio donde estaba yo echado y me orienté. Supe dónde me encontraba. Andaba en realidad no muy lejos de mi casa, capaz a unos tres kilómetros. Caminé por allí, mirando cada detalle del sitio. Me paré a la sombra de un gran árbol, a poca distancia; con la vista, crucé una franja de llano y miré una milpa en la ladera del cerro. En ese momento noté algo muy raro: los detalles del paisaje no cambiaban ni desaparecían por más que les clavara la vista. Me asusté y volví corriendo al sitio donde dormía. Yo seguía allí, exactamente como había estado antes. Empecé a observarme. Sentía una horrible indiferencia hacia -el cuerpo que miraba.

"Entonces oí el sonido de risas de gente que se acercaba. La gente siempre me anda encima. Subí corriendo una lomita y observé cuidadosamente desde allí. Diez personas venían al campo donde yo estaba. Todos eran muchachos jóvenes. Corrí al sitio donde estaba dormido y pasé los momentos más angustiosos de mi vida, mirándome allí tirado, roncando como cerdo. Sabía que tenía que despertarme, pero no tenía idea de cómo hacerlo. Sabía también que era cosa de muerte despertarme yo mismo. Pero si aquellos muchachos me encontraban allí, se iba a armar un gran pleito. Todas esas deliberaciones que pasaban por mi mente no eran en realidad pensamientos. Más bien eran escenas frente a mis ojos. Mi preocupación, por ejemplo, era una escena en la cual yo me miraba a mí mismo mientras tenía la sensación de estar encajonado. Llamo a eso preocuparse. Me ha pasado eso muchas veces desde aquella primera vez.

"Bueno, como no sabía qué hacer me quedé mirándome a mí mismo, dormido, esperando lo peor. Un montón de imágenes fugaces pasaron frente a mis ojos. Me agarré a una en particular, la imagen de mi casa y mi cama. La imagen se hizo muy clara. ¡Caramba, cómo quería yo estar de vuelta en mi cama! Algo me dio un sacudón entonces; sentí como si alguien me golpeara y desperté. ¡Estaba en mi cama! Por lo visto esto había sido soñar. Me levanté de un salto y corrí al sitio de mi soñar. Era tal como lo había visto. Los muchachos estaban allí trabajando. Los observé por un largo rato. Eran los mismos que había visto antes.

"Regresé al mismo lugar al fin del día, cuando ya todos se habían ido, y me paré en el sitio exacto donde me vi dormido. Alguien se había echado allí. Las yerbas estaban aplastadas."

Don Juan y don Genaro me observaban. Parecían dos extraños animales. Sentí un escalofrío en la espalda. Estaba a punto de entregarme al muy racional miedo de que no eran en realidad hombres como yo, pero don Genaro echó a reír.

– En aquellos días -dijo- yo era igual que tú, Carlitos. Quería confirmarlo todo. Era tan desconfiado como tú.

Hizo una pausa, alzó el dedo y lo sacudió en mi dirección. Luego encaró a don Juan.

– ¿A poco no eras tú tan desconfiado como este sujeto? -preguntó.

– Ni modo -dijo don Juan-. Éste es el campeón.

Don Genaro se volvió hacia mí e hizo un gesto de disculpa.

– Creo que me equivocaba -dijo-. Yo tampoco era tan desconfiado como tú.

Rieron suavemente, como si no quisieran hacer ruido. El cuerpo de don Juan se convulsionaba de risa contenida.

– Éste es un sitio de poder para ti -dijo don Genaro en un susurro-. Te has roto los dedos escribiendo ahí donde estás sentado. ¿Has hecho alguna vez la prueba de echarte a soñar a toda máquina aquí?

– No, nunca lo ha hecho -dijo don Juan en voz baja-. Aquí él nomás ha escrito a toda máquina.

Se doblaron de risa. Parecía que no quisieran reír abiertamente. Sus cuerpos se sacudían. La risa suave era como un cacareo rítmico.

Don Genaro enderezó la espalda y se deslizó sentado acercándose a mí. Me dio repetidas palmadas en el hombro, llamándome bribón, luego, con gran fuerza, jaló hacia sí mi brazo izquierdo. Perdí el equilibrio y caí de bruces. Casi me golpeo la cabeza en el piso. Automáticamente adelanté el brazo derecho y amortigüé la caída. Uno de ellos presionó mi cuello para impedir que me levantara. No supe a ciencia cierta quién. La mano que me detenía parecía la de don Genaro. Tuve un momento de pánico devastador Sentía desmayarme; quizá me desmayé. La presión en mi estómago era tan intensa que vomité. Mi siguiente percepción clara fue la de que alguien me ayudaba a enderezarme. Don Genaro estaba en cuclillas frente a mí. Volví la cara en busca de don Juan. No se veía en ninguna parte. Don Genaro lucía una sonrisa resplandeciente. Sus ojos brillaban. Miraban fijamente los míos. Le pregunté qué me había hecho y respondió que yo estaba en pedazos. Su tono era de reproche, y parecía molesto o insatisfecho conmigo. Repitió varias veces que me hallaba hecho pedazos y tenía que juntarme de nuevo. Trataba de asumir un tono severo, pero rió a mitad de su arenga. Me decía cuán terrible era verme desparramado por todo el suelo, y que él necesitaría una escoba para reunir mis pedazos. Añadió que tal vez los trozos iban a quedar fuera de lugar y yo terminaría con el dedo gordo del pie en lugar del pene. La risa le ganó en ese punto. Quise reír también y experimenté una sensación insólita. ¡Mi cuerpo se deshizo! Fue como si yo hubiera sido un juguete mecánico que se desarmara así como así. No tenía sensaciones físicas, ni tampoco miedo o cuidado. Desmoronarme era una escena que yo presenciaba desde la perspectiva del perceptor, y sin embargo no percibía nada desde un punto sensorial de referencia.