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Hizo ademán de ceder la palabra. Don Genaro saludó al auditorio. Se volvió ligeramente para darme la cara.

– ¿Qué es lo que te gustaría saber, Carlitos? -preguntó en voz aguda.

– Bueno, si va usted a hablarme del otro, cuéntemelo todo -dije, fingiendo despreocupación.

Ambos menearon la cabeza y se miraron.

– Genaro te va a hablar acerca del soñador y el soñado -anunció don Juan.

Como ya sabes, Carlitos -dijo don Genaro con el aire de un orador que entra en materia-, el doble empieza en sueños.

Me lanzó una larga mirada y sonrió. Sus ojos se deslizaron de mi cara a mi cuaderno y mi lápiz.

– El doble es un sueño -dijo, rascándose los brazos, y luego se paró.

Dejó la ramada y se metió en el chaparral. Se detuvo frente a una mata, mostrándonos tres cuartos de perfil; al parecer orinaba. Tras un momento vi que algo le ocurría. Parecía tratar desesperadamente de orinar sin conseguirlo. La risa de don Juan me indicó que don Genaro había vuelto a las andadas.

Don Genaro contorsionaba su cuerpo en tan cómica manera, que nos puso prácticamente histéricos.

Don Genaro regresó a la ramada y tomó asiento. Su sonrisa irradiaba una insólita calidez.

– Si no se puede, pues no se puede -dijo alzando los hombros.

Luego, tras una pausa momentánea, añadió, suspirando:

– Sí, Carlitos, el doble es un sueño.

– ¿Quiere usted decir que no es real? -pregunté.

– No. Quiero decir que es un sueño -repuso.

Don Juan intervino para explicar que don Genaro se refería a la primera manifestación del hecho de darnos cuenta de ser seres luminosos.

– Cada uno de nosotros es distinto, y por eso los detalles de nuestras luchas son distintos -dijo don Juan-. Pero los pasos que seguimos para llegar al doble son los mismos. Sobre todo los primeros pasos, que son confusos e inciertos.

Don Genaro estuvo de acuerdo, y comentó la incertidumbre del brujo en esa etapa.

– Cuando me pasó por primera vez, no supe lo que había pasado -relató-. Un día había estado recogiendo plantas en los cerros y me había metido en un sitio que les tocaba a otros yerberos. Junté dos costalotes y ya estaba listo para irme a mi casa, cuando me dieron ganas de descansar un rato. Me acosté junto al camino, a la sombra de un árbol, y me quedé dormido. Después oí gente que bajaba del monte y desperté. Al momento me escurrí y me escondí detrás de unas matas, al otro lado del camino muy cerca del sitio donde me había echado a dormir. Estando allí se me dio por pensar que me había olvidado algo. Miré a ver si tenía mis dos costales de plantas. No los tenía conmigo. Miré para el otro lado del camino, al lugar donde había estado durmiendo y casi me lleva la chingada. ¡Yo seguía allí dormido! ¡Era yo mismo! Toqué mi cuerpo. ¡Yo era yo mismo! Ya para entonces, las gentes que bajaban del monte iban llegando a mí que estaba dormido, mientras yo que estaba bien despierto miraba desde mi escondite sin poder hacer nada. ¡Me lleva la chingada! Me van a encontrar allí, pensé, y me van a quitar mis costales. Pero las gentes pasaron junto a mí que dormía como si yo no estuviera allí.

"La visión fue tan vivida que me puse como loco. Grité y entonces volví a despertar. ¡Carajo! ¡Había sido un sueño!"

Don Genaro cesó su recuento y me miró como esperando una pregunta o un comentario.

– Dile dónde despertaste la segunda vez -dijo don Juan.

– Desperté junto al camino -dijo don Genaro-, donde me quedé dormido. Pero por un momento no supe bien dónde me encontraba en realidad. Casi puedo decir que me estaba viendo a mí mismo despertar cuando algo me jaló al otro lado del camino cuando ya estaba a punto de abrir los ojos.

Hubo una larga pausa. Yo no sabía qué decir.

– ¿Y qué hiciste después? -preguntó don Juan.

Me di cuenta, cuando ambos echaron a reír, de que me hacía burla imitando mis preguntas.

Don Genaro siguió hablando. Dijo que se quedó atónito un momento v luego fue a verificar todo.

– El sitio donde me escondí era tal como lo había visto -dijo-. Y las gentes que pasaron se encontraban a corta distancia, bajando el cerro. Lo sé porque corrí cuestabajo siguiéndolos. Eran los mismos que había visto. Los seguí hasta que llegaron al pueblo. Han de haber creído que estaba yo loco. Les pregunté si habían visto a mi amigo durmiendo junto al camino. Todos dijeron que no.

– Ya ves -dijo don Juan-, todos pasamos por las mismas dudas. Nos da miedo volvernos locos, pero la desgracia es que, de a tiro, ya todos nosotros estamos locos.

– Pero tú eres un poquito más loco que nosotros dos -me dijo don Genaro, e hizo un guiño-. Y eres, como buen loco, más sospechoso.

Hicieron bromas sobre mi suspicacia. Luego, don Genaro volvió a hablar.

– Todos somos seres densos -dijo-. No eres el único, Carlitos. A mí el sueño me tuvo espantado unos días, pero entonces tenía que ganarme la vida y me ocupaba de muchas cosas y no me alcanzaba el tiempo para ponerme a pensar en el misterio de mis sueños. Y se me olvidó la cosa. Yo era muy parecido a ti.

"Pero un día, meses más tarde, después de una mañana de mucho trabajo me quedé dormido como una piedra en la media tarde. Acababa de empezar a llover y me despertó una gotera. Salté de la cama y trepé al techo para arreglarla antes de que se hiciera un chorro. Me sentía tan bien y con tanta fuerza, que acabé en un minuto y ni siquiera me mojé mucho. Pensé que el sueñito que había echado me hizo bien. Cuando terminé, volví a la casa para comer algo, y me di cuenta de que no podía tragar. Pensé que estaba enfermo. Junté unas hojas y raíces, las machuqué y me hice un emplasto en la garganta y fui a acostarme. Y otra vez, al llegar a mi cama, casi se me caen los calzones. ¡Yo estaba allí en la cama dormido! Quise sacudirme y despertarme, pero yo sabía que no era eso lo que uno debía hacer. Así que salí corriendo de la casa, despavorido. Anduve sin rumbo por el monte. No tenía ni la menor idea a dónde iba, y aunque había vivido allí toda mi vida, me perdí. Andaba en la lluvia y ni la sentía. Parecía coipo si no pudiera pensar. Entonces el rayo y el trueno se hicieron tan fuertes que desperté otra vez".

Hizo una pausa.

– ¿Quieres saber dónde desperté? -me preguntó.

– Claro -contestó don Juan.

– Desperté en el monte, en la lluvia -dijo él.

– ¿Pero cómo supo usted que había despertado? -pregunté.

– Mi cuerpo lo supo -respondió.

– Esa pregunta fue idiota -terció don Juan-. Tú mismo sabes que algo en el guerrero se da cuenta siempre de cada cambio. La meta del camino del guerrero es precisamente cultivar y mantener ese sentido de darse cuenta. El guerrero lo limpia, lo pule y lo tiene siempre funcionando.

Tenía razón. Hube de admitir hallarme al tanto de ese algo que en mí registraba y conocía todas mis acciones. No tenía nada que ver con la habitual conciencia de mí mismo. Era otra cosa que yo no podía precisar. Les dije que tal vez don Genaro pudiera describirlo mejor.

– Tú lo haces muy bien -dijo don Genaro-. Es la voz de adentro que te dice qué es lo qué es. Y aquella vez me dijo que yo había despertado por segunda vez. Claro, apenas desperté quedé convencido de que había estado soñando. Por lo visto este no había sido un sueño ordinario, pero tampoco había sido propiamente soñar. Me conformé con otra explicación: me dije que había andado dormido o medio despierto, supongo. No había para mí ningún otro modo de entenderlo.

Don Genaro dijo que su benefactor le explicó que no era un sueño lo experimentado, y que tampoco debía insistir en creerlo sonambulismo.

– ¿Qué cosa le dijo que era? -pregunté.

Cambiaron miradas.

– Me dijo que era el coco -repuso don Genaro, adoptando el tono de un niño pequeño.

Les aclaré que deseaba saber si el benefactor de don Genaro explicaba las cosas del mismo modo que ellos.

– Claro que sí -dijo don Juan.

– Mi benefactor me explicó que el sueño en el que uno se veía durmiendo -prosiguió don Genaro- era la hora del doble. Me aconsejó que, en vez de malgastar mi poder en dudas y preguntas, usara esa oportunidad para actuar, y que estuviera preparado para cuando llegara otra ocasión.