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Dios no vino a la botadura. Estaba ocupado con la revisión del sistema hidráulico del planeta, comprobando el estado de las válvulas, apretando alguna tuerca mal ajustada que goteaba donde no debía, probando las diversas redes locales de distribución, vigilando la presión de los manómetros, además de una infinidad de otras grandes y pequeñas tareas, cada una de ellas más importante que la anterior y que sólo él, como creador, ingeniero y administrador de los mecanismos universales, estaba en condiciones de llevar a buen término y confirmar con su sagrado ok. La fiesta, para otros. Para él, el trabajo. En horas así se sentía menos como un dios que como un contramaestre de los ángeles obreros, los cuales, en este preciso y exacto momento, ciento cincuenta a estribor del arca, ciento cincuenta a babor, con sus blanquísimos trajes de trabajo, esperan la orden de alzar la enorme embarcación, no diremos a una sola voz porque ninguna se oirá, que toda esta operación es obra de la mente, como si lo pensase un solo hombre con su único cerebro y su única voluntad. En un instante el arca estaba en el suelo, en el instante siguiente subía a la altura de los brazos de los ángeles obreros, como un ejercicio gimnástico de pesos y halteras. Entusiasmados, noé y la familia miraban con medio cuerpo fuera de la ventana para apreciar mejor el espectáculo, con riesgo de que algunos de ellos se cayeran, como pensó caín. Un nuevo impulso y el arca se encontró en una región superior del aire. Fue entonces cuando noé dio un grito, El unicornio, el unicornio. Efectivamente, galopando a lo largo del arca corría aquel animal sin par en la zoología, con su cuerno en espiral, todo él de una blancura deslumbrante, como si fuera un ángel, ese caballo fabuloso de cuya existencia tantos habían dudado, y ahora estaba ahí, casi al alcance de la mano, bastaría pedir que bajaran el arca, abrirle la puerta y atraerlo con un terrón de azúcar, que es el mimo que la especie equina más aprecia, es casi su perdición. De repente, el unicornio, así como apareció, desapareció. Los gritos de noé, Bajen, bajen, fueron inútiles. La maniobra de aterrizaje habría sido logísticamente complicada, y para qué, si el animal ya se había esfumado, quién sabe en qué tierras andará en este momento. Mientras tanto, a una velocidad mucho mayor que la del zepelín hindenburg, el arca surcaba los aires en dirección al mar, donde, cuando el calado fue el apropiado, se posó. Dando origen a una ola enorme, un auténtico tsunami, que llegó a las playas, destrozando los barcos y las cabañas de los pescadores, ahogando a unos cuantos, arruinando las artes de pesca, como un aviso de lo que habrá de venir. Lo que no hizo que el señor mudara de opinión, pues aunque sus cálculos podrían estar equivocados, como la prueba real no había sido llevada a cabo, todavía gozaba del beneficio de la duda. Dentro del arca, la familia de noé daba gracias a dios y, para festejar el éxito de la operación y expresar su reconocimiento, le sacrificó un cordero al señor, al que la ofrenda, como es lógico, conocidos los antecedentes, satisfizo. Tenía razón, noé había sido una buena elección para padre de la nueva humanidad, la única persona justa y honesta del momento, que era él, enmendaría los errores del pasado y expulsaría de la tierra la iniquidad. Y los ángeles, dónde están los ángeles obreros, preguntó súbitamente caín. No estaban. Realizada de tan perfecta y completa manera la incumbencia del señor, los diligentes obreros, con la simplicidad que los caracterizaba y de la que nos dieron no pocas pruebas desde el primer día en que los conocimos, habían regresado a los cuarteles sin esperar la distribución de medallas. El arca, es bueno recordarlo, no tiene mástil ni vela, no trabaja a motor, no se le puede dar cuerda, y hacerla navegar con remos sería literalmente impensable, ni siquiera las fuerzas de todos los ángeles disponibles en el cielo serían capaces de moverla por ese medio. Bogará por tanto al sabor de las corrientes, se dejará empujar por los vientos que le soplen la panza, de modo que la maniobra marinera será mínima y el viaje un largo descanso, salvo las ocasiones de actividad amatoria, que no serán pocas ni breves y para las que la contribución de caín, por lo que hemos podido observar, es del todo ejemplar. Que lo digan las nueras de noé, que no pocas veces han abandonado a mitad de la noche las camas donde yacían con sus maridos para ir a cubrirse, no tanto con la manta que tapa a caín, sino con su joven y experimentado cuerpo.

Pasados siete días, número cabalístico por excelencia, se abrieron finalmente las compuertas del cielo. La lluvia caerá sobre la tierra, sin parar, durante cuarenta días y cuarenta noches. Al principio no se notaba la diferencia del efecto de las cataratas que continuamente se despeñaban del cielo con un rugido ensordecedor. Era lógico, la fuerza de la gravedad dirigía los torrentes hacia el mar, y allí, a primera vista, era como si desapareciesen, pero no pasó mucho tiempo antes de que las fuentes del océano profundo reventaran a su vez y el agua comenzara a subir a la superficie en cañones y chorros del tamaño de montañas que tanto aparecían como desaparecían, fundiéndose con la inmensidad del mar. En medio de esta convulsión acuática dispuesta a engullirlo todo, la barca lograba aguantar, balanceándose a un lado y a otro como un corcho, enderezándose en el último instante cuando el mar ya estaba a punto de tragarla. Al cabo de ciento cincuenta días, después de que las fuentes del mar profundo y las compuertas del cielo se hubiesen cerrado, el agua, que había cubierto toda la tierra por encima de las sierras más altas, comenzó a bajar lentamente. Ocurrió por esos días que una de las nueras de noé, la mujer de cam, murió en un accidente. Al contrario de lo que quedó antes dicho o dimos a entender, había una gran necesidad de mano de obra en la barca, no de marineros, es cierto, sino de personal de limpieza. Centenares, por no decir millares de animales, muchos de gran porte, llenaban hasta los topes las bodegas y todos cagaban y meaban que daba gloria verlos. Limpiar aquello, baldear toneladas de excrementos todos los días era una durísima prueba para las cuatro mujeres, una prueba física en primer lugar, pues de allí salían exhaustas las pobres, pero también sensorial, con ese insoportable hedor a mierda y orina que traspasaba la propia piel. En uno de esos días de tempestad desatada, con el arca sacudida por la tormenta y los animales atrepellándose unos a otros, la mujer de cam, que se había escurrido en el suelo inmundo, acabó bajo las patas de un elefante. La lanzaron al mar tal como se encontraba, ensangrentada, sucia de excrementos, un mísero despojo humano sin honra ni dignidad. Por qué no la limpian antes, preguntó caín, y noé respondió, Va a tener mucha agua para lavarse. A partir de este momento y hasta el final de la historia, caín lo odiará a muerte. Se dice que no hay efecto sin causa ni causa sin efecto, dándose a entender de este modo que las relaciones entre una cosa y otra deberán ser, en cada momento, no sólo patentes, sino comprensibles en todos sus aspectos, tanto los consecuentes como los subsecuentes. No nos arriesgamos a sugerir que deba ser incluida en este cuadro general la explicación del cambio de actitud de la mujer de noé. Ella podría haber pensado, simplemente, que al faltar la mujer de cam, otra debería ocupar su lugar, no para acoger al viudo en sus noches ahora solitarias, sino para recuperar la armonía antes vivida entre las hembras más jóvenes de la familia y el huésped caín, o, dicho con palabras más claras y directas, si antes él tenía tres mujeres a su disposición, no había ninguna razón para que no siguiera teniéndolas. No sabía ella, no podía saberlo, que en la cabeza del hombre rondaban ideas que convertían esa cuestión en algo absolutamente secundario. En cualquier caso, como una cosa no molesta a la otra, caín acogió con simpatía sus insinuaciones, Aquí donde me ves, pese a la edad, que ya no es la de la primera juventud, y habiendo parido tres hijos, todavía me siento muy apetecible, tú qué crees, caín, preguntó ella. Hacía mucho tiempo que ya no llovía, la enorme masa de agua se entretenía ahora en macerar a los muertos y empujarlos dulcemente, con su eterno balanceo, hasta la boca de los peces. Caín estaba asomado a la ventana para ver el mar que resplandecía bajo la luna, había pensado un poco en lilith y en su hijo enoc, ambos muertos, pero de una manera distraída, como si no le importase mucho, y fue entonces cuando oyó susurrar a su lado, Aquí donde me ves. Desde allí se fueron, él y ella, hasta el cubículo donde caín solía dormir, no esperaron siquiera a que noé, ya entregado a los brazos de morfeo, se ausentase del mundo, y, cuando acabaron, el hombre tuvo que reconocer que la mujer tenía razón en el juicio que sobre sí misma había realizado, todavía estaba allí para lavar y durar, y mostraba tener, en ciertos momentos, una experiencia acrobática que las otras no habían conseguido alcanzar, ya fuese por falta de vocación natural, ya por la inhibición causada por la conducta tradicional de los respectivos maridos. Y puesto que estamos hablando de maridos, dígase que cam fue el segundo en desaparecer. Había subido a la cubierta del arca para ajustar unas tablas que crujían con el balanceo y que le impedían dormir, cuando alguien se aproximó, Me ayudas, preguntó él, Sí, fue la respuesta, y lo empujó al mar, una caída de una altura de quince metros que parecía interminable, pero que luego acabó. Noé mostró su indignación, su enfado, dijo que, después de tanto tiempo de prácticas de navegación, sólo una imperdonable falta de atención en el trabajo podría explicar lo sucedido, Abrid bien los ojos, exigió, mirad dónde ponéis los pies, y continuó, Hemos perdido a una pareja, eso significa que vamos a tener que copular mucho más si queremos que la voluntad del señor se cumpla, que es la de que seamos los padres y las madres de la nueva humanidad. Se interrumpió, durante un instante y, dirigiéndose a las dos nueras que le quedaban, preguntó, Alguna de vosotras está embarazada. Una de ellas respondió que sí, que estaba embarazada, la otra que todavía no estaba segura, pero que tal vez, Y quién es el padre, Me da que es caín, dijo la mujer de jafet, A mí también, dijo la mujer de sem, Parece imposible, dijo noé, si a vuestros maridos les está faltando la potencia genesiaca, lo mejor es que os acostéis sólo con caín, tal como, por otra parte, ya había previsto desde el principio, remató. Las mujeres, incluyendo la del propio noé, sonrieron para sus adentros, ellas sabrán por qué. En cuanto a los hombres, a ésos no les había gustado la reprimenda pública, pero prometieron, si se les permitía, ser más diligentes en el porvenir. Es curioso que las personas hablen tan ligeramente del futuro, como si lo tuviesen en la mano, como si estuviera en su poder apartarlo o aproximarlo de acuerdo con las conveniencias y necesidades de cada momento. Jafet, por ejemplo, ve el futuro como una sucesión de cópulas bien sucedidas, un hijo por año, gemelos unas cuantas veces, la mirada complaciente del señor sobre su cabeza, muchas ovejas, muchas yuntas de bueyes, en suma, la felicidad. No sabe, el pobre, que su fin está cerca, que una zancadilla lo precipitará al vacío sin chaleco salvavidas, que braceará su inútil desesperación hasta la agonía, dando gritos, mientras el arca se va distanciando majestuosamente al encuentro de su destino. La pérdida de un tripulante más angustió a noé hasta un extremo indescriptible, la deseada realización del plan del señor se encontraba en grave riesgo, vista la situación habría que imponer la necesidad de duplicar, o hasta incluso triplicar, el tiempo indispensable para una razonable repoblación de la tierra. Cada vez se hacía más necesaria la colaboración de caín, por eso noé, ya que él no parecía decidirse, optó por tener una conversación de hombre a hombre con él, Dejémonos de rodeos y de medias palabras, dijo, tienes que poner inmediatamente manos a la obra, a partir de hoy será cuando quieras y como quieras, a mí estas preocupaciones me matan, no puedo ser de gran ayuda por ahora, Cuando quiera y como quiera, qué significa eso, preguntó caín, Sí, y con quien quieras, respondió noé, exhibiendo su mejor cara de entendido, Incluyendo a tu mujer, quiso saber caín, Insisto en que lo hagas, mi mujer es mía, puedo hacer con ella lo que me apetezca, Sobre todo tratándose de una buena obra, insinuó caín, Una obra pía, una obra del señor, asintió noé con la solemnidad apropiada, Siendo así, comencemos ya, dijo caín, mándala venir conmigo al cubículo donde duermo y que nadie nos incomode ocurra lo que ocurra y se oiga lo que se oiga, Así lo haré, y que se cumpla la voluntad del señor, Amén. Habrá quienes piensen que el malicioso caín está divirtiéndose con la situación, jugando al ratón y al gato con sus inocentes compañeros de navegación, a los que, como el lector ya ha sospechado, está eliminando, uno a uno. Se equivoca quien así lo crea. Caín dirime su rabia contra el señor, como si estuviese preso entre los tentáculos de un pulpo, y estas sus víctimas de ahora sólo son, como abel lo fue en el pasado, otras tantas tentativas de matar a dios. La próxima víctima será justamente la mujer de noé, que, sin merecerlo, pagará con la vida las horas de gozo pasadas en los brazos de su futuro asesino con la bendición y la connivencia del propio marido, a tal punto había llegado la laxitud de las costumbres de esta humanidad a cuyos últimos días estamos asistiendo. Después de la repetición, en cualquier caso con algunas variaciones más o menos sutiles, de unos cuantos excesos de delirios eróticos protagonizados principalmente por la mujer y expresados, como siempre, con murmullos, gemidos y luego con incontrolables gritos, caín la llevó del brazo hasta la ventana para tomar el fresco de la noche y allí, metiéndole las manos entre los muslos todavía trémulos de placer, la arrojó al mar. De las ocho personas que componían la familia de noé, sólo quedaban ahora, además del propio patriarca, su hijo sem con su mujer y la viuda de jafet. Dos mujeres todavía son capaces de mucho, pensaba noé con su indefectible optimismo y su ciega confianza en el señor. No dejó sin embargo de mostrar extrañeza ante la inexplicable desaparición de su esposa y se la manifestó a caín, Ella estaba en todo bajo tu cuidado, no comprendo cómo puede haber sucedido esta desgracia, a lo que caín respondió preguntando, Y era yo el guardaespaldas de tu mujer, la llevaba yo atada a mí con una cuerda como si fuese una oveja, No digo eso, se arrugó noé, pero ella dormía contigo, podías haberte dado cuenta de algo, Tengo el sueño pesado. La conversación no fue más lejos, verdaderamente no se podía responsabilizar a caín por el hecho de que la mujer se hubiera levantado para ir a orinar fuera, con la brisa nocturna, y allí sufriera, por ejemplo, un mareo para después caer por un desagüe y desaparecer en las aguas. Cosas de la fatalidad. El nivel del inmenso mar que cubría la tierra seguía bajando, pero ninguna cima de montaña levantaba aún la cabeza para decir, Aquí estoy, mi nombre es ararat y estoy en turquía. De un modo u otro, el gran viaje se aproximaba a su fin, había llegado el tiempo de comenzar a preparar la conclusión, el desembarque o lo que tuviera que suceder. Sem y su mujer cayeron al mar el mismo día en circunstancias que quedarán por explicar, y lo mismo le sucedió a la viuda de jafet, que todavía en la víspera había dormido en la cama de caín. Y ahora, clamaba noé tirándose del pelo en la más absoluta desesperación, todo está perdido, sin mujeres que fecunden no habrá vida ni humanidad, más nos hubiera valido contentarnos con la que teníamos, que ya la conocíamos, e insistía perdido de dolor, Con qué cara voy a comparecer delante del señor, con este barco lleno de animales, qué he de hacer yo, cómo viviré el resto de mi vida, Tírate desde aquí, dijo caín, ningún, ángel vendrá a recogerte en sus brazos. Algo sonó en la voz con que lo dijo que hizo que noé despertara a la realidad, Fuiste tú, afirmó, Sí, fui yo, respondió caín, pero a ti no te tocaré, morirás por tus propias manos, Y dios, qué dirá dios, preguntó noé, Vete tranquilo, de dios me encargo yo. Noé dio la media docena de pasos que lo separaban de la borda y, sin una palabra, se dejó caer.