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Escrito estaba en las tablas del destino que caín tendría que reencontrarse con abraham. Un día, debido a uno de esos súbitos cambios de presente que lo hacían viajar en el tiempo, ora hacia delante, ora hacia atrás, caín se encontró ante una tienda, a la hora del calor, junto a unas encinas en mambré. Le había parecido vislumbrar a un anciano que le recordaba vagamente a alguien. Para tener la certeza llamó a la puerta de la tienda, y entonces apareció abraham. Buscas a alguien, preguntó él, Sí y no, estoy sólo de paso, me ha parecido reconocerte y no me he equivocado, cómo está tu hijo isaac, yo soy caín, Te has equivocado, el único hijo que tengo se llama ismael, no isaac, e ismael es el hijo que le hice a mi esclava agar. El vivo espíritu de caín, ya entrenado en situaciones como ésta, se iluminó de repente, el juego de los presentes alternativos había manipulado el tiempo una vez más, mostrándole antes lo que sólo sucedería después, o sea, por decirlo con las palabras más simples y explícitas que tenemos, el tal isaac todavía no había nacido. No recuerdo haberte visto nunca, dijo abraham, pero entra, estás en tu casa, mandaré que te traigan agua para que te laves los pies y pan para la jornada, Primero he de ocuparme de mi jumento, Llévalo hasta aquellas encinas, allí hay heno y paja y un abrevadero lleno de agua fresca. Caín llevó al asno por la rienda, le quitó la albarda para que se desahogase del calor que hacía y lo instaló en una sombra. Después sopesó las aguaderas casi vacías pensando cómo podría remediar la escasez de alimentos que ya empezaba a ser alarmante. Lo que le había oído decir a abraham le dio un alma nueva, pero hay que tener en cuenta que no sólo de pan vive el hombre, sobre todo él, habituado en los últimos tiempos a mimos gastronómicos muy por encima de su origen y condición social. Dejando al jumento entregado a los más genuinos placeres campestres, agua, sombra, comida abundante, caín se encaminó a la tienda, llamó a la puerta para avisar de su presencia y entró. Enseguida vio que se celebraba allí una reunión a la que obviamente no había sido invitado, en la que tres hombres que, por lo visto, llegaron mientras él se ocupaba del burro conversaban con el dueño de la casa. Hizo ademán de retirarse con la debida discreción, pero abraham le dijo, No te vayas, siéntate, todos sois mis huéspedes, y ahora, si me dais licencia, voy a impartir mis órdenes. A continuación fue al interior de la tienda y le dijo a sara, su mujer, Date prisa, amasa tres medidas de la mejor harina y haz unos cuantos panes. Después se acercó al lugar donde se encontraba el ganado y trajo un ternero joven y gordo que le entregó a un criado para que lo cocinase sin tardanza. Concluido todo esto, sirvió a los huéspedes la ternera que había preparado, incluyendo a caín, Comes con ellos allí, debajo de los árboles, dijo. Y como si esto fuese poco, todavía les sirvió manteca y leche. Entonces ellos preguntaron, Dónde está sara, y abraham respondió, Está en la tienda. Y aquí fue cuando uno de los tres hombres dijo, El año que viene volveré a tu casa y, a su debido tiempo, tu mujer tendrá un hijo, Ése será isaac, dijo caín en voz baja, tan baja que nadie pareció haberlo oído. Pues bien, abraham y sara tenían bastante edad, ella ya no estaba en condiciones de tener hijos. Por eso sonrió al pensar, Cómo voy a sentir esa alegría si mi marido y yo estamos viejos y cansados. El hombre le preguntó a abraham, Por qué ha sonreído sara pensando que ya no puede tener un hijo a esta edad, será que para el señor eso es una cosa tan difícil. Y repitió lo que había dicho antes, De aquí a un año volveré a pasar por tu casa y, a su debido tiempo, tu mujer habrá dado a luz a un hijo. Al oír esto, sara se asustó y negó que hubiese sonreído, pero el otro respondió, Sí que has sonreído, señora, que yo bien lo he visto. En ese momento todos comprendieron que el tercer hombre era el propio señor dios en persona. No quedó dicho en el momento adecuado que caín, antes de entrar en la tienda, se había bajado hasta los ojos la banda del turbante para esconder su marca a la curiosidad de los presentes, sobre todo del señor, que inmediatamente lo reconocería, por eso, cuando el señor le preguntó si su nombre era caín, respondió, Caín soy, en verdad, pero no ése. Lo natural hubiera sido que el señor, ante la no del todo hábil salida, hubiese insistido y que caín acabara confesando ser el mismo, aquel que asesinó a su hermano abel y que por esa culpa andaba cumpliendo pena de errante y perdido, pero el señor tenía una preocupación mucho más urgente e importante que la de dedicarse a averiguar la verdadera identidad de un forastero sospechoso. Era el caso que le estaban llegando arriba, al cielo de donde había salido instantes antes, numerosas quejas por los crímenes contra natura cometidos en las ciudades de sodoma y gomorra, allí cerca. Como el imparcial juez que siempre había presumido ser, aunque no faltasen acciones suyas que demostraran precisamente lo contrario, decidió venir aquí abajo para poner la cuestión en limpio. Por eso se dirigía ahora a sodoma, acompañado de abraham, y también de caín, que pidió, por curiosidad de turista, que lo dejasen ir. Los dos que venían con él, y que seguro eran ángeles de compañía, habían partido antes. Entonces abraham le hizo tres preguntas al señor, Vas a destruir a los inocentes junto a los culpables, supongamos que existen unos cincuenta inocentes en sodoma, los vas a destruir también a ellos, no serás capaz de perdonar a toda la ciudad en atención a los cincuenta que se encuentran inocentes de mal. Y prosiguió diciendo, No es posible que hagas una cosa de ésas, señor, condenar a muerte al inocente junto al culpable, de ese modo, ante los ojos de toda la gente, dará lo mismo ser inocente que culpable, pues bien, tú que eres el juez del mundo entero debes ser justo en tus sentencias. A esto respondió el señor, Si yo encuentro en la ciudad de sodoma a cincuenta personas inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellas. Animado, lleno de esperanza, abraham continuó, Ya que me he tomado la libertad de hablarle a mi señor, siendo como soy nada más que humilde polvo de la tierra, me permitiré todavía una palabra más, supongamos que no llegan a ser cincuenta, que faltan unas cinco, destruirás la ciudad por culpa de esas cinco. El señor respondió, Si encuentro allí cuarenta y cinco inocentes tampoco destruiré la ciudad. Abraham decidió insistir, ya que el tren estaba en marcha, Supongamos que hay allí cuarenta inocentes, y el señor respondió, Por esos cuarenta tampoco destruiré la ciudad, Y si se encuentran treinta, Por esos treinta no le haré daño a la ciudad, Y si fueran veinte, insistió abraham, No la destruiré en atención a esos veinte. Entonces abraham se atrevió a decir, Que mi señor no se enfade si yo le pregunto una vez más, Habla, dijo el señor, Supongamos que existen sólo diez personas inocentes, y el señor respondió, Tampoco la destruiré en atención a esos diez. Después de haber respondido así a las preguntas de abraham, el señor se retiró, y abraham, acompañado de caín, regresó a la tienda. De aquel que todavía estaba por nacer, de isaac, no se hablaría más. Cuando llegaron a las encinas de mambré, abraham entró en la tienda, de donde salió poco después con los panes que le entregó a caín, según le había prometido. Caín, que estaba ensillando el jumento, se detuvo para agradecer la generosa dádiva y preguntó, Cómo te parece que el señor va a contar a los diez inocentes que, en el caso de existir, evitarán la destrucción de sodoma, crees que irá de puerta en puerta inquiriendo las tendencias y los apetitos sexuales de los padres de familia y de sus descendientes machos, El señor no necesita hacer escrutinios de ésos, él sólo tiene que mirar la ciudad desde arriba para saber lo que en ella pasa, respondió abraham, Quieres decir que el señor hizo ese acuerdo contigo para nada, sólo para complacerte, preguntó de nuevo caín, El señor empeñó su palabra, A mí no me lo ha parecido, tan cierto como que me llamo caín, aunque es verdad que también me he llamado abel, que, existan o no inocentes, sodoma será destruida, y es posible que esta misma noche, Es posible, sí, y no será sólo sodoma, será también gomorra, y dos o tres ciudades de la planicie donde las costumbres sexuales se han relajado por igual, los hombres con los hombres y las mujeres apartadas, Y a ti no te preocupa lo que les pueda suceder a esos dos hombres que venían con el señor, No eran hombres, eran ángeles, que los conozco bien, Ángeles sin alas, No necesitarán las alas si tienen que escaparse, Pues te digo que a los de sodoma les va a importar un rábano que sean ángeles si les ponen las manos y otras cosas encima, y el señor no se quedará nada satisfecho contigo, yo, si estuviera en tu lugar, iría a la ciudad a ver lo que pasa, a ti no te harán daño, Tienes razón, iré, pero te pido que me acompañes, me sentiré más seguro, un hombre y medio valen más que uno, Somos dos, no uno, Yo soy sólo la mitad de un hombre, caín, Siendo así, vamos, si nos asaltan, a dos o tres todavía los puedo despachar con el puñal que llevo debajo de la túnica, a partir de ahí el señor proveerá. A continuación abraham llamó a un criado y le ordenó que llevase el jumento a la cuadra, y a caín le dijo, Si no tienes compromisos que te obliguen a partir hoy, te ofrezco mi hospitalidad para esta noche como un pequeño pago por el favor que me harás acompañándome, Otros favores espero poder hacerte en el futuro, si están en mi mano, respondió caín, pero abraham no podía imaginar adonde quería llegar con estas misteriosas palabras. Empezaron a bajar a la ciudad y abraham dijo, Comenzaremos yendo a casa de mi sobrino lot, hijo de mi hermano harán, él nos pondrá al corriente de lo que esté pasando. Ya el sol se había puesto cuando llegaron a sodoma, pero todavía quedaba mucha luz del día. Entonces vieron a un gran grupo de hombres frente a la casa de lot que gritaban, Queremos a esos que tienes ahí, mándalos fuera porque queremos dormir con ellos, y daban golpes en la puerta, amenazando echarla abajo. Dijo abraham, Ven conmigo, demos la vuelta a la casa y llamemos por el portón trasero. Así lo hicieron. Entraron cuando lot, desde el otro lado de la puerta principal, estaba diciendo, Por favor, amigos, no cometáis un crimen de ésos, tengo dos hijas solteras, podéis hacer con ellas lo que queráis, pero a estos hombres no les hagáis mal porque ellos han buscado protección en mi casa. Los de fuera continuaban dando gritos furiosos, pero de repente los clamores mudaron de tono y ahora lo que se oía eran lamentos y llantos, Estoy ciego, estoy ciego, era lo que decían todos, y preguntaban, Dónde está la puerta, aquí había una puerta y ya no está. Para salvar a sus ángeles de ser brutalmente violados, destino peor que la muerte según los entendidos, el señor dejó ciegos a todos los hombres de sodoma sin excepción, lo que prueba que, al final, ni diez inocentes había en toda la ciudad. Dentro de casa, los visitantes le decían a lot, Vete de este lugar con todos aquellos que te pertenecen, hijos, hijas, yernos, y todo cuanto tuvieres en esta ciudad, porque hemos venido a destruirla. Lot salió y fue a avisar a los que iban a ser sus futuros yernos, pero ellos no se lo creyeron y se rieron de lo que consideraban que era una broma. Iba avanzada la madrugada cuando los mensajeros del señor volvieron a insistirle a lot, Levántate y saca de aquí a tu mujer y a las dos hijas que todavía están contigo si no quieres sufrir también el castigo que caerá sobre la ciudad, no es ésa la voluntad del señor, pero es lo que inevitablemente sucederá si no nos obedeces. Y sin aguardar respuesta, tomándolos de la mano a él, a la mujer y a las dos hijas, los llevaron fuera de la ciudad. Abraham y caín fueron también con ellos, aunque no para acompañarlos a las montañas como hubieran hecho los demás de haber seguido el consejo de los mensajeros porque lot pidió que los dejaran quedarse en una ciudad, casi una aldea, llamada zoar. Id allí, dijeron los mensajeros, pero no miréis atrás. Lot entró en el pueblo cuando el sol estaba naciendo. El señor hizo entonces caer azufre y fuego sobre sodoma y gomorra, destruyó ambas ciudades hasta los cimientos, así como toda la región, con todos sus habitantes y vegetación. Se mirase donde se mirase, sólo se veían ruinas, cenizas y cuerpos carbonizados. En cuanto a la mujer de lot, ésta miró atrás desobedeciendo la orden recibida y quedó transformada en una estatua de sal. Hasta hoy nadie ha conseguido comprender por qué fue castigada de esa manera, cuando es tan natural que queramos saber qué pasa a nuestras espaldas. Es posible que el señor hubiera querido escarmentar la curiosidad como si se tratase de un pecado mortal, pero eso tampoco va en abono de su inteligencia, véase lo que sucedió con el árbol del bien y del mal, si eva no le hubiese dado de comer el fruto a adán, si no lo hubiese comido ella también, todavía estarían en el jardín del edén, con lo aburrido que era aquello. En el regreso, por casualidad, se detuvieron un momento en el camino donde abraham estuvo hablando con el señor y ahí caín dijo, Tengo un pensamiento que no me deja, Qué pensamiento, preguntó abraham, Pienso que había inocentes en sodoma y en las otras ciudades que fueron quemadas, Si los hubiera, el señor habría cumplido la promesa que me hizo de salvarles la vida, Los niños, los niños eran inocentes, Dios mío, murmuró abraham, y su voz fue como un gemido, Sí, será tu dios, pero no fue el de ellos.