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Los dos hermanos, aún tumbados donde los había dejado Adam, tuvieron dificultad para mirarse a la cara. Dos contra uno y eran ellos los que habían mordido el polvo.

Garth se levantó y se apoyó contra el fregadero, colocando una mano contra sus costillas. Tiró de su camisa y presionó la tela contra un corte en su mejilla. Faron estiró las piernas frente a sí mientras se apoyaba de espaldas contra la nevera. Se frotó la dolorida mandíbula y se movió para comprobar si tenía algún hueso roto.

– Parece que, después de todo, nuestra hermanita está casada con un hombre que la quiere -dijo.

– Y que tiene una buena derecha -asintió Garth.

Los dos hermanos se miraron y sonrieron.

– A éste no hemos logrado asustarlo -dijo Faron.

– Siempre supe que Tate sabría reconocer al hombre adecuado cuando apareciera.

– Al parecer, eras tú el que necesitaba que lo convencieran -dijo Faron, mirando el rostro golpeado de su hermano.

Garth soltó una risotada y enseguida gimió cuando su cabeza protestó.

– Por cierto, ¿quién crees que va ser el padrino del bebé?

– Yo -dijo Faron, levantándose-. Tu serás padrino del hijo de Jesse.

– Jesse es el siguiente. Debería ser él.

– Jesse y Adam no se llevan bien. Yo soy la mejor elección.

Los dos hermanos salieron en dirección al granero sin dejar de discutir. Ninguno de los dos mencionó que habían sido relegados a un nuevo papel en la vida de Tate. Su hermanita había encontrado un nuevo protector.

Entretanto, Tate era consciente de cada movimiento de Adam, de cada palabra que decía. Le hizo detenerse en la primera gasolinera por la que pasaron con la excusa de que tenía que ir al servicio. Utilizó la oportunidad para limpiarle la sangre del rostro y comprar algunas tiritas para ponérselas en los cortes de la mejilla y la barbilla.

Una vez de vuelta en el coche, dijo:

– Has estado maravilloso, Adam. Creo que hasta ahora nadie había ganado a mi hermano Garth en una pelea.

– Yo me estaba jugando más que él -murmuró Adam con su labio partido.

Tate se sintió aún más tranquilizada ante aquella evidencia de que la actitud de Adam hacia ella y el bebé había cambiado.

Fue un largo viaje hasta el Lazy S, frecuentemente interrumpido por paradas para que Tate utilizara los servicios.

– Es el bebé -explicó.

– Lo sé. Entiendo de estas cosas -replicó Adam, sonriendo comprensivamente-. Soy médico, ¿recuerdas?

Ya había oscurecido cuando llegaron al rancho. María los recibió en la puerta con un fuerte abrazo.

– ¡Me alegro tanto de tenerla de vuelta donde pertenece, señora! -volviéndose hacía Adam, María añadió en español-: Veo que ha conseguido que vuelva a sonreír. Ahora le dirá que la ama, ¿no?

– Cuando llegue el momento -dijo Adam.

María frunció el ceño.

– El momento ya ha llegado.

Adam se negó a dejarse presionar. Se excusó y condujo a Tate hasta su habitación. Antes de cruzar el umbral la tomó en brazos.

– Nuestro matrimonio empieza ahora -dijo, mirándola a los ojos-. El pasado queda atrás.

Tate apenas podía creer que aquello estuviera sucediendo.

– Te quiero, Adam.

Esperó las palabras que sabía que Adam iba a decirle. Pero no llegaron.

No había ninguna dificultad en decir aquellas dos palabras, pero Adam se sentía demasiado vulnerable en aquellos momentos como para admitir la profundidad de sus sentimientos por Tate. Lo cierto era que no le había dado la opción de volver con él o quedarse. Le parecía más adecuado demostrarle que la amaba, más que decírselo en palabras.

Le hizo el amor como si fuera el ser más maravilloso del universo. La besó con suavidad, sin preocuparse por su labio herido, saboreándola como si no lo hubiera hecho nunca. El suave gemido de placer de Tate resonó por todo su cuerpo, tensándolo de deseo.

Deslizó la mano hacia su redondeado vientre.

– Mi hijo -susurró junto al oído de Tate-. Nuestro hijo.

– Sí, sí, nuestro hijo -asintió Tate, feliz al ver que Adam estaba dispuesto a admitir que el hijo era suyo.

– Ahora sé que es mío -dijo Adam.

Tate sintió que su euforia se esfumaba bruscamente.

– ¿Qué? -se volvió para mirarlo-. ¿Qué has dicho?

Adam deslizó el pulgar sobre el vientre de Tate mientras la miraba a los ojos.

– Fui a ver al doctor de San Antonio que me hizo las pruebas de fertilidad. No soy estéril, Tate. Anne me mintió.

Tate se sintió horrorizada al comprender lo que aquello significaba. No era de extrañar que Adam no le hubiera dicho que la amaba. No había ido a Hawk’s Way a por ella. No había luchado con Garth para recuperarla. ¡Lo había hecho para recuperar a su hijo!

Capítulo 12

Tate alegó fatiga debido a su embarazo para no hacer el amor con Adam y éste se mostró totalmente comprensivo. ¡Naturalmente, quería asegurarse de que ella se cuidara para que «su» hijo naciera saludable!

Pero a la mañana siguiente, cuando Adam se interpuso en su camino hacia el despacho, alegando que no debería trabajar en su delicada condición, Tate estalló.

– ¡Soy tan capaz de trabajar con «tu» bebé creciendo en mi interior como cuando sólo era «mi» bebé! -espetó.

– Pero…

– ¡Nada de peros! Comeré bien, descansaré lo suficiente y superaré este embarazo sin problemas. ¡Aunque el bebé sea en parte tuyo y no sólo mío!

Adam no estaba seguro de qué había hecho mal, pero era evidente que Tate estaba molesta por algo.

– ¿Qué es todo ese asunto de «tu» bebé y «mi» bebé? ¿Qué pasa con «nuestro» bebé?

– Eso era antes de que descubrieras que puedes ser padre de tantos niños como quieras. ¡Muy bien, si quieres puedes dedicarte a ser padre de los hijos de otra mujer! ¡Pero este bebé es mío!!

A continuación, Tate entró en el despacho y cerró la puerta en las narices de Adam.

Adam la oyó llorar al otro lado. Trató de abrir la puerta y comprobó que el pestillo estaba echado. Golpeó la puerta.

– ¡Tate, déjame entrar!

– ¡No quiero hablar contigo! ¡Vete! Adam volvió a llamar.

– Si no abres, tiraré la puerta abajo -amenazó.

Estaba a punto de abalanzarse contra la puerta cuando ésta se abrió.

– Así está mejor -dijo, pasando al interior del despacho-. Creo que debemos hablar sobre esta… diferencia de opinión. Lo que importa…

– No soy ninguna cría que necesite ser mimada. Soy muy capaz de cuidar de mí misma. Debes confiar en mí; de lo contrario, ¿qué sentido tiene? -dijo Tate, alzando las manos, enfadada-. La confianza nunca ha formado parte de nuestra relación en el pasado. Supongo que el hecho de que hayas descubierto que no te mentí sobre el bebé no va a cambiar nada entre nosotros.

– ¿Qué tiene que ver la confianza con esto?

– ¡Todo! -Tate estaba tan disgustada que temblaba-. Buck y Velma…

– ¡Un momento! ¿Qué tienen que ver Buck y Velma en todo esto? -Adam se sentía más confundido cada minuto que pasaba.

– No tiene importancia -dijo Tate.

Adam la tomó por los hombros.

– Evidentemente la tiene. ¡Quiero una explicación y la quiero ahora!

– ¿Estás seguro? ¡Te advierto que a algunos tipos les produce indigestión pensar!

Adam hizo que Tate se sentara en la silla giratoria y él se apoyó contra el escritorio.

– Siéntate. Esta clase de agitación no es buena para el bebé…

Tate saltó de la silla y apoyó un dedo en el pecho de Adam.

– ¡El bebé! ¡El bebé! -se burló-. Eso es lo único que te importa, ¿verdad? Yo no soy más que un recipiente para tu semilla. ¡Te daría lo mismo que fuera un tubo de ensayo! Pero voy a dejarte algo muy claro: quiero algo más que un padre para mi hijo, quiero un marido que me ame y me abrace y me… -Tate contuvo un sollozo.

– Tate, yo te…

– ¡No lo digas! Si de verdad me amaras, ya me lo habrías dicho en varias ocasiones. Si lo dices ahora sabré que sólo es para tranquilizarme en beneficio del bebé.