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Tate sintió que el cuerpo de Adam se tensaba. Supo quién había entrado en la cocina; supo quién tenía que ser. Volvió la cabeza. En el umbral de la puerta estaban sus tres hermanos, Faron, Jesse y Garth. Garth sostenía una escopeta en las manos.

Tate sintió que se ruborizaba hasta las raíces del pelo. Estaba desnuda de cintura para arriba, y no podía haber dudas respecto a lo que había estado haciendo con Adam. Y, por sus expresiones, tampoco había duda de lo que sus hermanos pensaban al respecto. Cerró los ojos y se aferró a Adam, sabiendo que sus hermanos pensaban separarlos.

– ¡Vístete! -ordenó Garth.

Tate alargó una mano hacia la silla en que Adam había dejado su camiseta y, volviéndose de espaldas, se la puso. Cuando se dio la vuelta, Adam le pasó una mano por la cintura y la atrajo hacia su cadera.

Los tres hermanos entraron en la cocina. Pronto quedó claro que no habían ido solos. Un hombre mayor con un cuello se sacerdote y una Biblia en la mano los siguió al interior.

– Tienes dos opciones -le dijo Garth a Adam-. O te mato, o haces una mujer honrada de mi hermana.

Adam alzó una ceja.

– Eso sería asesinato.

Garth sonrió peligrosamente.

– Sería un disparo accidental, por supuesto.

– Por supuesto -dijo Adam, curvando los labios cínicamente-. ¿Y si Tate y yo no estamos preparados para casarnos?

– Un hombre está preparado para casarse cuando deja a una mujer embarazada -gruñó Jesse-. Ayer fui a ver a la doctora Kowalski y le dije que Tate era mi hermana. ¡Me felicitó porque pronto iba a ser tío!

Adam se quedó helado. Se volvió a mirar a Tate, pero ella bajó la vista.

– ¿Estás embarazada, Tate?

Ella asintió.

La mandíbula de Adam se tensó visiblemente. Tomó a Tate por la barbilla y le hizo alzar el rostro.

– ¿De quién es el niño? ¿De Buck?

– ¡Es tuyo! -exclamó Tate, moviendo la cabeza para librarse de la mano de Adam.

– No puede ser mío -dijo él con calma-. Soy estéril.

Sin apartar la vista de la pétrea expresión de Adam, Tate se dejó caer en una de las sillas de la cocina.

Entre tanto, sus hermanos estaban en un dilema.

– No podemos obligarlo a casarse con Tate si el hijo no es suyo -dijo Faron.

– ¡Pero tiene que ser suyo! -dijo Jesse-. ¡Mira cómo los hemos encontrado hoy!

Garth entregó la escopeta a Faron y fue a sentarse frente a Tate. Tomó la mano de su hermana entre las suyas y la acarició suavemente un momento.

– Quiero que seas sincera conmigo, Tate. ¿Has estado con otro hombre además de Adam?

– ¡No! ¡Lo crea o no, el hijo que llevo dentro es suyo!

– Adam afirma que es estéril -insistió Garth.

– No me importa lo que afirme -dijo Tate entre dientes-. Estoy diciendo la verdad.

Garth y Faron intercambiaron una significativa mirada. Garth se levantó y confrontó a Adam.

– ¿Niegas haberle hecho el amor a mi hermana?

– No, no lo niego.

– En ese caso, mi oferta inicial sigue en pie -dijo Garth.

– En ese caso, supongo que no tengo opción -concedió Adam irónicamente.

– ¿Y yo? -preguntó Tate-. ¿Acaso no tengo posibilidad de elección?

– Harás lo que te digamos -el tono de Garth era inflexible-. O de lo contrario…

– ¿O de lo contrario, qué?

– Volverás con nosotros a Hawk’s Way.

Tate se estremeció. No parecía haber escape al ultimátum que Garth le había dado. Si se casaba, al menos conservaría su libertad.

– De acuerdo. Adelante.

– Padre Wheeler, puede proceder -Garth condujo al cura a la cabecera de la mesa, situó a Tate y a Adam a un lado y él se colocó en el otro junto a Faron y Jesse-. He tenido que seguir algunos atajos, pero también he conseguido la licencia. Cuando quiera, reverendo.

Si el reverendo Wheeler no hubiera bautizado y confirmado a Tate, tal vez habría tenido algún reparo respecto a lo que iba a hacer. Nunca había tenido ante sí una pareja con aspecto más triste. Pero creía firmemente en la santidad del hogar y la familia. Y Garth le había prometido un generoso donativo para construir la nueva ala de la escuela dominical.

El reverendo abrió la Biblia que llevaba consigo y empezó a leer.

Tate oyó, pero no escuchó lo que se decía; habló cuando tuvo que hacerlo, pero no fue consciente de las respuestas que daba. Había caído en un profundo pozo de desesperación.

Nunca había pensado en tener una gran boda, pero una camiseta blanca y unos vaqueros eran un pobre sustituto para un traje de novia. Pero no le habría importado renunciar a ello si el hombre que estaba a su lado hubiera deseado ser su marido.

Y Adam no lo deseaba.

¿Qué había sucedido? Tate nunca había tenido intención de atrapar a Adam. Era evidente que éste creía que ella se había acostado con Buck, y que el bebé no era suyo. Tate sabía que un matrimonio sin confianza estaba destinado al fracaso. Si Adam creía que le había mentido sobre la paternidad de su hijo, ¿no esperaría que mintiera sobre otras cosas? ¿Reaccionaría como Buck cada vez que otro hombre se atreviera a mirarla? Aunque Buck se ponía celoso porque amaba a Velma. Pero Tate no estaba segura de los sentimientos de Adam. No le había dicho ni una vez que la amaba.

Habría dado cualquier cosa por haberle contado lo de su embarazo la noche anterior. Así habrían tenido la posibilidad de aclarar las cosas; por ejemplo, por qué un hombre que se consideraba estéril era capaz de concebir un hijo.

– ¿Tate?

– ¿Qué?

– Alarga la mano para que Adam pueda ponerte el anillo -dijo Garth.

¿«Qué anillo? «, se preguntó Tate.

– Con este anillo te desposo -dijo Adam deslizando el pequeño anillo que normalmente llevaba en el meñique en el anular de Tate.

Tate se sentía perdida. ¿Qué había pasado con el resto de la ceremonia? ¿Había dicho ya el «sí, quiero»?

El reverendo Wheeler dijo:

– Os declaro marido y mujer. Puede besar a la novia.

Al ver que ninguno de los dos se movía, Faron dijo:

– Ahora tienes que besar a tu esposa, Adam.

Adam quería negarse. Todo aquello era una farsa. Pero cuando Tate volvió el rostro hacia él parecía tan desconcertada que sintió la necesidad de tomarla en sus brazos y protegerla.

Garth se aclaró la garganta ante el retraso.

La mandíbula de Adam se tensó. Tate ya tenía tres guardianes muy eficientes. A él no lo necesitaba para nada. Pero fue incapaz de resistir la tentación de sus labios, aún ligeramente hinchados por los recientes besos. Se inclinó hacia ella y la besó con gran suavidad.

Si aquello hubiera sido una auténtica boda, le habría gustado conservar aquel recuerdo para siempre. Pero los sonidos del otro lado de la mesa le recordaron que la boda era muy real, de manera que tomó lo que quiso de Tate, apoderándose por completo de su boca, dejándole sentir su furia y frustración por lo que sus hermanos les habían robado insistiendo en celebrar aquel matrimonio forzoso.

En cuanto alzó la cabeza, Adam vio que Garth rodeaba la mesa hacia ellos. En lugar del puñetazo que esperaba recibir en la nariz, Adam vio que alargaba la mano hacia él para que se la estrechara. Y además, sonreía.

– Bienvenido a la familia -dijo Garth. Abrazó tiernamente a Tate y susurró junto a su oído-: ¡Sé feliz!

Faron fue el siguiente en estrechar la mano de Adam.

– ¿Qué os parece si bebemos algo para celebrarlo? -preguntó-. Tengo champán en una cubitera en la camioneta.

– Supongo que no es mala idea -dijo Adam, aún aturdido por el repentino cambio de actitud de los hermanos de Tate.

Faron salió mientras Jesse se dirigía a Adam. Los dos hombres se miraron con cautela.

Finalmente, Jesse alargó una mano hacia él.

– ¿Hacemos una tregua? -al ver que Adam dudaba, añadió-: Honey me matará si no hacemos las paces. Por ella y por Tate.

Finalmente, Adam estrechó la mano del hermano de Tate. Nunca serían buenos amigos. Pero eran vecinos, y ahora cuñados. Debían tolerarse por sus respectivas esposas.