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El hecho de que fuera el propio Basil quien se lo propusiera hizo que Monk aceptase.

– Sí, si me hace el favor.

La expresión de Basil se tensó, pero no dijo palabra. Se limitó a llamar a Phillips y a ordenarle que fuera a buscar a Myles Kellard.

– Octavia no se habría confiado a Myles -dijo Cyprian a Monk.

– ¿Por qué no? -quiso saber Monk.

La falta de delicadeza que revelaba aquella intromisión hizo que en el rostro de Basil apareciera un sentimiento de contrariedad y que respondiera antes de dar a Cyprian ocasión de hacerlo.

– Porque no se tenían gran simpatía -replicó sir Basil con acritud-, aunque se trataban con cortesía. -Sus ojos oscuros escrutaron a Monk para asegurarse de que entendía que la gente de posición no era como la chusma dispuesta a pelearse por cualquier nimiedad-. Lo más probable es que la pobre niña no confiara a nadie lo que tuvo la desgracia de saber y que, en consecuencia, no lleguemos a enterarnos nunca de lo que fue.

– Y que la persona que la mató se quede sin el castigo que le corresponde -terminó Cyprian a modo de remate-, lo que no deja de ser una monstruosidad.

– ¡Pues no va a ocurrir! -exclamó Basil, furioso, echando chispas por los ojos y con las arrugas del rostro más marcadas, lo que infundía a su rostro un aspecto particularmente avinagrado-. ¿Te figuras que voy a pasar el resto de mi vida en esta casa, conviviendo con una persona que ha matado a mi hija? ¡Esto sí que no lo entiendo! ¡Dios mío, qué poco me conoces!

Fue como si Cyprian hubiera recibido un golpe. Monk, de pronto, se sentía cohibido. No hubiera debido estar presente en una escena así, ésas eran emociones que no tenían nada que ver con la muerte de Octavia Haslett. Entre padre e hijo afloraba una agresividad que no provenía de aquel acto imprevisto sino que era fruto de años de resentimiento y de incapacidad para entenderse.

– Si Monk… -dijo Basil volviendo la cabeza con brusquedad hacia el policía- es incapaz de encontrar al asesino, quienquiera que sea, haré que el comisario encargue del caso a otra persona. -Se trasladó, nervioso, desde la ornamentada repisa hasta el centro de la habitación-. ¿Dónde demonios está Myles? ¡Ya que lo he llamado, por lo menos esta mañana podría hacer acto de presencia!

Justo en aquel momento se abrió la puerta sin que nadie llamara a ella y apareció Myles Kellard como responiendo a los requerimientos de Basil. Era alto y delgado, pero en todo lo demás era absolutamente diferente de los Moidore. Tenía el cabello castaño y ondulado, con algún que otro mechón blanco, y lo llevaba peinado para atrás. Su rostro era alargado, su nariz aristocrática y tenía una boca sensual y con un mohín de tristeza, un rostro que era a la vez el de un soñador y el de un libertino.

La cortesía hizo que Monk vacilara un momento pero, sin darle tiempo a hablar, Basil hizo a Myles las preguntas que Monk le habría hecho, aunque sin darle explicaciones en cuanto al propósito a que obedecían ni a su necesidad. Las suposiciones de Monk resultaron ciertas: Myles no reveló nada que pudiera ser de utilidad. Se había levantado tarde y por la mañana había salido y comido fuera, aunque no especificó dónde. Por la tarde había estado en el banco comercial del que era director y, como los demás, había cenado en casa, pero no había visto a Octavia salvo en la mesa con toda la familia reunida. No había observado nada digno de mención.

Cuando salió, Monk preguntó si quedaba alguien más, aparte de lady Moidore.

– Tía Fenella y tío Septimus -respondió esta vez Cyprian interrumpiendo a su padre-. Le quedaríamos muy agradecidos si las preguntas que tenga que hacer a mi madre fueran lo más sucintas posible. De hecho, preferiríamos hacerle las preguntas nosotros y transmitirle a usted las respuestas, suponiendo que puedan tener algún interés.

Basil miró con frialdad a su hijo, aunque Monk no llegó a saber si era por la sugerencia en sí o simplemente porque le había robado la prerrogativa. Monk sospechó que era por lo último. Dadas las circunstancias en que se encontraba el caso, se trataba de una concesión fácil. Habría tiempo sobrado para ver a lady Moidore, era mejor esperar para poderle hacer preguntas que no fueran generales o fruto de la rutina.

– Por supuesto -concedió Monk-. ¿Quizá sus tíos, entonces? A veces, cuando una persona no encuentra a nadie más confía en los tíos.

Basil soltó un resoplido de desprecio y se volvió hacia la ventana.

– No es el caso de tía Fenella -dictaminó Cyprian, medio sentado en el respaldo de una de las butacas tapizadas de cuero-, pero es una mujer muy observadora… y bastante fisgona. Quizá se fijase en algún detalle que a nosotros pudo pasarnos por alto, siempre que no lo haya olvidado, por supuesto.

– ¿Tiene mala memoria? -preguntó Monk.

– Más bien irregular -replicó Cyprian con una media sonrisa. Alcanzó el cordón de la campanilla pero, cuando apareció el mayordomo, fue Basil quien se encargó de ordenarle que fuera a buscar primero a la señora Sandeman y después al señor Thirsk.

Fenella Sandeman se parecía enormemente a Basil: los mismos ojos oscuros, la misma nariz recta y corta y la boca igualmente grande y móvil, pero su cara era más alargada y las arrugas menos marcadas. En su juventud debía de haber tenido un encanto próximo a la belleza, pero su físico actual era simplemente raro. A Monk no le fue preciso preguntar qué parentesco la unía a Basil, ya que era demasiado evidente para que le pasara por alto. Tenía aproximadamente la misma edad que Basil, tal vez más cerca de los sesenta que de los cincuenta, aunque estaba muy claro que libraba una batalla contra el tiempo valiéndose de todos los artificios con que cuenta la imaginación. Monk no sabía tanto de mujeres como para dilucidar con precisión de qué artimañas se valía, pero detectó su existencia. Si alguna vez había sido conocedor de ellas, las había olvidado junto con todo lo demás. En cualquier caso, veía en su rostro algo que le parecía artificial: un color de piel no natural, esa raya de las cejas demasiado marcada, el cabello demasiado tirante y oscuro…

La señora observó a Monk con gran interés y no hizo caso de Basil cuando la invitó a sentarse.

– ¿Cómo está usted? -le dijo con voz ronca pero sofisticada, con un deje algo arrastrado.

– Fenella, no se trata de una presentación social, el señor es policía -dijo Basil, cortante-. Está haciendo averiguaciones en relación con la muerte de Octavia. A lo que parece, la persona que la mató vive en la casa, probablemente se trata de algún criado.

– ¿Un criado? -Las cejas repintadas de negro se enarcaron con exageración-. ¡Dios mío, qué horroroso! -En realidad, no parecía asustada; si no hubiera sido absurdo, a Monk hasta le habría parecido que la noticia la había excitado.

Basil también captó la inflexión de la voz reveladora de sus sentimientos.

– ¡Fenella, compórtate! -la reprendió su hermano-. Te hemos llamado porque parece que Octavia descubrió algún secreto, tal vez accidentalmente, y que por esto la mataron. El inspector Monk ha pensado que a lo mejor ella te había confiado alguna cosa. ¿Es así?

– ¡Oh, Dios mío! -volvió a exclamar, sin mirar siquiera a su hermano. Sólo tenía ojos para Monk. Si no mediaran las convenciones sociales y los veinte años, por lo menos, que les separaban, se habría dicho que estaba coqueteando con él-. Tendré que pensarlo -dijo en voz baja-. No sé si podré acordarme de todo lo que me dijo los últimos días. ¡Pobre chica! Su vida era una tragedia. Perdió a su marido durante la guerra, poco después de la boda. ¡Y ahora sólo faltaba el hecho terrible de que hayan tenido que asesinarla por culpa de un maldito secreto! -Un estremecimiento recorrió su cuerpo y se quedó con la espalda encorvada-. Pero, ¿qué secreto? -abrió los ojos desmesuradamente-. ¿Cree que podría tratarse de un hijo ilegítimo? ¡Claro… esto bastaría para que una sirvienta perdiera su puesto! ¡Pero no! ¡No lo hizo una mujer, por descontado! -Se acercó un paso más a Monk-. De todos modos, ninguna de nuestras criadas ha tenido ningún niño… nos habríamos enterado. -Profirió un sonido ahogado, una especie de risita mal disimulada-. Difícilmente habría podido mantenerlo en secreto, ¿verdad? Un crimen pasional… será esto. Seguramente en la casa hay un caso pasional del que no estamos enterados y que Octavia descubrió por casualidad… y por esto la mataron… ¡Pobre niña! ¿En qué podemos ayudarle, inspector?