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Basil, sentado a la mesa, se inclinó hacia delante.

– Entonces, si no penetró nadie en la casa ni había nadie escondido en ella, usted plantea una situación imposible… a menos que quiera insinuar… -Se calló, de su cara huyó el color y, lentamente, la irritación y la impaciencia de momentos antes cedió a un auténtico horror. Se quedó inmóvil-. ¿Esto es lo que usted insinúa? -dijo en voz baja.

– Sí, sir Basil -respondió Monk.

– Entonces quiere decir… -Basil se calló y durante varios segundos mantuvo un absoluto silencio, pero era evidente que había empezado a cavilar, que estaba devanándose los sesos y que tan pronto se le ocurría una idea como la rechazaba de plano. Por fin llegó a una determinada conclusión que no pudo ya descartar-. Ya entiendo -dijo finalmente-. No me cabe en la cabeza, pero debemos enfrentarnos con lo inevitable. Aparentemente es una idea descabellada y sigo creyendo que encontrará algún fallo en su razonamiento o que verá que las pruebas no son tales. Pero hasta ese momento debemos seguir con esta conjetura. -Frunció levemente el ceño-. ¿Qué quiere saber ahora? Le aseguro que en esta casa no hay disputas violentas ni conflicto alguno y que nadie ha variado su proceder habitual. -Observó a Monk con una mezcla de contrariedad y amargura-. Por otra parte, no mantenemos relaciones personales con los criados, ya no digamos del tipo que podría tener un resultado de estas características. -Se metió las manos en los bolsillos-. Sí, aunque sea un absurdo… no pondré ningún obstáculo a sus pesquisas.

– Admito que una pelea parece improbable -dijo Monk midiendo sus palabras, tanto para mantener su dignidad a flote como para demostrar a sir Basil que sus argumentaciones tenían fundamento- y más teniendo en cuenta que el hecho ocurrió durante la noche, cuando toda la gente de la casa estaba acostada. Pero no hay que descartar la posibilidad de que la señora Haslett tuviera conocimiento de algún secreto, aun en contra de su voluntad, y que alguien pudiera temer que revelara… -Aquello no sólo era posible, sino que la excluía de toda culpa. Vio que del rostro de Basil desaparecía todo rastro de ansiedad y que en sus ojos asomaba un rayo de esperanza. Suspiró y dejó caer los brazos, de sus hombros desapareció la tensión.

– ¡Pobre Octavia! -exclamó Basil dirigiendo la mirada hacia uno de los idílicos paisajes que decoraban la pared para clavarla en él-. Lo que dice cae dentro de lo posible. Lamento haber hablado con excesiva precipitación. Hará bien prosiguiendo las investigaciones. ¿Por dónde va a empezar?

Monk apreció que sir Basil reconociera que había existido precipitación y descortesía por su parte. No esperaba tanto, hasta él habría sido reacio a aquella reacción. Aquel hombre tenía más talla de lo que suponía. -Primero querría hablar con la familia, señor Moidore. Es posible que alguien observara algo o que la señora Haslett se confiara a alguien.

– ¿Con la familia? -La boca de Basil se torció en una mueca, pero Monk no habría sabido decir si el gesto obedecía a miedo o a que en lo íntimo consideraba el hecho risible-. Muy bien -dijo al tiempo que extendía la mano hasta la cuerda de la campanilla. Así que apareció el mayordomo, sir Moidore le ordenó que fuera a avisar a Cyprian Moidore y le dijera que acudiera a la sala de día.

Monk esperó en silencio hasta que Cyprian entró.

Éste cerró la puerta tras él y miró a su padre. El parecido entre los dos, al ponerse de lado, era impresionante: la misma forma de la cabeza, los mismos ojos oscuros, casi negros, y aquella boca ancha y en extremo móvil. Pese a todo, la expresión respectiva era tan diferente que el efecto divergía por completo. Basil era más consciente de su fuerza que su hijo, tenía un temperamento más vivo, sabía disimular mejor su disposición de ánimo. Cyprian era más inseguro, como si por no haber puesto a prueba su fuerza temiera no estar a la altura. ¿Aquella faceta más blanda de su manera de ser era compasión o simplemente cautela por saberse vulnerable?

– La policía ha deducido que la persona que mató a Octavia no procedía de fuera de casa -explicó Basil sucintamente y sin más preámbulo. No miró a su hijo, pues al parecer no le interesaba saber si la noticia lo afectaba o no, ni tampoco quería ponerlo al corriente del razonamiento que había hecho Monk acerca de los posibles motivos-. La única solución posible apunta a que el responsable es una persona de la casa, por supuesto no de la familia… lo que hace, por tanto, que debamos sospechar de alguno de los criados. El inspector Monk quiere hablar con todos nosotros para averiguar lo que observamos… en el supuesto de que observáramos algo. Cyprian clavó los ojos en su padre y seguidamente se volvió a mirar a Monk, como quien mira a un monstruo procedente de tierras extrañas.

– Perdone usted -dijo Monk a modo de disculpa, ya que Basil había omitido aquel detalle-, sé perfectamente que tiene que ser sumamente desagradable para usted, pero le agradecería que me dijera qué hizo el lunes y si la señora Haslett le dijo alguna cosa, de manera especial si en alguna ocasión le confió alguna inquietud o le dijo algo que ella pudiera haber descubierto y que entrañara peligro para alguien.

Cyprian frunció el ceño y lentamente pasó de la sorpresa a la concentración. Se volvió de espaldas a su padre.

– ¿Usted cree que mataron a Octavia porque ella estaba enterada de un secreto que afectaba a alguien…? -Se encogió de hombros-. ¿Cómo es posible? ¿Considera capaz de una cosa así a uno de los criados de la casa? -Se calló. Era evidente por sus ojos que él mismo se había respondido mentalmente a la pregunta y que prefería no plasmar la respuesta en palabras-. A mí Octavia no me dijo nada, pero es que además pasé casi todo el día fuera de casa. Por la mañana escribí unas cuantas cartas y alrededor de las once fui a mi club de Piccadilly, me quedé allí a comer y por la tarde estuve con lord Ainslie, con quien hablé sobre todo de cuestiones de ganadería. Es propietario de reses y yo estudié la posibilidad de hacerle una compra. Tenemos una gran finca en Hertfordshire.

Monk tuvo la súbita impresión de que Cyprian mentía, no en relación con su encuentro con lord Ainslie, sino con el motivo del mismo.

– ¡Vaya con el condenado seguidor de Owen! -exclamó Basil en un arrebato temperamental-. ¡El que quiere que vivamos en comunas, como los animales de las granjas!

– ¡Ni pensarlo! -le replicó Cyprian-. Él cree que…

– Tú cenaste en casa -lo cortó en seco Basil antes de que empezara a hablar-. ¿No viste a Octavia entonces?

– Sólo en la mesa -dijo Cyprian con presteza-. Y no sé si te acuerdas, pero Octavia apenas habló… conmigo ni con nadie.

Basil, que estaba de cara a la chimenea, se volvió a mirar a Monk.

– Mi hija tenía mala salud. Creo que aquel día no se encontraba muy bien. Es verdad que estuvo muy callada y que parecía contrariada por algo. -Volvió a meterse las manos en los bolsillos-. Pensé que a lo mejor tenía dolor de cabeza pero ahora, considerándolo mejor, pienso que quizá se había enterado de algún secreto desagradable y esto la tenía preocupada. De todos modos, difícilmente debía de presumir el peligro que suponía para ella.

– ¡Ojalá se hubiera confiado a alguien! -exclamó Cyprian con repentina pasión. No era preciso añadir nada más a todo el cúmulo de sentimientos que se escondían detrás de la frase, cosas como remordimiento o la sensación de haber fallado en algo. Pesaba en su voz y en la tensión de sus rasgos.

Antes de que al viejo Moidore le diera tiempo de contestar, alguien dio unos golpecitos en la puerta.

– ¡Adelante! -dijo, levantando vivamente la cabeza, irritado por la intromisión.

Monk se preguntó en un primer momento quién era la mujer que entró pero enseguida, al ver un cambio en la expresión de Cyprian, se acordó de que la había visto en el salón de la casa la primera mañana que había estado en ella: era Romola Moidore. Ahora parecía menos afectada por la desgracia, su cutis era impecable, sin defecto alguno. Tenía unos rasgos regulares, ojos grandes y una espesa cabellera. Lo único que podía impedir calificarla de belleza era un mohín en la boca que traducía una especie de enfurruñamiento, un humor inestable. Miró a Monk con aire de sorpresa. Era evidente que no se acordaba de él.