Изменить стиль страницы

– ¿Irónica? -preguntó ella con viveza.

En el rostro del militar se formaron unos pliegues de dolor e instintivamente bajó la voz, pero las palabras que articuló fueron perfectamente claras.

– Sir Basil se ocupó de su ascenso y, en consecuencia, de su traslado del regimiento donde estaba Harry al principio a la Brigada Ligera de lord Cardigan, que protagonizó el ataque de Balaclava. De haber continuado como teniente probablemente seguiría vivo.

– ¿Qué ocurrió? -Ante los ojos de Hester se desvelaba una terrible posibilidad, tan espantosa que no podía mirarla pero tampoco apartar los ojos de ella-. ¿Sabe a quién pidió sir Basil el favor? De este detalle depende una gran parte del honor -dijo adoptando toda la gravedad posible- y hasta empiezo a pensar que también la verdad de la muerte de Octavia Haslett. Le ruego, comandante Tallis, que me informe de todo lo que sepa sobre la promoción del capitán Haslett.

Titubeó un momento más, pero al final prevaleció la deuda que tenía con Hester, los recuerdos comunes, la admiración y el dolor que sentía por la muerte de Haslett.

– Sir Basil es un hombre que goza de gran poder e influencia, no sé si usted es consciente de su rango. Es mucho más rico de lo que aparenta, pese a que sea evidente que lo es mucho, pero además hay mucha gente que le debe favores, deudas de socorro o de tipo financiero que se remontan al pasado. Creo que además sabe muchas cosas que… -Dejó en el aire la utilidad práctica que se derivaba de esta última circunstancia-. Para él no era difícil conseguir el traslado de un oficial de un regimiento a otro si ése era su deseo y creía que así podía promocionarlo. Le bastaba con escribir una carta y tener el dinero suficiente para comprar la nueva graduación…

– Pero ¿cómo sabía sir Basil quién era la persona a la que tenía que dirigirse para que fuera posible el ingreso en el nuevo regimiento? -insistió Hester, mientras en sus pensamientos iba perfilándose de forma cada vez más precisa la nueva idea.

– Sencillamente, porque él tiene una buena amistad con lord Cardigan, que como es lógico estaba enterado de todas las vacantes que había en los mandos.

– Y del tipo de regimiento en cuestión -añadió ella.

– Naturalmente. -El hombre parecía un tanto confuso.

– Y de sus posibles destinos.

– Es posible que esto lo supiera lord Cardigan, por supuesto, pero difícilmente sir Basil…

– ¿Se refiere a que sir Basil ignoraba el curso que emprendería la campaña y las personalidades de los mandos? -Hester dejó que él calibrara en todo su valor la duda que se reflejaba en su expresión.

– Bueno… -Frunció el ceño, como si comenzase a entrever algo que, en principio, le resultaba muy desagradable-. Naturalmente, yo no estoy al corriente del grado de familiaridad que existía entre él y lord Cardigan. Las cartas que iban y venían de Crimea exigían un espacio de tiempo considerable, aun viajando en los barcos más rápidos tardaban como mínimo entre diez y catorce días. Las cosas podían experimentar importantes variaciones en aquel espacio de tiempo. Se podían ganar o perder batallas y podía alterarse extraordinariamente la configuración de los campos respectivos de las fuerzas enfrentadas.

– Pero los regimientos no cambian su estilo, comandante -dijo Hester para obligarlo a volver a la realidad-. Un oficial competente sabe qué regimientos elegiría para llevar a cabo una carga y, cuanto más desesperada fuera ésta, mejor habría que escoger al hombre adecuado… y al capitán adecuado: un hombre dotado de valor, olfato y que contase con la lealtad absoluta de sus subordinados. También escogería a un hombre que se hubiera formado en el campo de batalla, pero que todavía no hubiera recibido ninguna herida, que no estuviera desilusionado por la derrota y el fracaso ni con tantas cicatrices en su ánimo que lo hicieran dudar de su temple.

La observó sin pronunciar palabra.

– De hecho, una vez alcanzada la graduación de capitán, Harry Haslett podía ser este hombre ideal, ¿no cree? -añadió Hester.

– Podría ser… -dijo el militar con voz apenas audible.

– Por esto sir Basil se ocupó de su promoción y de su cambio de destino a la Brigada Ligera de lord Cardigan. ¿Cree que puede conservarse parte de la correspondencia que se cruzaron en aquella ocasión?

– ¿Por qué lo dice, señorita Latterly? ¿Usted qué busca?

Mentirle habría sido una vileza… y habría acabado con la simpatía que abrigaba hacia su persona.

– La verdad sobre la muerte de Octavia Haslett -respondió Hester.

El hombre suspiró ruidosamente.

– ¿No fue asesinada por un criado? Creo haberlo leído en los periódicos. Acaban de ahorcar al asesino, ¿no?

– Sí -admitió Hester con una profunda sensación de cansancio en su interior-, pero resulta que, el mismo día que la mataron, Octavia se había enterado de algo que la trastornó tan profundamente que hasta dijo a su tío que acababa de averiguar una verdad realmente espantosa y que sólo necesitaba una prueba más para corroborarla. Comienzo a creer que ella se refería a algo que tenía que ver con la muerte de su marido. Precisamente pensaba en esto el día de su propia muerte. Hasta ahora habíamos supuesto que lo que ella había descubierto se refería a la familia que todavía tenía viva, pero es posible que no sea así. Comandante Tallis, ¿podríamos saber si ella vino aquí aquel día, si habló con alguna persona?

El comandante parecía profundamente turbado.

– ¿Qué día fue?

Ella se lo dijo.

El militar tiró de la cuerda para hacer sonar una campana y a la llamada acudió un joven oficial que se cuadró ante él.

– Payton, haga el favor de saludar de mi parte al coronel Sidgewick y de preguntarle si un día de finales de noviembre del año pasado, a una hora cualquiera, fue a verlo a su despacho la viuda del capitán Harry Haslett. Se trata de un asunto de considerable importancia en el que están comprometidos el honor y la vida de una persona, por lo que le agradecería que me diese una respuesta exacta lo más pronto posible. Esta señora, que es una enfermera de la señorita Nightingale, está esperando respuesta.

– ¡Señor! -El joven oficial volvió a cuadrarse y salió del despacho.

El comandante Tallis se disculpó por tener que pedir a Hester que aguardara en la sala de espera, ya que él tenía otras visitas que atender. Hester le dijo que se hacía cargo, que no faltaba más. Se entretendría escribiendo cartas o en otros menesteres.

No habían pasado más de quince o veinte minutos cuando se abrió la puerta y el joven oficial volvió a aparecer. Tan pronto como salió del despacho, el comandante Tallis pidió a Hester que pasara. Estaba muy pálido, los ojos llenos de ansiedad, temor y preocupación.

– Está en lo cierto -confirmó en voz baja-. Octavia Haslett estuvo aquí la misma tarde de su muerte y habló con el coronel Sidgewick. A través de él se enteró exactamente de lo mismo que usted ha sabido a través de mí y parece que, tanto por sus palabras como por su expresión, al saber la noticia, llegó a las mismas conclusiones. Me siento profundamente afectado y tengo remordimientos… aunque no sé muy bien por qué. Tal vez por cómo ocurrió todo, sin que nadie hiciera nada para impedirlo. Créame, señorita Latterly, lo siento profundamente.

– Gracias… gracias, comandante Tallis. -Le salió una sonrisa lánguida y forzada, pero sus pensamientos eran un torbellino-. Le estoy muy agradecida.

– ¿Qué va usted a hacer? -dijo él en tono perentorio.

– Pues no sé, no estoy segura. Consultaré con el oficial de policía sobre el caso; creo que sería lo más prudente.

– Por favor, se lo ruego, señorita Latterly, vaya con mucho cuidado. Yo…

– Lo sé -se apresuró a decir Hester-. Lo que me ha dicho es confidencial y el nombre de usted no aparecerá para nada, de eso le doy mi palabra. Y ahora tengo que irme. Gracias de nuevo. -Y sin esperar a que añadiera nada más, se volvió y salió del despacho. Después echó casi a correr por el largo pasillo e hizo tres giros equivocados antes de llegar, por fin, a la salida. No encontró a Monk en su domicilio y tuvo que esperarlo hasta después de anochecer. Cuando al fin regresó se sorprendió mucho al verla.