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– ¿Se le ha comido la lengua el gato? -preguntó Jazz con una aviesa sonrisa y las manos en jarras-. Por mí está bien. No tiene por qué hablar si no quiere. La verdad es que si está callada me facilita el trabajo. De todas maneras, si cambia de opinión, apriete el botón; aunque claro, cuando lo haga es posible que yo ya esté ocupada con alguien un poco más comunicativo.

Con una sonrisa final que a Laurie se le antojó descaradamente indiferente, Jazz salió de la habitación.

Con cuidado de no moverse demasiado deprisa, Laurie se acercó a la barandilla de la cama y levantó el auricular. El esfuerzo que le supuso tensar los músculos abdominales le causó agudas molestias. Apretando los dientes ante el dolor, consiguió trasladar el aparato desde la mesilla a la cama y dejarlo cerca de ella. Entonces, a causa de la angustia y los calmantes, tuvo que concentrarse para recordar el número del móvil de Jack. Tardó un momento, pero al final acudió a su memoria. Contempló el auricular y por fin se lo llevó al oído.

El corazón le dio un brinco.

¡No había línea!

Presionó frenéticamente la palanca de conexión confiando en escuchar el familiar pitido. Nada. La línea estaba cortada. Entonces, con igual frenesí, apretó el timbre de las enfermeras; no una, sino varias veces seguidas.

A pesar de que a Jack le había parecido buena idea contar con una segunda opinión sobre el ECG, no había tenido en cuenta la disponibilidad del especialista. Cuando entró con Shirley en la sala de cateterismo encontró al doctor en pleno trabajo y tuvo que resignarse a salir y a caminar nerviosamente por el pasillo sin dejar de mirar el reloj. Shirley aguantó estoicamente; si reparó en la inquieta agitación de Jack, no hizo comentario alguno.

Hasta las tres de la madrugada Henry Wo no salió y se quitó los guantes de látex y la mascarilla. Era un fornido asiático de tersa piel y negros cabellos cortados muy cortos. Cuando Shirley se lo presentó, estrechó la mano de Jack con fuerza y entusiasmo. La joven le mencionó el problema del ECG y Jack le entregó la página del expediente de Sobczyk con la gráfica.

– Ya veo, ya veo -dijo Henry asintiendo y sonriendo mientras la estudiaba-. Muy interesante. ¿No tenemos más?

– Me temo que no -repuso Jack, que a continuación explicó resumidamente la historia del intento de reanimación tal como la conocía añadiendo la razón que le llevaba a creer que una segunda opinión podía serle útil.

– Es comprometido dar una opinión con tan poca base -contestó el doctor Wo contemplando el papel. Luego, miró a Shirley-. Doctora Mayrand, quizá le gustaría decirnos qué piensa.

Shirley repitió lo que ya había dicho a Jack acerca de ondas en intervalos mientras Wo seguía asintiendo. Cuando hubo acabado, este le preguntó si tenía alguna idea de lo que podía haber causado aquellas alteraciones.

– El sistema de conducción cardíaco parece estar desmoronándose -dijo Shirley-. Quizá signifique que el bombeo de sodio dentro de las células del racimo de His no se está produciendo o quizá está saturado, con lo cual acarrea una alteración perjudicial del potencial de la membrana.

Jack apretó los dientes de nuevo con ganas de protestar. La breve parrafada de Shirley le recordaba las que había tenido que soportar en la universidad. Con la cafeína corriéndole por las venas, se sentía poco predispuesto a tolerar tanta palabrería y estaba a punto de expresar su impaciencia cuando el doctor Wo le quitó las palabras de la boca.

– Creo que lo que le interesa al doctor Stapleton es saber qué agente pudo haber sido el responsable de lo que estamos viendo en este pequeño fragmento de ECG. ¿Estoy en lo cierto, doctor?

Jack asintió enérgicamente.

– Bien -dijo Shirley, visiblemente incómoda por haber sido puesta en evidencia-, estoy segura de que hay toda una serie de sustancias capaces de provocar semejante situación, incluyendo los niveles tóxicos de cualquier sustancia capaz de producir arritmia; sin embargo, creo que pudo ser causada por un repentino desequilibrio electrolítico, especialmente de potasio o calcio. Eso es todo lo que puedo decir.

– Bien dicho -la felicitó el doctor Wo devolviendo a Jack la hoja de Sobczyk con el ECG.

Jack la cogió mientras meditaba lo que Shirley acababa de decir. No había añadido nada nuevo, pero las palabras «repentino desequilibrio electrolítico» le dieron una idea. La razón de que él y los demás hubieran descartado el posible papel desempeñado por el potasio se debía a que el laboratorio había asegurado que los niveles de potasio post mórtem eran normales. Como todo el mundo sabía, los niveles de potasio ascendían tras la muerte porque las vastas reservas de potasio del cuerpo eran intracelulares y se mantenían por un sistema de transporte activo. Tras el fallecimiento, el sistema de transporte se detenía y el potasio era inmediatamente liberado. Cualquier aumento repentino de potasio en un individuo debido a la inyección de una dosis antes de la muerte quedaría disimulado. Jack debía admitir que si alguien deseaba matar a un paciente, esa era una forma especialmente astuta e insidiosa de lograrlo.

– Si encuentra más registros de ECG, háganoslo saber -le estaba diciendo el doctor Wo-, quizá podríamos ser más exhaustivos a la hora de proponer pistas. No tiene más que traerlos.

– Gracias. Otra cosa -añadió Jack viendo los dos post-it de Laurie pegados en la hoja-. ¿Alguno de ustedes sabe qué tipo de análisis es esto? -preguntó arrancando el post-it con las letras «MFUPN» escritas en él y entregándoselo.

El doctor Wo lo miró y negó con la cabeza lo mismo que Shirley.

– Ni idea -contestó devolviendo el papelito a Jack-, pero sé de alguien que quizá sí lo sepa: David Hancock, el supervisor de noche del laboratorio. Por suerte, el laboratorio se encuentra al final del pasillo -agregó señalando una puerta a menos de cuatro metros de distancia-. Sé que está por aquí porque me ha ayudado hace un rato.

Jack cogió el post-it y volvió a pegarlo en la hoja junto al otro. Teniendo el laboratorio tan a mano, creyó que valía la pena asomarse y ver si Hancock estaba disponible.

– Ignoro qué es un MFUPN, pero sí sé lo que es un MEF2A -comentó Wo fijándose en el otro post-it.

– Ah, ¿sí? -preguntó Jack, que ni siquiera estaba seguro de dónde había sacado Laurie el acrónimo.

– Es un gen -dijo Wo-. Produce una proteína que controla la sucesión de acontecimientos que aseguran la salud del recubrimiento interno de las arterias coronarias.

– Interesante -repuso Jack mientras se preguntaba de qué modo podía asociarse aquello con las muertes de la serie de Laurie-. ¿Qué quiere decir que dé positivo?

– Bueno, eso es un tanto engañoso -admitió Wo-. Cuando alguien escribe «MEF2A positivo», lo que realmente está diciendo es que ha dado positivo para el marcador de la variante mutada del gen MEF2A. En ese caso se trata de alguien que produce una proteína defectuosa y como consecuencia tendrá bastantes probabilidades de desarrollar una enfermedad coronaria, como ha sido el caso de mi paciente de esta noche: ha dado positivo en el marcador del gen MEF2A, y aquí está, con un infarto agudo de miocardio, y eso que hemos intentado evitarlo manteniendo los niveles de colesterol lo más bajos posibles.

– Bien, estoy seguro de que todo esto me será de ayuda -dijo Jack, que en realidad no estaba del todo convencido de que así fuera.

Cuando volviera al Manhattan General y fuera a ver a Laurie tendría que preguntarle de dónde lo había sacado y, si correspondía, explicarle lo que acababan de decirle.

Dio las gracias a Shirley y a Wo y se encaminó rápidamente hacia el laboratorio rogando que Hancock estuviera disponible. Cuando entró, miró el reloj y su nivel de ansiedad subió un tanto: eran las tres y veintidós.

Laurie apretó repetidamente el botón de llamada. Había perdido la cuenta de las veces que lo había hecho desde que Jazz se había marchado, y el hecho de que nadie respondiera hacía que se sintiera aún más vulnerable. Pensó que Rakoczi se estaba mostrando deliberadamente hostil, tal como había dado a entender que haría antes de salir. Laurie se miró la mano con la que sostenía el timbre: estaba temblando.