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– Bueno, ¿qué vamos a hacer? -preguntó Edgar mientras ella decidía.

– Tenemos que volver a empezar desde el principio -contestó Bosch-. Lo de Las Vegas era una pista falsa.

Rider miró a Bosch por encima de la carta.

– Deja eso -le aconsejó-. Tienes que pedir la empanada de pollo.

Ella dudó, pero en seguida se mostró conforme y dejó la carta sobre la mesa.

– ¿Qué quieres decir con una pista falsa? -le preguntó a Bosch.

– Pues que el asesino de Tony quería que siguiéramos esa pista, así que colocó la pistola en Las Vegas para alejarnos de Los Ángeles. Pero la pifió, porque no sabía que el tío era un agente infiltrado con un montón de federales de coartada. Ahí la cagó -explicó Bosch-. Al principio, cuando descubrí que nuestro sospechoso era un federal, lo primero que pensé fue que Joey El Marcas y su gente lo habían descubierto y habían preparado todo para desacreditarlo.

– Parece lo más lógico -opinó Edgar.

– A mí también me lo parecía, al menos hasta ayer por la noche -dijo Bosch. En ese instante un camarero anciano llegó a la mesa, ataviado con una americana roja.

– Tres empanadas de pollo -pidió Bosch.

– ¿Desea el señor algo de beber? -le preguntó el camarero.

«Qué coño», pensó Bosch.

– Sí, un martini con tres olivas. Y más té frío para los demás. Ya está.

El camarero asintió y se alejó lentamente sin tomar nota.

– Ayer por la noche -prosiguió Bosch-, me enteré a través de una fuente de que Joey ignoraba que Luke Goshen era un impostor. El Marcas no tenía ni idea de que Goshen era un soplón, y menos aún un agente federal. Por eso, cuando detuvimos a Goshen, Joey tramó un plan para averiguar si su hombre iba a aguantar o acabaría cantando. Si Goshen se rajaba, Joey iba a encargar que lo mataran en la cárcel de la Metro.

Bosch les dio un momento para que asimilaran lo que acababa de decir.

– Como veis, esta nueva información desmonta la primera teoría.

– ¿Y quién es esta fuente? -quiso saber Edgar.

– No os lo puedo decir, pero es fiable. Os lo prometo.

Bosch vio que ambos bajaban la mirada. Harry sabía que confiaban en él, pero los confidentes tenían fama de ser unos mentirosos redomados. Basar toda la investigación en su palabra era mucho pedir.

– De acuerdo -cedió Bosch-. La fuente es Eleanor Wish. Jerry, ¿le has contado a Kiz lo que pasó?

Edgar dudó antes de asentir con la cabeza.

– Entonces sabéis quién es. Eleanor lo oyó todo mientras la tenían retenida en esa casa. Antes de que llegáramos, Joey y su abogado, Torrino, estuvieron allí. Eleanor oyó lo que decían y, por lo visto, no sabían nada de Goshen. De hecho, todo ese secuestro formaba parte de la prueba. Ellos sabían que la única forma que yo tenía de descubrir aquella casa era a través de Goshen. Ésa era la prueba para saber si Lucky estaba cooperando con la policía.

Todos permanecieron en silencio unos minutos mientras Edgar y Rider digerían la nueva información.

– De acuerdo -dijo Edgar finalmente-. Ya veo por dónde vas. Pero si Las Vegas fue una enorme pista falsa, ¿cómo demonios llegó la pistola a la casa del agente?

– Eso es lo que tenemos que averiguar. ¿Y si hubiera alguien ajeno a la mafia, pero lo suficientemente cercano a Tony para saber que estaba blanqueando dinero? ¿Alguien que conocía a Tony o que lo siguió a Las Vegas para observar cómo trabajaba y cómo recogía el dinero de Goshen? ¿Alguien que sabía que

Goshen podría cargar con las culpas y que Tony volvería el viernes con un montón de dinero en el maletín?

– Pues podría haberlo preparado todo, siempre y cuando hubiera tenido acceso a la casa de Goshen para plantarle la pistola -contestó Edgar.

– Exactamente, pero llegar a esa casa no habría sido un problema. Está en medio de la nada y Goshen casi siempre estaba fuera, en el club. Cualquiera podría haber entrado, colocado la pistola y vuelto a salir. La cuestión es: ¿quién?

– Estás pensando en su mujer o su amante -contestó Edgar-. Ambas podrían haber tenido acceso a toda esa información.

Bosch asintió.

– Entonces, ¿en quién nos concentramos? -continuó Edgar-. No podemos vigilarlas a las dos ahora que estamos trabajando en nuestro tiempo libre.

– No hará falta -dijo Bosch-. Creo que está claro a quién debemos investigar.

– ¿A quién? -preguntó Edgar-. ¿A la amiguita?

Bosch miró a Rider, dándole la oportunidad de responder. Ella aceptó el guante.

– No…, no puede ser Layla porque…, porque ella llamó a Tony el domingo por la mañana y dejó un mensaje en el buzón de voz. ¿Para qué iba a llamarlo si sabía que había muerto?

Bosch asintió. Rider era realmente buena.

– Quizás era parte del plan -sugirió Edgar-. Otra pista falsa.

– Puede ser, pero lo dudo -replicó Bosch-. Además, sabemos que Layla trabajó en Las Vegas el viernes por la noche, así que es imposible que se cargara a Tony.

– Entonces es su mujer-concluyó Edgar-. Verónica.

– Eso es -convino Bosch-. Creo que nos mintió, que se hizo la sueca cuando le preguntamos por los negocios de su marido. En realidad lo sabía todo y por eso tramó el plan. Ella escribió las cartas a Hacienda y a Crimen Organizado. Quería que hubiera algo contra Tony y que, cuando apareciera muerto, todo apuntara a un golpe de la mafia. Música en el maletero. Colocarle la pistola a Goshen fue sólo la guinda. Si la encontrábamos, genial. Y si no, nos hubiéramos hartado de rebuscar por Las Vegas hasta archivar el caso.

– ¿Quieres decir que ella lo preparó todo sola? -preguntó Edgar.

– No -contestó Bosch-. Sólo digo que el plan fue suyo, pero tuvo que contar con la ayuda de un cómplice. Para matar a Aliso se necesitaban dos personas y está claro que ella no llevó la pistola a Las Vegas. Después del asesinato ella se quedó en su casa, mientras su cómplice se fue a Las Vegas y le plantó la pistola a Luke Goshen.

– Espera un momento -contestó Rider-. Nos olvidamos de algo. Verónica Aliso disfrutaba de una vida muy acomodada gracias al negocio de blanqueo de Tony. Tenía una mansión en las colinas, coches… ¿Por qué iba a matar a la gallina de los huevos de oro? ¿Cuánto había en ese maletín?

– Según los federales, cuatrocientos ochenta mil dólares -respondió Bosch.

Edgar emitió un pequeño silbido, mientras Rider negaba con la cabeza.

– Sigo sin entenderlo -insistió ella-. Cuatrocientos ochenta mil es mucho dinero, pero Tony ganaba al menos eso en un año. En términos financieros, matarlo suponía beneficios a corto plazo pero perder a la larga. No tiene sentido.

– Entonces hay algo más en este caso que todavía no sabemos -concedió Bosch-. Tal vez Tony estaba a punto de dejarla; tal vez esa vieja de Las Vegas que nos contó que Tony iba a irse con Layla estaba diciendo la verdad. O quizás hay más pasta por algún lado, pero de momento no veo a nadie más que encaje como posible homicida.

– ¿Y el guarda de la urbanización? -preguntó Rider-. Según su registro, Verónica no salió el viernes en toda la noche ni nadie fue a verla.

– Bueno, habrá que volver a considerarlo -contestó Bosch-. Tiene que haber otra forma de entrar y salir.

– ¿Cuál es el próximo paso? -inquirió Edgar.

– Volver a empezar -respondió Bosch-. Quiero saberlo todo sobre ella: de dónde es, quiénes son sus amigos, qué hace en esa casa todo el santo día, adónde iba cuando Tony estaba de viaje y con quién.