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– ¿Como qué? ¿Comprarle una nueva coleta a tu amigo Roy?

– Dame eso y déjame en paz.

Bosch aún no se había movido.

– ¿Para qué lo quieres, O'Grady? Todos sabemos que vais a pasar del caso. A vosotros os importa un pimiento quién mató a Tony Aliso y no vais a averiguarlo.

– Eso es mentira. Dame la carpeta y todo lo demás.

O'Grady pasó la mano por encima del mostrador para intentar pulsar el botón que abría la puerta.

– Pisa el freno, madaleno -dijo Bosch al tiempo que se ponía en pie-. Espérate ahí. Ahora te las traigo.

Con la carpeta en la mano, Bosch caminó hasta Homicidios y, de espaldas a O'Grady, la depositó en la mesa. Luego cogió la caja con el expediente original, la documentación complementaria y las pruebas recogidas por Edgar y Rider y se lo llevó todo al agente del FBI.

– Tienes que firmar -le informó Bosch-. Cuidamos mucho nuestras pruebas y a quién se las damos.

– Seguro -repuso-. Eso lo sabe todo el mundo desde el caso O. J. Simpson.

Bosch agarró a O'Grady por la corbata y tiró de ella. El agente no encontró ningún punto de apoyo. Bosch tiró tanto que acabó hablándole a la oreja.

– ¿Qué has dicho?

– Bosch, me cago…

– ¡Harry!

Bosch levantó la cabeza y vio a Billets asomada a la puerta de su despacho. El detective soltó la corbata de O'Grady y éste se irguió de golpe. Tenía la cara roja de vergüenza y rabia.

– ¡Estás chalado, Bosch! -gritó, mientras se ajustaba la corbata-. ¡Eres un gilipollas!

– No sabía que los agentes fuerais tan malhablados -comentó Bosch.

– Harry, siéntate -le ordenó Billets-. Ya me encargo yo.

La teniente se había acercado al mostrador.

– Tiene que firmar el recibo -explicó Bosch.

– ¡Me da igual! ¡Te he dicho que me encargo yo!

Bosch volvió a su mesa y se quedó mirando a O'Grady mientras Billets sacaba de la caja el albarán y el recibo que Edgar había preparado. La teniente le indicó a O'Grady dónde firmar y le pidió que se marchara.

– Vaya con cuidado con éste -le aconsejó O'Grady al tiempo que levantaba la caja.

– Vaya con cuidado usted, agente O'Grady. Si llega a mis oídos el menor comentario sobre este pequeño desacuerdo, me querellaré contra usted por provocación.

– Pero si ha sido él…

– No me importa. ¿Me entiende? No me importa. Ahora váyase.

– Ya me voy, pero vigile a su chico. Aléjelo de esto -dijo, señalando la caja. O'Grady comenzó a alejarse del mostrador, pero se volvió a mirar a Harry y agregó-: Eh, Bosch, me olvidaba. Tengo un mensaje de Roy.

– Agente O'Grady, ¡quiere hacer el favor de irse! -le exhortó Billets.

– ¿Qué? -inquirió Bosch.

– Roy sólo quería preguntarte ¿quién es carne de cañón ahora?

O'Grady dio media vuelta y se dirigió hacia la salida. Billets lo siguió con la mirada hasta que desapareció y luego se volvió hacia Bosch.

– No puedes controlarte, ¿verdad? -le recriminó-. ¿Cuándo aprenderás a no meterte en estas broncas ridículas?

Bosch fue incapaz de replicar. Billets regresó a su despacho, cerró la puerta y bajó las persianas. Harry, por su parte, se reclinó en el asiento con las manos enlazadas en la nuca, miró al techo y soltó un gran suspiro.

Inmediatamente después del incidente con O'Grady, Bosch tuvo que ocuparse de tramitar la denuncia de un atraco a mano armada porque en esos momentos no había nadie en Robos. Todo el equipo estaba fuera, investigando el robo de un coche con persecución incluida.

La víctima del atraco a mano armada era un chico mexicano que vendía unos mapas de Beverly Hills en los que estaban marcadas las casas de las estrellas de cine. A las diez de la mañana, poco después de que el chico se instalara en la esquina de Hollywood Boulevard y Sierra Bonita para ofrecer su mercancía a los conductores, un sedán antiguo de fabricación estadounidense se detuvo a su lado. Al volante iba un hombre acompañado de una mujer. Después de preguntar cuánto costaban los mapas y si había vendido muchos, la mujer le apuntó con una pistola y le robó treinta y ocho dólares. El chico había ido a denunciar el robo con su madre. Al parecer, sólo había vendido un mapa cuando fue atracado y casi todo lo que le robaron era el dinero que llevaba para dar cambio. Aquellas pérdidas equivalían a todo un día de trabajo en la esquina, agitando los brazos como aspas de molino.

Por el exiguo botín y el método torpe empleado por los atracadores, Bosch dedujo que los autores serían un par de yonquis en busca de dinero fácil para su próxima papelina de caballo. Ni siquiera se habían molestado en ocultar la matrícula del coche, que el chico había memorizado mientras se alejaban.

Cuando el chico y su madre se fueron, Bosch se dirigió al teletipo y circuló una orden de busca del automóvil y una descripción de los sospechosos. Entonces descubrió que ya había una orden de busca de ese vehículo por haber sido empleado en dos robos la semana anterior. «Para lo que ha servido», pensó Bosch. Deberían haber detenido a los ladrones antes de que atracaran a ese pobre chico, pero aquello era la gran ciudad, no un mundo perfecto. A Bosch no le podían afectar demasiado ese tipo de decepciones.

Para entonces era la hora de comer y la oficina había quedado casi desierta. Bosch sólo vio a Mary Cantu en la mesa de Delitos Sexuales, seguramente ocupada con la denuncia de aquella mañana.

Edgar y Rider ya se habían marchado; al parecer habían pensado que sería mejor acudir a Musso's por separado. Cuando Bosch se disponía a salir, se fijó en que las persianas del despacho de la teniente seguían bajadas. Billets estaba allí. Tras recoger la carpeta sobre el caso Aliso de la mesa de Homicidios y meterla en su maletín, Bosch llamó a la puerta de la teniente. Antes de que ella pudiera responder, él la abrió y asomó la cabeza.

– Me voy a comer y luego al centro para lo de Asuntos Internos. El mostrador se queda vacío.

– Muy bien -contestó ella-. Le pediré a Edgar o Rider que te sustituyan después de comer. Ahora mismo tampoco tienen ningún caso.

– Vale, hasta luego.

– Em… ¿Harry?

– ¿ Sí?

– Perdona por lo de antes. Sigo creyendo lo que te dije, pero debería haber hablado contigo en el despacho, no delante de todo el mundo. Lo siento.

– No pasa nada. Buen fin de semana.

– Igualmente.

– Gracias, teniente.

– Grace.

– Grace.

A las doce y media clavadas, Bosch aparcó detrás del restaurante Musso and Frank's de Hollywood Boulevard. Aquel local era toda una institución en Hollywood desde su fundación en el año 1924. En su época había sido lugar de encuentro de la flor y nata de la ciudad. Allí pasaron horas conversando Francis Scott Fitzgerald y William Faulkner. Una vez, Charlie Chaplin y Douglas Fairbanks disputaron una carrera a caballo por Hollywood Boulevard, y el perdedor tuvo que pagar una cena en Musso's. A la sazón el restaurante vivía principalmente del encanto de su pasado glorioso. Sus asientos de cuero rojo seguían llenándose cada día a la hora de comer y por el aspecto y la forma de moverse de algunos camareros uno hubiera jurado que habían servido al mismo Chaplin. El menú tampoco había cambiado en todos los años que Bosch llevaba almorzando allí, algo extrañísimo en una ciudad donde las prostitutas del Boulevard duraban más que la mayoría de los restaurantes.

Edgar y Rider esperaban en una de las codiciadas mesas redondas y Bosch se sentó con ellos después de que el maitre se la señalara con el dedo. Debía de estar demasiado viejo y cansado para acompañarlo. Edgar y Rider habían pedido té frío, así que Bosch decidió tomar lo mismo aunque pensó que era una lástima, puesto que en Musso's servían el mejor martini de la ciudad. Sólo Rider miró la carta. Al ser nueva en la división, todavía no había frecuentado el restaurante lo suficiente para saber cuál era el mejor plato.