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– ¿Durante la investigación?

– No. Por la noche, cuando había terminado. No todos trabajamos las veinticuatro horas como tú. -Bosch sonrió con ironía.

– ¿Era Eleanor Wish una testigo en este caso? -preguntó Chastain, algo sorprendido de que Bosch hubiera cruzado aquella línea.

– Al principio pensé que podría serlo, pero después de localizarla y hablar con ella, en seguida me di cuenta de que no tenía nada que aportar al caso.

– Pero al principio la abordó en calidad de investigador de este caso.

– Correcto.

Chastain consultó su libreta un buen rato antes de formular la siguiente pregunta.

– ¿Está esa mujer, sigo refiriéndome a la delincuente convicta Eleanor Wish, viviendo en su casa en estos momentos?

Bosch notó que su cólera aumentaba. La invasión de su intimidad y el tono de Chastain comenzaban a hacerle mella. Tuvo que esforzarse por conservar la calma.

– Eso no lo sé.

– ¿Quiere decir que no sabe si alguien está viviendo en su casa o no?

– Mira, tío, ayer por la noche estaba allí, ¿vale? ¿Es eso lo que quieres oír? Pasó la noche conmigo, pero no sé si ya se ha marchado. Ella tiene su propia casa en Las Vegas, así que puede que haya vuelto. No lo sé, no lo he comprobado. ¿Quieres que la llame y se lo pregunte?

– No creo que sea necesario. Ya tengo todo lo que quería. -Entonces Chastain le soltó la clásica cantinela de Asuntos Internos-: Detective Bosch, en breve será informado de los resultados de esta investigación sobre su conducta. Si el departamento presenta cargos contra usted, se le notificará la fecha de la vista ante el Comité de Derechos. Tres capitanes del departamento dictaminarán tras estudiar las pruebas; usted podrá elegir a uno, yo seleccionaré al segundo y el tercero será elegido al azar. ¿Alguna pregunta?

– Sólo una. ¿Cómo puedes considerarte un policía cuando todo lo que haces es sacarte de la manga estas investigaciones de mierda?

Zane puso la mano en el antebrazo de Bosch para tranquilizarlo.

– Déjalo -le dijo Chastain a Zane-. No me importa contestar. De hecho, es una pregunta que he oído a menudo. Es gracioso que siempre me la hagan los polis a los que estoy investigando. Bueno, la respuesta es que yo me siento orgulloso de mi trabajo porque represento a los ciudadanos y, si nadie controla a la policía, nadie puede controlar los abusos de poder. Yo tengo una función valiosa en esta sociedad, detective Bosch. Estoy orgulloso de lo que hago. ¿Puede usted decir lo mismo?

– Bla, bla, bla -se burló Bosch-. Este discursito sonará fantástico a quien escuche esta grabación. Supongo que si te pasas la noche practicándolo, al final te lo acabas creyendo. Sólo tengo una pregunta, Chastain: ¿quién controla a la policía que controla a la policía?

Bosch se levantó y Zane lo siguió. La entrevista había terminado.

Después de salir del Departamento de Asuntos Internos y agradecerle a Zane su ayuda, Bosch bajó al laboratorio de Investigaciones Científicas en el tercer piso para ver a Art Donovan. El perito acababa de regresar de la escena de un crimen y estaba catalogando todas las pruebas que había recogido.

– ¿Cómo has entrado, Harry? -preguntó Donovan, sin alzar la vista.

– Con la combinación.

La mayoría de los detectives del Departamento de Robos y Homicidios conocía la combinación de la puerta. A pesar de que hacía cinco años que Bosch no trabajaba allí, seguía siendo la misma.

– Ya -dijo Donovan-. Así empiezan los problemas.

– ¿Qué problemas?

– Pues que tú aparezcas aquí mientras yo trabajo con las pruebas. Como me descuide, me las invalidarán en el juicio y yo saldré por la tele haciendo el ridículo.

– Estás paranoico, Artie. Además, no toca otro juicio del siglo hasta dentro de unos años.

– Muy gracioso. ¿Qué quieres?

– ¿Qué ha pasado con mis huellas de zapatos y todo lo demás?

– ¿Del caso Aliso?

– No, del caso Lindbergh. ¿Tú que crees?

– Es que me han dicho que ya no llevabas la investigación. Tengo que prepararlo todo para que lo recoja el FBI.

– ¿Cuándo?

Por primera vez, Donovan levantó la mirada y dejó lo que estaba haciendo.

– Sólo sé que van a mandar a alguien antes de las cinco. -Entonces es mi caso hasta que ellos aparezcan. ¿Qué pasó con las huellas de zapatos que sacaste?

– Nada. He enviado copias al laboratorio del FBI en Washington para ver si podían identificar la marca y el modelo. -¿Y qué?

– Nada, aún no me han contestado. Todos los departamentos del país les mandan cosas, ya lo sabes. Y por lo que me han dicho, cuando llega un paquete de Los Ángeles, se lo toman con calma. No creo que me digan nada hasta la semana que viene. Eso, si tengo suerte.

– Mierda.

– De todos modos ahora es demasiado tarde para llamar a la costa este; probaré el lunes. No sabía que las huellas te importaran tanto -le dijo Donovan-. Comunicación, Harry. Ése es el secreto. Deberías probarlo un día de éstos.

– No te preocupes. Oye, ¿todavía tienes una copia de las huellas?

– Sí.

– ¿Me puedes dar una?

– Claro, pero tendrás que esperarte unos veinte minutos hasta que acabe esto.

– Venga, Artie. Seguramente está en un archivador; son sólo treinta segundos.

– ¡Vale ya, Harry! -exclamó Donovan, exasperado-. Te lo digo en serio. Ya sé que está en un archivador y sólo me llevaría medio minuto encontrártelo, pero si dejo lo que estoy haciendo, se me puede caer el pelo cuando testifique sobre este caso. Ya me imagino al picapleitos gritando: «¿Le está usted diciendo a este jurado que mientras clasificaba las pruebas de este caso, se levantó para buscar las pruebas de otro caso?».

No hace falta ser Perry Mason para convencer a un jurado. Venga, déjame tranquilo y vuelve dentro de media hora.

– Vale, Artie. Te dejo en paz.

– Y llama al timbre antes de entrar. Tenemos que cambiar la combinación de esa puerta. -Esto último lo dijo más para sus adentros que para Bosch.

Harry salió del Parker Center a fumarse un cigarrillo, pero tuvo que caminar hasta la acera para encenderlo. La razón era que había tantos policías fumadores empedernidos que a menudo se congregaba una multitud frente a las puertas del edificio. El jefe de policía opinaba que el gentío y la nube de humo azulado que flotaba de forma permanente en la entrada, causaban muy mala imagen, por lo que había prohibido fumar en la propiedad que rodeaba el edificio. Eso quería decir que la acera de Los Angeles Street parecía el escenario de una manifestación sindical, con policías -algunos de uniforme- caminando arriba y abajo mientras fumaban. Sólo faltaban los piquetes con pancartas. Incluso corría el rumor de que el jefe de policía había hablado con el ayuntamiento para intentar prohibir fumar en la acera, pero le habían dicho que ésta se hallaba fuera de su alcance.

Bosch estaba encendiendo un segundo cigarrillo con la colilla del primero cuando vislumbró la enorme figura del agente del FBI Roy Lindell que salía tranquilamente del cuartel general de la policía. Al llegar a la acera, giró a la derecha, en dirección a la sala de justicia federal. Pese a caminar directamente hacia Bosch, Lindell no lo vio hasta tenerlo casi encima.

– ¿Qué haces? -preguntó, sobresaltado-. ¿Estabas esperándome?

– No, estoy fumándome un cigarrillo. ¿Qué haces tú, Lindell?

– Nada que te importe.

Lindell se dispuso a sortear a Harry.

– ¿Qué tal la charla con Chastain? -le preguntó Bosch.