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Lindell se detuvo.

– Me han pedido que viniera a hacer una declaración y eso he hecho. Yo he dicho la verdad; ya veremos qué pasa.

– El problema es que tú no sabes la verdad.

– Lo que sé es que encontraste una pistola que yo no puse ahí. Ésa es la verdad.

– Una parte.

– Bueno, es lo único que sé y eso es lo que le he dicho. Adiós.

Lindell comenzó a alejarse mientras Bosch lo contemplaba. Pero su comentario lo detuvo de nuevo.

– Puede que vosotros tengáis bastante con una parte de la verdad, pero yo no.

Lindell se volvió y se acercó a Bosch.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Adivina.

– No, dímelo tú.

– Pues que alguien nos usó a todos y yo voy a averiguar quién fue. Ya te avisaré cuando lo sepa.

– Oye, tío, tú ya no tienes el caso. Lo estamos investigando nosotros, así que más te vale que lo dejes.

– Lo estáis investigando vosotros -repitió Bosch con sarcasmo-. Seguro que estáis escarbando como locos.

– No te rías. Lo estamos tomando en serio.

– Dime una cosa, Lindell.

– ¿Qué?

– Cuando estabas en Las Vegas, ¿alguna vez fue Tony a recoger el dinero con su mujer?

Lindell se quedó callado un momento mientras decidía si responder a la pregunta. Finalmente negó con la cabeza.

– Nunca -contestó-. Tony siempre decía que ella odiaba ese lugar. Malos recuerdos, supongo.

Bosch intentó disimular su interés.

– ¿Recuerdos de Las Vegas?

Lindell sonrió.

– Para alguien que se supone que tiene todas las respuestas, no sabes mucho, ¿no? Tony la conoció en el club hace unos veinte años. Mucho antes de que yo llegara. Ella era una bailarina que Tony iba a convertir en estrella de cine. El mismo cuento que siguió usando hasta el final. Supongo que después de su mujer aprendió la lección; no casarse con todas.

– ¿Conocía su mujer a Joey El Marcas?

– Ya llevas tres preguntas, Bosch.

– ¿Lo conocía?

– No lo sé.

– ¿Cómo se llamaba ella en esa época?

– Eso tampoco lo sé. Hasta la vista, Bosch.

Lindell dio media vuelta y se marchó. Tras arrojar la colilla a la calzada, Bosch regresó a la Casa de Cristal. Unos minutos más tarde, después de llamar al timbre como un niño obediente, Bosch entró en el laboratorio de Investigaciones Científicas. Donovan, que seguía en su mesa, le pasó una carpeta a Harry.

– Ahí tienes; es lo mismo que envié a Washington -le informó-. Lo que hice es sacar una foto del negativo y luego revelar el nuevo negativo en blanco y negro para poder distinguir mejor la huella. También lo amplié todo a tamaño natural.

Bosch sólo había comprendido la última frase. Al abrir la carpeta, encontró dos pisadas negras sobre fondo blanco. Ambas eran huellas parciales del pie derecho aunque, entre las dos, se podía ver casi toda la suela. Donovan se levantó y le indicó a Bosch un surco en el tacón. Era una línea curvada, pero rota.

– Si encontráis al asesino y todavía tiene los zapatos, lo cogeréis con esto. ¿Ves esa línea? No parece diseño del fabricante. O es un corte con un cristal o un defecto de fábrica. Si encuentras el zapato, podremos identificarlo y mandar al tío a chirona.

– Muy bien -comentó Bosch, todavía con la mirada fija en las fotos-. ¿Tenían los de Washington alguna idea de lo que podía ser?

– No demasiada. Suelo consultarle estas cosas a un colega que conocí en un congreso. Cuando me llamó para decirme que había recibido el paquete, sólo me comentó que tal vez fuera una de esas botas blandas que se llevan tanto ahora. Son como botas de trabajo pero más cómodas y deportivas.

– Vale, Artie. Muchas gracias.

Bosch se dirigió al centro médico de la Universidad de California y aparcó junto a la estación de maniobras abandonada. La oficina del forense estaba en la parte trasera del edificio y Harry entró por la puerta de atrás, después de mostrarle la placa al guarda de seguridad.

En primer lugar Bosch fue al despacho del doctor Salazar, pero lo halló vacío. Después se dirigió a la planta de autopsias y echó un vistazo en la primera sala, donde estaba la mesa baja de Salazar. Efectivamente, allí estaba el forense, trabajando sobre el pecho abierto de un chico negro. Cuando Bosch entró, Salazar alzó la vista.

– Harry, ¿qué haces tú aquí? Éste no es vuestro.

– Quería hablarte sobre el caso Aliso.

– Ahora mismo estoy un poco liado. Y para estar aquí has de ponerte mascarilla y bata.

– Ya lo sé. Sólo quería una copia del informe de la autopsia.

– Ahora pido que te hagan una. Dicen que el FBI está interesado en el caso, ¿es verdad?

– Eso parece.

– Es curioso porque los federales no hablaron conmigo. Sólo entraron y se llevaron el informe. Y tú ya sabes que el informe sólo contiene las conclusiones, sin las cábalas que nos gusta hacernos a nosotros.

– ¿Y qué cábalas les habrías contado si hubieran venido a hablar contigo?

– Les habría contado mi corazonada.

– Cuéntamela.

Salazar apartó la vista del cadáver, pero mantuvo sus manos enguantadas sobre él para que no goteara la sangre.

– Mi corazonada es que buscáis a una mujer.

– ¿Por qué?

– Por la sustancia que encontré dentro y debajo de los ojos.

– ¿La pomada?

– ¿Qué?

– Nada, no importa. ¿Qué encontraste?

– Los resultados del análisis confirmaron que se trataba de oleo capsicum. También lo encontramos en las cavidades nasales. ¿Sabes de qué hablo, Harry?

– De Pepper Spray.

– Vaya, me has fastidiado la sorpresa.

– Perdona. ¿Así que alguien lo roció con Pepper?

– Exactamente. Por eso creo que fue una mujer o alguien que temía no poder controlarlo. Además, todas las mujeres de por aquí lo llevan en el bolso.

Bosch se preguntó si Verónica Aliso sería una de esas mujeres.

– Genial, Sally. ¿Algo más?

– No. El resto de análisis dieron negativo.

– ¿No encontrasteis nitrato amílico?

– No, pero se elimina con rapidez. No lo encontramos muy a menudo. ¿Qué tal tú con las balas?

– Bien. ¿Puedo llamar a tu ayudante?

– Llévame al interfono.

Mientras Bosch empujaba la silla de ruedas de Salazar, éste levantó las manos para no ensuciar nada. En una de las encimeras había un teléfono conectado a un interfono. Tras decirle a Harry qué botón debía pulsar, Salazar solicitó a su ayudante que le hiciera una fotocopia del informe.

– Gracias -dijo Bosch.

– De nada. Espero que te sirva. Recuerda, busca una mujer que lleve Pepper Spray en el bolso. No Mace, Pepper Spray.

– De acuerdo.

A causa del tráfico del fin de semana, Bosch tardó casi una hora en ir desde el centro hasta Hollywood. Cuando llegó al Cat & Fiddle de Sunset Boulevard eran más de las seis y, al franquear la verja, localizó a Edgar y Rider ya sentados en la terraza del bar. En su mesa había una gran jarra de cerveza y una tercera persona: Grace Billets.

El Cat & Fiddle era un local muy frecuentado por los policías de Hollywood porque se hallaba a pocas manzanas de la comisaría. Por eso, cuando Bosch se acercó a la mesa, ignoraba si Billets estaba allí por casualidad o porque se había enterado de su pequeña operación independiente.

– Hola, chicos -los saludó Bosch.

En la mesa había un vaso vacío. Harry se sirvió un poco de cerveza de la jarra y brindó por el fin de otra semana.