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– ¿Una prueba? -preguntó Bosch, perplejo.

– No hago más que darle vueltas desde que me sacaste de allí -repuso Eleanor. Luego levantó el dedo índice, a modo de introducción-. Empecemos con lo que oí. Digamos que eran Joey y su abogado y que no era un montaje, sino la verdad. Ellos no encargaron el asesinato de Tony Aliso, ¿vale?

– Vale.

– Mirémoslo desde su punto de vista. Ellos no tienen nada que ver con todo esto, pero la policía arresta a uno de sus hombres. Y, por lo que les ha dicho su contacto en la Metro, el caso parece resuelto. Los polis tienen huellas y el arma homicida, que ha aparecido en el baño de Goshen. Joey deduce que la policía se la ha colocado o que Goshen asesinó a Tony por su cuenta. Sea cual sea la respuesta, ¿cuál crees que es la primera reacción de Joey?

– Prevenir los posibles daños.

– Exactamente. Tiene que descubrir qué pasa con Goshen y cómo le puede perjudicar todo esto, pero no puede porque Goshen se ha buscado su propio abogado. Torrino no tiene acceso a él. Así que Joey y Torrino preparan una prueba para comprobar si Goshen se ha buscado su propio abogado para hablar.

– Para hacer un trato con la policía.

– Eso es. Ahora, digamos que por su contacto en la Metro, Joey y Torrino descubren que el policía que lleva el caso tiene una relación con una persona que conocen y sobre la cual tienen poder: yo.

– Así que te llevan a la casa y esperan, porque saben que si yo te encuentro o llamo a la Metro para decir dónde estás, tiene que habérmelo dicho Goshen -dedujo Bosch-. Eso significa que está cooperando con la policía; ésa era la prueba que mencionó Quillen. Si yo no aparezco, quiere decir que todo va bien y Goshen está aguantando el tipo. Pero si yo me presento, sabrán que tienen que cargarse a Goshen lo antes posible.

– Antes de que pueda hablar. Eso es lo que yo pensé.

– Lo cual querría decir que a Aliso no lo asesinó la mafia, bueno, al menos no Joey y compañía, y que no tenían ni idea de que Goshen fuera un agente federal.

Ella asintió. Bosch notó el entusiasmo propio de haber dado un enorme paso en las tinieblas de la investigación.

– No hubo música en el maletero -concluyó.

– ¿Qué?

– Pues que todo el rollo de Las Vegas, Joey El Marcas, etcétera… fue para despistar. Nos hemos equivocado de camino. Lo debió de planear alguien muy cercano a Tony. O lo suficientemente cercano para saber que él blanqueaba dinero y hacer que pareciera un golpe de la mafia. Para cargarle el muerto a Goshen.

Eleanor asintió.

– Por eso tenía que contártelo todo -explicó ella-. Aunque significara que nosotros…

Bosch la miró. Eleanor no terminó la frase y él tampoco. A continuación él sacó un cigarrillo y se lo metió en la boca, pero no lo encendió. Primero recogió los platos de ambos y se levantó del banco de madera donde estaba sentado.

– Tampoco tengo postre.

– No pasa nada.

Bosch se llevó los platos a la cocina, los pasó por debajo del grifo y los metió en el lavavajillas. Era la primera vez que lo usaba, así que tardó un poco en averiguar cómo funcionaba. Una vez en marcha, comenzó a fregar la sartén y el cazo. Eleanor entró en la cocina con su copa de vino y lo estuvo observando unos segundos.

– Lo siento.

– No importa. Te habías metido en un lío e hiciste lo que pudiste -respondió Bosch-. No te culpo; yo seguramente habría hecho lo mismo.

– ¿Quieres que me vaya?

Harry cerró el grifo y se quedó mirando su propia silueta, que se reflejaba en el acero inoxidable del nuevo fregadero.

– No -contestó-. Creo que no.

El viernes por la mañana Bosch llegó a la comisaría a las siete de la mañana con una caja de donuts que había comprado en el Fairfax Farmers Market. Como no había nadie más, dejó la caja junto a la cafetera, sacó un donut y se lo llevó a su escritorio en Homicidios envuelto con una servilleta.

A continuación fue a la oficina de guardia y se sirvió café del termo, puesto que era mucho mejor que el que salía de la máquina de la brigada de detectives.

Al regresar con el café, Bosch recogió el donut y se trasladó a la mesa situada detrás del mostrador de la oficina de detectives. Su nuevo trabajo consistía en tramitar las denuncias de los ciudadanos y clasificar y distribuir los informes nocturnos. Afortunadamente para él no tenía que contestar el teléfono, una tarea que cumplía un voluntario del barrio.

Cuando Bosch ya llevaba al menos quince minutos en la oficina empezaron a llegar los demás detectives. Seis veces consecutivas le preguntaron qué hacía en el mostrador de entrada y Bosch repitió que era demasiado largo de explicar y que pronto correría la voz. Los secretos no duraban mucho en una comisaría de policía.

A las ocho y media, el teniente Klein trajo los informes antes de irse a casa y sonrió al ver a Bosch. El teniente del turno de noche y Bosch se conocían desde hacía años.

– ¿A quién has pegado esta vez, Bosch? -se burló.

Era bien sabido que el detective que se sentaba en aquella mesa lo hacía porque era su turno en la rotación o porque era objeto de una investigación interna, siendo esto último lo más común. No obstante, el sarcasmo de Klein revelaba que aún no conocía la situación en la que se hallaba Bosch. Harry sonrió, pero no dijo nada. Se limitó a coger los informes y despedirse de él con un saludo militar.

La pila de informes que Klein le había dado tenía unos cinco centímetros de altura y contenía casi la mitad de las denuncias recogidas por los patrulleros de la División de Hollywood en las últimas veinticuatro horas. Un poco más tarde recibiría una segunda entrega, más pequeña, correspondiente a lo que traían los rezagados, pero lo que tenía en las manos representaba casi todo el trabajo de un día.

Con la cabeza baja y haciendo caso omiso de las conversaciones que oía a su alrededor, Bosch tardó media hora en clasificar los informes por delitos. Después tuvo que leérselos todos por encima y emplear su experiencia para relacionar robos con atracos o asaltos, y finalmente entregar cada pila a la mesa asignada a ese delito.

Cuando alzó la vista, Bosch se fijó en que la teniente Billets estaba al teléfono en su despacho. No la había visto entrar. Parte de su trabajo administrativo consistía en resumirle los delitos de esa mañana y destacar cualquier detalle fuera de lo común o importante del que debiera estar en conocimiento en su calidad de jefa de detectives.

Harry volvió al trabajo. Primero leyó las denuncias de robos de automóviles, que eran las más numerosas. En las últimas veinticuatro horas se habían producido treinta y tres robos de coches en Hollywood. Leyó los resúmenes de cada informe en busca de datos de interés y, como no encontró nada fuera de lo habitual, llevó toda la pila al detective responsable de Automóviles. Al regresar a su puesto, Bosch vio que Edgar y Rider estaban junto a la mesa de Homicidios, llenando una caja de cartón. Cuando se acercó comprendió que estaban empaquetando el expediente del caso Aliso y otros documentos relacionados con él para mandárselo a los federales.

– Buenos días -saludó Bosch, sin saber muy bien cómo comenzar.

– Hola, Harry -respondió Edgar.

– ¿Qué tal? -le preguntó Rider, con verdadera preocupación.

– Bah, tirando… Sólo quería deciros que siento mucho haberos metido en todo esto, pero que no es verdad que…

– Déjalo, Harry -le cortó Edgar-. No tienes que darnos explicaciones. Los dos sabemos que esto es una gilipollez. En todos los años que llevo en este oficio no he conocido a un poli más honrado. Y lo demás son hostias.