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– Adelante.

– Lo que te dije de pagar a Quillen el impuesto callejero y todo eso… Bueno, pues hay más.

Eleanor lo miró a los ojos, intentando adivinar su reacción antes de proseguir, pero Bosch permaneció impasible, a la espera.

– Cuando llegué a Las Vegas después de salir de la cárcel, no tenía ni casa, ni coche, ni amigos. Mi única idea era intentar jugar a las cartas. En Frontera conocí a una chica de Las Vegas, Patsy Quillen, que me dijo que llamara a su tío, Terry Quillen, y que él invertiría en mí cuando me viese jugar. Patsy me escribió una referencia para que se la llevase.

Bosch permaneció en silencio. Comenzaba a adivinar por dónde iban los tiros, pero no comprendía por qué ella se lo estaba contando.

– Así que Quillen invirtió en mí. Me consiguió un apartamento y un poco de dinero para jugar. Nunca mencionó a Joey El Marcas aunque yo debería haberme imaginado que el dinero venía de algún sitio; siempre es así. Bueno, más tarde, cuando me lo contó, me dijo que no me preocupara porque la organización no quería que yo les devolviera el dinero. Sólo me exigieron los intereses: doscientos dólares por semana. El impuesto. No tuve otra elección, porque ya había aceptado el dinero. Así que comencé a pagarles. Al principio fue difícil; un par de veces no conseguí reunirlo y la semana siguiente me lo doblaron y lo añadieron al impuesto de esa semana. Si te atrasas con los pagos, estás perdida.

Eleanor se miró las manos y las apoyó sobre la mesa.

– ¿Qué te obligaron a hacer? -murmuró Bosch, desviando la mirada.

– No lo que estás pensando -respondió ella-. Tuve suerte… ellos me conocían. Quiero decir que sabían que había sido agente del FBI, así que aprovecharon mi experiencia. A pesar de que estaba desentrenada, me pusieron a vigilar gente. Era sobre todo en los casinos, pero un par de veces los seguí afuera. La mayoría de veces no sabía muy bien quiénes eran las personas o para qué querían la información, pero yo los observaba, a veces jugaba con ellos en las mismas mesas, y después le contaba a Terry si ganaban o perdían, con quién hablaban, cómo jugaban… cosas así.

Eleanor estaba yéndose por las ramas, retrasando el momento de contarle lo que iba a contarle, pero Bosch no dijo nada. La dejó continuar.

– A Tony Aliso lo seguí un par de veces. Ellos querían saber cuánto dinero se dejaba en las mesas y adónde iba después, lo de siempre. Pero resultó que Tony no perdía demasiado; el tío era bastante bueno a las cartas.

– ¿Adónde iba después de jugar?

– A cenar o al club de strip-tease. A veces hacía recados, cosas así.

– ¿Lo viste alguna vez con una chica?

– Una vez. Lo seguí a pie del Mirage al Caesar's Palace y después a unas tiendas. Luego fue a Spago a almorzar. Estaba solo y entonces apareció una chica joven. Al principio pensé que era una prostituta, pero en seguida me di cuenta de que se conocían. Después de comer volvieron a la habitación del hotel, y cuando salieron cogieron el coche de alquiler y él la llevó a la manicura, a comprar tabaco y al banco, donde ella abrió una cuenta. Nada de especial. Luego fueron al club de striptease de North Las Vegas. Tony salió de allí solo, así que deduje que ella debía de ser una bailarina.

Bosch asintió.

– ¿Estabas espiando a Tony el viernes por la noche? -preguntó Bosch.

– No. Acabamos en la misma mesa por casualidad, porque él estaba esperando a jugar en la mesa con las apuestas más altas. Hacía más de un mes que no había hecho nada para esa gente aparte de pagar el impuesto semanal, hasta que… Terry…

Eleanor se calló. Finalmente habían llegado al punto sin retorno.

– ¿Hasta que Terry qué?

Eleanor miró el horizonte. Las luces del valle de San Fernando comenzaban a encenderse y el cielo había adquirido un tono rosa brillante con pinceladas grises. Bosch la miró a los ojos, mientras ella hablaba con la mirada fija en el atardecer.

– Quillen vino a mi apartamento el día que me acompañaste desde la comisaría y me llevó a la casa donde tú me encontraste. No me dieron explicaciones y me prohibieron salir; me dijeron que nadie sufriría si los obedecía. Yo me quedé ahí un par de días y sólo me pusieron las esposas ayer por la noche. Como si ya supieran que tú ibas a venir.

Eleanor hizo una pausa, como invitando a Bosch a que hablara, pero él no dijo nada.

– Lo que estoy intentando decirte es que no fue exactamente un secuestro.

Bosch volvió a mirarse las manos.

– Y por eso no querías que llamásemos a la Metro -susurró Bosch.

Ella asintió.

– No sé por qué no te lo conté antes. Lo siento mucho, Harry…

Bosch se vio incapaz de hablar. La historia de Eleanor era comprensible y creíble. Incluso sentía lástima por ella y comprendía que se había encontrado en un pozo sin fondo. Entendía perfectamente que no tenía elección. Lo que le costaba aceptar, lo que le dolía más, es por qué ella no se lo había dicho antes.

– ¿Por qué no me lo contaste, Eleanor? -le preguntó finalmente-. ¿Por qué no me lo dijiste esa noche?

– No lo sé -respondió-. Quería… No sé, supongo que esperaba que pasara el tiempo y nunca tuvieras que saberlo.

– ¿Y por qué me lo dices ahora?

Ella lo miró directamente a los ojos.

– Porque no soportaba ocultártelo… y porque mientras estaba en esa casa oí algo que tienes que saber.

Bosch cerró los ojos.

– Lo siento, Harry. Lo siento mucho.

Bosch asintió; él también lo sentía. Se frotó la cara. No quería oír lo que Eleanor le iba a decir, pero que tenía que hacerlo. Su mente se aceleró; sus sentimientos iban de la traición a la comprensión, pasando por una total confusión. Por un lado pensaba en Eleanor y por otro, en el caso. Alguien le había contado a Joey su relación con Eleanor. Bosch pensó en Felton, Iverson, Baxter y en todos los policías que había conocido en la Metro. Alguien le había pasado la información al Marcas y éste había usado a Eleanor como cebo. Pero ¿por qué? ¿Por qué todo ese montaje? Bosch abrió los ojos y miró a Eleanor de forma inexpresiva.

– ¿Qué fue lo que oíste y tengo que saber?

– Fue la primera noche. Yo estaba en la habitación de atrás, la del televisor, el lugar donde tú me rescataste. Los de Samoa me tenían ahí y ellos iban entrando y saliendo. De vez en cuando oía hablar a otra gente en otras partes de la casa.

– ¿Dandi y Quillen?

– No, Quillen se marchó. Conozco su voz y no era él. Y no creo que fuera Dandi. Me parece que eran Joey y otra persona, seguramente el abogado, Torrino. Total, que oí que uno llamaba al otro Joe. Por eso pensé que era El Marcas.

– Vale. Venga, ¿qué dijeron?

– No lo oí todo, pero uno le contaba al otro, al tal Joe, lo que había descubierto sobre la investigación policial, desde la perspectiva de la Metro, creo. Y el tal Joe se enfadó muchísimo cuando le dijeron que habían encontrado la pistola en casa de Luke Goshen. El tío preguntó: «¿Cómo coño encontraron la pistola ahí si nosotros no nos lo cargamos?», y dedujo que los policías debían de haberle colocado la pistola. Entonces añadió: «Dile a nuestro tío que si pretende coaccionarnos se va a enterar». Después de eso ya no oí mucho más porque bajaron la voz y el primer tío sólo se dedicó a calmar al segundo.

Bosch permaneció callado unos segundos, mientras intentaba analizar lo que acababa de oír.

– ¿Crees que era un montaje? -preguntó-. ¿Que lo hicieron expresamente para que tú lo oyeras y me lo contaras a mí?

– Al principio sí, por eso tampoco te lo conté inmediatamente -respondió ella-. Pero ahora no estoy tan segura. Cuando Quillen me llevó hacia allí, yo le hice un montón de preguntas que no me contestó. Pero sí que me dijo una cosa; que me necesitaban un día o dos para que alguien pasara una prueba. No me explicó más. Una prueba, eso es todo lo que dijo.