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Los presentes hicieron un gesto de aprobación con la cabeza, Bosch incluido. La información que le había proporcionado Fitzgerald también coincidía con esa explicación.

– Era un buen plan -continuó Edgar-. El único error fueron las huellas dactilares que Artie Donovan sacó de la cazadora. Tuvimos una potra increíble. Si no las hubiéramos encontrado, no creo que hubiéramos descubierto nada más.

– O quizá sí -intervino Bosch-. Las huellas de la cazadora lo aceleraron todo, pero la Metro ya estaba investigando un aviso anónimo de alguien que oyó a Goshen hablar de asesinar a un tío y meterlo en un maletero. Tarde o temprano nos habría llegado la información.

– Mejor temprano -comentó Billets-. ¿Hay alguna teoría alternativa que debiéramos investigar? ¿Qué pasa con la esposa, el guionista indignado o sus otros socios?

– De momento nada -contestó Rider-. Está claro que no había mucha pasión entre la víctima y su mujer, pero de momento ella parece libre de sospecha. Yo solicité una orden de registro para comprobar la lista de entradas y salidas de la urbanización. Según esa lista, el coche de la señora Aliso no salió de Hidden Highlands el viernes por la noche.

– ¿Y la carta que recibió Hacienda? -inquirió Gregson-. ¿Quién la envió? Obviamente alguien que sabía muy bien lo que Aliso se llevaba entre manos, pero ¿quién?

– Todo este asunto podría tratarse de una lucha jerárquica en el grupo de Joey El Marcas -contestó Bosch-. Como ya he explicado antes, Goshen se extrañó cuando vio la pistola e insistió muchísimo en que se la habían colocado… No sé, tal vez alguien avisó al fisco a sabiendas de que matarían a Tony y que después podrían cargarle el muerto a Goshen. Con Goshen fuera de juego, esa persona subiría automáticamente en el escalafón.

– ¿Quieres decir que Goshen no lo hizo? -preguntó Gregson con cara de sorpresa.

– No. Es probable que Goshen apretara el gatillo, pero no se imaginaba que esa pistola iba a aparecer detrás del retrete. Además, no tiene ningún sentido guardarla. Supongamos que Goshen se cargó a Tony a instancias de Joey y después le dio la pistola a alguien de su banda para que se deshiciera de ella. Esa persona pudo plantársela en su casa; la misma persona que envió la carta a Hacienda para poner todo esto en marcha. Y ahora, si nosotros empapelamos a Goshen, el tío que colocó la pistola y mandó la carta tiene el campo libre para subir en la organización.

Bosch vio que los demás estaban sopesando su teoría.

– Quizá Goshen no sea el objetivo de todo el golpe -sugirió Rider, y todas las miradas se posaron en ella-. Es posible que haya una jugada más. Tal vez alguien quiere librarse de Goshen y Joey para ocupar su lugar.

– ¿Y cómo se desharán de Joey? -preguntó Edgar.

– A través de Goshen -contestó Rider.

– Si Balística confirma que su pistola es el arma del crimen, Goshen está jodido -explicó Bosch-. Le caerá la pena de muerte o la perpetua sin posibilidad de conmutación. A no ser que nos dé algo.

– A Joey -contestaron Gregson y Edgar al unísono.

– Entonces, ¿quién escribió la carta? -preguntó Billets.

– ¿Quién sabe? -respondió Bosch-. Yo no conozco la organización en Las Vegas, pero los policías de allá mencionaron a un abogado, un tipo que lleva todos los asuntos de Joey. Él sabría lo del negocio sucio de Aliso y podría haber planeado todo esto. Debe de haber unas cuantas personas cercanas a Joey capaces de hacerlo.

Todos se quedaron un buen rato en silencio; la teoría tenía sentido. Era el momento propicio para dar por terminada la reunión.

– Buen trabajo -les felicitó Billets-. Matthew, gracias por venir. Te llamaré en cuanto recibamos los resultados de Balística por la mañana.

Todos se levantaron.

– Kiz y Jerry, uno de vosotros tendrá que acompañar a Bosch a Las Vegas para realizar la escolta de extradición. Son las normas. Podéis jugároslo a cara o cruz -propuso Billets-. Ah, Harry, ¿podrías quedarte un momento? Quiero consultarte algo sobre otro caso.

Después de que los otros se hubieran marchado, Billets le pidió a Bosch que cerrara la puerta. Bosch obedeció y se sentó en una de las sillas que había frente a la mesa de la teniente.

– Bueno, ¿qué ha pasado? -le preguntó Billets-. ¿Has hablado con Fitzgerald?

– Más bien él habló conmigo.

– ¿Y qué pasa?

– Pues que ellos tampoco sabían quién coño era Aliso hasta que recibieron una carta, probablemente la misma que llegó a Hacienda. Tengo una copia. La carta contiene detalles que revelan que el delator estaba enterado de todo, tal como sospechaba Kiz. El sobre que recibió la DCO también llevaba matasellos de Las Vegas e iba dirigido a Leon Fitzgerald.

– Y por eso pincharon el teléfono de su despacho.

– Eso es. Fue una escucha ilegal. Acababan de empezar (tengo las cintas correspondientes a nueve días) cuando yo llamé y les dije que Tony había sido asesinado, y les entró el pánico. Ya conoce la relación de Fitzgerald con el jefe. Si se descubría que ellos habían pinchado el teléfono de Tony y que indirectamente habían provocado su muerte porque Joey El Marcas se enteró, el jefe habría tenido todo lo necesario para expulsar a Fitzgerald y recuperar el control de la División.

– Así que Fitzgerald encargó a Carbone que retirase el micrófono y se hiciese el sueco.

– Eso es. Además, Carbone no vio la cámara o no estaríamos hablando de esto.

– Qué idiota. Cuando resolvamos el caso, lo primero que voy a hacer es pasarle toda la información al jefe.

– Em… -Bosch no estaba seguro de cómo decírselo.

– ¿Qué pasa?

– Fitzgerald ya se lo veía venir, así que he tenido que hacer un trato con él.

– ¿Que has hecho qué?

– Un trato. Él me ha dado todo: las cintas, la carta… Pero el asunto no puede salir de aquí. No puede decírselo al jefe.

– Harry, ¿cómo has podido? No tenías ningún…

– Fitzgerald tiene información contra mí. Y también contra usted… y Kiz.

Se hizo un largo silencio, durante el cual Bosch observó la rabia creciente de Billets.

– Qué hijo de puta -dijo la teniente.

Bosch le contó lo que Fitzgerald había descubierto sobre él. Puesto que él conocía el secreto de Billets, le pareció justo que ella supiera lo de Eleanor. Billets se limitó a asentir. Evidentemente seguía pensando en su propio problema y en las consecuencias que se derivaban de que Fitzgerald estuviera enterado.

– ¿Crees que me han seguido? -inquirió ella-. ¿Que Fitzgerald me está espiando?

– ¿Quién sabe? Es uno de esos tíos que actúan cuando pueden y se guardan la información para un momento de necesidad, como si fuera dinero en un banco. Hoy la necesitaba, así que la sacó -respondió Bosch-. Pero no se preocupe: el trato lo hice yo. Olvidémoslo y sigamos con el caso.

Cuando ella se quedó un momento en silencio, Bosch intentó detectar alguna señal de vergüenza, pero no la vio. Billets, por su parte, miró a Bosch en busca de algún gesto de desaprobación, pero tampoco lo vio.

– ¿Qué más hizo la DCO cuando llegó la carta? -preguntó ella.

– No mucho… Pusieron a Aliso bajo vigilancia; tengo un registro de todos sus movimientos. Pero el viernes por la noche no lo siguieron porque sabían que se había ido a Las Vegas de vacaciones -contestó Bosch-. Estaban esperando a que volviera para reanudar la vigilancia.