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El destino le había impedido hacer justicia con Laura Dougherty. No permitiría que se lo impidiera de nuevo.

Pero el momento era interesante. Mitchell había demostrado ser mucho más lista de lo que imaginaba. Podía tratarse de una trampa. Comprobaría la identidad de Craven. Si realmente existía, entonces actuaría.

Domingo, 3 de diciembre, 18:20 horas

Spinnelli apagó el televisor de la sala de reuniones.

– Buen trabajo, Mia.

– Me gustaría dar las gracias a la Academia… -La detective sonrió-. ¿Y ahora qué?

– Ahora quiero que conozcáis a Milicent Craven. -Spinnelli le abrió la puerta a una mujer de edad madura y pelo canoso. Entró y tomó asiento.

Reed se inclinó hacia ella. Aparentaba cincuenta años, pero probablemente no era mayor que Mia.

– Cuando tenga cincuenta años, ¿podrá hacer que vuelva a aparentar treinta? -preguntó, y la mujer sonrió.

– Le daré mi tarjeta.

Spinnelli también sonrió.

– Os presento a Anita Brubaker. Se halla en una operación secreta y está a punto de volver al mundo real. Lleva dos años viviendo como Milicent Craven en la dirección que aparece en la guía telefónica. Sus vecinos solo saben que trabaja para el estado.

– O sea que usted es el cebo -dijo Mia-. ¿Está de acuerdo?

– Sí. Estaré en la casa cada noche hasta que lo atrapemos. Después, ya no necesitaré una identidad falsa, así que todos contentos.

– Salvo Andrew Kates. -Spinnelli hizo un bosquejo del barrio en su pizarra blanca-. Esta es la casa de Craven. Mia, os quiero a ti y a Reed aquí, Murphy y Aidan aquí, y Brooks y Howard aquí, en vehículos camuflados. Tendré coches patrulla apostados en puntos clave. Hemos alertado a Servicios Sociales de que si alguien telefonea preguntando por Milicent Craven, lo pasen a un buzón de voz que hemos preparado. Si Kates o la prensa llaman, obtendrán una confirmación de que existe.

Miró a los presentes.

– ¿Alguna pregunta? -Todos negaron con la cabeza-. Entonces en marcha. Mañana a esta hora quiero a Andrew Kates detenido.

Stacy asomó la cabeza.

– Disculpe, pero ha llegado un hombre que dice que necesita hablar con la persona que lleva el caso Kates. Dice que se llama Tim Young.

Todas las miradas se clavaron en Reed, que se encogió de hombros.

– Tennant debía llamarme cuando Young llegara a Indianápolis. Está claro que no lo hizo.

– Que pase. -Spinnelli se levantó con los brazos cruzados sobre el pecho-. Esto promete.

Tim Young entró con andar lento y pesado. Tenía unos veinticinco años. Llevaba su traje, de color gris, arrugado y la cara oscurecida por una barba de varios días.

– Soy Tim Young, el hermano de Tyler Young.

– Siéntese, por favor. -Spinnelli señaló una silla-. Stacy, llama a Miles Westphalen. Dile que venga cuanto antes. Explícale el motivo.

Cuando Stacy se hubo marchado, Spinnelli se sentó a la cabecera de la mesa.

– No lo esperábamos.

Young miró a su alrededor, asimilando cada rostro.

– He tenido que cambiar de planes en O'Hare. Mientras esperaba mi vuelo para Indianápolis he visto el periódico. He salido del aeropuerto y he tomado un taxi directamente hasta aquí. Andrew Kates es un nombre que llevo diez años intentando olvidar.

– ¿Por qué? -preguntó Mia.

– Andrew y Shane fueron colocados con mi familia hace diez años. Andrew tenía trece y Shane nueve. Yo tenía quince y estaba contando los días que me faltaban para acabar el bachillerato y poder marcharme. Mi padre tenía una granja. Le gustaba tener niños de acogida porque representaban otro par de manos. Mi madre lo aceptaba porque hacia todo lo que él decía. Mi hermano mayor, Tyler… -Soltó un suspiro-. Era malo.

– Abusaba de los niños -dijo suavemente Mia-. ¿Y de usted?

Había dolor en sus ojos.

– Hasta que fui lo bastante mayor para resistirme. Tyler solía decir, riendo, que le gustaban los chicos lo bastante jóvenes para ser flexibles pero lo bastante mayores para oponer resistencia. Sabía retirarse cuando su presa crecía demasiado. Normalmente, ningún niño se quedaba tanto tiempo.

– ¿Lo sabían sus padres? -preguntó Mia.

– No lo sé. Nunca supe si lo sabían o si a mi padre le habría importado de haberlo sabido. Mi madre habría mirado hacia otro lado. Supongo que no pueden entenderlo.

Mia parpadeó levemente y Reed supo que lo entendía demasiado bien.

– ¿A qué edad los iniciaba Tyler? -preguntó.

– A los diez. -Young torció el gesto-. Pero con Shane estuvo a punto de hacer una excepción. Shane era un niño atractivo y había pasado ya por eso. Tyler siempre se daba cuenta.

– El marido de su tía había abusado de él -explicó Reed.

– Como he dicho, Tyler siempre se daba cuenta. Le decía en broma a Andrew que haría una excepción con Shane, únicamente para enfurecerlo. Entonces lo tomaba a él. Pero Tyler tenía sus normas y métodos. Les hacía daño a los mayores y contaba la edad de los más pequeños. Contaba del uno hasta la edad que tenían, se relamía los labios y decía: «El día que llegues a diez, serás mío». Shane tenía nueve años. Tyler contaba hasta nueve y, riendo, le decía a Andrew que Shane pronto cumpliría los diez. «Cuenta hasta diez, Andrew», decía. Y se echaba a reír.

– Eso explica muchas cosas -dijo Mia-. ¿Qué ocurrió cuando Shane cumplió diez años?

– Andrew estaba desesperado. Había intentado huir con Shane por lo menos una docena de veces, pero la policía siempre los devolvía. Le suplicó a mi madre que hiciera algo, pero ella le dijo que no inventara historias. La odiaba. Sé que Andrew había intentado provocar algunos incendios en el sótano con periódicos que metía en el cubo de la basura. Quería que lo pillaran. Quería que alguien de Servicios Sociales viniera y se los llevara antes de que Shane cumpliera diez años. Cualquier lugar sería mejor que nuestra casa.

– Y usted, ¿qué hacia? -pregunto Reed.

Young soltó una risa amarga.

– Nada. Llevo años viviendo con eso. No solo por Andrew y Shane, sino por todos los demás. Muchos más. Pero a ustedes les interesa Shane.

– Por el momento -dijo Mia-. Nos ocuparemos de los demás más tarde. Háblenos del décimo cumpleaños de Shane. Fue el día del incendio, el día que Shane murió.

Young respiró hondo.

– El día que Shane cumplía diez años, Tyler… hizo lo suyo. Nada más levantarse. Shane estaba… -Se estremeció-. La cara de ese muchacho, todavía puedo verla. Tan solo era un niño. Estaba sangrando, pero Tyler lo limpió y nuestra madre lo envió al colegio. Esa tarde Andrew se marchó antes del colegio. Yo lo vi salir. -Levantó un hombro-. Andrew fue meticuloso. La casa ardió por completo. Pero ignoraba que Shane también se había marchado antes del colegio. Más tarde la enfermera dijo que a Shane le dolía la barriga. Más tarde la gente dijo muchas cosas. En realidad, nadie sabía nada.

– Andrew empezó el fuego en el cubo de basura -dijo quedamente Reed, y Tim Young asintió.

– En un cubo de basura en la sala de estar, y luego se marchó. Regresó poco después y se hizo el sorprendido. Él sabía que yo lo sabía. Pensó que lo delataría, pero guardé silencio, como hacía con todo lo demás. Entonces los bomberos encontraron a Shane. Cuando lo sacaron de la casa parecía un muñeco de trapo. Estaba muerto. Andrew se quedó petrificado y entró en estado de shock.

»Los asistentes sociales llegaron y se lo llevaron. Algunos agentes me interrogaron y les mentí. Les dije que Andrew no pudo hacerlo porque estaba en el colegio. La autopsia desveló que Shane había sido sodomizado, pero nadie dijo nada y, con el tiempo, la vida siguió su curso. Reconstruimos la casa, yo acabé el bachillerato, me marché del pueblo y nunca miré atrás.

– ¿No supo nada más de Andrew? -preguntó Mia, más amable ahora.

– No. Aunque apenas pasa un día que no piense en él o en los demás.

– Andrew siempre salva a los animales -comentó Reed-. ¿Sabe por qué?