– Marc, Dana Buchanan al teléfono. Ha preguntado por ti o por Mia. Está muy alterada.
Spinnelli conectó el manos libres.
– Dana, soy Marc Spinnelli. Estoy con Mia y con los demás. Kates tiene su dirección.
– Kates tiene a Jeremy -dijo Dana. Su voz sonaba desesperada-. ¡Mia!
A Mia se le heló la sangre. Se levantó lentamente, temblando.
– ¿Cómo? ¿Cómo ha podido llevarse a Jeremy?
– Déjame hablar con ella. -Al otro lado de la línea se oyó cómo el teléfono cambiaba de manos-. Mia, soy Ethan. Estamos en el colegio de Jeremy. Hemos venido esta mañana temprano para matricularlo. Jeremy ha ido a su aula mientras nosotros firmábamos los formularios. La alarma de incendios ha sonado justo antes de que empezaran las clases, y no se trataba de un simulacro. El fuego bloqueaba una de las salidas y ha estallado el caos. Enseguida nos hemos puesto a buscar a Jeremy, pero no estaba. ¿Cómo sabía que Jeremy estaba aquí?
– Ha averiguado vuestra dirección en mi apartamento. Marc, ¿cuándo fue asesinada mi portera?
– El sábado por la tarde.
– Ethan, después de marcharme de tu casa el sábado por la noche le di esquinazo a alguien que me seguía. Pensaba que era Carmichael, pero debía de ser Kates. Seguramente ayer volvió a tu casa y vio a Jeremy. -Las rodillas le fallaron y se derrumbó en su silla-. En realidad me estaba buscando a mí. Mató a mi portera y ahora está utilizando a Jeremy para llegar hasta mí. -Soltó un suspiro trémulo-. Tranquiliza a Dana. Esto no es bueno para el bebé. Encontraremos a Kates. Y a Jeremy.
– ¿Ha habido heridos en el incendio del colegio? -preguntó Reed.
– Solo golpes y contusiones. Los profesores enseguida han controlado la situación. Dana y yo no sabíamos si obligar o no a Jeremy a regresar al colegio tan pronto, pero no podíamos permitir que siguiera pegado a la tele. Queríamos que recuperara cierta rutina. Por favor, encuéntrenlo.
Mia se frotó la frente. Kates se había llevado la esquela de Bobby.
– Creo que sé dónde está.
Capítulo 24
Lunes, 4 de diciembre, 9:25 horas
Reed tenía los puños apretados en los costados.
– No puedes hacerlo.
Estaban con una unidad SWAT y todos los agentes que el detective Spinnelli había logrado reunir. Esperarían escondidos en furgonetas camufladas a una manzana de la casa de Annabelle. No querían ahuyentar a Kates, de modo que Mia entraría sola fingiendo una visita ordinaria.
Mia se sacudió la cintura. Llevaba puesto un jersey holgado que ocultaba el chaleco antibalas y el arma en la parte trasera de la cinturilla.
– Este maldito chaleco pica -dijo, sin hacer caso de Reed.
– Mia, si Kates está en casa de tu madre, te estarás metiendo en una trampa.
– Si todavía está preparando la trampa, yo lo cogeré primero. -Lo miró directamente a los ojos-. Tiene a Jeremy.
Que el asesino también pudiera tener a su madre parecía del todo secundario. Mia solo pensaba en el muchacho. Y en Kates. Tras el primer impacto, Reed le había visto recuperar el control y la profesionalidad. Estaba tranquila, mientras que el corazón de Reed latía salvajemente.
– Reed. -La voz de Mia sonó grave y queda-. Déjame hacer mi trabajo.
«Tú no eres policía». Se lo había dicho la noche que quiso ir detrás de Getts. Tenía razón. En aquel momento ni siquiera se sentía investigador de incendios. Era un hombre viendo cómo la mujer que le importaba se ponía un chaleco antibalas y se armaba como Rambo.
Solliday se volvió hacia Spinnelli.
– ¿Estás de acuerdo con esto, Marc?
– No puedo decir que sea mi opción preferida. Pero anoche Kates no mordió el anzuelo, de modo que atraparlo antes de que esté preparado es el mejor plan que tenemos. Mia lleva un micrófono. Tendrá un buen respaldo.
– Déjame entrar con ella.
Spinnelli negó con la cabeza y Reed comprendió que estaba al tanto de todo.
– No.
– Está entrenada en intervenciones peligrosas, Reed -murmuró Murphy a su espalda-. Déjale hacer su trabajo.
Reed respiró hondo.
– Mia, me ha llamado Ben. El incendio del colegio se originó en dos puntos, lo que significa que Kates utilizó dos huevos. Puede que aún le quede uno.
– Cuento con ello. -Mia esbozó una sonrisa distraída-. No te lo tomes a mal, Reed, pero será mejor que te vayas. Tengo que concentrarme y no puedo hacerlo contigo aquí.
Reed recorrió la calle con la mirada, buscando los indicadores de los servicios públicos. Ese barrio tenía conductos de gas. Mia podría estar metiéndose en una bola de fuego. «No, no pienso permitirlo».
Si no podía entrar con ella, la apoyaría desde abajo. Spinnelli y todos los demás estaban conversando. Jack estaba colocando el mismo micrófono en el jersey de Mia que había empleado el día antes con Wheaton. Nadie lo estaba mirando. Echó a andar.
– ¿Va a algún sitio, teniente? -El murmullo femenino venía de detrás.
Reed soltó un suspiro.
– Carmichael, ¿no ha hecho ya suficiente?
– Hoy no he hecho nada. Y no pienso hacer nada. Si ni siquiera le he visto.
Reed se dio la vuelta con los ojos entornados.
– ¿Cómo dice?
– Tiene intención de entrar. -Carmichael levantó un hombro-. No hay que ser una lumbrera para darse cuenta. Le agradecería algunas palabras cuando salga. Cuide de Mitchell. A diferencia de lo que usted pueda pensar, la tengo en gran estima. Y se cree indestructible.
– Lo sé. -Reed siguió andando. «A prueba de balas», había dicho Jack. «Cuestión de suerte», creía Mia. «Todo demasiado humano», sabía Reed. Se escabulló por los jardines traseros hasta el jardín de Annabelle Mitchell. La llave principal del gas tenía que estar en el sótano. Un tramo de escalones conducía al mismo. Al llegar al último escalón se agachó, preparándose para forzar la puerta. Pero uno de los vidrios ya estaba roto. Y la puerta no tenía echado el cerrojo.
«Kates está aquí». Abrió la puerta con cautela y entró. «Ahora, yo también».
Lunes, 4 de diciembre, 9:35 horas
Mia abrió la puerta de Annabelle con su llave y la pistola detrás de la pierna, apuntando hacia abajo. La última vez que había estado allí fue el día que enterraron a Bobby. Ahora Bobby no importaba lo más mínimo. Lo único que importaba era sacar a Jeremy de allí ileso y atrapar a Kates.
«Kates ya está aquí». Lo presintió en cuanto cruzó la puerta. En la casa había un silencio extraño. Se acercó con sigilo a la puerta de la cocina y soltó una exclamación ahogada. Annabelle estaba sentada en una silla de la cocina, a medio metro del horno. Amordazada y maniatada, en ropa interior y temblando violentamente. El cuerpo le brillaba, cubierto desde los hombros hasta las caderas con el catalizador sólido que Kates había empleado hasta seis veces. Ya había separado el horno de la pared, dejando claras sus intenciones.
Annabelle la miró aterrorizada y… llena de ese desprecio feroz que Mia conocía tan bien. Su madre siempre las había culpado de la violencia de Bobby. Mia supuso que aquella vez su madre tenía finalmente razón. Kates se encontraba allí y ella estaba en peligro, «por mi causa».
El aire no olía aún a gas. O Kates se estaba preparando o estaba esperando el momento justo para abalanzarse sobre ella. Examinó la cocina, preguntándose dónde había metido a Jeremy. Su madre la siguió con la mirada entornada mientras Mia entraba sigilosamente y abría los armarios situados debajo del fregadero. Era el único lugar lo bastante grande para esconder a un niño. Pero estaban vacíos.
– Ayúdame. -No fue más que un gruñido sordo bajo la mordaza, pero los ojos de Annabelle no dejaban lugar a dudas sobre su significado.
Mia se llevó un dedo a los labios y, a renglón seguido, agarró un cuchillo del taco que descansaba sobre la encimera para cortarle las ataduras. Con un rehén menos podría concentrarse en Jeremy. Había dado un paso hacia su madre cuando una voz la detuvo en seco.