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– Suelte el cuchillo, detective.

Aunque se había preparado mentalmente para esa imagen, a Mia se le paró el corazón. Jeremy estaba delante de Kates, temblando, con una de las manos enguantadas de Kates sobre su pelo rubio rojizo y el largo y reluciente cuchillo de Kates en la garganta. Las pecas destacaban en su pálido rostro. Jeremy la miraba aterrorizado y… con una confianza desesperada.

– Ya ha visto lo que mi cuchillo es capaz de hacer, detective -dijo suavemente Kates-. Y también el chico, ¿verdad, Jeremy? -Mia vio que los dedos de Kates se aferraban al pelo de Jeremy, que apretó la mandíbula para controlar el pánico-. Suelte el cuchillo.

Mia dejó el cuchillo con la empuñadura hacia fuera para poder agarrarlo rápidamente si surgía la oportunidad.

– Y la pistola. -Kates tiró de Jeremy hasta ponerlo de puntillas-. Ahora, pásemela.

Mia obedeció de nuevo y su pistola cruzó el suelo de la cocina.

– Mia. -Era la voz de Spinnelli en el audífono. Rezó para que Kates no lo descubriera. La cámara que llevaba oculta por el jersey le proporcionaba a Spinnelli y al resto una vista del interior. El audífono era su enlace con el puesto de control de la furgoneta-. Condúcelo a la sala de estar. Tengo francotiradores apuntando hacia la ventana. El muchacho es pequeño. Apuntaremos hacia arriba. Corto.

Un giro de muñeca de Kates y Jeremy moriría. Los francotiradores no podían disparar hasta que Jeremy estuviera a salvo. Tenía que conseguir que Kates lo dejara ir.

– No le haga daño al chico. -No fue una súplica, ni una orden-. No le ha hecho nada.

Kates rio.

– Sí me lo ha hecho, y los dos lo sabemos, ¿verdad, Jeremy? Le dijo que yo había estado en su casa. La condujo hasta mis cosas.

– No fue él. Encontramos la casa por nuestra cuenta. Jeremy no dijo nada.

– Imposible.

– Es cierto. Encontramos el coche que abandonó la noche que mató a Brooke Adler. Estaba equipado con un GPS que usted no vio.

Kates parpadeó ligeramente. Estaba irritado consigo mismo. Bien.

– ¿Y?

– Le gustan los animales. Deja ir a los gatos y los perros antes de prender fuego a las casas.

Kates levantó la mandíbula.

– Repetiré la pregunta. ¿Y?

– Y tenía acceso al curare. Comprobamos todas las clínicas veterinarias y tiendas de animales situadas en un radio de dos kilómetros del coche que encontramos. Fue así como dimos con la señora Lukowitch.

Kates apretó los labios.

– Y ella me delató. Ojalá hubiera matado a esa zorra con mis propias manos.

– No. Mintió, pero mal, y eso nos hizo sospechar. Encontramos su alijo de la forma tradicional, Kates. Con un trabajo de investigación y una orden de registro. Jeremy no dijo nada. Déjelo ir. -Kates no se movió-. Solo tiene siete años. Es inocente. -Mia decidió arriesgarse y rezar-. La misma edad que tenía Shane antes de lo del marido de su tía.

La mano que sostenía el cuchillo se tensó sobre el mango.

– No pronuncie su nombre. -Kates levantó el mentón con la mirada afilada-. No recuerdo haber visto un jersey como ese en su armario. Solo recuerdo esas camisetas ceñidas que lleva para marcar pecho porque es una provocadora. Lleva puesto un chaleco. Quítese el jersey, detective. Ahora.

– Mia, no te quites el chaleco -espetó Spinnelli, pero en ese momento Kates colocó el cuchillo bajo la barbilla de Jeremy y apretó la hoja lo suficiente para que sangrara. Luego volvió a poner el cuchillo junto a la garganta.

– Quítese el jersey o el muchacho morirá delante de sus narices.

– Mia. -En la voz de Spinnelli había un hilo de pánico-. No.

Los ojos de Jeremy se estaban llenando de lágrimas. Pero el muchacho no se movió en ningún momento. No sollozó en ningún momento. Kates enarcó las cejas.

– Casi le rebané la cabeza a Thompson. Jeremy es mucho más… menudo. ¿Quiere esa carga en su conciencia, Mitchell? -Echó la cabeza de Jeremy hacia atrás y Mia comprendió, por la determinación que veía en sus ojos, que no dudaría en cumplir su amenaza.

– De acuerdo.

– ¡Mia! -bramó Spinnelli. Mia desconectó mentalmente de él. La cámara estaba oculta entre las fibras del jersey, debajo del hombro izquierdo. Si lograba dejar el jersey sobre la encimera de manera que la cámara apuntara hacia fuera, Spinnelli seguiría teniendo una imagen clara. Con cuidado, se quitó el jersey y lo dejó sobre la encimera. Y rezó.

Kates sonrió.

– Ahora el chaleco.

– Maldita sea, Mia, no te quites ese chaleco. Es una orden.

Los dedos de Mia tiraron con firmeza de la tira de velcro.

– Protegió a Shane, Andrew. Se sacrificó con Tyler Young para mantener a su hermano a salvo. -Se estaba quitando el chaleco despacio, tira por tira, con la esperanza de hacer algún progreso antes de hallarse completamente a su merced.

– Le he dicho que no pronuncie su nombre. -Kates se enderezó bruscamente y Jeremy contuvo el aliento.

Mia quería suplicar, pero mantuvo el tono sereno.

– Lo siento, sé que le dolió mucho perder a su hermano. Sé que lleva toda la semana vengándose de esa pérdida. -Mia había detenido los dedos en una de las últimas tiras de velcro. Kates la miraba fijamente-. Pero también sé que todo comenzó cuando Jeff y Manny le hicieron daño a Thad.

La ira brilló en los ojos de Kates.

– Usted no sabe nada. -Apretó los dientes-. ¡Quítese el maldito chaleco! Ahora, si no quiere que la sangre del muchacho corra a borbotones.

«¡Mierda!» Los dedos de Mia tiraron de la última tira. El chaleco le caía ahora suelto sobre el cuerpo.

– Sé más de lo que cree, Andrew. Sé qué se siente al ser la persona por la que se hace el sacrificio que usted hizo por su hermano. Mi hermana hizo lo mismo por mí.

– Miente.

– No, no miento. Mi padre abusaba de mi hermana y ella no oponía resistencia para que yo pudiera tener una vida normal. Vivo todos los días con la culpa de no haberla protegido, así que lo entiendo mucho mejor de lo que cree, Andrew. Usted no desea hacer daño a este niño, es a mí a quien quiere. Durante todo este tiempo solo ha castigado a la gente que le ha hecho daño. -Exceptuando los errores, pero no era el momento de mencionarlos-. Nunca le ha hecho daño a un niño. No empiece ahora.

Kates parecía indeciso. Intuyendo la victoria, Mia lo presionó.

– Es a mí a quien quiere, Andrew. Soy yo la que averiguó su verdadero nombre, la que lo encontró. Soy yo la que se llevó sus cosas. Soy yo la que está intentando detenerlo. No el muchacho. Déjelo ir. Tómeme a mí en su lugar.

Desde lo alto de la escalera del sótano, al otro lado de la puerta, Reed escuchaba. Tenía el corazón encogido, aun cuando era lo que había esperado que Mia hiciera desde el momento en que escuchó las palabras: «Suelte el cuchillo, detective». Reed había tenido la mano en el pomo de la puerta, listo para acudir en su ayuda, cuando oyó a Kates amenazar al niño con el cuchillo. De modo que estaba esperando, pistola en mano, el momento idóneo. No le cabía duda de que Mia conseguiría que Kates soltara al niño. A qué precio para ella, no quería pensarlo. Tras un largo silencio, Kates habló de nuevo.

– Podría matarlos a los dos.

***

Mia observó con detenimiento a Andrew Kates, repasó ordenadamente cuanto había averiguado sobre él a lo largo de la semana.

– Podría, pero no creo que lo haga. -Era un hombre que durante diez años había echado tierra sobre el hecho de que había matado a su propio hermano. Aceptaría de buena gana cualquier cosa que considerara más agradable que la verdad-. Le ahorró a Joe Dougherty una muerte dolorosa. Y a los animales. Ha castigado a quienes merecían su odio. Penny Hill y Tyler Young merecían su odio, Andrew, pero Jeremy no.

La detective cambió de táctica.

– Si mata a este niño, pelearé y lo mataré. Ninguna de las mujeres a las que ha matado esta semana estaba entrenada como yo. Ya leyó el artículo del periódico. Hace una semana reduje yo sola a un hombre dos veces su tamaño. Tal vez logre matarme, pero usted morirá también. Eso se lo puedo asegurar. Déjelo ir y no pelearé.