Wheaton permaneció callada tanto rato que Mia empezó a pensar que no se había tragado el anzuelo. Entonces asintió.
– De acuerdo. Si esto sale bien, tu hermana no saldrá en el programa de esta noche.
Mia asintió bruscamente y se dio la vuelta.
– Otra cosa, detective Mitchell. -Mia se giró de nuevo y encontró a Wheaton sonriendo como el gato que se ha zampado el canario-. Nos veremos nuevamente la semana que viene. Mismo asunto.
La muy zorra.
– Eso es extorsión -murmuró Mia, en un tono tan bajo que los demás clientes no pudieron oírla.
– Qué palabra tan fea. Yo prefiero llamarlo asociación. ¿Qué me dices?
– Vale.
Mia giró sobre sus talones, se marchó, subió al coche y tras asegurarse de que nadie la seguía, se detuvo detrás de la furgoneta policial estacionada una manzana más abajo. Entró y se sentó al lado de Reed. Jack tenía los auriculares puestos y estaba viendo de nuevo la cinta.
– Casi no pillo lo de la extorsión -protestó Jack.
Mia se quitó el micrófono que llevaba oculto debajo de la camiseta.
– Lo siento. No quería gritar.
Reed enarcó las cejas.
– Pensaba que ibas a arrastrarte y suplicar.
– Wheaton no se lo habría tragado. La odio demasiado, y además no es mi estilo. ¿Crees que eso es suficiente para que Patrick consiga una acusación contra ella?
– Eso espero -dijo Jack-. De lo contrario, Wheaton seguirá subiendo la apuesta, haciendo reportajes que pongan en peligro a policías y sus familias a fin de sacarles información. No sabemos si lo ha hecho antes con otros policías que no tuvieron el valor de decir no.
– O el respaldo -dijo Mia con voz queda-. Me alegro de que hayan trasladado a Kelsey.
Jack procedió a desconectar su equipo.
– Es domingo. Llevaré la cinta a la oficina y luego me iré a casa para estar con mi esposa y mis hijos. Lo he pasado muy bien, pero ahora me largo.
Mia sonrió.
– Saluda a Julia de mi parte y dale un beso al bebé.
Jack sonrió.
– También le daré uno a Julia. Ahora marchaos, para que pueda terminar con esto.
Mia y Reed se apearon de la furgoneta y Mia contempló el cielo.
– Hace sol.
– El clima ideal para limpiar los destrozos de un incendio -dijo con ironía Reed.
Mia sonrió.
– Tengo cosas que hacer, pero iré a ayudarte en cuanto termine. Después nos organizaremos para esta noche. Podría ser el final.
Reed la vio alejarse en su pequeño Alfa. Lo había sacado del taller del departamento esa misma mañana, con las ventanillas reparadas. El capó todavía tenía un impacto de bala. Mia vivía con el peligro a diario y no permitía que eso le afectara.
Si entre ellos había algo, si la relación iba a más, él mismo tendría que aprender a vivir con ese peligro. Ahora entendía cómo se había sentido Christine cada vez que acudía a un incendio. Suspiró. Y hablando de incendios, tenía uno que limpiar.
Domingo, 3 de diciembre, 17:15 horas
– ¿Qué has hecho? -Dana salió de la casa mientras Mia luchaba con la enorme caja que un amable dependiente le había atado al maletero del Alfa. Había cordel por todas partes.
– El viernes cobré, así que he ido de compras. Me he comprado un abrigo, algunos libros y esta monstruosidad. -Miró a Dana-. Lamento lo de anoche.
– Yo también. Quería contarte lo del bebé, pero últimamente has estado un poco baja de ánimos.
– Sí. Bueno, ayúdame a sacar esto. -Cortó el cordel con sus llaves, trasladó la caja hasta la cocina y la dejó sobre la mesa-. Ábrela.
Ethan apareció en el umbral, descalzo y con la camisa desabotonada, y Mia solo pudo pensar que Reed estaba mil veces mejor. Sobre todo sin el anillo. Eso, decididamente, incrementaba su atractivo sexual.
– Hola, Mia -dijo mientras Dana desgarraba el envoltorio.
– Hola, Ethan. Espero no haber interrumpido nada.
Ethan sonrió.
– Qué va. Demasiados niños en la casa. Aunque lo he intentado.
– Oh, Ethan, mira esto. -A Dana se le llenaron los ojos de lágrimas-. El primer regalo para nuestro bebé.
Mia se removió incómoda.
– Es una sillita para el coche. No hace falta que te pongas a llorar como una Magdalena.
– Son las hormonas -le confió Ethan en un susurro audible, y besó a Mia en la mejilla-. Gracias. -Sonrió y Mia supo que comprendía.
Dana se enjugó las lágrimas.
– Hay alguien aquí que a lo mejor te gustaría ver.
«Jeremy».
– Déjame adivinar. Está delante de la tele.
La sonrisa de Ethan se desvaneció.
– Documentales del Canal de Historia toda la tarde. Apenas ha abierto la boca, lo cual es comprensible teniendo en cuenta que acaba de perder a su madre.
– Confiaba en que ya estuviera aquí. Le he traído algo. Pero, antes que nada, quiero que mantengáis los ojos bien abiertos. El tipo que mató a su madre incendió anoche la casa de Reed.
Dana y Ethan se miraron.
– ¿Hay heridos? -preguntó Dana.
– No. Creemos que fue una venganza o una maniobra de distracción, como cuando me disparó a mí. En cualquier caso, dudo mucho que vaya en busca de Jeremy, pero…
Ethan asintió con la mandíbula apretada.
– Estaré alerta, no te preocupes.
– Viniendo de un ex marine, es más que suficiente. -Mia entró en la sala de estar y se sentó al lado de Jeremy-. Hola, chaval.
Jeremy se volvió para mirarla.
– Ha vuelto.
A Mia se le encogió el corazón.
– Pues claro. Prácticamente vivo aquí. Dana es mi mejor amiga.
– ¿Lo ha cogido?
– No, y he venido aquí para verte a ti. Te he traído algo. -Introdujo una mano en la bolsa de la librería y le tendió un libro sobre aviones grande y lustroso.
Jeremy abrió los ojos como platos y cogió el libro, pero no lo hojeó.
– Gracias. -Se volvió de nuevo hacia el televisor-. Este documental trata sobre la antigua Grecia.
– Lo sé, lo vi anoche. -Mia se recostó en el sofá y pasó un brazo por los hombros de Jeremy-. Pero siempre pesco mucho más la segunda vez.
Ya era hora. Había esperado a Mitchell todo el puñetero día. Puso los ojos en blanco. Había estado de compras. En cierto modo, esperaba otra cosa de una mujer que llenaba su despensa de tartaletas. Pero ya estaba allí. Se adentró en la zona arbolada que separaba la casa de Dana del resto de las casas de la calle. Quería verla por dentro, estudiar el terreno por si Mia decidía pasar allí la noche.
Miró por los prismáticos. Podía ver el interior de la sala de estar, más o menos. Bien. Bajó los prismáticos, parpadeó con vehemencia y los subió de nuevo. Era doble o nada, y había conseguido doble. Por fin. Pues sentado al lado de Mitchell, con la cabeza apoyada en su hombro, estaba Jeremy Lukowitch. Si no estaba con su madre, significaba que Yvonne estaba muerta o muy enferma, por lo que el cambio de pastillas había funcionado. Y si estaba muerta o muy enferma, significaba que el muchacho era la persona que lo había delatado. «Debí matar a ese mocoso cuando tuve la oportunidad».
Empezó a elaborar un plan. Le quedaban tres huevos y sabía exactamente qué hacer con ellos. Su estómago protestó. Pero primero tenía que comer algo y dormir.
Domingo, 3 de diciembre, 18:15 horas
El bigote y la peluca le otorgaban cierto anonimato. El suficiente para poder entrar en una cafetería y comer algo sin correr riesgos. Por culpa de Mitchell, no podía enseñar la cara en ningún lugar de Chicago. Miró con expresión ceñuda el televisor situado detrás de la barra. Su foto volvía a salir en las noticias. Reprimiendo el impulso de comprobar si alguien lo estaba mirando, mantuvo los ojos clavados en la pantalla. La reportera estaba hablando de Penny Hill.
«Action News ha sabido hoy que la señora Hill no fue la asistente social que llevó el caso de acogida del señor Kates. Un desgraciado accidente la tuvo de baja por invalidez durante un año, tiempo que Milicent Craven estuvo a cargo del caso, descuidando al muchacho. El niño vivió en un entorno de abusos sin que nadie respondiera a sus gritos de socorro. Ahora Penny Hill está muerta. No hemos conseguido hablar con la señora Craven. Andrew Kates sigue siendo una víctima más de unos Servicios Sociales demasiado inundados de burocracia para poder atender debidamente a los niños cuyas vidas dependen de ellos. Los mantendremos informados sobre esta noticia de última hora. Les habla Holly Wheaton, de Action News».