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– Esa fue siempre la historia oficial -dijo Hirata-, pero todo el mundo sabe que esas muertes fueron asesinatos ordenados por Yanagisawa. Sus soldados de élite eran demasiado listos para dejarse atrapar y nunca cometieron un descuido que los incriminara a ellos o al chambelán.

– Kobori también era listo, y experto en el arte del sigilo. Un día oí que un enemigo de Yanagisawa había caído fulminado sin motivo aparente. Se supuso que había muerto de un ataque repentino. Pero yo tenía otras sospechas. Le pregunté a Kobori si había administrado a aquel hombre el toque de la muerte. El no negó que hubiera usado nuestro arte secreto para cometer un asesinato a sangre fría. En realidad, se jactó de ello. -La expresión de Ozuno se ensombreció de desaprobación-. Me dijo que había aprovechado su saber para un fin práctico y bueno. Le dije que su deber era aprender las técnicas y enseñárselas algún día a un discípulo, nada más. Pero él contestó que eso no tenía sentido. La verdad era que se había dejado seducir por la emoción de matar y el prestigio que le aportaba trabajar para Yanagisawa. Le dije que no podía seguir estudiando conmigo y sirviendo a Yanagisawa al mismo tiempo.

– ¿Y él escogió a Yanagisawa?

Ozuno asintió.

– Dijo que ya no le interesaba nuestra sociedad, ni yo. Ese día lo repudié y lo expulsé de la sociedad secreta.

– ¿Y aquélla fue la última vez que lo viste?

– No. Lo vi una vez más. Nuestra sociedad tiene un método para tratar con los descarriados. Para impedir que hagan mal uso de nuestro saber secreto, o lo difundan, los eliminamos.

– ¿Los matáis, quieres decir?

– Los muertos no cometen maldades ni cuentan secretos -explicó Ozuno-. Al faltar a su voto, Kobori se condenó a muerte él solo. Se lo hice saber a todos. Todos éramos responsables de desembarazarnos de Kobori, pero la principal responsabilidad era mía porque había sido mi pupilo.

– Entonces, ¿por qué sigue vivo?

Ozuno parecía disgustado.

– Le enseñé demasiado bien. Cuando fui por él, luchamos. Me hirió y escapó. -Con un vistazo a su pierna coja, Ozuno prosiguió-. Los demás miembros de la sociedad secreta jamás han conseguido acercársele lo suficiente para matarlo. -Su disgusto se ahondó en mortificación-. Ahora soy responsable de esos nuevos asesinatos que ha cometido. Es un pecado que me perseguirá durante un millar de vidas.

– A lo mejor puedes expiarlo en ésta. -Hirata empezaba a ver una solución a sus propios problemas, que en ese momento encajaba con su caza del asesino-. ¿Puedes explicarme cómo abordar la captura de Kobori una vez lo encontremos?

– Debes llevar contigo a tantos soldados como puedas -dijo Ozuno-. Y prepárate para que muchos de ellos mueran mientras él se resiste al arresto.

Esa solución obvia no satisfacía a Hirata.

– ¿Qué hay de luchar en un duelo contra él?

– Todo el mundo tiene un punto débil. Yo nunca pude encontrar el de Kobori, pero es tu única esperanza de derrotarlo en un combate directo. Sugiero que no lo intentes.

– ¿Me enseñarías alguna de tus técnicas secretas para usarla contra él?

Ozuno lo observó con ceño.

– Imposible. Mi voto me lo impide.

– Se perderán más vidas a menos que me proporciones recursos para protegerme, a mí y a mis tropas. -Hirata quería aprender los secretos que permitían a un hombre cojo y endeble derrotar a cinco samuráis fornidos.

– De acuerdo -cedió Ozuno a regañadientes-. Te mostraré varios puntos vulnerables donde golpear a Kobori si te acercas lo suficiente.

Tomó la manó de Hirata y tocó dos puntos del hueso de su muñeca.

– Aplica una fuerte presión aquí para sacarle el aliento de los pulmones y debilitarlo. -Arremangó a Hirata y le dio un leve pellizco en el antebrazo, entre dos músculos-. Agárralo por aquí y obstruirás su flujo de energía. Eso lo derribará. Entonces podrás asestarle el golpe mortal.

Tocó a Hirata en el lado derecho de la garganta, justo por debajo de la barbilla.

– Un golpe fuerte aquí le detendrá el riego sanguíneo. -Situó el dedo sobre un punto del pecho de Hirata, y luego otro-. Pégale aquí y le pararás el corazón. -Después le abrió las vestiduras y señaló un punto cerca del ombligo-. Una patada fuerte en el núcleo de su espíritu lo matará al instante.

Fascinado, Hirata escuchó con atención. Sin embargo, recordó el ataque de aquellos bandidos cuando se dirigía al depósito de cadáveres y las incontables batallas a espada que había librado. Unas técnicas de combate cuerpo a cuerpo no lo ayudarían en situaciones parecidas.

– ¿Puedes enseñarme algún movimiento con la espada, como los que has empleado contra esos bravucones que te han atacado? -pidió.

– Oh, por supuesto. En unos instantes te transmitiré las habilidades que lleva años dominar -dijo Ozuno, retomando su anterior actitud desabrida. Clavó en Hirata su intensa mirada-. Sospecho que tu ansiedad por aprender mis secretos surge de algún propósito que va más allá de tu búsqueda de Kobori.

– Tienes razón -reconoció Hirata, avergonzado de que Ozuno hubiera leído con tanta facilidad sus intenciones. Se hincó de rodillas entre las tumbas e inclinó la cabeza-. Ozuno-san, me gustaría mucho estudiar artes marciales con vos. ¿Me aceptaríais como pupilo, por favor?

Ozuno emitió un sonido burlón.

– No aceptamos al primero que nos lo pide, así sin más. Ya te he hablado de nuestro sistema para escoger discípulos.

Hirata insistió:

– Vuestro sistema falló cuando escogiste a Kobori. Yo soy un mejor candidato.

– Eso dices tú -replicó Ozuno-. Eres un completo desconocido. No sé nada de ti salvo lo que veo, y lo que veo es que eres brusco e impertinente.

– Tengo buen carácter -dijo Hirata, ansioso por convencer-. El chambelán y el sogún responderán de mí.

– El que alardees de tus méritos es señal de una naturaleza vanidosa-refunfuñó Ozuno-. Además, eres demasiado viejo. Tu personalidad está formada. Siempre escogemos muchachos que podemos moldear de acuerdo con nuestro estilo de vida.

– Pero yo poseo una habilidad y experiencia en el combate que los niños no tienen. Parto con ventaja.

– Más probable es que hayas aprendido tantos errores que haría falta años para reeducarte.

Pero Hirata no cejó: aquélla era su gran oportunidad y no pensaba dejarla pasar.

– Por favor -suplicó, poniéndose en pie con dificultad y agarrando a Ozuno por el brazo-, necesito que me adiestréis. Sois mi única esperanza de poder volver a luchar. A menos que aprenda vuestros secretos, siempre estaré indefenso, seré un blanco fácil para los ataques, el objeto de todas las burlas. -Abrió los brazos para que Ozuno viera mejor la ruina lisiada de su cuerpo. Al borde de las lágrimas, avergonzado por suplicar, añadió-: En estas condiciones no podré cumplir mi deber hacia mi señor y mi sogún. Si no me ayudáis, ¡perderé mi honor además de mi medio de vida!

Ozuno lo contempló con implacable desprecio.

– Quieres conocimiento por los motivos erróneos. Quieres aprender unas técnicas, ganar peleas, satisfacer tu orgullo y obtener recompensas materiales, en vez de honrar y preservar nuestras venerables tradiciones. Tus necesidades no son asunto mío. Desde luego no te cualifican para entrar en nuestra sociedad. -Hizo un gesto de impaciencia con la mano-. Pero esta conversación carece de sentido. Aunque fueras el candidato ideal, no te adiestraría. Juré abandonar la enseñanza cuando Kobori se torció. Nunca volveré a arriesgarme a crear otro asesino amoral.

Aunque el tono del sacerdote daba a entender que su decisión no tenía vuelta atrás, Hirata estaba demasiado desesperado para rendirse.

– Pero el destino me ha traído hasta vos -exclamó-. Estáis hecho para ser mi maestro. ¡Es nuestro destino!

– ¿Destino, eh? -Ozuno se rió con sarcasmo-. En fin, si lo es, supongo que no puedo rehuirlo. Te ofrezco un trato: si nos encontramos otra vez, empezaremos nuestras lecciones.