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– ¿Quién es la fuente de todas esas afirmaciones? -preguntó Monica Figuerola.

– Eso, de momento, carece de importancia. Céntrate en la información que nos ha facilitado.

– Lo que quiero saber es si tú consideras que esa fuente tiene credibilidad.

– La conozco desde hace muchos años y considero que es una persona de la máxima credibilidad.

– Es que suena completamente… No sé: decir inverosímil es quedarse corta.

Edklinth asintió.

– A una novela de espías -precisó.

– ¿Y qué es lo quieres que haga?

– Desde este mismo instante quedas relevada de todas las demás tareas. Tu única misión es ésta: averiguar el grado de veracidad de esta historia. Debes verificar o desechar las afirmaciones. Sólo me informarás a mí; a nadie más.

– ¡Dios mío! -exclamó Monica Figuerola-. Ahora entiendo a qué te referías con eso de que podría llevarme a la desgracia.

– Sí. Pero si la historia es verdadera… si tan sólo una mínima fracción de todas esas declaraciones es verdadera, tendremos que hacer frente a una crisis constitucional.

– ¿Por dónde empiezo? ¿Cómo lo hago?

– Empieza por lo más fácil. Empieza con la lectura de aquel informe que redactó Gunnar Björck en 1991. Después quiero que identifiques a las personas que, supuestamente, están persiguiendo a Mikael Blomkvist. Según mi fuente, el propietario del coche es un tal Göran Mårtensson, de cuarenta años de edad, policía y residente en Vittangigatan, en Vällingby. Luego identifica a la otra persona que aparece en las fotos que hizo el fotógrafo de Mikael Blomkvist. Este joven rubio de aquí.

– De acuerdo.

– A continuación deberás investigar el pasado de Evert Gullberg. Yo no he oído hablar de él en mi vida, pero, según mi fuente, tiene que existir algún vínculo con la policía de seguridad.

– Eso quiere decir que alguien de aquí contrató a un viejo de setenta y ocho años para que asesinara a un espía. No me lo creo.

– Aun así, debes comprobarlo. Y la investigación la harás en secreto. Consúltame antes si piensas tomar alguna medida concreta. No quiero que esto levante olas.

– Lo que me estás pidiendo supone una investigación enorme. ¿Cómo voy a poder hacerla yo sola?

– No vas a estar sola. Si acaso al principio. Si vuelves y me dices que no has encontrado nada, pues ya está y nos olvidamos del asunto. Pero si das con algo sospechoso, ya decidiremos cómo seguir.

Monica Figuerola dedicó la hora del almuerzo a levantar pesas en el gimnasio de la policía. Su comida consistió en un bocadillo de albóndigas con ensaladilla de remolacha y un café solo que se llevó a su despacho al volver del gimnasio. Cerró la puerta, limpió su mesa y se puso a leer el informe de Gunnar Björck mientras se tomaba el bocadillo.

También leyó el anexo con la correspondencia que mantuvieron Björck y el doctor Peter Teleborian. Apuntó cada nombre y cada hecho concreto que figuraba en el informe y que podía ser objeto de verificación. Al cabo de dos horas se levantó y fue a por más café a la máquina. Al salir del despacho cerró la puerta con llave, algo que formaba parte de las rutinas de la DGP /Seg.

Lo primero que hizo fue comprobar el número de registro del informe. Llamó al encargado del registro, quien le comunicó que no existía ningún informe con ese número. El segundo paso consistió en consultar una hemeroteca. Allí hubo más suerte. Los dos periódicos vespertinos y uno de los matutinos habían informado de que, aquel día, una persona había sufrido graves quemaduras en el incendio de un coche en Lundagatan. La víctima del incidente era un hombre de mediana edad cuyo nombre no se revelaba. Uno de los vespertinos decía, además, que, según un testigo, el incendio había sido provocado por una niña pequeña. Esa sería, por tanto, la famosa bomba incendiaria que Lisbeth Salander le tiró a un agente ruso llamado Zalachenko. Por lo menos, eso sí parecía ser cierto.

Gunnar Björck, que figuraba como el autor del informe, existió en realidad. Se trataba de una persona conocida que había ocupado un cargo importante en el Departamento de extranjería, que estuvo de baja debido a una hernia discal y que, por desgracia, acabó suicidándose.

No obstante, el Departamento de recursos humanos no podía informar sobre las actividades realizadas por Gunnar Björck en 1991. Esa información era confidencial incluso para otros colaboradores de la DGP /Seg. Normas de la casa.

Que Lisbeth Salander residió en Lundagatan en el año 1991 y que se pasó los dos siguientes años en la clínica psiquiátrica de Sankt Stefan eran datos fáciles de verificar. En lo relativo a esos detalles por lo menos, la realidad no parecía contradecir el contenido del informe.

Peter Teleborian era un conocido psiquiatra que solía dejarse ver por la tele. Había trabajado en Sankt Stefan en 1991 y en la actualidad era el médico jefe de la clínica.

Monica Figuerola reflexionó un largo rato sobre el significado del informe. Luego llamó al jefe adjunto del Departamento de personal.

– Tengo una pregunta complicada -anunció.

– ¿Cuál?

– Estamos haciendo un análisis que trata de evaluar la credibilidad de una persona y su salud psíquica general. Necesito contactar con un psiquiatra u otro experto que tenga autorización para acceder a información clasificada. Me han hablado de un tal doctor Peter Teleborian y me gustaría saber si podría contratarle.

La respuesta se hizo esperar un rato.

– El doctor Peter Teleborian ha sido asesor externo de la Seg en un par de ocasiones. Está autorizado y puedes hablar con él, en términos generales, sobre información clasificada. Pero antes de dirigirte a él, debes seguir el procedimiento burocrático habitual: tu jefe tiene que dar su visto bueno y hacer una petición formal.

A Monica Figuerola se le encogió ligeramente el corazón. Acababa de verificar un dato que era imposible que se conociera fuera de un círculo muy reducido de personas: Peter Teleborian había tenido que ver con la DGP /Seg. Con ese dato, la credibilidad del informe quedaba reforzada.

Dejó de lado el informe y se dedicó al resto de la información que le había proporcionado Torsten Edklinth. Estudió las fotos de Christer Malm de las dos personas que, presuntamente, siguieron a Mikael Blomkvist desde el café Copacabana el uno de mayo.

Consultó el registro de coches y constató que, en efecto, Göran Mårtensson existía y poseía un Volvo gris con la matrícula en cuestión. Luego, a través del Departamento de recursos humanos, pudo confirmar que era empleado de la DGP /Seg. Se trataba de la comprobación más sencilla que podía efectuar y también esa circunstancia parecía ser correcta. El corazón se le encogió un poco más.

Göran Mårtensson trabajaba en protección personal. Era guardaespaldas. Formaba parte de ese grupo de colaboradores que, en numerosas ocasiones, se había encargado de la seguridad del primer ministro. Sin embargo, hacía unas cuantas semanas que estaba en comisión de servicios en el Departamento de contraespionaje. La había iniciado el 10 de abril, unos días después de que Alexander Zalachenko y Lisbeth Salander hubieran sido ingresados en el hospital de Sahlgrenska; no obstante, ese tipo de traslados no eran nada raros si faltaba personal para algún asunto urgente.

A continuación, Monica Figuerola llamó al jefe adjunto de contraespionaje, un hombre al que conocía personalmente y para el que había trabajado durante su breve estancia en ese departamento. Le preguntó si Goran Mårtensson estaba ocupado con alguna misión importante y si podría cedérselo para una investigación de la protección constitucional.

El jefe adjunto del contraespionaje se quedó perplejo. Sin duda la habían informado mal: Göran Mårtensson, de protección personal, no se hallaba allí en comisión de servicios. Lo sentía mucho.

Monica Figuerola colgó el teléfono y se quedó mirándolo durante dos minutos. En protección personal pensaban que Göran Mårtensson se hallaba en contraespionaje. Pero allí no estaba. Ese tipo de traslados tienen que ser aprobados y gestionados por el jefe administrativo. Se estiró para coger el teléfono y llamarlo, pero se detuvo. Si los de protección personal hubiesen trasladado a Mårtensson, el jefe administrativo tendría que haber dado su visto bueno. Pero Mårtensson no se encontraba en contraespionaje. Algo que el jefe administrativo tenía que saber. Y si hubiesen trasladado a Mårtensson a algún departamento que se dedicara a seguir a Mikael Blomkvist, el jefe administrativo también debería estar al corriente de eso.