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También tomó nota de lo curioso que resultaba que en ninguno de los libros localizados por Henry Cortez figurara una bibliografía. En su lugar, las notas a pie de página contenían referencias a artículos de la prensa vespertina o a entrevistas personales con algún agente jubilado de la Säpo.

El libro Los poderes secretos resultaba fascinante, pero se ocupaba, en su mayor parte, de la época de la segunda guerra mundial, así como de los años inmediatamente anteriores. Mikael consideró que las memorias de P. G. Vinge no eran sino un libro propagandístico escrito en defensa propia por un destituido jefe de la Säpo que había recibido duras críticas. An Agent in Place contenía -ya desde el primer capítulo- tantas cosas raras sobre Suecia que, sin pensárselo dos veces, tiró el libro a la papelera. Los únicos libros con una explícita ambición de describir el trabajo de la policía de seguridad eran Lucha por el poder de la Säpo y El espionaje en Suecia. En ellos figuraba una serie de datos, nombres y organigramas. Le pareció que el libro de Erik Magnusson merecía ser leído. Aunque no respondía a ninguna de sus preguntas más inmediatas, ofrecía una buena panorámica general de la Säpo y de sus actividades durante las pasadas décadas.

Sin embargo, la mayor sorpresa la constituyó Una misión de Carl Lidbom, que describía los problemas con los que tuvo que enfrentarse el ex embajador sueco en París cuando, por encargo del gobierno, investigó a la Säpo tras la estela dejada por el asesinato de Palme y el caso Ebbe Carlsson. Mikael no había leído nada de Carl Lidbom con anterioridad y le sorprendió ese lenguaje irónico salpicado de observaciones muy agudas. Pero tampoco el libro de Carl Lidbom daba respuesta a sus preguntas, aunque ya empezaba a hacerse una idea de aquello a lo que se estaba enfrentando.

Después de meditar un instante, cogió el móvil y llamó a Henry Cortez.

– Hola, Henry. Gracias por el trabajo de campo de ayer.

– Mmm. ¿Qué quieres?

– Un poco más de lo mismo.

– Micke, tengo trabajo. Me han nombrado secretario de redacción.

– Un paso estupendo en tu carrera profesional.

– ¿Qué quieres?

– A lo largo de los años se han realizado unos cuantos estudios oficiales sobre la Säpo. Carl Lidbom hizo uno. Debe de haber numerosas investigaciones similares.

– Ya.

– Llévate a casa todo lo que puedas encontrar en el Riksdag: presupuestos, informes de comisiones estatales, actas de interpelación y cosas por el estilo. Y pide las memorias anuales de la Säpo hasta donde puedas remontarte.

– Sí, bwana.

– Muy bien. Oye, Henry…

– ¿Sí?

– … no lo necesito hasta mañana.

Lisbeth Salander se pasó la mañana dándole vueltas a lo de Zalachenko. Sabía que se encontraba a dos puertas de ella, que por las noches deambulaba por los pasillos y que a las tres y diez de la madrugada había estado frente a su habitación.

Ella lo había seguido hasta Gosseberga con la intención de matarlo. Fracasó, y ahora Zalachenko estaba vivo y a menos de diez metros de ella. Estaba metida en la mierda. No sabía muy bien hasta dónde, pero suponía que se vería obligada a escapar de allí y luego desaparecer discretamente fugándose al extranjero si no quería correr el riesgo de que la volviesen a encerrar en algún manicomio con Peter Teleborian como carcelero.

El problema era, por supuesto, que apenas tenía fuerzas para incorporarse en la cama. Advertía mejoras. El dolor de cabeza persistía, pero, en lugar de ser permanente, se producía a intervalos más o menos regulares. El dolor del hombro acechaba bajo la superficie y se manifestaba sólo cuando intentaba moverse.

Oyó pasos delante de su puerta y vio a una enfermera abrir y dejar pasar a una mujer que llevaba pantalones negros, blusa blanca y americana oscura. Se trataba de una mujer guapa y delgada, con el pelo corto y oscuro peinado como si fuera un chico. Irradiaba una complaciente autoconfianza. Llevaba un maletín negro en la mano. Lisbeth descubrió en el acto que tenía los mismos ojos que Mikael Blomkvist.

– Hola, Lisbeth. Me llamo Annika Giannini -dijo-. ¿Puedo entrar?

Lisbeth la observó con ojos inexpresivos. De repente no tuvo ni pizca de ganas de conocer a la hermana de Mikael Blomkvist y se arrepintió de haber aceptado la propuesta de que ella fuera su abogada.

Annika Giannini entró, cerró la puerta tras de sí y se acercó una silla. Permaneció callada durante unos segundos contemplando a su clienta.

Lisbeth Salander tenía una pinta lamentable. Su cabeza era un paquete de vendas. Sus ojos, inyectados en sangre, estaban rodeados de unos enormes y morados hematomas.

– Antes de que empecemos a hablar necesito saber si realmente quieres que yo sea tu abogada. Por regla general sólo llevo casos civiles y represento a víctimas de violaciones o de malos tratos. No soy una abogada penalista. Sin embargo, he estudiado los detalles de tu caso y me apetece mucho representarte, si tú me lo permites. También debo decirte que Mikael Blomkvist es mi hermano, creo que eso ya lo sabes, y que él y Dragan Armanskij van a pagar mis honorarios.

Esperó un rato, pero como no obtuvo ninguna reacción por parte de su clienta prosiguió.

– Si me quieres como abogada, trabajaré para ti. O sea, que no trabajo ni para mi hermano ni para Dragan Armanskij. En la parte penal me asistirá tu viejo administrador, Holger Palmgren. Es un tipo duro: todavía está convaleciente, pero se ha levantado casi a rastras de su cama para ayudarte.

– ¿Palmgren? -preguntó Lisbeth Salander.

– Sí.

– ¿Lo has visto?

– Sí. Va a ser mi asesor.

– ¿Cómo está?

– Está cabreadísimo, pero, por curioso que pueda resultar, no parece preocupado por ti.

Lisbeth Salander mostró una sonrisa torcida. La primera desde que aterrizó en el hospital de Sahlgrenska.

– Y tú, ¿cómo estás?

– Estoy hecha un saco de mierda -dijo Lisbeth Salander.

– Bueno… ¿Me aceptas como defensora? Armanskij y Mikael pagarán mis honorarios y…

– No.

– ¿No? ¿Qué quieres decir?

– Que te pagaré yo. No quiero ni un céntimo de Armanskij ni de Kalle Blomkvist. Sin embargo, no podré pagarte hasta que no tenga acceso a Internet.

– Entiendo. Ya solucionaremos ese tema cuando llegue el momento; de todos modos, las autoridades públicas correrán con la mayor parte de los gastos. ¿Quieres entonces que te represente?

Lisbeth Salander asintió secamente.

– Bien. Empezaré por transmitirte un mensaje de Mikael. Se expresa de manera críptica pero insiste en que tú comprenderás lo que quiere decir.

– ¿Ah, sí?

– Dice que me lo ha contado casi todo de ti excepto unas pocas cosas. La primera concierne a las aptitudes que descubrió en Hedestad sobre ti.

Mikael sabe que tengo memoria fotográfica… y que soy una hacker. No se lo ha dicho a nadie.

– Vale.

– La segunda es el DVD. No sé a qué se refiere, pero dice que eres tú la que debe decidir si contármelo o no. ¿Tú sabes a qué se refiere?

El DVD de la película que mostraba la violación de Bjurman.

– Sí.

– Bien.

De repente, Annika Giannini dudó.

– A veces mi hermano me irrita un poco. A pesar de haberme contratado, sólo me cuenta lo que le apetece. ¿Tú también piensas ocultarme cosas?

Lisbeth meditó la respuesta.

– No lo sé.

– Vamos a tener que hablar bastante. Sin embargo, ahora no puedo quedarme mucho tiempo porque debo ver a la fiscal Agneta Jervas dentro de cuarenta y cinco minutos. Sólo necesitaba confirmar que realmente me querías como abogada. También tengo que darte una instrucción…

– Vale.

– Es la siguiente: si yo no estoy presente no digas ni una sola palabra a la policía, te pregunten lo que te pregunten. Aunque te provoquen y te acusen de todo tipo de cosas. ¿Me lo prometes?

– Eso no me costará nada -respondió Lisbeth Salander.