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– ¡Por todos los santos!… -exclamó Wadensjöö.

– Continuemos con la reunión -respondió Gullberg secamente.

Volvieron a reunirse en torno a la mesa del despacho de Wadensjöö. Sin pronunciar palabra, Clinton se dejó caer en la silla que le ofrecieron.

– Todos conocéis a Fredrik Clinton -dijo Gullberg.

– Sí -contestó Wadensjöö-. Lo que me pregunto es qué hace aquí.

– Clinton ha decidido volver al servicio activo. Va a dirigir la unidad operativa de la Sección hasta que la actual crisis haya pasado.

Gullberg levantó una mano interrumpiendo la protesta de Wadensjöö antes de que a éste ni siquiera le diera tiempo a formularla.

– Clinton está cansado. Necesita ayuda. Debe acudir regularmente al hospital para someterse a sus sesiones de diálisis. Wadensjöö, tú contratarás a dos asistentes personales para que le ayuden con todos los detalles prácticos. Pero permíteme que deje una cosa clara: por lo que respecta a este asunto, será Clinton quien tome todas las decisiones operativas.

Se calló y esperó. No se oyó ninguna protesta.

– Tengo un plan. Creo que podemos llevarlo a buen puerto, pero debemos actuar rápidamente para no desperdiciar las ocasiones que se nos presenten -dijo-. Luego todo dependerá de la resolución y determinación que haya hoy en día en la Sección.

Wadensjöö percibió un cierto desafío en las palabras de Gullberg.

– Tu dirás…

– Primero: ya hemos tratado el tema de la policía. Haremos exactamente lo que dijimos. Intentaremos mantenerla apartada y que se sigan centrando en la búsqueda de Niedermann. Georg Nyström se ocupará de eso. Pase lo que pase, Niedermann carece de importancia. Nos aseguraremos de que sea Faste el que se encargue de la investigación de Salander.

– No parece demasiado complicado -dijo Nyström-. Tan sólo será cuestión de hablar discretamente con el fiscal Ekström.

– ¿Y si se opone?…

– No creo que lo haga. Es un trepa y no mira más que por sus propios intereses. Pero ya sabré yo qué tecla tocar si fuera preciso. No le gustaría verse envuelto en un escándalo.

– Bien. El segundo paso es Millennium y Mikael Blomkvist. Esa es la razón por la que Clinton ha vuelto al servicio. Es ahí donde se necesitan medidas extraordinarias.

– Creo que esto no me va a gustar -dijo Wadensjöö.

– Es muy probable que no, pero no podemos manipular a Millennium con la misma facilidad. Su amenaza, en cambio, se basa en un solo punto: el informe policial de Björck de 1991. Tal y como están las cosas ahora mismo supongo que ese documento se encuentra en dos sitios, tal vez tres. Fue Lisbeth Salander la que dio con él, pero, no sé cómo, Mikael Blomkvist también consiguió echarle el guante. Eso significa que mientras ella huía de la justicia debió de existir algún tipo de contacto entre Blomkvist y Salander.

Clinton levantó un dedo y pronunció las primeras palabras desde que llegó.

– Eso también dice algo del carácter de nuestro adversario. Blomkvist no teme correr riesgos; acuérdate del asunto Wennerström.

Gullberg hizo un gesto afirmativo.

– Blomkvist le dio el informe a su redactora jefe, Erika Berger, quien a su vez se lo mandó por mensajero a Bublanski. Así que ella también lo ha leído. Podemos dar por descontado que han hecho una copia de seguridad. Adivino que Blomkvist tiene una y que hay otra en la redacción.

– Parece razonable -dijo Wadensjöö.

– Millennium es una revista mensual, lo que quiere decir que no van a publicarlo mañana mismo. De modo que hay tiempo. Pero tenemos que hacernos con esas dos copias del informe. Y ese tema no podemos gestionarlo con la ayuda del fiscal general.

– Entiendo.

– O sea, que se trata de iniciar una actividad operativa y entrar tanto en casa de Blomkvist como en la redacción de Millennium. Jonas: ¿podrás encargarte de eso?

Jonas Sandberg miró a Wadensjöö por el rabillo del ojo.

– Evert, es preciso que entiendas que… que ya no nos dedicamos a ese tipo de acciones -precisó Wadensjöö-. Estamos en una nueva época que trata más de intrusión informática, escuchas telefónicas y cosas por el estilo. No contamos con los suficientes recursos como para mantener una actividad operativa.

Gullberg se inclinó hacia delante por encima de la mesa.

– En tal caso, Wadensjöö, tendrás que buscar esos recursos echando leches. Contrata a gente de fuera. Contrata a una cuadrilla de matones de la mafia yugoslava para que le den una paliza a Blomkvist si hace falta. Pero tenemos que conseguir esas dos copias del informe como sea. Si se quedan sin ellas, no podrán demostrar una mierda. Si no sois capaces de hacer eso, quédate ahí sentado tocándote los cojones hasta que la comisión constitucional llame a la puerta.

Gullberg y Wadensjöö cruzaron sus miradas durante un largo rato.

– Vale, me encargaré de eso -dijo de repente Jonas Sandberg.

Gullberg miró de reojo al junior.

– ¿Estás seguro de que serás capaz de organizar algo así?

Sandberg asintió.

– Muy bien. Desde este mismo momento Clinton es tu nuevo jefe. Recibirás órdenes directas de él.

Sandberg hizo un gesto de asentimiento.

– Será, en gran medida, una cuestión de vigilancia. La unidad operativa necesita refuerzos -dijo Nyström-. Tengo varios nombres en mente. Hay un chico en la organización externa: trabaja en el departamento de protección personal de la Seg y se llama Mårtensson. No le tiene miedo a nada y promete mucho. Llevo ya algún tiempo pensando en traérmelo a la organización interna. Incluso he pensado en él como mi sucesor.

– Está bien -respondió Gullberg-. Que lo decida Clinton.

– Hay otra noticia -dijo Georg Nyström-. Me temo que puede existir una tercera copia.

– ¿Dónde?

– Me acabo de enterar de que Lisbeth Salander tiene una abogada. Su nombre es Annika Giannini. Es hermana de Mikael Blomkvist.

Gullberg asintió.

– Es verdad. Blomkvist le habrá dado una copia a su hermana. Cualquier otra cosa sería absurda. Lo que quiere decir que a partir de ahora, y durante algún tiempo, deberemos vigilar de cerca a los tres: a Berger, a Blomkvist y a Giannini.

– No creo que haya que preocuparse por Berger. Hoy mismo han emitido un comunicado de prensa en el que han anunciado que ella va a ser la nueva redactora jefe del Svenska Morgon-Posten. Ya no tiene nada que ver con Millennium.

– Vale. Pero vigílala de todas maneras. En cuanto a Millennium, necesitamos pincharles el teléfono a todos y, además, poner micrófonos en sus domicilios y, por supuesto, en la redacción. Tenemos que acceder a sus correos electrónicos y enterarnos de a quién ven y con quién hablan. Y estaría bien saber qué es lo que van a publicar y cómo van a enfocar sus revelaciones. Y, sobre todo, hemos de echarle el guante al informe. En otras palabras: hay mucha tela por cortar.

Wadensjöö pareció albergar serias dudas.

– Evert, nos estás pidiendo que organicemos una serie de actividades operativas contra la redacción de un periódico. Es una de las cosas más peligrosas que podemos hacer.

– No tienes elección. O te pones manos a la obra o ya va siendo hora de que otra persona asuma la dirección de este lugar.

El desafío flotó sobre la mesa como una nube.

– Creo que seré capaz de controlar el tema de Millennium -acabó por decir Jonas Sandberg-. Pero nada de esto resuelve el problema básico. ¿Qué hacemos con Zalachenko? Si él habla, todos los demás esfuerzos serán en vano.

Gullberg movió lentamente la cabeza.

– Ya lo sé. Esa es mi parte de la operación. Creo que tengo un argumento que convencerá a Zalachenko para que no abra la boca. Pero eso exige cierta preparación. Esta misma tarde salgo para Gotemburgo.

Se calló y miró a su alrededor. Luego centró su mirada en Wadensjöö.

– Durante mi ausencia, Clinton tomará las decisiones operativas -dijo.

Al cabo de un rato, Wadensjöö asintió.