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– Entonces… ¿qué hacemos?

Un silencio se apoderó de la mesa. Fue Gullbeg quien retomó el hilo.

– El problema presenta varias partes. En primer lugar, podemos estar de acuerdo con las consecuencias en el caso de que Zalachenko se vaya de la lengua. Toda la maldita Suecia constitucional caerá sobre nuestras cabezas. Nos aniquilarán. Me imagino que varias personas de la Sección irían a la cárcel.

– Desde un punto de vista jurídico, la actividad es legal; trabajamos por encargo del gobierno.

– ¡No digas tonterías! -le espetó Gullberg-. Tú sabes tan bien como yo que un papel que se redactó en términos poco precisos a mediados de los años sesenta no vale hoy una mierda.

– Yo diría que a ninguno de nosotros le gustaría saber qué ocurriría exactamente si Zalachenko largara -añadió.

Se hizo un nuevo silencio.

– Por lo tanto, el punto de partida tiene que ser intentar callar a Zalachenko -dijo Georg Nyström finalmente.

Gullberg asintió.

– Y para persuadirle de que permanezca con la boca cerrada debemos ofrecerle algo sustancial. El problema es que resulta imprevisible. Nos podría quemar a su antojo por pura mala leche. Tenemos que pensar en alguna manera de mantenerlo a raya.

– ¿Y su ultimátum?… -dijo Jonas Sandberg-. Que hagamos desaparecer todo esto y que mandemos a Salander al manicomio.

– Ya sabremos cómo ocuparnos de Salander. El problema es Zalachenko. Pero eso nos lleva a la segunda parte: reducción de los daños colaterales. El informe de Teleborian de 1991 se ha filtrado y constituye una potencial amenaza de las mismas dimensiones que Zalachenko.

Georg Nyström se aclaró la voz.

– En cuanto nos dimos cuenta de que el informe había salido a la luz y había acabado en manos de la policía tomé ciertas medidas. Fui a ver al jurista Forelius, de la DGP /Seg, quien se puso en contacto con el fiscal general. Este ordenó que la policía devolviera el informe y que no se copiara ni distribuyera.

– ¿Cuánto sabe el fiscal general de todo esto? -preguntó Gullberg.

– Nada de nada. El actúa por petición oficial de la DGP /Seg. Se trata de material altamente confidencial y el fiscal general no tiene otra elección. No puede actuar de otra forma.

– Vale. ¿Quiénes de dentro de la policía han leído el informe?

– Pues lo han leído Bublanski, su colega Sonja Modig y el instructor del sumario, Richard Ekström. Y supongo que podemos dar por descontado que otros dos policías… -Nyström hojeó sus apuntes-; un tal Curt Svensson y un tal Jerker Holmberg conocen por lo menos el contenido. Ten en cuenta que existían dos copias…

– O sea, cuatro policías y un fiscal. ¿Qué sabemos de ellos?

– El fiscal Ekström tiene cuarenta y dos años. Se le considera una estrella en ascenso. Ha trabajado como investigador en el Ministerio de Justicia y se le han dado algunos casos llamativos. Ambicioso. Consciente de su imagen. Un trepa.

– ¿Sociata? -preguntó Gullberg.

– Probablemente. Pero no está afiliado.

– O sea, que el que lleva la investigación es Bublanski. Lo vi en una rueda de prensa en la televisión. No parecía encontrarse cómodo ante las cámaras.

– Tiene cincuenta y dos años y posee un excelente curriculum, pero también tiene fama de ser un tipo arisco. Es judío y bastante ortodoxo.

– Y la mujer… ¿quién es?

– Sonja Modig. Casada, treinta y nueve años, madre de dos hijos. Ha hecho carrera con bastante rapidez. Hablé con Peter Teleborian y la describió como emocional. Cuando Teleborian estuvo haciendo una presentación sobre Salander, Sonja Modig no paró de cuestionarlo.

– Vale.

– Curt Svensson es un tipo duro. Treinta y ocho años. Viene de la unidad de bandas callejeras de los suburbios del sur y llamó la atención hace un par de años cuando mató de un tiro a un chorizo. En la investigación interna lo absolvieron de todos los cargos. Por cierto, fue a él a quien mandó Bublanski para detener a Gunnar Björck.

– Entiendo. Guárdate en la memoria la muerte de ese chorizo. Si nos interesa desacreditar al grupo de Bublanski, siempre podremos centrarnos en Svensson y decir que resulta inapropiado como policía. Supongo que seguimos contando con contactos relevantes dentro de los medios de comunicación… ¿Y el último?

– Jerker Holmberg. Cincuenta y cinco años. Procede de Norrland y en realidad es especialista en examinar el lugar del crimen. Hace un par de años le ofrecieron realizar los cursos de formación para ascender a comisario, pero declinó la oferta. Parece encontrarse a gusto con lo que hace.

– ¿Alguno de ellos es activo políticamente?

– No. En los años setenta el padre de Holmberg fue presidente del consejo municipal del Partido de Centro.

– Mmm. Parece ser un grupo bastante modesto. Suponemos que son como una piña. ¿Podemos aislarlos de alguna manera?

– Hay un quinto policía que también está implicado -dijo Nyström-. Hans Faste, cuarenta y siete años. Me han contado por ahí que ha estallado un fuerte conflicto entre Faste y Bublanski. Y tengo entendido que ha cobrado tales dimensiones que Faste se ha dado de baja.

– ¿Qué sabemos de él?

– Cada vez que pregunto por él recibo una respuesta diferente. Cuenta con una larga hoja de servicios bastante impecable. Un profesional. Pero es de trato difícil. Por lo visto, la pelea con Bublanski tiene que ver con Lisbeth Salander.

– ¿En qué sentido?

– Faste parece haberse aferrado a esa idea de una banda satánica de lesbianas de la que tanto ha escrito la prensa. En realidad no le gusta Salander; su mera presencia se le antoja un insulto personal. No me extrañaría que estuviera detrás de la mitad de los rumores. Un ex colega suyo me contó que, en general, tiene dificultades para colaborar con las mujeres.

– Interesante -dijo Gullberg para, acto seguido, quedarse meditando un instante-. Como la prensa ya ha escrito sobre una banda lesbiana podría haber razones para tirar de ese hilo. No contribuye precisamente a aumentar la credibilidad de Salander.

– O sea, que los policías que han leído la investigación de Björck representan un problema. ¿Tenemos alguna forma de aislarlos? -preguntó Sandberg.

Wadensjöö encendió otro purito.

– Bueno, el instructor del sumario es Ekström…

– Pero el que manda es Bublanski -dijo Nyström.

– Sí, pero no puede oponerse a las decisiones administrativas -Wadensjöö parecía pensativo; miró a Gullberg-. Tú cuentas con más experiencia que yo, pero esta historia parece tener tantos hilos y tantas ramificaciones… Creo que convendría mantener alejados a Bublanski y Modig de Salander.

– Está bien, Wadensjöö -contestó Gullberg-. Y eso es exactamente lo que vamos a hacer. Bublanski es el encargado de la investigación del asesinato de Bjurman y de esa pareja de Enskede. Salander ya no figura en esa investigación. Ahora se trata de ese alemán llamado Niedermann. De modo que Bublanski y su equipo tendrán que concentrar sus esfuerzos en cazar a Niedermann.

– De acuerdo.

– Salander ya no es asunto suyo. Luego está lo de Nykvarn… Son tres asesinatos de hace más tiempo. Ahí hay una conexión con Niedermann. La investigación está ahora en Södertälje, pero habría que juntar las dos en una sola. Así Bublanski tendrá las manos ocupadas durante un tiempo. Quién sabe… Quizá detenga a ese Niedermann.

– Mmm.

– Este Faste… ¿habrá alguna manera de lograr que vuelva? Parece ser la persona idónea para investigar las sospechas dirigidas contra Salander.

– Entiendo tu razonamiento -dijo Wadensjöö-. Se trata de conseguir que Ekström separe los dos asuntos. Pero todo esto hará que consigamos controlar a Ekström.

– No debería ser demasiado complicado -comentó Gullberg, mirando de reojo a Nyström, quien hizo un gesto de asentimiento.

– Yo me ocupo de Ekström -se ofreció Nyström-. Seguro que está deseando no haber oído hablar jamás de Zalachenko. Nos entregó el informe de Björck en cuanto la Säpo se lo pidió y ya ha dicho que, por supuesto, acatará todos los aspectos que afecten de alguna forma a la seguridad nacional.