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No fue hasta el lunes por la tarde cuando la doctora Helena Endrin, tras haber consultado a su colega Anders Jonasson, juzgó que el estado de Lisbeth Salander era lo suficientemente estable como para que pudiera recibir visitas. Los primeros visitantes fueron dos inspectores de la policía criminal a los que se les concedieron quince minutos para hacer sus preguntas. Cuando entraron en la habitación y acercaron un par de sillas a la cama, Lisbeth los contempló en silencio.

– Hola. Soy el inspector Marcus Erlander. Trabajo en la brigada de delitos violentos de Gotemburgo. Esta es mi colega Sonja Modig, de la policía de Estocolmo.

Lisbeth Salander no saludó. Ni se inmutó. Reconoció a Modig como uno de los maderos del grupo de Bublanski. Erlander mostró una tímida sonrisa.

– Tengo entendido que no sueles intercambiar muchas palabras con las autoridades. Así que te quería informar de que no es necesario que digas absolutamente nada. En cambio, te agradecería que fueras tan amable de dedicarme unos minutos y escucharme. Tenemos varios asuntos entre manos y no hay tiempo para tratarlos todos hoy. Ya habrá más ocasiones.

Lisbeth Salander no dijo nada.

– En primer lugar te quiero informar de que tu amigo Mikael Blomkvist nos ha dicho que una abogada llamada Annika Giannini está dispuesta a representarte y que ya está al corriente del caso. Dice que ya te ha comunicado su nombre. Necesito que me confirmes que así es y me gustaría saber si deseas que la abogada Giannini venga hasta Gotemburgo para encargarse de tu defensa.

Lisbeth Salander no dijo nada.

Annika Giannini. La hermana de Mikael Blomkvist. Él la había mencionado en un correo. Lisbeth no había reflexionado sobre el hecho de que fuera a necesitar un abogado.

– Lo siento, pero simplemente tengo que pedirte que me contestes a esa pregunta. Me basta con un sí o un no. Si dices que sí, el fiscal de Gotemburgo se pondrá en contacto con la abogada Giannini. Si dices que no, el tribunal te designará un abogado de oficio. ¿Qué quieres?

Lisbeth Salander sopesó la propuesta. Suponía que, en efecto, iba a necesitar un abogado, pero tener a la hermana de Kalle Blomkvist de los Cojones como abogada defensora era demasiado fuerte. Qué contento se pondría el cabrón. Por otra parte, un desconocido abogado de oficio difícilmente resultaría mejor. Finalmente abrió la boca y graznó una sola palabra.

– Giannini.

– Muy bien. Gracias. Ahora sólo me queda una pregunta. No necesitas decir ni una palabra hasta que tu abogada esté presente pero, a mi entender, esta pregunta no os afecta ni a ti ni a tu bienestar. La policía busca ahora al ciudadano alemán de treinta y siete años Ronald Niedermann por el asesinato de un policía.

Lisbeth arqueó una ceja. Eso era toda una noticia: no tenía ni idea de lo que había ocurrido después de darle a Zalachenko el hachazo en la cabeza.

– Por lo que a los hechos de Gotemburgo respecta, queremos detenerlo cuanto antes. Además, mi colega de Estocolmo, aquí presente, quiere interrogarlo en relación con los tres asesinatos de los que tú eras sospechosa. De modo que pedimos tu colaboración. Nuestra pregunta es si tienes alguna idea… si nos puedes dar alguna pista que nos ayude a localizarlo.

Escéptica, Lisbeth desplazó la mirada de Erlander a Modig para volver a centrarla en Erlander.

No saben que es mi hermano.

Luego se preguntó si quería que detuvieran a Niedermann o no. Lo que más deseaba en el mundo era meterlo en un hoyo de Gosseberga y enterrarlo allí. Al final se encogió de hombros. Algo que no debería haber hecho, ya que un intenso dolor le atravesó de inmediato el hombro izquierdo.

– ¿Qué día es hoy? -preguntó Lisbeth.

– Lunes.

Hizo memoria.

– La primera vez que oí el nombre de Ronald Niedermann fue el jueves de la semana pasada. Le seguí el rastro hasta Gosseberga. No tengo ni idea de dónde está ni de adonde habrá huido. Lo más probable es que intente ponerse a salvo cuanto antes en el extranjero.

– ¿Por qué crees que piensa irse al extranjero?

Lisbeth meditó la respuesta.

– Porque mientras Niedermann salía a cavar mi tumba, Zalachenko me dijo que él estaba llamando demasiado la atención y que ya estaba previsto que se fuera al extranjero durante un tiempo.

Lisbeth Salander no intercambiaba tantas palabras con un policía desde que tenía doce años.

– De modo que Zalachenko es… tu padre.

Bueno, al menos eso sí lo han averiguado. Sin duda lo han sacado de Kalle Blomkvist de los Cojones.

– Mi deber es informarte de que tu padre ha denunciado que intentaste matarlo. El asunto está ahora mismo en manos del fiscal, quien deberá decidir si dictar un eventual auto de procesamiento. Lo que sí es cierto, en cambio, es que estás detenida por graves malos tratos. Le diste con un hacha en la cabeza.

Lisbeth no realizó ningún comentario. Se hizo un largo silencio. Luego Sonja Modig se inclinó hacia delante y le dijo en voz baja:

– Sólo quiero decirte que nosotros, los policías, no le damos mucho crédito a la historia de Zalachenko. Primero habla seriamente con tu abogada y ya vendremos para hablar contigo.

Erlander asintió. Los agentes se levantaron.

– Gracias por ayudarnos con Niedermann -dijo Erlander.

Lisbeth estaba sorprendida por el comportamiento educado, casi amable, de la policía. Pensó en la respuesta de Sonja Modig. «Aquí hay gato encerrado», concluyó.

Capítulo 7 Lunes, 11 de abril – Martes, 12 de abril

El lunes, a las seis menos cuarto de la tarde, Mikael Blomkvist cerró la tapa de su iBook y se levantó de la mesa de la cocina de su casa de Bellmansgatan. Se puso un abrigo y se fue andando hasta las oficinas de Milton Security en Slussen. Cogió el ascensor hasta la recepción de la tercera planta y enseguida lo dirigieron a una sala de reuniones. Llegó a las seis en punto y fue el último en personarse.

– Hola, Dragan -dijo al tiempo que le estrechaba la mano-. Gracias por haber aceptado hacer de anfitrión de esta reunión informal.

Miró a su alrededor. Aparte de ellos dos, el grupo estaba formado por Annika Giannini, Holger Palmgren y Malin Eriksson. Por parte de Milton también participaba el antiguo inspector de la policía criminal Sonny Bohman, quien, por encargo de Armanskij, seguía la investigación sobre Salander desde el primer día.

Era la primera vez en más de dos años que Holger Palmgren salía. A su médico, el doctor A. Sivarnandan, no le había hecho mucha gracia dejarle abandonar la residencia de Ersta, pero Palmgren había insistido. Acudió en un coche del servicio municipal de discapacitados. Fue con su asistenta particular, Johanna Karolina Oskarsson, de treinta y nueve años, cuyo salario provenía de un misterioso fondo creado para ofrecerle a Palmgren los mejores cuidados imaginables. Karolina Oskarsson se quedó esperando en una mesa situada fuera de la sala de reuniones. Llevaba un libro. Mikael cerró la puerta.

– Para los que no la conocéis, Malin Eriksson es la nueva redactora jefe de Millennium. Le he pedido que nos acompañe en esta reunión, ya que lo que vamos a tratar aquí también afecta a su trabajo.

– Muy bien -dijo Armanskij-. Aquí nos tienes. Somos todo oídos.

Mikael se puso ante la pizarra y cogió un rotulador. Paseó la mirada por cada uno de los allí presentes.

– Esta es sin duda una de las cosas más surrealistas que me han sucedido en la vida -comentó-. Cuando todo esto haya pasado, voy a fundar una asociación sin ánimo de lucro. La llamaré Los caballeros de la mesa chalada, y su objetivo será organizar una cena anual en la que hablaremos mal de Lisbeth Salander. Sois todos miembros.

Hizo una pausa.

– La realidad es ésta -dijo mientras empezaba a escribir palabras sueltas en la pizarra de Armanskij. Habló durante más de treinta minutos. Luego estuvieron debatiendo el tema durante casi tres horas.