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La primera reacción de Torsten Edklinth fue ponerles enseguida un guardaespaldas a Mikael y Erika. Pero luego se dio cuenta -y Monica Figuerola también- de que contactar con el Departamento de protección personal de la policía de seguridad llamaría la atención y de que tal vez no fuera la jugada más inteligente.

Erika Berger resolvió el problema renunciando a ser escoltada por la policía. Levantó el auricular, llamó a Dragan Armanskij y le explicó la situación. Algo que dio lugar a que Susanne Linder fuese llamada en el acto, ya bien entrada la noche, para trabajar.

Mikael Blomkvist y Erika Berger fueron alojados en la planta alta de una safe house situada más allá de Drottningholm, de camino al centro de Ekerö. Se trataba de un chalet grande de los años treinta con vistas al lago Mälaren, un jardín impresionante y diversas construcciones y terrenos anexos. El inmueble era propiedad de Milton Security, pero estaba ocupado por una tal Martina Sjögren, de sesenta y ocho años de edad y viuda del colaborador Hans Sjögren, quien falleció quince años antes en acto de servicio al pisar el suelo podrido de una casa abandonada de las afueras de Sala. Después del entierro, Dragan Armanskij habló con Martina Sjögren y la contrató como ama de llaves y administradora general del inmueble. Ella vivía gratis en un anexo de la planta baja y mantenía la planta superior preparada para las ocasiones -pocas al año- en las que Milton Security, con muy poco tiempo de antelación, avisaba de que necesitaba ocultar allí a alguna persona que, por razones reales o imaginadas, temía por su seguridad.

Monica Figuerola los acompañó. Se dejó caer en una silla de la cocina y aceptó el café que Martina Sjögren le sirvió mientras Erika Berger y Mikael Blomkvist se instalaban en la planta de arriba y Susanne Linder comprobaba las alarmas y el equipo electrónico de vigilancia de la casa.

– Hay cepillos de dientes y otros útiles de aseo en la cómoda que está fuera del cuarto de baño -gritó Martina Sjögren por la escalera.

Susanne Linder y los dos guardaespaldas de Milton Security se instalaron en las habitaciones de la planta baja.

– No he parado desde que me despertaron a las cuatro de esta mañana -comentó Susanne Linder-. Repartíos los turnos de guardia como queráis, pero, por favor, dejadme dormir por lo menos hasta las cinco de la mañana.

– Puedes dormir toda la noche; nosotros nos encargamos de esto -respondió uno de los guardaespaldas.

– Gracias -dijo Susanne Linder para, acto seguido, irse a la cama.

Monica Figuerola escuchaba distraídamente mientras los dos guardaespaldas conectaban las alarmas de detección de movimientos en el jardín y echaban a suertes a quién le tocaría el primer turno. El que perdió se preparó un sándwich y se sentó en una habitación con televisión que se hallaba junto a la cocina. Monica Figuerola estudió las floreadas tazas de café. Ella tampoco había parado desde primera hora de la mañana y se sentía bastante hecha polvo. Pensó en volver a casa cuando Erika Berger bajó y se sirvió una taza de café. Se sentó al otro lado de la mesa.

– Mikael se ha quedado frito en cuanto se ha metido en la cama.

– El bajón de la adrenalina… -dijo Monica Figuerola.

– ¿Y ahora qué pasará?

– Os tendréis que ocultar durante un par de días. Dentro de una semana todo esto habrá pasado, acabe como acabe. ¿Cómo te encuentras?

– Bueno. Sigo estando un poco tocada. Este tipo de cosas no me pasa todos los días. Acabo de llamar a mi marido para explicarle por qué no iré a casa esta noche.

– Mmm.

– Estoy casada con…

– Sé con quién estás casada.

Silencio. Monica Figuerola se frotó los ojos y bostezó.

– Tengo que ir a casa a dormir -dijo ella.

– ¡Por Dios! Déjate de tonterías y acuéstate con Mikael -dijo Erika.

Monica Figuerola la contempló.

– ¿Tan obvio es? -preguntó.

Erika asintió con la cabeza.

– ¿Te ha dicho algo Mikael?…

– Ni una palabra. Suele ser bastante discreto. Pero a veces es como un libro abierto. Y tú me miras con una más que evidente hostilidad… Es obvio que intentáis ocultar algo.

– Es por mi jefe -dijo Monica Figuerola.

– ¿Tu jefe?

– Sí. Edklinth se pondría furioso si supiera que Mikael y yo nos hemos…

– Entiendo.

Silencio.

– No sé lo que hay entre tú y Mikael, pero no soy tu rival -dijo Erika.

– ¿No?

– Mikael y yo nos acostamos de vez en cuando. Pero no estoy casada con él.

– Tengo entendido que vuestra relación es especial. Me habló de vosotros cuando estuvimos en Sandhamn.

– ¿Has estado en Sandhamn con él? Entonces es serio.

– No me tomes el pelo.

– Monica: espero que tú y Mikael… Intentaré mantenerme al margen.

– ¿Y si no puedes?

Erika Berger se encogió de hombros.

– Su ex esposa flipó cuando Mikael le fue infiel conmigo. Lo echó a patadas. Fue culpa mía. Mientras Mikael esté soltero y sin compromiso no pienso tener ningún remordimiento de conciencia. Pero me he prometido que si él inicia una relación seria con alguien, yo no me pondré en medio.

– No sé si atreverme a apostar por él.

– Mikael es especial. ¿Estás enamorada de él?

– Creo que sí.

– Pues ya está. Dale una oportunidad. Ahora vete a la cama.

Monica meditó el tema durante un rato. Luego subió a la planta de arriba, se desnudó y se metió bajo las sábanas con Mikael. Él murmuró algo y le puso un brazo alrededor de la cintura.

Erika Berger permaneció sola en la cocina reflexionando un largo rato. De pronto, se sintió profundamente desgraciada.

Capítulo 25 Miércoles, 13 de julio – Jueves, 14 de julio

Mikael Blomkvist siempre se había preguntado por qué los altavoces de los tribunales tenían un volumen tan bajo y eran tan discretos. Le costó oír las palabras que avisaban de que el juicio del caso contra Lisbeth Salander comenzaría a las 10.00 en la sala 5. No obstante, consiguió llegar a tiempo y colocarse junto a la entrada. Fue uno de los primeros a los que dejaron pasar. Se sentó en el lugar destinado al público, en el lado izquierdo de la sala, desde donde mejor se veía la mesa de la defensa. Los otros sitios se fueron llenando con rapidez; el interés de los medios de comunicación había ido aumentando gradualmente al acercarse el juicio y, en la última semana, el fiscal Richard Ekström había sido entrevistado a diario.

Ekström había hecho sus deberes.

A Lisbeth Salander se le imputaban los delitos de lesiones y lesiones graves en el caso Carl-Magnus Lundin; de amenazas ilícitas, intento de homicidio y lesiones graves en el caso del fallecido Karl-Axel Bodin, alias Alexander Zalachenko; dos cargos de robo: por una parte, en la casa de campo que el difunto letrado Nils Bjurman poseía en Stallarholmen, y por otra, en el piso que tenía en Odenplan; utilización ilícita de vehículos de motor ajenos -una Harley-Davidsson propiedad de un tal Sonny Nieminen, miembro de Svavelsjö MC-; tres delitos de tenencia ilícita de armas: un bote de gas lacrimógeno, una pistola eléctrica y la P-83 Wanad polaca que se halló en Gosseberga; un delito de robo u ocultación de pruebas -la descripción de éste se había efectuado en términos poco precisos, pero se referían a la documentación que encontró en la casa de campo de Bjurman-; así como una serie de delitos menores. En total, a Lisbeth Salander se le imputaban dieciséis cargos.

Ekström también había filtrado una serie de datos que insinuaban que el estado mental de Lisbeth Salander dejaba bastante que desear. Por una parte, se apoyaba en el examen psiquiátrico forense realizado por el doctor Jesper H. Löderman el día en que Lisbeth cumplió dieciocho años, y, por otra, en un informe que había sido redactado por el doctor Peter Teleborian, tal y como decidió el tribunal en una reunión anterior. Como esa chica enferma, fiel a su costumbre, se negaba categóricamente a hablar con los psiquiatras, el análisis se efectuó basándose en «observaciones» que ya comenzaron a hacerse un mes antes del juicio, desde el mismo momento en que ingresó en Kronoberg, Estocolmo, en régimen de prisión preventiva. Teleborian, cuya experiencia en tratar a la paciente se retrotraía a muchos años, determinó que Lisbeth Salander sufría un grave trastorno psíquico, y para definir su naturaleza exacta empleaba términos como psicopatía, narcisismo patológico y esquizofrenia paranoide.