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– ¿Vas armado?

– Sí…

– Acompáñame.

Monica Figuerola salió coriendo de la sala de reuniones. Su despacho se hallaba tres puertas más allá, en ese mismo pasillo. Abrió su despacho y sacó su arma reglamentaria de un cajón del escritorio. En contra de toda normativa, dejó abierta la puerta de par en par al dirigirse a toda velocidad hacia los ascensores. Curt Svensson se quedó indeciso durante algún que otro segundo.

– ¡Vete con ella! -le dijo Bublanski a Curt Svensson-. ¡Sonja: acompáñalos!

Mikael Blomkvist entró en Samirs gryta a las seis y veinte. Erika Berger acababa de llegar y había encontrado una mesa libre junto a la barra, cerca de la entrada. Mikael le dio un beso en la mejilla. Pidieron cervezas y guiso de cordero. Les pusieron las cervezas.

– ¿Qué tal la de TV4? -preguntó Erika Berger.

– Tan fría como siempre.

Erika Berger se rió.

– Si no tienes cuidado, te vas a obsesionar con ella. Imagínate: existe una chica que no cae rendida a los pies de Mikael Blomkvist.

– La verdad es que hay más chicas que tampoco han caído -dijo Mikael Blomkvist-. ¿Qué tal tu día?

– Desperdiciado. Pero he aceptado participar en un debate sobre el SMP en el Publicistklubben. Será mi última contribución a ese tema.

– Qué bien.

– Es que no te puedes imaginar lo que me alegra estar de vuelta en Millennium -dijo ella.

– Pues tú ni te imaginas lo que yo me alegro de que hayas vuelto. Aún no me lo puedo creer.

– Ha vuelto a ser divertido ir a trabajar.

– Mmm.

– Soy feliz.

– Tengo que ir al baño -dijo Mikael, levantándose.

Dio unos pasos y casi chocó con un hombre de unos treinta y cinco años que acababa de entrar. Por su aspecto, Mikael imaginó que provenía de la Europa del Este y se lo quedó mirando. Luego descubrió la ametralladora.

Al pasar Riddarholmen, Torsten Edklinth los llamó y les explicó que ni Mikael Blomkvist ni Erika Berger tenían disponibles sus móviles. Tal vez los hubieran apagado para cenar.

Monica Figuerola soltó un taco y pasó Södermalmstorg a más de ochenta kilómetros por hora sin quitar la mano del claxon. Enfiló Hornsgatan dando un violento giro. Curt Svensson tuvo que apoyar la mano contra la puerta. Sacó su arma reglamentaria para comprobar que estaba cargada. Sonja Modig hizo lo mismo en el asiento de atrás.

– Tenemos que pedir refuerzos -comentó Curt Svensson-. Los hermanos Nikoliç son de mucho cuidado.

Monica Figuerola asintió.

– Esto es lo que vamos a hacer -dijo-: Sonja y yo entramos directamente en Samirs gryta… y esperemos que estén allí sentados. Curt, como tú conoces a los hermanos Nikoliç, te quedarás fuera vigilando.

– De acuerdo.

– Si todo está tranquilo, meteremos inmediatamente a Blomkvist y a Berger en el coche y nos los llevaremos a Kungsholmen. Cualquier cosa rara que veamos, nos quedamos dentro y pedimos refuerzos.

– Vale -respondió Sonja Modig.

Monica Figuerola se encontraba todavía en Hornsgatan cuando la emisora policial chisporroteó bajo el cuadro de mandos:

«A todas las unidades. Aviso de tiroteo en Tavastgatan, Södermalm. En el restaurante Samirs gryta.»

Monica Figuerola sintió un repentino pinchazo en el estómago.

Erika Berger vio cómo Mikael Blomkvist se dirigía a los aseos y chocaba junto a la entrada con un hombre de unos treinta y cinco años. Sin saber muy bien por qué, frunció el ceño: le pareció que el desconocido se quedaba mirando fijamente a Mikael con cara de asombro. Erika se preguntó si se conocerían.

Luego vio al hombre retroceder un paso y dejar caer una bolsa al suelo. Al principio no entendió lo que estaba sucediendo. Se quedó paralizada cuando el hombre levantó un arma automática contra Mikael Blomkvist.

Mikael Blomkvist reaccionó por puro instinto. Alzó su mano izquierda, agarró el cañón y lo elevó hacia el techo. Hubo una fracción de segundo en la que la boca del arma pasó por delante de su cara.

El repiqueteo de la ametralladora resultó ensordecedor dentro del pequeño local. Una lluvia de yeso y cristal de las lámparas cayó sobre Mikael cuando Miro Nikoliç soltó una ráfaga de once balas. Durante un breve instante, Mikael Blomkvist se quedó mirando a su atacante a los ojos.

Luego Miro Nikoliç tiró del arma dando un paso hacia atrás y consiguió arrebatársela a Mikael, al que pilló completamente desprevenido. De pronto se dio cuenta de que se encontraba en peligro de muerte. Se abalanzó sin pensárselo sobre su agresor en vez de intentar buscar protección. Más tarde comprendió que si hubiese reaccionado de otra manera, si se hubiese agachado o hubiese retrocedido, Nikoliç lo habría acribillado a tiros allí mismo. Consiguió hacerse de nuevo con el cañón de la ametralladora. Usó el peso de su cuerpo para acorralar al hombre contra la pared. Oyó otros seis o siete disparos y tiró desesperadamente del arma para dirigir el cañón hacia el suelo.

Al producirse la segunda tanda de tiros, Erika Berger se agachó de forma instintiva. Se cayó y se dio con una silla en la cabeza. Luego se acurrucó en el suelo y, al alzar la mirada, descubrió en la pared tres impactos de bala justo en el sitio donde ella estaba hacía un instante.

En completo estado de shock, volvió la cabeza y vio a Mikael Blomkvist luchando con aquel hombre junto a la entrada. Mikael había caído de rodillas y tenía agarrado el cañón de la ametralladora con las dos manos mientras intentaba quitársela a su agresor. Erika vio cómo éste luchaba para soltarse. No dejaba de darle a Mikael puñetazos en la cara y la cabeza.

Monica Figuerola frenó en seco frente a Samirs gryta y, abriendo la puerta del coche de un golpe, echó a correr hacia el restaurante. Llevaba su Sig Sauer en la mano y, al reparar en el vehículo que se encontraba aparcado justo delante del restaurante, le quitó el seguro al arma.

En cuanto vio a Tomi Nikoliç al volante, al otro lado del parabrisas, le apuntó en la cara con la pistola.

– ¡Policía! ¡Arriba las manos! -le gritó.

Tomi Nikoliç las levantó.

– ¡Sal del coche y túmbate en el suelo! -aulló con rabia en la voz.

Volvió la cabeza, le echó una rápida mirada a Curt Svensson y le dijo:

– ¡El restaurante!

Curt Svensson y Sonja Modig echaron a correr cruzando la calle.

Sonja Modig pensó en sus hijos. Iba contra cualquier instrucción policial entrar corriendo en un edificio con el arma en alto sin contar de antemano con un buen refuerzo en el lugar y sin tener chalecos antibalas y un buen dominio de la situación…

Luego oyó el estallido de un disparo dentro del restaurante.

Mikael Blomkvist consiguió meter el dedo entre el gatillo y el aro cuando Miro Nikoliç volvió a disparar. Oyó unos cristales romperse a sus espaldas. Sintió un tremendo dolor en el dedo, ya que aquel hombre apretó el gatillo una y otra vez y se lo pilló; pero mientras el dedo permaneciera allí, el arma no podría dispararse. Le llovieron puñetazos en uno de los lados de la cabeza y de repente sintió que tenía cuarenta y cinco años y que estaba en muy mala forma física.

No aguanto más. Tengo que terminar con esto, pensó.

Fue su primera idea racional desde que descubrió al hombre de la ametralladora.

Apretó los dientes e introdujo el dedo aún más allá por detrás del gatillo.

Luego hizo fuerza con las piernas, presionó su hombro contra el cuerpo del hombre y se forzó a ponerse otra vez de pie. Soltó el arma, que había agarrado con su mano derecha, y se protegió con el codo de los puñetazos. Nikoliç le golpeó entonces en la axila y en las costillas. Por un segundo volvieron a encontrarse cara a cara.

Acto seguido, Mikael notó que alguien le quitaba de encima al hombre. Sintió un último y desolador dolor en el dedo y vio el enorme cuerpo de Curt Svensson. Agarrándolo con firmeza por el cuello, Svensson levantó literalmente a Miro Nikoliç y le golpeó la cabeza contra la pared que había junto al marco de la puerta. Miro Nikoliç se desplomó sobre el suelo como un fardo.