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Miró de reojo a Jonas Sandberg. Esperaba que el joven no se convirtiera en un psicópata.

– ¿Qué es lo que saben los hermanos Nikoliç?

– Nada. De nosotros, quiero decir. Yo soy el único al que han visto, pero he usado otra identidad y es imposible que den conmigo. Creen que el asesinato tiene algo que ver con el trafficking.

– ¿Y qué pasará con ellos después del asesinato?

– Abandonarán Suecia inmediatamente -dijo Nyström-. Lo mismo que ocurrió después de lo de Björck. Si luego resulta que la investigación policial no da sus frutos, podrán volver de forma discreta dentro de unas cuantas semanas.

– ¿Y el plan?

– Modelo siciliano: se acercarán sin más a Blomkvist, le vaciarán el cargador y se irán de allí. Así de sencillo.

– ¿Arma?

– Tienen una automática. No sé de qué tipo.

– Espero que no acribillen a todo el restaurante. -Tranquilo. Son profesionales y saben cómo hacerlo. Pero si Berger está en la misma mesa que Blomkvist…

«Collateral damage.»

– Escucha -dijo Clinton-: es importante que Wadensjöö no se entere de que estamos implicados en esto. Sobre todo si resulta que Erika Berger se convierte en una de las víctimas. Está ya tan tenso que un día de éstos va a explotar. Me temo que vamos a tener que jubilarlo cuando todo esto acabe.

Nyström asintió.

– Eso quiere decir que cuando recibamos la noticia de que han asesinado a Blomkvist tendremos que hacer teatro. Convocaremos una reunión de crisis y haremos creer que el desenlace de los acontecimientos nos ha dejado atónitos. Especularemos sobre quién podría hallarse detrás de los asesinatos, pero sin decir ni una palabra de drogas ni de nada por el estilo hasta que la policía encuentre el material.

Mikael Blomkvist se despidió de la de TV4 poco antes de las cinco. Habían pasado juntos una buena parte de la tarde repasando los puntos del material que aún no estaban del todo claros. Luego maquillaron a Mikael y ella grabó una larga entrevista con él.

La de TV4 le hizo una pregunta que le costó contestar de una manera comprensible y tuvieron que repetirla varias veces.

¿Cómo es posible que algunos funcionarios de la administración pública lleguen al extremo de cometer un asesinato?

Mikael había estado dándole muchas vueltas a esa cuestión bastante antes de que la de TV4 se la planteara. Seguro que la Sección había considerado a Zalachenko una amenaza insólita, pero, aun así, no era una respuesta satisfactoria. La que Mikael finalmente ofreció tampoco resultó del todo satisfactoria.

– La única explicación razonable que puedo dar es que tal vez con el paso del tiempo la Sección haya llegado a convertirse en una secta en el propio sentido de la palabra. Algo parecido a lo que pasó en el pueblo de Knutby, o con la secta del pastor Jim Jones o con algún otro caso similar. Dictan sus propias leyes, en las que conceptos como el bien y el mal han dejado de ser relevantes, y parecen estar completamente aislados del resto de la sociedad.

– ¿Casi como si se tratara de una especie de enfermedad mental?

– Es una descripción bastante acertada.

Luego cogió el metro hasta Slussen y constató que todavía era pronto para ir a Samirs gryta. Se quedó un rato en Södermalmstorg. Estaba preocupado, pero al mismo tiempo sentía que, de pronto, volvía a estar contento con la vida. Hasta que Erika Berger regresó a Millennium no se dio cuenta de hasta qué catastrófico punto la había echado de menos. Además, la recuperación del timón por parte de Erika no había llevado a ningún conflicto interno cuando Malin Eriksson volvió a su antiguo trabajo de secretaria de redacción. Todo lo contrario: Malin estaba más bien eufórica gracias al hecho de que la vida -utilizando sus propias palabras- volviera a la normalidad.

La vuelta de Erika también les hizo descubrir lo terriblemente cortos de personal que habían andado durante los tres últimos meses. Erika regresó a su puesto de Millennium con un arranque a todo gas y, con la ayuda de Malin Eriksson, consiguió hacerse con parte de la sobrecarga de trabajo organizativo que habían acumulado. También celebraron una reunión de la redacción en la que se decidió que Millennium ampliaría su plantilla y contrataría, al menos, a un nuevo colaborador o tal vez a dos. Sin embargo, no sabían de dónde iban a sacar el dinero.

Al final, Mikael salió a comprar los periódicos vespertinos y a tomar un café al Java de Hornsgatan para matar el tiempo mientras esperaba a Erika.

La fiscal Ragnhild Gustavsson, de la Fiscalía General del Estado, dejó sus gafas de leer en la mesa y contempló a los reunidos. Tenía cincuenta y ocho años, la cara arrugada -aunque de sanas y sonrosadas mejillas- y el pelo corto y canoso. Hacía veinticinco años que era fiscal y llevaba trabajando en la Fiscalía General del Estado desde principios de los años noventa.

Sólo habían pasado tres semanas desde que la llamaron de repente al despacho del fiscal general para ver a Torsten Edklinth. Ese día estaba a punto de terminar unos asuntos rutinarios y de irse seis semanas de vacaciones a su casa de campo de Husarö. En su lugar, le fue encomendada la misión de investigar a un grupo de funcionarios que actuaban bajo el nombre de «la Sección». Todos sus planes de vacaciones fueron cancelados de inmediato. Le comunicaron que dicha investigación sería su principal tarea a partir de ese mismo instante y durante un tiempo indeterminado, y prácticamente le dejaron las manos libres para que ella misma organizara el trabajo y tomara las decisiones oportunas.

– Esta va a ser una de las investigaciones criminales más llamativas de la historia sueca -le dijo el fiscal general.

Ella no pudo más que darle la razón.

Con creciente asombro, escuchó el resumen que Torsten Edklinth le hizo sobre el tema, así como sobre la investigación que éste había realizado por encargo del primer ministro. Aún no la había terminado, pero consideró que se encontraba lo suficientemente avanzada como para presentar el asunto ante un fiscal.

Al principio, Ragnhild Gustavsson intentó hacerse una idea general del material que Torsten Edklinth le había entregado. Cuando empezó a quedarle clara la magnitud de los delitos y de los crímenes, se dio cuenta de que todo lo que hiciera y todas las decisiones que tomara se analizarían con lupa en los futuros libros de historia del país. Desde entonces, había dedicado cada minuto disponible a intentar adquirir una visión general de la más bien incomprensible lista de crímenes y delitos que le había tocado investigar. El caso era único en la historia jurídica sueca y, como se trataba de investigar a un grupo delictivo cuyas operaciones se habían prolongado durante al menos treinta años, comprendió que resultaría necesario establecer una organización de trabajo especial. Se acordó de los investigadores estatales antimafia de Italia, que se vieron obligados a trabajar de manera casi clandestina para sobrevivir durante los años setenta y ochenta. Entendió por qué Edklinth había tenido que trabajar en secreto: no sabía en quién podía confiar.

La primera medida que tomó fue llamar a tres colaboradores de la Fiscalía General del Estado. Eligió a personas a las que conocía desde hacía muchos años. Luego contrató a un prestigioso historiador que trabajaba en el Consejo Nacional para la Prevención de la Delincuencia con el fin de que la asesorara en temas que concernían a la aparición de la policía de seguridad y su evolución a lo largo de los años. Por último, nombró formalmente a Monica Figuerola jefa de la investigación policial.

De este modo, la investigación sobre la Sección adquirió una forma constitucionalmente válida: ya podía ser considerada como cualquier otra investigación policial, aunque se hubiera decretado el más absoluto secreto de sumario.

Durante las dos últimas semanas, la fiscal Gustavsson había convocado a un gran número de personas a una serie de interrogatorios oficiales pero muy discretos. Por allí pasaron, aparte de Edklinth y Figuerola, el inspector Bublanski, Sonja Modig, Curt Svensson y Jerker Holmberg. Luego llamó a Mikael Blomkvist, Malin Eriksson, Henry Cortez, Christer Malm, Annika Giannini, Dragan Armanskij, Susanne Linder y Holger Palmgren. A excepción de los representantes de Millennium, quienes, por principio, no contestaron a ninguna pregunta que pudiera llevar a identificar a sus fuentes, todos dieron de muy buena gana cumplida cuenta de lo que sabían, al tiempo que aportaron la documentación de que disponían.