– ¡Túmbate! -le oyó gritar a Sonja Modig-. ¡Policía! ¡Estáte quieto!
Volvió la cabeza y la vio con las piernas abiertas y sosteniendo el arma con las dos manos mientras intentaba adquirir una visión general de la caótica situación. Al final, apuntó al techo con el arma y dirigió la mirada a Mikael Blomkvist.
– ¿Estás herido? -preguntó.
Mikael se la quedó mirando aturdido. Sangraba por las cejas y la nariz.
– Creo que me he roto el dedo -dijo antes de sentarse en el suelo.
Monica Figuerola recibió la ayuda de la policía de Södermalm menos de un minuto después de haber forzado a Tomi Nikoliç a tumbarse en la acera. Se identificó, dejó que los uniformados agentes se ocuparan del prisionero y a continuación entró corriendo en el restaurante. Se detuvo en la entrada e intentó hacerse una idea general de la situación.
Mikael Blomkvist y Erika Berger se hallaban sentados en el suelo. Él tenía la cara llena de sangre y parecía encontrarse en estado de shock. Monica respiró aliviada: estaba vivo. Luego, al ver cómo Erika Berger pasaba un brazo alrededor del hombro de Mikael, frunció el ceño.
Sonja Modig se hallaba agachada y examinó la mano de Blomkvist. Curt Svensson estaba esposando a Miro Nikoliç, que tenía el aspecto de haber sido atropellado por un tren expreso. Vio una ametralladora tirada en el suelo del mismo modelo que utilizaba el ejército sueco.
Alzó la mirada y vio al personal del restaurante también en estado de shock y a los clientes aterrorizados, así como vajilla rota, sillas y mesas volcadas y otros destrozos causados por el tiroteo. Percibió el olor de la pólvora. Pero no vio ningún muerto o herido. Los agentes del furgón de la policía de Södermalm empezaron a entrar en el restaurante con las armas apuntando al techo. Alargó la mano y tocó el hombro de Curt Svensson. Él se levantó.
– ¿Dijiste que Miro Nikoliç estaba en busca y captura?
– Correcto. Por un delito de lesiones graves hace más o menos un año. Una pelea en Hallunda.
– De acuerdo. Haremos lo siguiente: yo me largo de aquí echando leches con Blomkvist y Berger. Tú te quedas. La versión oficial de lo ocurrido será que tú y Sonja Modig vinisteis aquí para cenar juntos y tú reconociste a Nikoliç de tu época en la unidad de bandas callejeras. Cuando intentaste detenerlo, él sacó el arma y se puso a disparar. Tú lo desarmaste y lo redujiste.
Curt Svensson puso cara de asombro.
– No se lo van a creer… Hay testigos.
– Los testigos hablarán de alguien que se peleaba y de alguien que disparaba. Sólo hace falta mantener esta versión hasta que salgan los periódicos mañana. La historia es que los hermanos Nikoliç fueron detenidos por pura casualidad porque tú los reconociste.
Curt Svensson barrió con la mirada todo aquel caos. Luego asintió brevemente.
Ya en la calle, Monica Figuerola se abrió camino entre los policías y metió a Mikael Blomkvist y Erika Berger en la parte trasera de su coche. Se dirigió al oficial que estaba al mando de los agentes, habló con él en voz baja durante unos treinta segundos e hizo un movimiento de cabeza señalando su vehículo. El oficial dio la sensación de hallarse desconcertado, pero al final hizo un gesto afirmativo. Cogió el coche, se fue hasta Zinkensdamm, aparcó y volvió la cabeza.
– ¿Estás muy mal?
– Me ha dado unos cuantos puñetazos. Pero los dientes siguen intactos. Me he hecho daño en el dedo meñique.
– Vamos a urgencias, al Sankt Göran.
– ¿Qué ha pasado? -murmuró Erika Berger-. ¿Y tú quién eres?
– Perdón -dijo Mikael-. Erika, ésta es Monica Figuerola. Trabaja en la Säpo. Monica, ésta es Erika Berger.
– Me lo imaginaba -dijo Monica Figuerola con una voz neutra. Ni siquiera la miró.
– Monica y yo nos hemos conocido a raíz de la investigación. Es mi contacto en la Säpo.
– Entiendo -dijo Erika Berger antes de entrar en un repentino estado de shock y ponerse a temblar.
Monica Figuerola miró fijamente a Erika Berger.
– ¿Qué es lo que ha pasado? -preguntó Mikael.
– Hemos malinterpretado lo que pretendían con la cocaína -dijo Monica Figuerola-. Creímos que querían tenderte una trampa para desprestigiarte. En realidad pensaban matarte y dejar que la policía encontrara la cocaína cuando registraran tu casa.
– ¿Qué cocaína? -preguntó Erika Berger.
Mikael cerró los ojos un momento.
– Llévame al Sankt Göran -dijo.
– ¿Detenidos? -exclamó Fredrik Clinton. Sintió una pequeña presión, leve como una mariposa, en la zona cardíaca.
– Creemos que no pasará nada -dijo Georg Nyström-. Parece haber sido pura casualidad.
– ¿Casualidad?
– Miro Nikoliç estaba en busca y captura por una vieja historia de una agresión. Un madero de la violencia callejera lo ha reconocido por casualidad y lo ha detenido al entrar en Samirs gryta. Nikoliç ha sido presa del pánico y ha intentado liberarse a tiros.
– ¿Blomkvist?
– No está involucrado. Ni siquiera sabemos si se encontraba en el restaurante cuando se realizó la detención.
– No me lo puedo creer, joder -dijo Fredrik Clinton-. ¿Qué saben los hermanos Nikoliç?
– ¿De nosotros? Nada. Creen que tanto el encargo de Björck como el de Blomkvist eran trabajos relacionados con el trafficking.
– Pero saben que Blomkvist era el objetivo.
– Cierto. Pero veo difícil que se pongan a decir que estaban allí para cometer un asesinato por encargo. Creo que se quedarán callados hasta el juicio. Los condenarán por tenencia ilícita de armas y supongo que también por agredir a un funcionario.
– ¡Menudo par de payasos! -dijo Clinton.
– Sí, han metido la pata. De momento tendremos que dejar a Blomkvist en paz, aunque en realidad no ha pasado nada.
Eran las once de la noche cuando Susanne Linder y dos fornidos tipos del Departamento de protección personal de Milton Security fueron a buscar a Mikael Blomkvist y Erika Berger a Kungsholmen.
– ¡Hay que ver lo que te mueves! -le dijo Susanne Linder a Erika Berger.
– Sorry -contestó Erika, cariacontecida.
En el coche, de camino al hospital de Sankt Göran, Erika había sufrido un serio shock. De repente reparó en que tanto ella como Mikael Blomkvist podrían haber muerto.
Mikael pasó una hora en urgencias. Le hicieron radiografías, le dejaron la cara hecha un emplasto y el dedo corazón de la mano izquierda hecho un paquete de vendas. Sufría graves lesiones en la articulación y lo más probable era que perdiera la uña. Irónicamente, el daño más grave se lo hizo cuando Curt Svensson acudió en su ayuda y le quitó de encima a Miro Nikoliç. Como Mikael tenía el dedo corazón pillado con el gatillo del arma se lo rompió en el acto. Fue un dolor infernal, pero su vida no corría precisamente peligro.
A Mikael, el shock le sobrevino casi dos horas más tarde, una vez llegado al Departamento de protección constitucional de la DGP /Seg y cuando estaba informando de los acontecimientos al inspector Bublanski y a la fiscal Ragnhild Gustavsson. De pronto, le entraron tiritonas y se sintió tan cansado que estuvo a punto de dormirse entre pregunta y pregunta. Luego surgió una cierta discusión.
– No sabemos lo que están tramando -dijo Monica Figuerola-. No sabemos si Blomkvist era la única víctima prevista o si también iba a morir Erika Berger. No sabemos si volverán a intentarlo o si hay alguna otra persona de Millennium en el punto de mira… Y, ya puestos, ¿por qué no matar también a Salander, que es quien constituye la verdadera amenaza para la Sección?
– Mientras atendían a Mikael en el hospital he llamado a los colaboradores de Millennium y los he puesto al corriente de la situación -dijo Erika Berger-. Todos van a estarse quietecitos hasta que salga la revista. No habrá nadie en la redacción, permanecerá vacía.