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– Porque no creo que esté muerto.

– ¿Der Schattenmann vivo? ¿Tiene alguna prueba?

– Tengo muertes, señorita Wasserman. Personas que aseguraron haberlo visto aquí, y a continuación fueron asesinadas.

– ¿Personas? ¿Quién podría reconocer a Der Schattenmann?

– Pues un puñado de supervivientes.

Espy Martínez oyó que la joven daba un respingo y a continuación aguardaba, hasta que respondió:

– Necesito saber más. La ayudaré en todo lo que me sea posible, pero hemos de saber más. Si ese hombre está vivo, debe ser encontrado y castigado. Esto es importante, señorita Martínez. Crucial.

– Necesito nombres. Si podemos averiguar quién era en aquella época, tal vez podamos averiguar quién es ahora.

– Por supuesto. Me pondré a ello inmediatamente. La llamaré en cuanto tenga algo.

Y colgó, dejando a Espy con la certeza de que estaba haciendo progresos. Pensó en llamar a Walter para ponerlo al corriente, pero decidió esperar a saber algo. De modo que se puso a pasear impaciente por su pequeño despacho y a entretenerse con otros casos pendientes que últimamente había desatendido. Pero eso sólo sirvió para ponerla más nerviosa, y no tardó mucho en dejar a un lado aquellos expedientes y quedarse sentada a su mesa con la vista fija en el teléfono. El tiempo parecía pasar con cuentagotas mientras esperaba la llamada de la mujer de Austria.

Ya era más de la una cuando por fin sonó el teléfono.

– ¿Señorita Martínez?

– ¿Señorita Wasserman?

– Tengo varios nombres, pero antes debe prometerme una cosa.

– ¿De qué se trata?

– De que si logra encontrar vivo a la Sombra, nos informará de lo que descubra. No solamente quién es, sino cómo escapó a la muerte en 1944 y cómo llegó a Estados Unidos. Todos los detalles de su pasado, señorita Martínez. No hay nada que no nos interese. -Hizo una pausa y añadió-: Envió a mucha gente a la muerte, señorita Martínez. Y a algunos los mató él personalmente. Es un hombre al que muchos quisieran llevar ante la justicia.

– Eso es lo que estoy intentando precisamente, señorita Wasserman -repuso Espy Martínez.

– Quizá no estemos hablando de la misma justicia.

– Le proporcionaré toda la información que pueda, siempre que con ello no ponga mi caso en peligro. A usted le interesan unas muertes ocurridas hace cincuenta años, pero yo quiero procesarle por asesinatos actuales cometidos aquí.

– Entiendo. -La mujer volvió a titubear-. Señorita Martínez, uno experimenta una sensación especial cuando por fin consigue acercarse a uno de esos hombres. Habitualmente son SS, personal de los campos de concentración. Desprenden un frío especial. Quizá sea debido a que llevan tantos años viviendo con mentiras tan tremendas, que han llegado a convencerse de que no hicieron nada malo… -Hizo otra pausa y luego concluyó-: He sacado cinco nombres de nuestros archivos, es todo lo que he podido conseguir en tan poco tiempo. No obstante, seguiré trabajando en ello. Hay dos que tenían el rango equivalente a mayor, lo cual quiere decir que en 1943 tendrían de treinta a cuarenta años, de modo que yo no esperaría que aún vivan. Los otros tres eran un capitán y dos sargentos, más jóvenes pero también menos importantes. Buena suerte. Dudo que colaboren, pero nunca se sabe.

Espy anotó los nombres y se los quedó mirando, mientras bebía café despacio, esperando a que amaneciera en Berlín. Cuando fueron las ocho de la mañana al otro lado del Atlántico, marcó el número del enlace policial de Bonn. Para su sorpresa, estaba sentado a su mesa.

– ¿Algún resultado, señorita Martínez?

– Quizá. Tenía usted razón: se han mostrado deseosos de ayudar…

– Estaba seguro.

– Tengo varios nombres. ¿Podría pasarlos por algún banco de datos, listas de contribuyentes, permisos de conducir…? Todos serán ya ancianos…

– A ver qué puedo hacer. No se vaya muy lejos del teléfono. Voy a decir a la policía que han aparecido estos nombres en la investigación de un asesinato en Estados Unidos. Les diré que estamos buscando algún pariente cercano, o algo. La policía se mostrará recelosa, pero ya veremos.

Colgó y se reclinó en su sillón y observó cómo avanzaba la manilla del segundero del reloj de pared. El agotamiento empezó a embotarla y se pasó una mano por la cara. Apoyó la cabeza en la mesa.

La despertó el teléfono. Sobresaltada, casi perdió el equilibrio cuando alargó el brazo para coger el auricular. Lanzó una mirada al reloj y vio que eran casi las cinco de la mañana, y experimentó un momentáneo mareo al contestar. Era el enlace policial en Bonn.

– ¿Señorita Martínez?

– Sí.

– Veo que está quemándose las pestañas. Debe de tenerle muchas ganas a ese individuo. ¿Qué tiempo hace en casa?

Ella se sacudió la somnolencia lo más rápidamente posible.

– Pues, que yo pueda decirle, dentro del Palacio de Justicia tenemos una temperatura constante de veinte grados. Llevo horas sin salir a la calle.

– Cómo lo echo de menos. Aquí no hay palmeras, ni tampoco hace ese maravilloso calor pegajoso de Florida. Uno no sabe lo que tiene hasta que se va a vivir a un lugar frío como Alemania.

– Supongo.

– En fin, le diré lo que le he conseguido. De esos cinco nombres, sólo dos han dado algún resultado introduciendo el factor de la edad y la ubicación. Son los hombres que usted calcula que tenían el rango de sargento. El apellido de uno de ellos, Friedman, es como Smith en Nueva York: hay cientos de ellos. El otro, el tal Wilmschmidt, es menos común. Aun así, he encontrado dos docenas de coincidencias repartidas por todo el país. Si quiere, puedo enviarle la lista entera por fax.

– De acuerdo -respondió ella en tono cansado-. Sería estupendo. Puedo empezar…

– Bien, se la enviaré, pero hay un apellido que me ha llamado la atención especialmente.

Espy se irguió.

– Le escucho.

– Bueno, la edad es la adecuada y todavía vive a las afueras de Berlín, pero lo importante es que según los archivos es un policía jubilado. Estuvo en activo en los años cuarenta. ¿Se acuerda de que le dije que muchos fueron asimilados durante la Ocupación?

– Claro.

– Bueno, pues recuerde cómo estaba este país en 1945. No había más que muerte y escombros. Así era. ¿Recuerda la historia? ¿El puente aéreo de Berlín? Fuera como fuese, alguien tenía que imponer el orden, así que los Aliados escogían a personas que tuvieran experiencia. De modo que si uno había pertenecido a la Gestapo, no le resultaba difícil dar el salto a la policía. No es más que una suposición, pero yo empezaría a buscar por ahí a mi hombre misterioso. Hasta ahora ha tenido suerte, ¿por qué no prueba con él?

Espy anotó el número y le dio el número de fax de la fiscalía de Dade. Se quedó contemplando el número, intentando ordenar los pensamientos y sacudirse el agotamiento.

¿Por qué no?, se dijo. Merecía la pena intentarlo.

Marcó el número, no muy segura de lo que iba a decir.

Hubo media docena de tonos antes de que contestaran.

– Hallo?

– Quisiera hablar con el señor Klaus Wilmschmidt. ¿Es usted?

– Was ist das? Ich spreche kein Englisch. Eine Minute…

El teléfono enmudeció, y poco después habló una voz titubeante, más joven:

– ¿Diga? ¿Quién llama, por favor?

– ¿Habla usted inglés?

– Sí. ¿Quién es, por favor?

– Me llamo Martínez. Soy fiscal del condado de Dade en Miami, Florida. Tengo entendido que el señor Klaus Wilmschmidt puede facilitarnos cierta información respecto a una investigación de asesinato. Quiero hablar con él.

– Sí, ésta es su casa. Yo soy su hija. Pero… ¿un asesinato? No entiendo. Mi padre nunca ha estado en Estados Unidos.

Espy oyó al fondo a alguien que preguntaba algo en alemán, pero la mujer lo mandó callar.

– La información que estamos buscando data de hace cincuenta años -añadió Espy-. De la sección 101 de la Gestapo en Berlín, durante la guerra. ¿Era ahí donde trabajaba su padre?