– No me interesan los neonazis -dijo Espy, pensando que a lo mejor la distancia y lo tarde de la hora estaban dificultando la comprensión de lo que decía-. Se trata de nazis auténticos. Nazis originales, nazis de la Segunda Guerra Mundial.
– Oh. Bueno, puede que eso sea un problema.
– ¿Y por qué?
– Bueno, después de la guerra los Aliados, y a continuación las autoridades de la Alemania Occidental, acusaron a varios criminales de guerra, pero eran de los rangos superiores, los tipos que se encargaban de la teoría y la planificación. Los que llevaban las órdenes a la práctica, bueno, ésos fueron reasimilados en su mayoría.
– ¿Quiere decir que volvieron a sus actividades de antes de la guerra?
– Sí, señora. Eso fue lo que ocurrió mayormente. Verá, si hubieran intentado procesar a todos los que fueron nazis o trabajaron para ellos, o los ayudaron de un modo u otro, diablos, todavía hoy se estarían celebrando juicios. Claro que siempre hay excepciones. Los oficiales de los campos de concentración, las personas que tomaron parte en ejecuciones masivas. Pero no tengo noticia de que ninguno de esos casos haya sido llevado a juicio últimamente. Si consulta las leyes del Bundestag sobre esta cuestión, se encontrará con una maraña de amnistías, perdones y redefiniciones de qué crímenes eran qué cosa. Y después se topará con un montón de estatutos y limitaciones. Diablos, si hasta han votado un par de veces leyes distintas intentando definir qué es un asesinato en tiempo de guerra.
El hombre hizo una pausa y luego añadió:
– La memoria es algo muy curioso, señora. Por lo que parece, cuanto más nos alejamos de la guerra, menos personas quieren recordar. Y luego tiene a todos esos nuevos fascistas organizando manifestaciones por las calles contra los extranjeros, y cometiendo atracos e incluso asesinatos, y agitando esvásticas, y leyendo Mein Kampf. Están poniendo muy nerviosas a las autoridades.
– Pero las listas… los miembros, toda la documentación…
– Ya, en eso tiene razón, señora. En alguna parte existe una lista, probablemente una que contenga los nombres que le interesan a usted. Pero dar con ella, en fin, ahí radica el problema. Aquí cuentan con un enorme centro de documentación, pero aún están clasificándolos y catalogándolos. Y no es tarea sencilla, ahora que los rusos y los ex alemanes orientales están enviando millones de papeles. Si viniera por aquí y se mostrara muy insistente, supongo que encontraría a alguien que le encontraría lo que anda buscando. Obtenga los nombres, y después mis contactos policiales los encontrarán, si es que aún están vivos. Pero es un trabajo tremendo. ¿De cuánto tiempo dispone, señora?
– No mucho.
El hombre se mostró pesimista.
– Verá, señora, el problema es que lo que usted busca no se considera un asunto policial. Ya no. Ahora corresponde a los historiadores. El mundo quiere seguir adelante. ¿Sabe?, por aquí es un tema de debate lo que se explica de esa época en las aulas. Hay un porcentaje significativo de gente que no quiere que se hable de ello o piensa que en realidad no fue tan malo. Excepto los perdedores, claro está.
Espy suspiró y se preguntó en qué momento el asesinato había salido del territorio de la policía y los fiscales y había pasado a ser tema de postulantes a un doctorado.
El hombre, con su acento del norte de Florida, pareció titubear, como si estuviera pensando.
– En fin, señora, no soy yo quien debería sugerírselo…
Ella prestó atención.
– ¿El qué?
– Bueno, mi opinión es que debería preguntar a las únicas personas que aún siguen a la caza de nazis. Personas que no tienen interés por lo que pueda decir el Bundestag al respecto. Me refiero a que hay algunas personas que piensan que algunos crímenes cometidos entonces siguen mereciendo ser juzgados.
– ¿Y quiénes son esas personas?
– No voy a darle ningún número -replicó el enlace-. No la conozco, y lo negaré si alguna vez me preguntan, ya sabe. Cooperamos con los alemanes, que son nuestros mejores amigos, pero se vuelven muy quisquillosos en lo referente a los antiguos nazis. No son muy abiertos que digamos. Sobre todo cuando la indagación proviene de fuera de sus fronteras. No les gusta que les recuerden esas cosas. Y la verdad es que no les gusta demasiado ese tipo. Él y su gente les recuerdan su, cómo diría yo, su lado oscuro.
– ¿Y su número es…?
– De hecho, es lo único que hacen, recordárselo a la gente. A mí me parece algo muy honorable, pero claro, todo el que ha sido alguna vez víctima de un crimen, y mucho más del crimen más grande jamás cometido, tiene muy buena memoria.
– ¿Quién es?
– Está en Viena. El Centro Simon Wiesenthal. Lo integra únicamente este tipo, que gracias a Dios tiene una memoria imperecedera, y unas cuantas personas entregadas que trabajan para él. Si hay alguien que sepa quién dirigía esa sección en Berlín en 1943, son ellos. Y seguro que van a mostrarse más que deseosos de ayudarla cuando se enteren de lo que está buscando. Puede que tenga suerte y le proporcionen un par de nombres; entonces vuelva a llamarme y conseguiré que mis amigos en la policía nos faciliten una dirección antes de que se vuelvan demasiado suspicaces.
El enlace policial le dio un número y acto seguido colgó. Espy pensó: «Todos tenemos recuerdos de pesadilla», y se preguntó por qué estaría el mundo tan deseoso de olvidarlos. Recordó a su hermano asesinado y se dijo que jamás olvidaría lo que le había sucedido. Después, con igual rapidez, dudó que aquello fuera sensato. Y como no le gustaba estudiarse a sí misma hasta tal punto, contempló el número y levantó el auricular.
Tardó un poco en establecer la comunicación internacional, y luego tuvo que dejar un mensaje, de manera que transcurrió una hora hasta que le devolvieron la llamada. Era una mujer joven que por la voz parecía de su misma edad, aunque hablaba un inglés de acento culto y propio de algo que Espy no logró situar. No era alemana. Se identificó como Edie Wasserman y dijo que era empleada del centro. La persona que daba nombre al mismo, se apresuró a decir, había ido a Israel a recibir un premio.
– Pero dígame cuál es el objeto de su interés, señorita Martínez.
– Estoy buscando a una persona que trabajó en una sección particular de Berlín durante la guerra.
– ¿Tiene el número de la sección?
– Sí. Sección 101, Geheime Staatspolizei…
– La Gestapo. Se les daba mejor que a otros grupos destruir documentos. Las SS, por ejemplo. Su crueldad en ocasiones sólo era igualada por su arrogancia. Bien, así que le interesa la Gestapo en Berlín en 1943. Resulta muy curioso. Hoy, una fiscal de Miami se pregunta por lo que hacía la Gestapo en Berlín mucho antes de que ella hubiera nacido. Es de lo más inusual. ¿Qué sección es ésta en particular?
– El Departamento de Investigación Judío -respondió Espy.
Hubo un silencio. Cuando la joven contestó, lo hizo lentamente:
– Sí, conocemos esa sección. Los cazadores.
– En efecto.
– Una fiscal de Miami, Florida, nos llama, así… ¿cómo dicen ustedes? ¿De sopetón? Sí, de sopetón, interesada por los cazadores. Pues resulta sumamente intrigante, señorita Martínez. ¿Qué desea saber?
– Estoy buscando información acerca de alguien que llamaban la Sombra…
– Der Schattenmann está muerto, señorita Martínez.
De nuevo el silencio flotó en el aire frente a ella.
– ¿Por qué dice eso?
– Porque cuando una mujer de apellido Kubler, conocida como el Fantasma Rubio y que hizo cosas similares a las hechas por Der Schattenmann, fue detenida y juzgada, se le preguntó por varios de los otros cazadores, y contestó que fueron enviados al Este en los últimos transportes. ¿Sabe lo que significa eso, señorita Martínez? Significa que uno estaba muerto.
– ¿Pero usted sabe algo de esa sección?
– Sí. De las actas del juicio de Kubler salió mucha información a la que sólo hemos tenido acceso recientemente porque esa mujer fue juzgada y encarcelada en la Alemania del Este. Hay muchos nombres que no conocíamos y hay otros documentos que se nos entregan en privado. Pero los datos de la Gestapo son muy valiosos, señorita Martínez, aunque desgraciadamente incompletos. ¿Pero por qué le interesa un hombre que a todas luces ya está muerto? ¿Es usted historiadora o periodista?