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Empezó a recorrer sigilosamente la parte lateral del edificio para dirigirse con cuidado, sin hacer ruido, hacia atrás. Un perro pequeño ladraba en otra casa, manzana abajo. Al doblar la esquina, aceleró un poco.

«Ahora no puede oírme», se dijo.

Se apretujó contra la valla trasera para esquivar la luz tenue procedente del edificio de pisos vecino y se dirigió hacia el pequeño patio embaldosado de la parte posterior del suyo. Algo se agitó en un cubo de basura, cerca del callejón de atrás.

«Un gato -pensó-. O una rata.»

Mientras avanzaba, mantenía una conversación imaginaria con su presa: «¿Qué llevarás? ¿Una pistola? Puede. Algo pequeño y eficiente. Una del calibre veintidós o veinticinco; el arma de un asesino. Pero no te gustaría el ruido que haría, ¿verdad? Atraería rápidamente la atención, por muy silenciosa que la consideraras. Esto es siempre un problema en Miami Beach y en South Beach. La gente sabe el ruido que hace un arma. Nadie dice: "¿Qué ha sido eso?" o "¿Ha sido el petardeo de un coche?" No en el sur de Florida. Aquí saben cómo son los disparos. De modo que puede que lleves la pistola sólo para amenazar. Pero no querrás usarla, ¿verdad? Preferirás utilizar las manos, como hiciste con Sophie. Es lo que te gusta. Te encanta estar cerca cuando mueren, ¿no? Te gusta el sonido de la vida al abandonar un cuerpo, el olor de la muerte. Te gusta esa sensación que te invade cuando robas ese último aliento, ¿no es así? No era lo mismo cuando los veías apiñados, deshechos en lágrimas, en un vagón para ganado. Eso no debía de ser ni la mitad de satisfactorio pero entonces eras más joven, y es probable que sólo empezaras a conocer el pacto que habías sellado con el asesinato. Por aquel entonces todavía estabas probando para encontrar lo que te gustaba ¿verdad?»

Se detuvo.

«Pero yo soy demasiado corpulento. Si has venido a por mí, sabrás que no soy menudo como un niño, como Sophie, ni estoy marchito, nervioso y atemorizado como Herman Stein e Irving Silver. No me conoces demasiado bien, ¿verdad? Y eso te ha hecho recelar, de modo que actuarás deprisa y eficientemente en cuanto puedas, ¿no es así? Querrás saber por qué te estoy persiguiendo, tendrás una docena, un centenar de preguntas, pero puestos a elegir entre obtener la información y eliminar la amenaza, te decantarás por lo más fácil, ¿verdad? Un cuchillo.»

Asintió para sí mismo.

«Es probable que opte por el cuchillo, algo lo bastante silencioso para él. No querrá sangre ni lucha, porque sabrá que cada segundo que pasemos juntos y que intente clavarme esa hoja en el corazón, podría estar dejando alguna prueba incriminatoria. Pero aceptará este riesgo para eliminar la amenaza que siente.»

Winter notó que por momentos se le aceleraba el pulso.

«Así que será un cuchillo. Clavado sin vacilar.»

Siguió acercándose al patio.

«Pero no te esperarás esto. No esperarás que entre por el mismo sitio que tú. Estarás esperando en el salón, cerca de la puerta principal. Se abre hacia la derecha, de modo que, a la izquierda, hay un espacio que permanece a oscuras debido a que la puerta le tapa la luz del vestíbulo al girar sobre sus goznes. Seguro que habrás visto ese espacio apenas estuviste dentro, y allí es donde estarás, porque estarás pensando que entraré y me dirigiré directamente hacia ti sin darme cuenta, sin verte hasta que cierre la puerta junto a mi propia muerte y sin ver el cuchillo hasta que me atraviese el plexo solar y ascienda con fuerza como te enseñaron a hacer. Eso es lo que crees que pasará; es lo que te enseñaron, ¿verdad?, todos aquellos hombres de uniforme negro hace tantos años: haz un solo movimiento y que sea letal, haz que la víctima caiga sobre ti, desequilíbrala de modo que se clave la hoja por su propio peso.»

Winter estaba a poca distancia de la puerta corredera de cristal y se agachó.

«Tengo la pistola en el cajón de la mesilla de noche -pensó-. ¿Habrá entrado a buscarla? -Esto le inquietó, y se recriminó-: Eres un viejo idiota. ¡Mira que dejar el arma justo donde cualquier ladrón de poca monta o cualquier experto en allanamientos la buscaría primero!»

Pero, ¿lo habría hecho la Sombra? ¿O simplemente lo estaría esperando? Simon se percató de que era un riesgo que tenía que correr.

La puerta del patio haría mucho ruido al abrirla, pero podría cruzar la cocina de una zancada e ir directamente a buscar su arma. Por lo menos, el elemento sorpresa sería suyo. Pero acto seguido se corrigió: «A no ser que esté vigilando y te vea vacilar ante la entrada», pensó.

¿Qué haría entonces?

No quiso pensar en ello. Alargó despacio la mano hasta rozar la puerta corredera. Una pequeña parte de él seguía pensando que todo eso era una locura, que no había nadie. Pero la puerta se movió. Tiró de ella haciendo el menor ruido posible y se deslizó unos centímetros, justo para superar la cerradura, que traqueteó levemente mientras la puerta se desplazaba por su guía. En un segundo, se dio cuenta de que la cerradura estaba rota, y entonces se incorporó y descorrió la puerta de golpe. Acto seguido cruzó la cocina de un salto en dirección a la mesilla de noche y al arma que esperaba encontrar allí.

En el salón, una masa de oscuridad situada a su izquierda, se oyó una explosión de sonido, un fuerte ruido de alarma al que no prestó atención mientras se precipitaba hacia su arma. Alargó la mano hacia la mesilla de noche. Encontró el pomo, tiró para abrir el cajón y, al hacerlo, oyó cómo el revólver resonaba en su interior. Lo buscó a tientas, deprisa, y lo empuñó sin vacilar. Resbaló al girarse para enfrentarse con la noche que le había perseguido hasta la habitación, y se deslizó hasta quedar sentado en el suelo. Sujetó el arma con las dos manos, a la altura de los ojos en una postura de disparo mientras intentaba captar los sonidos apresurados de un ataque.

No oyó ninguno.

Su respiración llenó la habitación como una cacofonía de tensión.

En medio de su precipitación, había tirado la lámpara de la mesilla de noche al suelo, y la pantalla había rodado por el suelo. Encontró la lámpara con el pie, se agachó despacio hacia ella y la encendió.

El dormitorio se llenó de luz.

Como un marino que alza un farol de mano en medio de una tormenta, levantó la lámpara mientras se ponía lentamente de pie. Vio cómo su sombra se alargaba hacia el salón. Dejó de nuevo la lámpara en la mesilla de noche y avanzó con cautela, buscando los interruptores de la pared al hacerlo. Podía ver un fino rayo de luz procedente del salón. Siguió adelante, con la pared a su espalda y el arma en posición de disparo y amartillada. Rodeó la esquina despacio, con prudencia, preparado para gritar «¡Quieto!», «¡Alto!», lo que fuera, recuperando su entrenamiento después de tanto tiempo inactivo. Pero enseguida vio que no sería necesario gritar ninguna orden.

Espiró despacio con los ojos puestos en la franja de luz procedente del vestíbulo. La puerta de entrada estaba abierta unos quince centímetros.

Dio un paso adelante, dispuesto a perseguir al hombre en la oscuridad de la noche, pero se detuvo; seguramente ya se habría ido.

Dejó que el aire silbara entre sus dientes.

«Así que estabas esperando justo donde yo pensaba», se dijo. Sacudió la cabeza. «Pero no creía que fueras tan listo. Ni que pudieras moverte tan deprisa. Oíste ruido detrás de ti y, en lugar de dejar que la sorpresa te paralizara, actuaste al instante y te salvaste.»

Esto impresionó al viejo policía. No hay demasiada gente que pueda actuar con el instinto de conservación o la astucia de un animal, de modo que sepa huir al primer sonido inesperado. La gente suele ser más torpe e indecisa.

Pero no la Sombra.

Volvió a hablar mentalmente con su presa:

«Así que ya te has ido, has escapado. Seguro que estás preocupado porque ahora sabes que no soy como Sophie o los demás, sino que me parezco más a ti. Y es probable que esta idea no te deje dormir esta noche, pero también hará que tengas más cuidado la próxima vez. Y que decidas que tal vez la próxima víctima debería ser alguien más fácil, ¿verdad? Pero estarás preocupado, ¿quizá por primera vez en cuántos años? Preocupado de verdad, porque sabrás que sé algo sobre ti, y esto es lo que más te asusta, ¿no es así? Pero te tranquilizarás pensando que sigues oculto, que no sé tu nombre ni tu cara. Tu anonimato está intacto, y esto te permitirá finalmente conciliar el sueño sabiendo que tu seguridad no está amenazada. Lo que no sabes es que pronto voy a quitarte también eso.»