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Randall no quería creer a De Vroome, pero ya no tenía energías para desafiar al abogado del diablo. Decidió esperar.

– He reservado la información más significativa y personal para lo último -dijo De Vroome-. Resultará doloroso para ambos, pero ahora debo hablarle acerca de la señorita Ángela Monti, de Roma, su nuevo amor.

Randall quiso pararse de un salto y salir, pero sabía que tenía que escuchar lo que De Vroome iba a decir, fuera lo que fuera.

– Supongo que ya conoce a su padre, el profesor Augusto Monti, quien proporcionó la información para la nueva Biblia, ¿no es así? -dijo De Vroome sin esperar respuesta-. O tal vez no lo haya conocido, al igual que otros que han intentado verlo recientemente. Yo creo que aún no lo conoce. ¿Por qué? ¿Porque siempre lo envían fuera, al Medio Oriente, a cualquier parte, a realizar excavaciones por instrucciones de sus envidiosos superiores? ¿No es eso lo que Ángela le dice a todo el mundo, incluyéndolo a usted? Discúlpeme, pero la señorita Monti miente. Entonces, ¿dónde se encuentra el profesor Monti? Está escondido en algún suburbio de Roma viviendo en la desgracia, debido a que el Gobierno lo obligó a retirarse. ¿Por qué? Porque el Gobierno italiano se enteró de que el profesor Monti, al prepararse para hacer la excavación que lo condujo a descubrir no sé qué cosa, se comportó indebidamente. En lugar de arrendar el lugar de la excavación, timó a los pobres campesinos que eran los propietarios del terreno, adueñándose de las escrituras con el propósito de retener el cincuenta por ciento del valor de su descubrimiento, en lugar de repartirlo con los legítimos dueños. Estafó a los campesinos y, después de que Monti hizo su descubrimiento, los antiguos propietarios se quejaron ante el Ministerio de Instrucción Pública, que los indemnizó. El escándalo se mantuvo en secreto, pero al profesor Monti lo destituyeron discretamente de su cargo en la Universidad de Roma, obligándolo a ocultarse y a permanecer ignominiosamente retirado.

Randall se enderezó en su silla, temblando de ira.

– Eso es una sarta de mentiras y no le creo ni una sola palabra.

El reverendo De Vroome se encogió de hombros.

– Usted no debería enfurecerse conmigo, sino con Ángela Monti. Ella le ha ocultado la verdad, no sólo para proteger a su padre en desgracia, sino también con el propósito de utilizarlo a usted para hacerle propaganda a Monti. Si ella logra seducirlo para que usted haga de su padre el personaje más famoso del proyecto, sentirá que el profesor podría cobrar la suficiente importancia para desafiar al Gobierno y salir de su escondite para cosechar la gloria, y el Gobierno italiano se vería demasiado intimidado para revelar el escándalo o para actuar en alguna forma punitiva. La señorita Monti le ha mentido, y se está valiendo de usted. Lo lamento, pero así es.

– Aún no le creo.

– Pregúnteselo a la señorita Monti, si quiere.

– Lo haré -dijo Randall.

– No se moleste en pedirle que le confirme o le niegue lo que yo le he revelado -dijo De Vroome-. Eso sólo haría que le mintiera de nuevo. Mejor pídale que lo lleve con su padre.

– No me rebajaría a tal grado -interrumpió Randall.

– Entonces, tal vez nunca sepa la verdad -dijo De Vroome.

– Existen muchas verdades, así como existen muchos puntos de vista y muchas interpretaciones de lo que se ve y de lo que se oye.

El reverendo De Vroome movió la cabeza.

– Me temo que en los casos de las personas que yo le he mencionado, existe sólo una verdad. Porque, así como Poncio Pilatos le preguntó a Nuestro señor en el mito: «Quid est veritas?» («¿Qué es verdad?»), en este caso, si fuera yo a responder a Pilatos, transformaría las letras de sus palabras en un anagrama: «Est vir qui adest» («Es el hombre que está parado ante ti.») Sí, señor Randall, aquel que está ante usted en esta oficina (Maertin de Vroome) posee la verdad. Si usted investiga como yo lo he hecho, si busca la verdad como yo la he buscado, aprenderá a confiar y a creer en mí. Y si lo hace, me agradecerá que lo haya llamado esta noche.

– Sí, había estado esperando que me lo dijera. ¿Por qué me invitó aquí esta noche?

– Para tratar de mostrarle la sinceridad de nuestra causa y para demostrarle la deshonestidad de aquellos que colaboran en Resurrección Dos. Para hacerle ver que le están dando informaciones falsas, que lo están utilizando perversamente y que es víctima de un embaucamiento. Para hacerle comprender que tanto a usted como a muchos otros los están usando como herramientas. Se trata de un consorcio comercial de editores y una banda de religionarios malintencionados e inflexibles. Lo traje aquí para atraerlo a mi lado y a nuestra causa. Pero en vez de lograrlo, al tratar de abrirle los ojos para que pudiera ver la luz, me temo que lo único que hice fue enemistarlo conmigo.

– ¿Qué es lo que quiere de mí? -insistió Randall.

– Sus servicios y su genio en su especialidad. Lo necesitamos de nuestro lado, el lado de la causa justa, para ayudarnos a combatir la propaganda de Resurrección Dos y para promover nuestro propio esfuerzo por devolver la religión y la fe a todos los pueblos del mundo. Es una oferta generosa la que le hago, señor Randall… la oportunidad de abandonar un buque que se está hundiendo a cambio de uno que está seguro; la ocasión de preservar su futuro y su seguridad; la posibilidad de creer en algo. Y por lo que hace al sueldo, mis asociados y yo le podemos ofrecer tanto como Wheeler y sus colegas le están dando. Lleva usted todo por ganar y nada por perder.

Randall se puso en pie.

– Por lo que he escuchado… yo no llevo nada por ganar… y todo por perder. Tengo fe en la gente con la que estoy trabajando, mientras que no la tengo en usted. Lo que he escuchado son chismes, no hechos; insinuaciones de chantaje, no palabras decentes. Por lo que toca a su causa, es sólo una promesa; en tanto que Resurrección Dos es ya una realización. Y en cuanto a usted…

Randall miró al hombre que yacía sentado inmóvil detrás del escritorio. El rostro del clérigo era tan firme como una máscara de hierro. Randall dudó si se atrevería a continuar, y por fin se decidió.

– …Pienso que usted es tan egoísta y ambicioso como aquellos con quienes yo colaboro ahora. Pero usted, dominee, usted es más fanático. Usted puede verlo como una necesidad, y para fines buenos, pero yo no podría trabajar para un hombre tan virtuoso, tan inflexible, tan seguro de que sólo él conoce la verdad. Yo no podría convertirme en desertor y ayudarlo a destruir aquello en lo cual finalmente he llegado a creer… la Palabra… sí, la Palabra que le habremos de dar al mundo. Un mensaje del cual usted no sabe nada y, si yo me salgo con la mía, no se enterará hasta que esté a salvo en manos del mundo entero. Buenas noches, dominee. Le puedo desear buenas noches, aunque no le deseo buena suerte.

Sin aliento y esperando el estruendo, se desilusionó al ver que no lo hubo. De Vroome se limitó a mover la cabeza y, por un instante, Randall sintió que había sido exageradamente melodramático y que se había sentido como un tonto, de no ser por una cosa que le exasperaba. De Vroome había criticado ferozmente a personas indefensas… a Jeffries, Wheeler, Lori Cook, Hennig, Aubert, y aun a Ángela y a su padre. El dominee se había revelado como un ser despiadado y vengativo, por lo que Randall no se sentía avergonzado de su reacción explosiva.

– Me parece bien -dijo De Vroome-. No trataré de convencerlo… de decirle cuán equivocado está usted… acerca de mí y de mi movimiento… o cuan equivocado está acerca de aquellos a quienes tan lealmente defiende. Ambos hemos dicho esta noche lo que teníamos que decir. Lo dejaremos así por ahora. Pero recuerde que lo he puesto al tanto de algunas realidades acerca de sus colegas y de lo que representan. Le he pedido a usted que indague la verdad por sí mismo. Y cuando lo haga, probablemente querrá volver a verme. Quizás entonces me considere a mí y a mis objetivos más amablemente y con mayor caridad. Si esto sucediera antes de que su Biblia se publique, como yo creo que ocurrirá, sepa usted que mi puerta todavía estará abierta para usted. Nuestra causa puede utilizarlo.