Le soltó una lluvia de insultos en la espera de abochornarle y conseguir que se retirara.

– Viejo bastardo, de miembro en miniatura -le gritó-, no es mejor que los demás, al contrario, es peor porque me está contaminando con esta imitación de miembro…

Pero fue inútil. Su parloteo insensato ahogaba sus palabras y él se mantenía en sus trece, se movía como un conejo, se disculpaba gimiendo y hurgaba y hurgaba.

Al final, asqueada ante la humillación de haberse visto obligada a someterse a aquel miserable degenerado, dejó de insultarle y desistió de librarse de él.

Ya qué más daba. Comprendió que se vería libre de él a los pocos segundos.

Sus ojos vidriosos parecía que se hubieran congelado. De su boca se escapaban unos sonidos análogos a los de un globo deshincharse.

Se le tensaron los flojos tendones de ambos lados del cuello. Lanzó un grito, se aflojó, se movió arriba y hacia atrás y salió despedido como un piloto en un asiento de expulsión. Buscó las gafas, las encontró y empezó a alejarse serpeando.

Enfurecida, Sharon le dio un puntapié que fue a estrellarse contra sus costillas. El perdió el equilibrio junto al borde de la cama y cayó al suelo amortiguando el golpe con una mano para salvar las gafas.

Se levantó lentamente y se puso las gafas con aire de dignidad.

Ella le miró con enojo y repulsión. El blando fideo le colgaba todavía fuera de los pantalones. Se lo ocultó inmediatamente muy turbado.

Estaba sudoroso pero su morbosa sonrisa de satisfacción no daba a entender en modo alguno que estuviera avergonzado. Volvió a acercarse tímidamente a ella.

– Si no le importa -dijo amablemente, y le cerró la blusa sobre los pechos. Después le abrochó cuidadosamente la falda-.

¿Puedo traerle algo?

– Lo que puede hacer es largarse de aquí -contestó ella enfurecida.

– Se lo digo en serio, señorita Fields, no quería hacerlo. Pero no he podido controlar mi pasión. Jamás me había sucedido. En cierto modo ya sé que no va a creerme pero es un cumplido que le hago. Desearía que pudiera usted aceptar mi agradecimiento.

– Me alegraré de que el juez le sentencie a cadena perpetua o a arder en la silla, sucio ratón. El retrocedió parpadeando, se volvió de espaldas, cruzó la estancia y se marchó.

Adam Malone se había serenado lo suficiente como para recordar dónde estaba Brunner y lo mucho que estaba tardando. Habían transcurrido más de diez minutos, lo cual era muy extraño.

Malone había abierto una botella de Coke y estaba bebiendo para refrescarse la garganta, cuando advirtió que Brunner había entrado silenciosamente en el salón.

Se miraron el uno al otro en silencio. A Brunner se le veía inquieto y avergonzado. Parecía que quisiera decirle algo pero no se atreviera a hablar. Observó a Malone bebiéndose el Coke, como si aquel acto le interesara muchísimo, y después le siguió mirando mientras posaba la botella.

– ¿Te importa que tome un sorbo? -preguntó Brunner.

– Claro que no.

Brunner tomó un sorbo y volvió a dejar la botella sobre la mesita de café.

Malone miró al perito mercantil. No le dirigiría la lógica pregunta. Dejaría hablar a Brunner.

Brunner suspiró. Pareció tranquilizarse como perdido en sus propios pensamientos. A Malone el viejo se le antojaba distinto. Se trataba de un cambio muy sutil que, sin embargo, hubiera comprobado cualquiera que le hubiera conocido de antes.

Era indudable que Brunner había experimentado una especie de transformación mística. Se le veía como arrobado.

Brunner carraspeó.

– Supongo que querrás saber qué he estado haciendo allí dentro, Adam.

– No tengo ningún derecho a preguntártelo. De ti depende.

Brunner asintió.

– Sí, bueno. -Vaciló brevemente y después lo soltó-. Lo he hecho, Adam. Quiero pedir disculpas, quiero pedir sinceramente disculpas.

– Y se lo confesó todo apresuradamente-.

No quería hacerlo, Adam. Sinceramente te digo que no quería hacerlo. Sabía que lo que habían hecho los demás no estaba bien. Pero entré y al verla en persona. -Se perdió momentáneamente en una especie de ensueño y después prosiguió-: Yo jamás había visto a nadie como ella sin sin ropa encima.

– ¿Sin ropa encima?

– Bueno, la llevaba pero podía verse todo, y jamás había visto el cuerpo de una mujer tan famosa. Era tan… -No consiguió definirlo-. Me ha atraído como un imán. Sólo quería verla, nada más que eso, lo cual apenas era nada comparado con lo que habían hecho los demás.

Pero algo me impulsó, no pude controlarme era como si no fuera yo, Leo Brunner, como si fuera otra persona quien lo hiciera.

Adam Malone permaneció sentado en silencio. Su rostro era inexpresivo y ya había desistido de juzgar a nadie.

– Lo que tú quieres decir es que la has violado, Leo.

Brunner miró a Malone con asombro.

– Violarla, no, no ha sido una violación. Quiero decir que no ha tenido apariencia de delito violento.

– ¿Qué ha sido entonces? Me has decepcionado, Leo.

Brunner hablaba, con vacilación como si intentara explicárselo a sí mismo.

– Ha sido, no sé, puesto que toda la vida me he visto privado de las cosas maravillosas de que gozan otros hombres y por primera vez se me presentaba la oportunidad de conocer aquello de que gozan y dan por descontado los hombres más privilegiados. ¿Cómo te lo diría, Adam, para que me comprendieras?

– No tienes por qué hacerlo, Leo.

– Me parece que he pensado que se me presentaba la ocasión de hacer una inversión que me permitiera gozar de una renta vitalicia en el transcurso de los tristes años de la vejez y esta renta, tal, como ha dicho Kyle, sería el recuerdo de algo especial que de otro modo me hubiera estado vedado. -Sacudió la cabeza-. Tal vez lo esté racionalizando demasiado. Tal vez ha sido una de las pocas ocasiones de mi vida en las que me he dejado llevar por el instinto sucumbiendo a una emoción que no he podido controlar.

Me he despojado de mi disfraz civilizado. Me he convertido en un animal como los demás. Lo único que puedo decir es que no he podido contenerme. Lo que he hecho no he podido evitarlo. -Se detuvo como para hallar otra explicación más convincente-. Mi comportamiento sólo tiene una débil excusa.

No he forzado a nadie cuya vida pudiera arruinar por medio de mi acción. La señorita Fields es una joven con experiencia. Y no me refiero simplemente al hecho de que Kyle y Howard ya la hubieran violado.

Me refiero también a lo que sabemos de su borrascoso pasado según tú nos contaste. Su fama y su fortuna se deben a la promesa de sexualidad que rezuma su ser.

Es indudable que ha conocido íntimamente a muchos hombres. Por consiguiente, me ha parecido, bueno, eso lo he pensado después de haberlo hecho. He pensado que lo que había hecho con ella había sido una cosa de tantas, otra más, una cosa de rutina; para mí, en cambio, ha sido algo nuevo, una especie de triunfo. -Esperó por si Malone contestaba, pero Malone guardó silencio y entonces él decidió proseguir-. Espero que puedas entenderlo, Adam. Espero que no te decepcione. Ojalá no se interponga eso en nuestra amistad.

Si piensas que me he comportado tan mal como los demás, si a tus ojos soy igual que los demás, lo lamentaré mucho. No quería que sucediera de este modo. Sin embargo, si lograras comprender mis motivos y la importancia de este momento de mi vida en el que no he podido dominarme, me perdonarías.

Escuchando al patético viejo que tenía delante, Malone descubrió que no sentía rencor. Su cólera se había disipado. Lo que había quedado en él no era resentimiento sino una sensación de piedad hacia su pobre amigo.

– No tengo que perdonarte nada, Leo. Acepto lo que me dices y me esfuerzo por comprenderlo.

No me imagino a mí mismo haciendo lo que vosotros habéis hecho, pero todos somos distintos, somos el producto de distintas matrices, de distintos genes, de distintas carencias.