– Quienquiera que usted sea, deténgase -le imploró-. Ya no puedo más. Quiero morir. Déjeme en paz si es un ser humano.

– Por eso estoy aquí, señora, porque soy un ser humano -dijo él apartando la boca de su pecho.

Se le echó encima con un gruñido y ella hizo acopio de todos sus arrestos procurando mantener las piernas fuertemente apretadas. Ahora le estaba haciendo algo allí abajo.

Notó que apartaba a un lado una mitad de la falda y después la otra. Notó aire frío sobre el vientre y la parte superior de los muslos.

El hombre se detuvo momentáneamente, intrigado por la contemplación de su ancho, definido y prominente montículo vaginal.

De su garganta se escapó, casi involuntariamente, un profundo sonido gutural de placer anticipado. Lo que sucedió a continuación resultó curiosamente inesperado.

Actuó con tanta rapidez que la pilló desprevenida, sin darle tiempo a defenderse. Lo inesperado fue su rapidez y fuerza. A pesar de su apariencia fofa, era muy fuerte.

Sus manos se introdujeron entre sus muslos contraídos y le separaron las piernas haciéndola gritar de dolor. Quedó abierta la rosada vulva y los anchos labios exteriores se abrieron también y, antes de que ella pudiera protegerse, el rígido y grueso miembro se introdujo entre ellos ensanchándolos al penetrarlo.

– ¡No! -gritó ella.

Pero la habían vuelto a violar, la habían penetrado por completo y se hallaba irremediablemente perdida.

Hizo acopio de todas sus reservas de resistencia, de todo lo que había sobrevivido a su enfrentamiento con el Malo.

Intentó librarse de él con sus doloridos músculos, sus nervios en carne viva y sus movimientos. Quiso propinarle un rodillazo pero él le descargó un violento puñetazo sobre la rótula y el dolor se extendió por todo su cuerpo y le estalló detrás de la frente y por todo el cráneo.

La agonía era excesiva, su mole, su tamaño y su peso elefantino eran demasiado y Sharon se ablandó.

El hombre mantenía los ojos cerrados y la boca abierta y se le caía la baba arremetiendo sin cesar hacia adelante y hacia atrás, hacia adelante y hacia atrás, distendiéndole las doloridas paredes de la vagina.

Estaba murmurando algo que ella no podía entender, pero que al final entendió.

– Estupendo, estupendo, estupendo -repetía como un disco rayado. Sus palabras la cegaron de rabia.

Le escupió todos los insultos que se le ocurrieron. Levantó la cabeza medio llorando y le golpeó la mandíbula y el pecho. Pero sus maldiciones eran como guijarros lanzados contra un dinosaurio al ataque.

Sin hacerle el menor caso, empujó y se hundió en ella. Lo que más le dolía no era la implacable arremetida que advertía entre las piernas sino el burdo cuerpo machacándola, aporreándola, estrujándola hasta dejarle el pecho y las costillas y la pelvis pulsantes y en carne viva, como si le hubieran propinado una paliza.

Hizo un último esfuerzo por lastimarle con las rodillas pero fue inútil porque parecía que allí no hubiera otra cosa más que su vagina.

Para él sólo existía el acto y el placer que éste le estaba proporcionando.

Notó que se estremecía, que echaba los hombros hacia atrás y las caderas hacia adelante y después escuchó un prolongado gemido.

– Aaaaaah, aaaah, aaah.

Había terminado. Se retiró, abrió los ojos, sacudió la cabeza como para volverse a colocar el cerebro en su sitio y se apartó de encima de ella. Después incorporó su desnuda mole, radiante de satisfacción y virilidad.

Por las mejillas de Sharon volvieron a rodar amargas lágrimas. Qué horror tan cochino y asqueroso.

Intentó propinarle un débil puntapié con la pierna izquierda, pero él lo esquivó y la dolorida pierna se dejó caer de nuevo sobre la cama.

Se había levantado de la cama. Empezó a secarse lentamente con una toalla. Después se quedó de pie con los brazos en jarras, orgulloso y complacido como un saco de grasa que se creyera el mismísimo Coloso y pensara que a ella pudiera agradarle la contemplación de su físico.

– ¿No ha estado mal, eh? -le dijo.

– ¡Maldito cerdo! -le gritó ella-. ¡Cochino cerdo indecente! ¡Espere, espere…

El se echó a reír.

– Vamos, reconózcalo. Ninguno de sus amigos actores le había dado jamás nada parecido.

– ¡Se arrepentirá toda la vida, sucio degenerado! él recogió los pantalones del pijama.

– En estos momentos no pensemos ni en mi vida ni en la suya. -Se puso los pantalones y se anudó el cordón-. Pensemos en mañana y en pasado mañana. De eso se trata, amiga mía. Por consiguiente, más le vale quedarse tendida como una buena chica y pasarlo bien.

– ¡Cerdo indecente!

– Puede repetirlo si quiere -le dijo él saludándola-. Es lo mejor que tengo.

Recogió la chaqueta del pijama y salió canturreando de la estancia.

Howard Yost les encontró tal como les había dejado. Entró en el salón sin dejar de canturrear y vio al viejo Leo Brunner, todo un espectáculo con sus calzoncillos holgados, y al pobre y afligido Adam Malone, clavado en el sofá a causa del exceso de hachís, en un estado de ligera euforia.

Con las gafas temblándole sobre la nariz, Brunner se acercó rápidamente a Yost.

– Howard, ¿lo has hecho?

– No te imaginarás que he estado jugando a la canasta.

– ¿De veras le has hecho el amor?

– Pues, claro, Leo, muchacho. Y los dos nos lo hemos pasado muy bien. Te diré una cosa. La señorita Sharon está a la altura de lo que de ella cuenta la prensa.

Malone había emergido de la bruma y fue a sentarse en un sofá que había más cerca.

– Howie, eso está mal, está muy mal y tú lo sabes. -Su expresión denotaba profunda tristeza-. Muy mal. Primero Shiv. Ahora tú.

Los dos habéis quebrantado las normas y habéis echado todo a rodar. Y pensad en ella.

– Pero ¿cuándo vas a entenderlo? -le dijo Yost con impaciencia-. ¿Para qué hemos venido? ¿Para buscar setas y gozar de la Madre Naturaleza? Que se vaya al infierno todo eso. La única Madre Naturaleza que existe para nosotros en estos momentos es la que hay en el dormitorio.

Tal vez no hubiera hecho nada en otras circunstancias. Pero puesto que Shiv ya había empezado, me dije: ¿qué más da? Estoy seguro de que en estos momentos ella piensa lo mismo.

Si ya te lo ha hecho uno, ¿qué más da que vengan otros después? Yost pensó que Brunner iba a protestar, pero éste no lo hizo.

Parecía que Brunner se hubiera transformado por completo en un "voyeur".

– Howard, ¿cuál ha sido su reacción? ¿Cómo se encuentra?

Yost se encogió de hombros.

– Creo que todo eso le resulta muy conocido. Me refiero a lo de acostarse con hombres. Después de lo de Shiv, creo que no se sorprendió de verme. Supongo que se lo esperaba.

– ¿De veras lo crees así?

– Estoy seguro. No digo que esté lo que se dice contenta. No le gusta estar atada.

Pero de no ser por eso, opuso cierta resistencia, lo cual era de esperar.

– ¿De qué clase?

– Insultó un poco, se agitó un poco, me dijo que la dejara en paz. Pero, habida cuenta de las circunstancias, me parece bastante lógico. Supongo que sabe que tiene que oponer resistencia para que no se la considere una perdida.

Por consiguiente, no me extrañó demasiado. No sé cómo debió comportarse con Shiv, pero conmigo no se resistió demasiado.

Aunque haya luchado un poco, no creo que ahora le apetezca hacerlo. Hasta casi me atrevería a decir que no opondrá resistencia alguna.

Ya ha montado su espectáculo y me parece que ahora ya está dispuesta a considerar inevitable cualquier cosa que ocurra. Shiv y yo os hemos allanado el camino. No tropezaréis con dificultades.

– Yo no quiero -dijo Malone enojado-, no quiero participar en la violación.

– Yo tampoco, Adam -le aseguró Brunner a su aliado-. Pero, puesto que ya se ha producido, siento curiosidad al respecto.

– La violación apesta -dijo Malone.

Yost se estaba molestando.