Y, al final, terminó. Dejó caer encima suyo todo el peso de su huesuda figura, jadeando y respirando dificultosamente. Otra bonita violación en su haber.

– Conque eso es Sharon Fields -le oyó murmurar.

Yacía tendida como si estuviera muerta, apenas un ser humano, más parecida a un animal torturado sin apenas resistencia tras su irremediable derrota. Al abandonar él la cama, su cuerpo subió y bajó con el colchón. Le oyó dirigirse al cuarto de baño, notó la luz del cuarto de baño sobre sus párpados, oyó el rumor del agua del depósito del inodoro, oyó el rumor del agua del grifo.

Al abrir los ojos, le vio de pie junto al tocador poniéndose los pantalones.

Después, le vio acercarse a la cama abrochándose el cinturón. La estudió brevemente.

– Estás muy bien, nena -le dijo muy contento-, pero la próxima vez todavía estarás mejor. Cuando aprendas a colaborar, comprenderás que se pasa mejor.

Me lo has puesto un poco difícil al principio Me has obligado a trabajar. Me has obligado a terminar antes de lo que tengo por costumbre. Pero te prometo que la próxima vez lo haremos como es debido.

Ella yacía mirando hacia el techo, sumida en la degradación, experimentando la sensación de que le serpeaban por dentro y por fuera cosas sucias, sintiéndose sucia y enferma y deseando morir.

– Tienes que reconocer -le estaba diciendo él-que no te he hecho daño, no te he hecho nada malo ni te he cambiado nada. ¿A qué viene, pues, tanto alboroto? Ya ha terminado y ha sido divertido. ¿Por qué no te tranquilizas un poco? Ella mordió el pañuelo y los ojos se le nublaron una vez más a causa de las lágrimas.

– ¿Quieres que te abroche la blusa antes de que te duermas? -le preguntó él.

Ella no reaccionó, todo te daba igual, Ya nada le importaba. El Malo se encogió de hombros y le juntó las dos partes de la blusa sin abrochársela.

– De lo contrario, vas a pillar un resfriado. -Le acercó los dedos a la parte posterior de la cabeza y empezó a deshacerle el nudo-. Creo que te has ganado el derecho a respirar un poco mejor. -Le quitó el pañuelo y se lo volvió a guardar en el bolsillo-.

Ya está, nena. ¿Así está mejor, eh? Tenía la boca y la lengua demasiado secas para poder hablar. Se pasó la lengua por el velo del paladar y el interior de las mejillas para estimular la secreción salival y, al final, lo consiguió.

– ¡Cochino hijo de puta! -gritó-. ¡Maldito y cochino hijo de puta! Voy a castrarte, matarte, aunque me cueste la vida ¡voy a agarrarte!

El abrió la puerta, miró por encima del hombro y esbozó una ancha sonrisa.

– Pero si ya me has agarrado, cariño. Me lo has agarrado todo, es lo máximo que puedes agarrarme.

Ella lanzó un grito y rompió a llorar y a sollozar sin poderse contener, mientras se cerraba la puerta. Diez minutos más tarde, tras haberse preparado un bocadillo de carne y queso y un gran vaso de cerveza, Shively se encontraba sentado en el sofá del salón gozando de aquel refrigerio tras haberse fumado el cigarrillo que tanto le apetecía.

Masticaba el bocadillo y sorbía la espuma de la cerveza esforzándose por no prestar atención a los sollozos procedentes del dormitorio principal.

Sus llantos y sollozos eran constantes y podían oírse muy bien.

Se había imaginado que aquella estancia estaba lo bastante aislada del resto de las habitaciones del refugio como para ser a prueba de sonidos. Pero la había oído llorar desde el pasillo mientras se dirigía a la cocina y ahora la estaba oyendo desde el salón y pensó que no debía haber cerrado bien la puerta.

Pensó en la posibilidad de regresar para cerrarla mejor, de tal forma que no se oyera el alboroto que estaba armando y se despertaran los demás.

Al principio había pensado no contarles a los demás lo que había hecho, pero después pensó que, qué demonios, lo averiguarían a través de ella o lo averiguarían cuando repitiera la hazaña al día siguiente y, además, tal vez fuera conveniente que se enteraran para que se olvidaran de aquella mierda de la colaboración y gozaran de aquellas dos semanas de vacaciones exactamente igual que él.

Masticaba el bocadillo y bebía cerveza tranquilamente sentado, sin molestarse en reflexionar acerca de lo que acababa de hacer como no fuera para pensar en el cuerpo semidesnudo de Sharon y en lo mucho que hubieran deseado muchos hombres tener el valor que él había tenido y estar en su pellejo.

Pensó en todo eso y pensó en lo mucho que le envidiarían sus viejos compañeros de la compañía Charlie de la 11 brigada del Vietnam si lo supieran, pero no lo sabían y jamás podrían saberlo, maldita sea.

Todos solían fanfarronear mucho por aquel entonces, especialmente los oficiales, todos presumían de los traseros de que habían gozado cuando entraban en las aldeas, pero, qué demonios, ninguno de ellos había gozado jamás de un bocado tan escogido como Sharon Fields.

En los momentos en que no le distraían los sollozos de Sharon, Shively pensaba satisfecho en todas estas cosas, y decidió esperar un poco por si alguno de los demás se había despertado.

Como un globo enfundado en un arrugado pijama a rayas, Yost fue el primero en aparecer, frotándose los ojos.

Su mirada iba de Shively al pasillo y a la fuente de aquellos constantes sollozos. Se acercó a Shively perplejo y se sentó a su lado, en el sofá.

– ¿Qué ocurre? -Preguntó.

Shively tenía la boca llena y tardó un poco en contestar. Mascaba y sonreía y dirigía los ojos al techo sonriendo enigmáticamente. Se divertiría haciéndole esperar.

– ¿Es que le ocurre algo? -insistió Yost.

Shively tragó ruidosamente el bocado y, antes de poder contestar, descubrió la ridícula figura del viejo Brunner entrando en la estancia.

El perito mercantil, más pelado, que una anguila y más blanco que la tiza, vestido únicamente con unos calzoncillos azules que hacían que sus delgadas piernas varicosas parecieran palillos, se estaba poniendo las gafas y mirando preocupado a sus dos compañeros.

– Me ha parecido oír ruido y me he preocupado -les dijo acercándose. Ladeó la cabeza y descubrió la divertida mirada de Shively.

– Es la señorita Fields, ¿verdad?

– La misma que viste y calza -repuso Shively guiñando el ojo.

Brunner cruzó rápidamente la estancia y se sentó frente a los otros dos.

– ¿Qué sucede? Shively ladeó la cabeza en dirección al pasillo y escuchó.

Los sollozos habían disminuido notablemente, habían empezado a menguar, a hacerse intermitentes. Asintió satisfecho.

– Así está mejor. Sabía que se calmaría.

Yost agarró el hombro del tejano y lo sacudió con impaciencia.

– Deja de andarte con rodeos, Shiv. ¿Qué ha ocurrido? Shively examinó sus expresiones de curiosidad y después se metió pausadamente en la boca el resto del bocadillo. Se reclinó en el sofá y se frotó el tórax satisfecho.

– Muy bien, queridos consocios del Club de los Admiradores, ya podéis anotar lo siguiente en nuestro diario de campaña. ¿Preparados? Yost y Brunner se inclinaron hacia adelante.

– Me he acostado con ella -les dijo Shively-, anotadlo en vuestros diarios. Kyle Shively se ha acostado con Sharon Fields. Hay quien dice y hay quien hace, y escribid que el viejo Shiv es de los que hacen. ¿Qué os parece? Enlazó las manos en la nuca y sonrió contemplando la reacción de los otros dos.

– ¿Qué has hecho? -le preguntaron a gritos desde un extremo del salón.

Era Adam Malone, con la camisa por encima de los tejanos azules, cruzando descalzo la estancia con el rostro desencajado-. Me ha despertado Leo al levantarse y no estoy muy seguro de haberte oído bien, Shiv. -Se detuvo junto a la mesita de café-. ¿He oído lo que he creído oír?

Shively se echó a reír.

– Les estaba diciendo a los chicos que tu muchacha soñada ya no es una muchacha soñada, es de verdad, puedes estar seguro. He entrado allí hace un rato y me he acostado con ella a base de bien.