– Ya basta, Adam. Deja de comportarte como un "boy-scout". Ya eres mayorcito. Sabes igual que yo que la mitad de las relaciones sexuales que están teniendo lugar esta noche en el mundo constituyen alguna forma de violación.

Hombres que fuerzan a las mujeres de alguna manera, que las obligan a compensarles por haberse casado con ellas, o por haberles conseguido empleo o por haberles hecho regalos o haber salido con ellas.

Eso es una violación análoga a la otra.

– Sabes muy bien a qué me refiero -dijo Malone.

– Y tú sabes lo que yo pienso -dijo Yost.

Brunner, no obstante, seguía insistiendo al tiempo que se pasaba la lengua por los resecos labios.

– Howard… mmmm si no fuera incorrecto preguntarte ¿qué le has hecho?

– ¿Te refieres a si le he hecho alguna filigrana? No, la primera vez eso está excluido. Soy muy anticuado tratándose de la primera vez. Simplemente lo normal. Me he acostado con ella al estilo corriente.

– ¿Quieres decir como suele hacerlo la mayoría de la gente?

– Claro. Unas cuantas caricias para calentarla y calentarme yo. Tiene unos pechos preciosos, los más grandes que he visto, y bastan y sobran para excitarle a uno, y después tiene un bocado que te aspira hacia adentro como no te puedes figurar.

Y, cuando ya estás dentro, bueno, tal como ya he dicho, lo demás ha sido normal, yo encima y ella debajo. Ningún problema.

– ¿Cómo es? -quiso saber Brunner-. Quiero decir.

– Ya sé lo que quieres decir -le interrumpió Yost-. ¿Que si está hecha como la diosa sexual que dicen que es? Pues te diré una cosa. Los sueños de Adam se acercaban a la realidad.

Sharon Fields, en cueros, es una preciosidad. Eso es indudable. Ya sabes que dicen que a oscuras son todas iguales.

Pues no es cierto. Sharon es algo especial. Sexualidad pura. Y cuando le echas un vistazo a lo que tiene entre las piernas… -Juntó las manos-. Te digo, Leo, que ya no volverás a ser el mismo. Tal como dice Shiv, no os fiéis de mi palabra está a vuestra disposición.

Brunner esbozó una leve mueca.

– Ah, no, yo no estaba pensando en eso. Sólo quería…

– Pues ya podrías empezar a pensar en ello. Está despierta y esperándoos a cualquiera de vosotros. No seas tonto y aprovecha.Serías un anormal.

¿Quieres saber cómo es, Leo? ¿El cuerpo más célebre del mundo? Vé a verlo tú mismo.

Dirigiéndole a Malone una rápida mirada, el perito mercantil intentó darle explicaciones a Yost.

– No, puedes creerme, no estaba pensando en eso, Howard. Sólo pensaba que bueno, no he visto jamás de cerca a una mujer tan famosa prácticamente desnuda. -Vaciló-.

Pensaba que todo lo más que haría, bueno, sería tal vez entrar a echarle un vistazo pero nada más.

Y tal vez explicarle que no tiene que preocuparse, por lo menos en lo concerniente a Adam y a mí.

Quisiera decirle que no tenemos ninguna intención de causarle el menor daño.

– Haz como gustes -dijo Yost bostezando-. Yo voy a acostarme Mañana será otro día y menudo día va a ser. Buenas noches a los dos.

Tras de retirarse Yost, Brunner se quedó de pie muy cohibido.

Después tragó saliva y miró muy turbado al afligido y distante Malone.

– Yo quiero saludarla -dijo carraspeando.

Malone no levantó los ojos.

Con las manos temblorosas, Brunner se subió recatadamente los calzoncillos y se dirigió de puntillas al pasillo.

Estaba mirando las vigas del techo. El espanto y la desesperación psíquica le impedían razonar con lógica. Su ser se había convertido en una vasija rebosante de veneno.

No se sentía ni animal, ni vegetal, ni mineral.

Tardó mucho rato en darse cuenta de que otra presencia compartía con ella su celda.

Contrajo los ojos para enfocarle más allá de la elevación de su busto desnudo y los pies de la cama.

Estaba a escasa distancia de la puerta cerrada, era como una especie de bicharraco albino disfrazado de hombre, allí de pie con las gafas puestas y los calzoncillos, mirándola como si en su vida hubiera visto a una mujer.

Lo identificó haciendo un esfuerzo. El Tiquismiquis. El Viejo Sucio. El mismísimo V. S. en persona.

Le miró con desprecio y después dirigió de nuevo la mirada hacia el techo. Pero sabía que se estaba acercando, que se estaba acercando con sus escuálidas piernas varicosas. Ya estaba allí, al alcance de la mano.

– He venido porque quería decirle señorita Fields -empezó a decirle tartamudeando-que todos no somos iguales y que algunos de nosotros no queríamos lastimarla.

– Muchas gracias por nada -le dijo ella amargamente.

– Nosotros queríamos conocerla.

– Sí, conocerme antes de acostarse todos conmigo. Son ustedes unos perfectos caballeros, ya lo creo. Muy bien, ya me han conocido. Ahora lárguese, estúpido.

No hubo respuesta.

Sorprendida de su silencio, le miró.

Y se percató de lo que estaba sucediendo. Ya podía despedirse de toda honradez o amabilidad por parte de aquel imbécil.

Le estaba contemplando el cuerpo con los ojos desorbitados, se lamía los labios y le temblaba toda la huesuda figura como de cartón piedra.

Comprendió desalentada lo que le estaba ocurriendo. Estaba tendida prácticamente desnuda a todos los efectos.

Su último asaltante no se había molestado en cubrirla ni por arriba ni por abajo. El Tiquismiquis le estaba contemplando los pechos y las partes genitales.

Resultaba asqueroso y mortificante, y su desesperado odio hacia aquellos hombres le infectaba todos los poros de su ser.

– Ya me ha oído -repitió con abatida desesperación-, lárguese. Ya me ha visto. Ya habrá visto en otras ocasiones cosas parecidas, por consiguiente, váyase.

Respiraba como un asmático.

– Yo jamás he visto a ninguna mujer tan hermosa. Jamás he visto a nadie así.

No sé, no sé. Le miró los calzoncillos azules. Parecía que en su interior hubiera un ratón suelto. Vio que había algo que los empujaba hacia arriba. Volvió a sentirse enferma.

El viejo bastardo parecía que se hubiera descoyuntado. Jadeaba.

– No puedo evitarlo. Perdóneme pero tengo que tocarla. Se arrodilló en la cama a sus pies.

Estaba serpeando hacia ella como un pobre desgraciado perdido en el desierto y enloquecido por la sed.

Pensó instintivamente que, si oponía resistencia, tal vez éste recapacitaría y no tendría el valor de forzarla.

– Déjeme ver y tocar -musitó.

Ella le dio un puntapié entre el hombro y el cuello.

Al viejo se le cayeron las gafas y cayó de lado contra la otra pierna de Sharon emitiendo un aullido de dolor. Al acercarse las manos al cuello, Sharon le golpeó el rostro con el pie en un esfuerzo por apartarle.

Pero el pie pasó de largo y el cuello del viejo quedó apresado entre sus dos tobillos. Haciendo un supremo esfuerzo, juntó las piernas para ahogarle e inducirle a retirarse.

El no era fuerte y, en cambio, sus piernas, acostumbradas a años de ejercicios de danza, hubieran podido resistir la acometida, pero estaba exhausta. Se estaba debilitando, y al final, sus piernas se dieron por vencidas.

El se las había separado, había escapado y se había puesto de rodillas, Estaba dirigiendo una vez más los ojos saltones hacia el rosado pliegue de los labios.

Súbitamente a Sharon le fue dado contemplar un espectáculo ridículo. Hubiera resultado risible y auténticamente gracioso en otro lugar y otras circunstancias. Pero ahora resultaba aterrador y alarmante. El ratón se había escapado de los calzoncillos azules.

– No puedo evitarlo, señorita Fields -gemía-, no puedo controlarme.

El asombro y la incredulidad le impedían moverse. Había caído entre sus muslos y había empezado a hurgar en ella buscando y encontrando finalmente el orificio.

Presa de una especie de frenesí siguió empujando hacia adelante hasta conseguir penetrarla. Ahora estaba hurgando en su interior y llorando como un niño.

Recuperándose un poco, intentó sacudírselo en la creencia de que su tamaño le permitiría librarse fácilmente de él. Pero él la rodeó con sus brazos como si luchara por salvar la vida y se quedó clavado en su cuerpo.