¿Qué dices, Leo? ¿Estás dispuesto a meterle el hueso mientras Howie vea los partidos de béisbol? El juego que a nosotros nos importa es el de acostarnos con ella, ¿no es cierto, Leo?
– Acordamos no utilizar nuestros nombres en voz alta -le recordó Brunner.
– Tranquilo, hombre -le dijo Shively-. Nada de nombres cuando estemos con ella. De acuerdo. Pero cuando estemos más solos.
– Es para acostumbrarnos, para que no se nos olvide.
– Bueno, bueno -dijo Shively. Pero todavía no me has dicho cuál es el juego que más te interesa. No me digas que no estás pensando en esta mujer.
– No diré que no haya pensado en la señorita Fields, -contestó Brunner esbozando una débil sonrisa-. Pero, si quieres que te diga la verdad, sigo pensando en lo que hemos hecho esta mañana. ¿Creéis que nos habrá visto alguien?
– Pues claro que sí -contestó Shively alegremente-, nos ha visto el perro, pero ése no habla.
– Cuando la echen en falta -insistió Brunner-, ¿no recorrerán el jardín para descubrir si ha habido juego sucio?
– ¿Y qué? ¿Qué van a encontrar?
– Pues, que han tocado la verja.
– La he vuelto a arreglar -dijo Shively.
– Pero la caja, has roto el candado de la caja que contiene el motor. ¿No se darán cuenta?
– Tal vez. Pero ¿y qué? No podrán demostrar nada. Por estos barrios siempre hay gamberros que rompen cosas. No, Leo, lo hemos hecho y no hemos dejado ninguna huella. Estamos a salvo.
– Tal vez alguien recuerde la leyenda que has pintado en la camioneta -dijo Brunner preocupado-. ¿Y si la cambiaras por si acaso? ¿Y si la quitaras y pintaras el nombre de otra empresa?
– No es mala idea, Shiv -dijo Yost.
– Muy bien, si Sharon me permite un día que me separe de sus brazos, lo haré. -Shively apartó a un lado el plato vacío y se miró el reloj-. Son poco más de las once. Nos faltan todavía seis horas.
Santo cielo, me fastidia perder tantas horas de amor. Os digo que, cuando despierte, estaré dispuesto a zambullirme. Menuda sesión va a ser. -Le dirigió a Yost una sonrisa-…Tú quédate viendo los partidos de béisbol, Howie, que yo jugaré a lo mío. Me lanzaré corriendo y marcaré un tanto.
Malone se removió en su silla.
– Kyle, bromas aparte, cuando despierte de la anestesia, tendremos que darle tiempo a que se recupere y se oriente. Después tendremos que hablar con ella. No estoy muy seguro de que nos sea tan fácil. Tal vez tardemos uno o dos días.
– Está bien, mamá, le daremos a tu niña todas las oportunidades -dijo Shively-. Teniendo en cuenta el bocado que me aguarda, estoy dispuesto a esperar un poco.-Se levantó y tomó su plato-. ¿No vas a comer?
– Ahora no -contestó Malone-, no tengo apetito.
El rostro de Shively se contrajo en su habitual mueca lasciva. -Ya te entiendo. Ya sé lo que quieres comer. -Se dirigió hacia la cocina-. Yo, en cambio, voy a servirme un poco más.
– Y yo creo que voy a salir a tomar un poco el aire y a poner al día el diario -dijo Malone.
Shively se detuvo junto a la puerta de la cocina.
– ¿Diario? -preguntó mirando a Malone a la cara-. ¿Qué es eso? ¿Acaso estás escribiendo un diario y anotando lo que sucede?
– No es eso exactamente.
– ¿Entonces qué es exactamente? ¿Estás chiflado o qué? Porque si pones por escrito lo que estamos haciendo y lo que nosotros…
– No te preocupes -dijo Malone-. No debes preocuparte. Soy escritor y escribo mis ideas y pensamientos. Hay ciertas referencias a nuestras actuales actividades pero en términos de lo más vagos y generales. Y no menciono ningún nombre.
– Bueno, muchacho, será mejor que te asegures bien, porque si escribes alguna idiotez que más tarde pueda llegar hasta las manos de alguien, es como si nos estuvieras preparando un nudo corredizo a todos, tú incluido.
– Te he dicho que no te preocupes, Kyle. No soy aficionado a la autodestrucción. Y por nada del mundo correría un peligro ni os haría correr uno a vosotros. Tranquilízate.
– Procura no mencionar nombres en lo que escribas -le advirtió Shively desapareciendo en el interior de la cocina.
Malone se encogió de hombros mirando a los otros dos y abandonó la estancia. Tenía intención de poner al día el cuaderno de notas pero su discusión con Shively a propósito del diario le había puesto de mal humor y ya no le apetecía trabajar en ello.
Consideró la posibilidad de escribir el diario para fastidiar a Shively, pero venció la razón. Exhibir el diario ante el tejano sería como agitar un lienzo rojo ante un toro. Y provocaría una escena desagradable.
Suscitar deliberadamente una disensión entre los compañeros el primer día de la aventura no era en modo alguno deseable. Malone abrió la puerta, salió, se detuvo bajo el porche y aspiró el aire fresco gozando del espectáculo de aquel escenario tan primitivo.
El cielo se había aclarado, el sol había salido parcialmente y una cálida brisa estival azotaba la camisa de Malone. Pensó en la posibilidad de dar un paseo por la zona para conocerla un poco.
A excepción del terreno llano que había frente a la casa, todo lo demás era áspero y majestuoso. Malone decidió que no era oportuno dar paseos.
Una noche casi en blanco y la gran tensión del acto que habían llevado a cabo por la mañana le habían dejado agotado y sin fuerzas.
Lo único que se le antojaba apetecible en aquellos momentos era la tumbona de madera de secoya con la prometedora colchoneta azul que alguien había sacado al porche.
Malone se dejó caer en ella, y después se tendió subiendo las piernas. Se estuvo un buen rato contemplando las copas de los árboles sin prestarles atención. Se estaba mirando por dentro.
Se preguntó por qué no sentiría en aquellos momentos más alegría de la que experimentaba por haber logrado alcanzar un objetivo tan largo tiempo deseado. Pocos eran los seres humanos, que podían ver cumplidos sus deseos.
Y, sin embargo, su sueño más deseado yacía tendido en la cama de una habitación muy cerca de él. ¿Dónde estaba el éxtasis? Mientras su cerebro iba filtrando las posibles respuestas, se detuvo en una de ellas y comprendió intuitivamente que se trataba de la respuesta a su falta de entusiasmo.
En todos sus pasados ensueños, había evocado imágenes de Sharon y él a solas, los dos juntos y solos en aquella situación. En sus fantasías no había nadie, ni desconocidos ni que se interpusieran en su idilio. Y, por otra parte, jamás hubiera dado cabida en sus ensueños a alguien tan vulgar y grosero como Kyle Shively y ni siquiera a nadie tan anodino como Leo Brunner o tan corriente como Howard Yost.
Y, sin embargo, allí les tenía. Sí, su sueño se había convertido en realidad, pero ello no había ocurrido tal como él se había imaginado. En el transcurso de las primeras semanas de preparativos y proyectos, no le había importado la presencia de sus tres compañeros.
Es más, siempre había sabido que precisaría de colaboradores. Al encontrarlos, se afianzó su confianza en el proyecto y los utilizó en calidad de bestias de carga al objeto de que le allanaran el camino hacia Camelot.
Reconocía que durante aquellas semanas les había considerado unos simples amigos que le estaban echando una mano al objeto de que él pudiera conseguir su propósito. En sus sueños y deseos, ellos no iban a acompañarle en el transcurso de su luna de miel con Sharon.
Se quedarían atrás, claro, y después, en el etéreo castillo de nubes, no estarían más que Sharon y él con su amor y su idilio de vacaciones. Y el sueño se había hecho realidad.
Pero no se había producido la huida con Sharon dejando atrás a los demás. Y lo peor era que tendría que compartir su amor con tres entrometidos que no eran dignos de gozar de aquella mujer y de aquel sueño.
Ella estaba allí y él también, pero también estaban los intrusos. Se imaginaba que esto último era el precio que cobraba la realidad a aquellos que se atrevían a poner en práctica sus sueños, éste era el único factor que le impedía experimentar alborozo.