Shively se estaba mirando el reloj.

– Yo tengo las diez menos cuarto -dijo mirando a Brunner-. Tú eres nuestro cerebro médico, amigo. ¿Cuánto tardará en recobrar el conocimiento?

– Bueno -repuso Brunner-, basándome en lo que he leído en la ''Home Medical Guide" y en mis experiencias de las hospitalizaciones de mi mujer y mi cuñada, yo diría, teniendo en cuenta la cantidad total de anestesia que se le ha administrado, le administramos dos veces cloroformo y después una inyección de luminal de sodio.

– No hace falta que me lo digas -le interrumpió Shively impacientándose-, ya sé lo que le hemos administrado. Tú dime cuándo va a despertarse.

– Un cálculo aproximado serían seis horas. Yo creo que recobrará el conocimiento hacia las cuatro de la tarde, pero tal vez esté todavía un poco aturdida. Hacia las cinco yo creo que habrá recobrado totalmente el conocimiento.

– ¿Tanto rato? -preguntó Shively sin disimular su enfado-. Maldita sea, ¿quieres decir que tendremos que esperar tanto rato para empezar?

– ¿Para empezar qué? -le preguntó Malone.

– A acostarnos con ella, atontado -repuso Shively mirándole-. ¿Para qué crees que hemos venido? ¿Para ganarnos unas malditas medallas de "boy-scouts" al mérito deportivo por habernos jugado el tipo por los bosques y montañas?

– ¿No quieres darte por vencido, verdad, Kyle? -le preguntó Malone-. Sabes muy bien que no le pondremos las manos encima contra su voluntad. Empezaremos cuando ella nos diga que empecemos y no antes. ¿Te lo quieres meter en la cabeza, Kyle?

– Muy bien, muy bien, "boy-scout". O sea, que el plan de batalla es que primero hablemos con ella. Cuando recobre el conocimiento, no perdamos el tiempo. Entraremos allí y se lo diremos inmediatamente.

– No te preocupes -le prometió Malone-. Cuando Sharon haya recobrado totalmente el conocimiento, hablaremos con ella. Mantendremos con ella una larga conversación.

– Muy bien -dijo Shively dirigiéndose hacia la puerta-. Es decir, que disponemos de tiempo libre hasta las cuatro o las cinco de la tarde. No sé vosotros pero yo tengo apetito. Nos hará falta toda nuestra fuerza. Vamos a prepararnos un poco de comida.

Yost y Brunner siguieron a Shively, pero Malone se quedó en el dormitorio resistiéndose a marcharse.

Se dirigió hacia los pies de la cama y contempló aquel rostro y aquel cuerpo tan conocidos, sumidos ahora en un profundo sueño.

Se le antojaba la reencarnación de la hija de Leda engendrada por Zeus y su rostro enmarcado por la suave cabellera rubia debía ser sin lugar a dudas como aquel que Christopher Marlowe había visto, "el rostro que lanzó a los mares mil barcos y prendió fuego a las torres de Ilión".

Bajo la ajustada blusa de punto el busto se elevaba y descendía siguiendo un ritmo regular.

Allí descansaba la esbelta figura de proporciones perfectas enfundada en una breve falda de cuero con las largas piernas juntas, la mujer soñada de todos los hombres.

Sharon Fields.

El pasado se había mostrado remiso en ofrecer una diosa de semejantes atributos. Por lo general, la historia solía limitarse a regalar a cada nueva generación una sola belleza deslumbrante, un único ser sexual.

En otros tiempos habían existido mujeres cuya desnudez conocíamos ahora en la Venus de Milo, la Maja Desnuda, la Olympia, la mujer de la "Mañana de Septiembre".

En otros tiempos había habido una Ninon, una O'Murphy, una Pompadour, una Duplessis. Habían enardecido la fantasía de los hombres una Duse, una Nazimova, una Garbo, una Harlow, una Hayworth, una Taylor, una Monroe.

Ahora, por encima de todas las mujeres de la tierra, estaba Sharon Fields. Durante muchos años ésta había sido para Malone una sombra de una lejana pantalla de la que sólo podía gozar de lejos y en comunidad con millones de adoradores de todos los continentes del globo.

Durante ciento y una noches a lo largo de muchos años, Malone, había permanecido sentado en la oscuridad de los locales cinematográficos siguiendo todos los movimientos de la imagen bidimensional de la pantalla en la que Sharon Fields había sido "El espectro de los ojos verdes, Querida Nell, El presidente con faldas, Madeleine Smith, La camelia blanca, Pequeño Egipto, La divina Sarah, La muchacha de Bikini Beach".

Había sido tan incorpórea como un fantasma, tan irreal como una sirena, tan fugaz como un deseo. Y, sin embargo, gracias a su visión de lo que podría llegar a ser posible, gracias a su afortunado experimento de alquimia, había logrado convertir a aquella tenue figura de la fantasía en una mujer de carne y hueso tendida en una cama y al alcance de su mano.

Ninguna otra satisfacción hubiera podido superar a la que estaba experimentando en aquellos momentos.

Sólo había una cosa que estropeaba la escena. Experimentaba como una especie de punzada de dolor y remordimiento por verla en aquel estado, una diosa derribada y atada a unos pilares de metal como la más vulgar prisionera y esclava. Era mucho más que eso y se merecía mejor trato y, sin embargo no había habido más remedio.

Procuró aliviar los escrúpulos de su conciencia diciéndose a sí mismo que aquella condición sería transitoria. A media tarde se despertaría, les vería, les escucharía, se disiparían sus temores, apreciaría la honradez de sus intenciones y la admiración con que la distinguían.

Sus motivos y su valor les convertirían a sus románticos ojos en Robín Hood y sus Alegres Compañeros. Y entonces la librarían de sus ataduras. Se mostrarían con ella muy atentos y la harían objeto de los honores que se merecía. Y gozarían juntos de aquella singular aventura.

Malone esbozó una sonrisa al imaginarse el inmediato futuro que les aguardaba con Sharon. Estaba seguro de que lograría alcanzar todo lo que siempre había soñado.

Apartando los ojos de la cama prestó por primera vez atención a todos los detalles de la alcoba, ésta poseía techo de vigas descubiertas, paredes revestidas de tableros, de madera y pavimento de baldosas y había gruesas alfombras de pelo a ambos lados de la cama y a los pies de una tumbona.

Malone se dirigió a la puerta para poder admirar el dormitorio principal desde la entrada. A la derecha había unos armarios empotrados, uno para ropa blanca y otro para prendas de vestir, después un tocador con espejo y a continuación la puerta del cuarto de baño.

Entre el cuarto de baño y la cama había una ventana con unas cortinas parcialmente corridas que dejaban al descubierto las tablas de madera que cerraban su hueco.

A la izquierda de Malone había una tumbona, una mesa de café con superficie de cristal, dos sillones con cojines y una lámpara de pie. Detrás, otra ventana cubierta también con unas tablas de madera que resultaban visibles desde ambos lados de las cortinas.

En la misma pared, un espejo de metro cincuenta de altura. Al lado de los pilares de la cama había dos mesillas de noche, en una de las cuales se observaba una lamparilla de lectura.

Colgado de la pared por encima de la cama -Malone se sorprendió de no haberse dado cuenta antes-había un grabado a todo color bellamente enmarcado de Currier e Ives que representaba un paisaje de Nueva Inglaterra.

Teniendo en cuenta el desolado emplazamiento del refugio, la estancia resultaba asombrosamente armoniosa, cómoda e incluso agradable, de tal forma que no desdiría en absoluto de la presencia de su célebre ocupante.

Malone recordó satisfecho el contenido de su bolsa de lona. Tomó la bolsa, la colocó sobre la mesa de superficie de cristal y empezó a extraer de la misma los artículos que le había comprado a Sharon Fields: cepillo de dientes, dentífrico, peine, cepillo para el cabello, jabón, una caja de píldoras anticonceptivas, la gelatina lubrificante KY, el tubo de Preceptin, tres diafragmas, una bolsa de irrigaciones, lociones para el cutis y el cuerpo, pañuelos de papel, Tampax.

Lo trasladó todo al bien iluminado cuarto de baño y lo guardó en el armario que había sobre la pila. En el suelo, al lado de la cama, Malone colocó unas baratas sandalias de tiras para que Sharon las utilizara en calidad de zapatillas.