Pudo ver las desnudas y rocosas laderas de las cercanas colinas y las lomas más alejadas a cuyos pies se extendía la ancha faja de tierra llamada Temescal Canyon.

Malone se sintió por primera vez totalmente aislado del mundo que conocía.

Aquel promontorio y el paisaje de abajo le producían una sensación de aislamiento absoluto de todo lo conocido y de la vida humana.

Era algo totalmente primitivo. Como una página arrancada de "El mundo perdido de Conan Doyle".

Escuchó el rugido de otro motor y vio que Shively sacaba el cacharro de entre los árboles. Malone no había visto aquellos cacharros más que en los anuncios y se sorprendió de su reciedumbre.

Sabía que era biplaza y no se imaginaba cómo podría dar cabida a los cuatro. Cuando lo tuvo más cerca pudo ver las modificaciones que su propietario había llevado a cabo en el pequeño y compacto vehículo. En el portamaletas abierto habían colocado un banco de madera ligeramente más alto que los asientos delanteros.

Desde lo alto del parabrisas hasta dos varas de acero que había en la parte de atrás, habían extendido una especie de toldo de lona probablemente para protegerse del tórrido sol o de la lluvia. Cuando el cacharro estuvo al lado de la camioneta, Shively gritó:

– Bueno, Adam, ahora oculta la camioneta ahí dentro.

Malone soltó el freno, puso en marcha el motor y atravesó con la camioneta Chevy el claro que había entre los arbustos para dejarla oculta tras los árboles.

– No te muevas, Leo -oyó que Yost le decía a Brunner-. Voy a bajar.

Malone miró hacia atrás y vio que Yost abría por primera vez la portezuela de la camioneta.

Momentos después Yost, seguido de Shively, apareció frente a la camioneta para indicarle a Malone la mejor forma de aparcarla de tal manera que no resultara visible.

Malone efectuó las correspondientes maniobras y la ocultó detrás de una pantalla de árboles.

Tras apagar el motor y guardarse las llaves en el bolsillo, descendió y empezó a aplicarse masaje a las pantorrillas.

Después ayudó a los otros a cubrir con la lona verde la parte frontal de la camioneta y a recoger ramas, hojarasca y tierra para camuflar la lona que protegía la cubierta del motor. Al terminar, Yost se dirigió hacia la parte de atrás.

– Ahora viene la operación del "habeas corpus" o como queráis llamarla -dijo Yost-.

Lo único que nos queda por hacer ahora es trasladar el cuerpo de un vehículo a otro y llevárnosla a la suite real.

Por unos instantes Malone se sorprendió de aquella referencia indirecta a Sharon Fields.

Casi había olvidado que eran cinco y no cuatro.

Desde que habían dejado atrás Arlington y en el transcurso de la media hora que llevaban en las Gavilán Hills, Malone se había casi olvidado del propósito de aquel viaje.

Se había concentrado tanto en aquella zona tan áspera y remota, se había esforzado tanto por grabarse en la memoria el camino que no había tenido tiempo de pensar en la carga que llevaban.

Y volvió a pensar en la emoción que ya había vivido y en la que vivirían por la noche.

Yost le estaba diciendo a Shively:

– ¿Por qué no acercas un poco más el cacharro, Shiv? Nosotros tres la subiremos y tú conducirás.

– Vaya, hombre, y yo que pensaba que iba a poder tocarla un poco -dijo Shively-. Muy bien, voy a acercarme un poco.

Yost abrió después de par en par la portezuela trasera de la camioneta.

Malone parpadeó y comprendió que no había mirado a Sharon desde las siete y diez de aquella mañana, hora en que la habían anestesiado e introducido en la camioneta.

Allí estaba, tendida de lado sobre la raída alfombra de pelo que cubría el pavimento del vehículo, con Brunner sentado incómodamente detrás suyo.

Brunner la estaba mirando y ahora levantó los ojos.

– No ha movido ni un solo músculo desde que le hizo efecto la inyección.

– ¿No le sucederá nada, verdad? -preguntó Malone un poco inquieto.

– No.

El pulso le late con regularidad. Está inconsciente y aún lo estará un buen rato. -Brunner suspiró-. Incluso en estas condiciones es una auténtica preciosidad. -Se detuvo-. Me gustaría que hubiéramos podido trabar conocimiento con ella de otra forma.

– No te preocupes por eso -le dijo Yost con impaciencia-.

Andando. En cuanto Shiv acerque el cacharro, la trasladaremos al mismo. Tú, Leo, te sentarás en uno de los asientos de atrás. Adam y yo la levantaremos y Adam se acomodará después en el otro asiento.

Vosotros dos la sostendréis sobre vuestras rodillas. Yo me sentaré delante al lado de Shiv.

– ¿Cuánto tardaremos? -preguntó Brunner.

– ¿En llegar al escondite? No mucho.

El terreno es un poco duro pero la distancia es muy poca.

Tardaremos un cuarto de hora o veinte minutos todo lo más.

Muy bien, ahí viene Shiv. Levántala.

– Sosténla con cuidado -dijo Malone.

El proceso del traslado de Sharon Fields desde la camioneta Chevrolet al cacharro de ir por las dunas se desarrolló con suavidad y sin incidentes.

Yost sacó de la camioneta una caja de provisiones dejando el resto para su segundo viaje, y a los pocos minutos se dispusieron a cubrir la última y breve etapa del viaje.

Malone permanecía rígidamente sentado en la parte de atrás sosteniendo la cabeza de Sharon con un brazo y su cintura con el otro.

Las caderas y piernas de ésta descansaban sobre las rodillas de Brunner.

Fue un viaje lleno de baches y sacudidas.

El áspero camino, comparado con el cual los anteriores caminos hubieran podido parecer autopistas, era tan estrecho que a duras penas bastaba para el cacharro de ir por las dunas.

Era tortuoso y empinado y en distintos puntos había sido muy someramente aplanado.

Fueron zigzagueando a través de la montaña cubierta de maleza y al cabo de unos quince minutos emergieron a una zona más ancha y llana.

– Al otro lado -le recordó Yost a Shively.

Siguieron avanzando por la reseca tierra.

Malone estrechaba a Sharon entre sus brazos. Se había olvidado del paisaje y del lugar al que se dirigían…Mantenía los ojos clavados en un increíble rostro que no estropeaban siquiera las dos anchas tiras de gasa esterilizada que le cubrían los ojos y la boca.

Se había guardado sus gafas en el bolsillo de la camisa y seguía contemplando sus reposadas y lisas facciones sumidas en el sueño de la inconsciencia.

Sus ojos se desplazaron involuntariamente hacia los temblorosos montículos de su busto cubiertos por la blusa de punto, pero Malone los apartó inmediatamente como si se avergonzara. Sabía que el corazón le estaba latiendo con fuerza y se le había empezado a hinchar el miembro y estaba avergonzado de sí mismo y procuraba pensar en la situación de Sharon y en la necesidad que ésta tendría de él y de su dulce amor.

Cuánto había ansiado el momento en que los labios de ambos se encontrarían y él la estrecharía en sus brazos y ella se sometería de buen grado a su afecto y a sus caricias. Entonces la idea volvió a cruzar rápidamente por su imaginación.

No era una mujer hermosa cualquiera. Era Sharon Fields en persona, en carne y hueso entre sus brazos, entre los brazos de Adam Malone. Todo el mundo la deseaba. Y era él, Adam Malone, quien la estaba estrechando en sus brazos en aquella solitaria meseta. La magnitud del acto que acababa de llevar a cabo se le antojó increíble y pavoroso.

– Muy bien, chicos -oyó que decía Shively-, ahí lo tenéis.

Estaban bajando lentamente por una suave ladera en dirección hacia un valle y allí a la derecha, parcialmente debajo de una roca granítica y con otra roca al otro lado, se encontraba el refugio. Estaba situado en una especie de hueco escondido entre un bosque de nudosos robles y con un riachuelo que discurría muy cerca.

A través de las ramas sólo resultaban visibles algunas partes de la achatada edificación de piedra y roca. Pero, al rodear Shively los árboles para salir a la zona arenosa, apareció ante su vista toda la casa y ésta se le antojó a Malone más bonita y, al menos por fuera, más primitiva de lo que se había imaginado.