Encima de una mesilla depositó su viejo despertador de viaje, y un vaso de papel encerado con agua. En un cajón del tocador guardó el camisón tipo toga cuidadosamente doblado.

Le había comprado seis libros de edición de bolsillo. Había previsto que necesitaría variar de diversiones y había examinado los recortes correspondientes a sus entrevistas y declaraciones para averiguar cuáles eran sus escritores preferidos.

Le había comprado una selección de novelas de Albert Camus, Thomas Mann, Franz Kafka, William Faulkner y James Branch Cabell y una colección de obras de Moliére. Tras depositarlos sobre la mesa del tocador les añadió tímidamente un séptimo volumen perteneciente a su biblioteca particular, considerando que tal vez a ella le interesaría saber dónde tenía la cabeza su admirador.

Pensaba, además, que aquella obra resultaría muy apropiada para una situación romántica. Se trataba de "Ars Amatoria" -El arte de amar-de Ovidio.

Al terminar, Malone extrajo de la bolsa una carpeta que contenía algunas de las más atrevidas y recientes entrevistas de Sharon Fields. Tras dejar la carpeta sobre la mesa de cristal, Malone se acercó una vez más a los pies de la cama.

Sharon no se había movido ni un ápice. Respiraba con normalidad, perdida en una profunda inconsciencia. Su pasión hacia ella jamás había sido tan intensa. Le costaría mucho apartarse de su presencia.

Y, sin embargo, transcurrirían muchas horas antes de que pudieran trabar conocimiento. Por ello, tras una pausa de silenciosa admiración, decidió dejarla sola para que siguiera durmiendo bajo los efectos del narcótico.

Tomando la bolsa de lona en la que guardaba algunos libros para su uso personal y su diario particular, abandonó el dormitorio principal cerrando suavemente la puerta tras sí. Se dirigió por el pasillo hacia la entrada principal con el propósito de recoger una pequeña maleta que contenía otros efectos personales suyos y que Yost y Shively habían trasladado al refugio en el transcurso de uno de sus anteriores viajes.

Después, cuando hubiera deshecho la maleta, se dedicaría a recorrer el interior y el exterior de Más a Tierra. A la izquierda, frente a la puerta, estaba el espacioso salón, una bonita estancia con techo de vigas al igual que el dormitorio principal, paredes revestidas de tableros de madera de cerezo natural, pavimento de grandes ladrillos mexicanos y gran cantidad de alfombras de vistosos colores.

Había al fondo una gran ventana y una chimenea de imitación adobe, mientras que adosada a otra pared, había una consola de nogal que probablemente hacía las veces de aparador. Bajo la lámpara de hierro forjado que colgaba de la viga central había un sofá de cuero marrón frente a tres sillones tapizados a cuadros escoceses y una rústica mesita de madera que hacía las veces de mesita de café.

A la derecha de Malone se observaba la arcada que daba acceso al comedor, en el que Yost estaba poniendo la mesa. La puerta oscilante de la cocina aparecía abierta y Malone escuchó las voces de Shively y Brunner.

Malone atravesó el salón, pasó junto al aparato de televisión y la banqueta que había frente al mismo y se dirigió a otra estancia que había a la derecha. Se trataba de la habitación de los niños de la que Malone ya había oído hablar y allí encontró dos literas y el equipaje de Shively y Yost.

Buscando su habitación y su maleta, Malone cruzó esta estancia, abrió otra puerta y descubrió que ésta daba acceso a otro cuarto de baño, bastante espacioso, que probablemente compartirían quienes ocuparan la habitación adyacente.

Malone abrió la puerta que había en la pared del fondo y se encontró con una especie de cuarto de trabajo. Las herramientas pertenecientes a Vaughn, el propietario de la vivienda, habían sido apartadas a un lado, y cubiertas con un lienzo.

Sobre una raída alfombra se observaban dos sacos de dormir y junto a éstos la bolsa de Brunner y la estropeada maletita de Malone. En esta habitación había otras dos puertas.

Malone dejó en el suelo la bolsa de lona y las abrió.

Una de ellas daba directamente acceso al cobertizo de los automóviles, donde pudo ver aparcado el cacharro de ir por las dunas, y la otra daba acceso a la cocina, que estaba situada en la parte delantera de la vivienda pero disponía de una puerta de servicio que daba al patio que había a la derecha.

Mirando hacia la cocina, Malone comprobó que sus compañeros se habían reunido en el comedor y estaban comiendo.

Echó un último vistazo a su dormitorio provisional. Entre dos máquinas de carpintería había una cómoda sin pintar. Habían vaciado los tres cajones de la misma. Malone decidió adueñarse del primero.

Abrió la maleta y empezó a deshacerla colocando en el cajón sus camisas, calcetines y calzoncillos. Dobló el otro par de pantalones que se había traído y lo colocó sobre el escritorio, después colgó el jersey y la chaqueta de pana utilizando una percha que había y dejó en el suelo junto a la cómoda sus botas de montaña.

Estudió por última vez su habitación temporal -habían acordado que él y Brunner cambiarían de dormitorio con Shively y Yost al llegar la segunda semana-y le pareció que ya lo había hecho todo.

Ya se había instalado a todos los efectos y se disponía a iniciar unas idílicas vacaciones.

Se dirigió a la cocina. Acababan de utilizarla, dado que se olía todavía a tocino frito. Malone examinó los armarios; vio que estaban muy bien provistos y se alegró de comprobar que había más piezas y utensilios que en su propio apartamento de Santa Mónica.

Posó la mirada en la cocina eléctrica y se preguntó cuánto tardaría Sharon Fields en acceder voluntariamente a guisar para ellos, jugando a la señora casada en aquella cocina. Perdido en sus ensueños de Sharon, Malone decidió despertar y reunirse con sus compañeros.

En el comedor Shively ya se había terminado el zumo de naranja y había empezado a comerse la doble ración de huevos con jamón.

Brunner se hallaba sentado frente a él mordisqueando relamidamente una rebanada de pan integral con mantequilla.

Yost estaba enchufando el aparato de televisión portátil que Brunner había prestado a la expedición. Lo colocó sobre la mesa y siguió comiendo con una mano mientras con la otra pulsaba el botón. Empezaron a escucharse los sonidos de un serial.

– El sonido no es muy bueno -dijo quejándose-y, fijaos, la recepción de la imagen es muy borrosa.

– Puedo conectar el aparato con la misma antena del aparato del salón y entonces la recepción será mejor -dijo Shively.

– No te preocupes -dijo Yost apagando el aparato y concentrándose en la comida-. Ya tenemos el otro. Y, si quieres ver otra cosa, el sonido de éste me bastará para escuchar por lo menos los partidos de béisbol.

– ¿Los partidos de béisbol? -preguntó Shively indignado-. ¿Es que acaso piensas que dispondremos de tiempo para eso?

– Sé razonable, Shiv -le dijo Yost-. Aunque tengamos aquí a Sharon Fields no hay hombre que pueda pasarse todo el rato en una alcoba.

– Tú tal vez no, amigo -dijo Shively-, pero yo sí puedo porque ya lo he hecho en otras ocasiones. En el transcurso de estas vacaciones me he propuesto hacer dos cosas. Dormir y hacer el amor.

No es mala combinación. Ocho horas para dormir y dieciocho para hacer el amor. Fijaos quién está aquí. ¿Dónde has estado, Adam?

Malone entró en el comedor y acercó una silla a la mesa.

– Arreglando la habitación de Sharon.

– Ya me lo imagino -dijo Shively sonriendo-, me imagino que no habrás hecho más que eso. ¿Estás seguro de que no le has echado un vistazo y la has manoseado un poco aprovechando que está dormida?

– Bien sabes que no -repuso Malone con cierto matiz de enfado.

– ¿Está todavía inconsciente? -preguntó Yost.

– Completamente -repuso Malone.

– Esta noche ya la calentaremos -dijo Shively.

Señaló a Brunner con el tenedor-.